Hoy, sin más, os dejo con un viejo poema. Es domingo. Hace mucho calor. Cae la tarde por su propio peso. Hay más luz.
EL EXTRANJERO
Labraba ciertos modos de maldito,
calculado desaliño en el vestir,
barba confusa. Lo fogoso de su verbo
y esa forma de airear las bonanzas del poder,
la plusvalía, le valieron el prestigio
de los simples y los puros;
el franco horror que produjera al fariseo
y al escriba amodorrado en su buró
completan este cuadro de acento libertario.
Lo seguía una corte de albañiles, traperos y lisiados,
una madre sempiternamente triste,
y una novia que sacó de algún burdel de baja estofa.
Dicen de él que hablaba por cien griegos
(mal negocio para un hijo del serrín y la garlopa),
que apestó las celosías de la usura y del imperio
con discursos y proclamas, causando con su labia
problemas de orden público. Pero un día, en el desierto,
meditando la salida a un importuno
asunto judicial que bien pudiera arrastrarlo hasta el Calvario,
aceptó las sensatas palabras de Simón,
que aconsejaban marcharse cuanto antes,
probar de iluminado en la corte de Tiberio.
Subió, pues, al primer barco
rumbo a Ostia con franco regocijo de sátrapas y hampones.
Parece ser que en Roma su discurso
no ganó el fervor de esclavos y libertos
que lo juzgaron uno más de aquellos impostores
que siempre pretendieran vivir a sus expensas
con cuatro frases turbias birladas a algún loco.
En su tierra, mientras tanto, los suyos divulgaban
la espúrea nueva de su muerte,
y un tal Lucas, amigo de parrandas y poeta provincial,
se impuso la tarea de ofrecer a su memoria
una larga relación de hechos y milagros
que otros imitaron sin pudor y acaso sin fortuna.
Se ha sabido que allá en Roma acabó de carpintero;
que nunca estuvo al tanto de los himnos
que en su loor compusieran poetas libertarios
con el fin de adoctrinar a putas, reos y sofistas.
Tuvo hijos, pero éstos, prevenidos del pasado de su padre,
enseguida lo pusieron en la calle como a un perro.
Murió, según parece, viejo y loco, sin tener noticia alguna de su gloria,
él, que fuera joven, y apuesto y ambicioso.
He leído que un antiguo legionario, caído por ensalmo de un corcel,
pretendió ocultar para la historia la imagen desdichada del anciano
y así lo degolló como a un carnero,
lo que acaso fuera un acto de piedad, a fin de cuentas.
Marc Chagall, El judío errante |
EL EXTRANJERO
Labraba ciertos modos de maldito,
calculado desaliño en el vestir,
barba confusa. Lo fogoso de su verbo
y esa forma de airear las bonanzas del poder,
la plusvalía, le valieron el prestigio
de los simples y los puros;
el franco horror que produjera al fariseo
y al escriba amodorrado en su buró
completan este cuadro de acento libertario.
Lo seguía una corte de albañiles, traperos y lisiados,
una madre sempiternamente triste,
y una novia que sacó de algún burdel de baja estofa.
Dicen de él que hablaba por cien griegos
(mal negocio para un hijo del serrín y la garlopa),
que apestó las celosías de la usura y del imperio
con discursos y proclamas, causando con su labia
problemas de orden público. Pero un día, en el desierto,
meditando la salida a un importuno
asunto judicial que bien pudiera arrastrarlo hasta el Calvario,
aceptó las sensatas palabras de Simón,
que aconsejaban marcharse cuanto antes,
probar de iluminado en la corte de Tiberio.
Subió, pues, al primer barco
rumbo a Ostia con franco regocijo de sátrapas y hampones.
Parece ser que en Roma su discurso
no ganó el fervor de esclavos y libertos
que lo juzgaron uno más de aquellos impostores
que siempre pretendieran vivir a sus expensas
con cuatro frases turbias birladas a algún loco.
En su tierra, mientras tanto, los suyos divulgaban
la espúrea nueva de su muerte,
y un tal Lucas, amigo de parrandas y poeta provincial,
se impuso la tarea de ofrecer a su memoria
una larga relación de hechos y milagros
que otros imitaron sin pudor y acaso sin fortuna.
Se ha sabido que allá en Roma acabó de carpintero;
que nunca estuvo al tanto de los himnos
que en su loor compusieran poetas libertarios
con el fin de adoctrinar a putas, reos y sofistas.
Tuvo hijos, pero éstos, prevenidos del pasado de su padre,
enseguida lo pusieron en la calle como a un perro.
Murió, según parece, viejo y loco, sin tener noticia alguna de su gloria,
él, que fuera joven, y apuesto y ambicioso.
He leído que un antiguo legionario, caído por ensalmo de un corcel,
pretendió ocultar para la historia la imagen desdichada del anciano
y así lo degolló como a un carnero,
lo que acaso fuera un acto de piedad, a fin de cuentas.
Marc Chagall, Crucifixión. |
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