Jośe Bergamín |
Hace casi diez años reeditábamos en la colección Bca. de la Huebra el libro de poemas, Esperando la mano de nieve, de José Bergamín. Me tocó a mí escribir un prólogo extenso sobre el autor y sobre la circunstancia concreta de la edición en nuestra muy humilde colección. Sin embargo el trabajo llegó a los bergaminianos y he de decir que obtuvo una buena acogida crítica.
Hoy quisiéramos reproducir el prólogo, añadiendo Como una sombra sin fuego, un conjunto de 6 poemas inencontrables, fechados el día del Corpus de 1981, que publicó Juan Delgado López en su Pliegos de mineral (14 de abril de 1983) y que sólo se volvieron a editar en nuestra edición, siendo así que en las ulteriores ediciones definitivas de su poesía no se reprodujeron, extremo que nos sorprende, a no ser que los editores no conocieran la edición de Juan Delgado.
EL
ESQUELETO HERIDO
(BERGAMÍN
EN FUENTEHERIDOS)1
A
Teresa Bergamín Arniches, a cuya generosidad
debemos la reedición
de este libro al que ella guarda
una muy peculiar devoción y
fidelidad.
Los
árboles son tan altos
y
tan largos los caminos
que
el paisaje se convierte
en
fantasma de sí mismo.
Y
no se sabe, al mirarlo
de
sí mismo desvivido
si
es desensueño del alma
o
ilusión de los sentidos.
J.
BERGAMÍN
Casa en cuya planta baja residió Bergamín en Fuenteheridos |
Conocí
a Teresa y José Bergamín en el verano de 1980. Residían en una
coqueta casita de campo situada entonces al pie de la carretera de
Sevilla, justo en la intersección de ésta con la enigmática cuesta
de Maiguerra, a poco más de un kilómetro de Fuenteheridos, en un
paraje conocido como La Venta. Desde este hermoso retiro, entre
huertos y emparrados, con frescas albercas y un continuo trajín de
avispas y rumor de lievas, escucha Bergamín el atenuado son de las
campanas; aquí lo desvela el rumor del agua huidera; aquí, en la
contemplación de la cuesta de Maiguerra, de blancos guijarros,
concibe versos de atmósfera novaliana: Por
el largo camino que aún blanquea, / de la noche que avanza, /
huyendo del poniente luminoso / dos sombras se separan.
A esta casa habitada por su hija Teresa desde hacía años, llegó
por vez primera Bergamín en 1979 y de ella partirá definitivamente,
dolorido y decepcionado en septiembre de 1982, próxima ya su
muerte. Estos años serán especialmente venturosos en su
producción poética, pues es en ellos donde concibe la casi
totalidad de Esperando
la mano de nieve
y gran parte de Hora
última,
su postrero libro, así como los seis poemas que forman parte de Como
un asombra sin fuego,
que, publicados en una edición muy minoritaria, no se han vuelto a
reeditar. Si en lo productivo estos años serán fecundísimos, en lo
personal significarán el cortacircuito definitivo de la sociedad
española con un hombre irreductible que se sabe ya en el último
escalón de una vida marcada por su profunda sensibilización y
participación en el proceso histórico español a lo largo de todo
el siglo XX, hasta el punto de que quizás no haya un intelectual
español que mejor encarne las encrucijadas anímicas e históricas
de una centuria marcada por tres hitos fundamentales: la pérdida de
las colonias, la guerra civil y el retorno de la democracia. Nadie
como José Bergamín, decíamos, acaso el discípulo más entrañado
de Gracián y Unamuno, va a amar, sufrir, esperar y desesperar de
España en este siglo convulso y sangriento que en lo literario
supondrá una verdadera edad de plata, como vienen a refrendar las
sucesivas generaciones del 98 y del 27.
Casa natal de Bergamín en plaza de la Independencia, Madrid. |
José
Bergamín nació en la madrileña plaza de la Independencia el 30 de
diciembre de 1895, hijo de andaluces afincados en Madrid, extremo
éste que quedará indeleblemente reflejado en su imaginario íntimo,
atento siempre a ese mundo jondo andaluz, de una plasticidad barroca
y de un vitalismo trágico que tan profunda raigambre encuentra en el
propio mundo bergamasco. Hijo de un relevante abogado malagueño que
llegó a ostentar el cargo de ministro en varias ocasiones, muy
pronto siente sobre sí el peso de la inconsistencia, la vocación
huidera y dualista de las cosas, extremos que marcarán tanto su
biografía como su obra. Su madre, antequerana, será quien lo
blindará de un fuerte e indeleble esqueleto
religioso y de un creciente interés por la cultura popular andaluza,
a la vez solar y telúrica, aspectos éstos que formarán parte de su
esqueleto literario. Después de leer tempranamente a Spinoza,
Nietzsche y Pascal, el joven pasa por una grave crisis personal
que lo conduce a las puertas del suicidio en 1919, encrucijada que
supera con la lectura de los clásicos rusos, a los que cabe añadir
Goethe, Dante y Shakespeare, vehementes lecturas que también
formarán parte indeleble de su armazón conceptual, como se verá en
sus ensayos. Con posterioridad se sume en las lecturas de Darío,
Azorín, Unamuno, una de las presencias más claras en el
madrileño, y Valle-Inclán, con quien coincidió en los cafés
Levante y Gato Negro. Es por esta época que se dará a conocer en
las tertulias artísticas del Madrid de las vanguardias. Enseguida se
hace asiduo de Pombo, donde simpatiza con Ramón Gómez de la Serna,
otro de los referentes ineludibles de toda su trayectoria, junto a
los mencionados Gracián, Unamuno y, en menor medida, Juan Ramón.
Son años en los que las vanguardias, y más concretamente el
vltraismo, hacen furor en una juventud que, por otra parte, sigue muy
de cerca las sucesivas entregas de los escritores regeneracionistas,
que en estos años publican lo más sustancial de sus obras.
De
la mano del moguereño, del que se hace asiduo tertuliano y más
tarde secretario personal, publicará sus primeros artículos en la
revista Indice
(1921) y, a no tardar, su primer libro, El
cohete y la estrella (Bca.
del Índice, 1923), libro aforístico donde ya se entrevé todo ese
intrincado mundo personal bergamasco (influencias incluidas) y esa
especial tensión establecida entre lengua y concepto, entre
pensamiento y compromiso, entre pasión y consciencia, elementos que
giran sobre sí mismos, contorsionándose, hasta crear inesperadas
fricciones, caudales sinérgicos que se constituirán en elementos
indisociables de su pensamiento y su escritura. El aforismo, que
descansa tanto sobre la paradoja del concepto como sobre el
misterioso equilibrio de su forma, será para la personalidad
chispeante y barroca de Bergamín (la
agilidad alerta del pensamiento,
que escribiera de él Juan Ramón) su manera de enganchar con una
tradición que cuenta entre sus adalides con Pascal, Novalis y
Nietzsche, maestros nunca discutidos del madrileño y que él, como a
todas sus otras influencias, someterá a la tensión y a la
contorsión de su propio pensamiento. La escritura bergaminiana se
radicará primeramente en el aforismo, por más que con el discurrir
del tiempo se nos presente en forma de ensayo o poesía. A diferencia
del aserto filosófico, que suele instalarse en una verdad no
cuestionada, el aforismo tiende a instalarse en la incertidumbre,
creando un clímax paradojal, una salida por donde siempre acaba
escapando el lenguaje o el pensamiento, lo que lo coloca en los
umbrales mismos de la poesía. El aforismo es falible en la medida
que no está encastillado en la verdad, sino en la apariencia de
verdad, es decir, en la frontera entre lenguaje y pensamiento, y es
en esta frontera donde la desbordante agudeza de ingenio, la lucidez
encabritada y, en cierto modo, desesperada del matritense, hallan su
personalísima forma de expresión que, como hemos dicho, impregnará
su obra ensayística y lírica.
En
el mismo año de 1923, Bergamín comenzará a mostrar pruebas de su
independencia crítica e intelectual, poniendo su pluma al servicio
de los escritores emergentes, todo lo cual le conducirá a sonados
enfrentamientos dialécticos con autores como Azorín y Ortega, en lo
que es un ejercicio de autoafirmación tanto personal como
generacional. En 1925 publica, también de la mano de su entonces
adalid Juan Ramón, Tres
escenas en ángulo recto y
un año después
Caracteres, ambos
en la
Biblioteca del Índice. Hasta
entonces la relación con el maestro de Moguer ha sido muy estrecha,
pero como consecuencia del sonado homenaje a Góngora de 1927, ésta
se verá drástica, definitivamente rota, si bien hay que considerar
que la lejanía emocional que de facto existió entre ambos, jamás
condicionó la valoración crítica que el madrileño sintió por el
andaluz universal. En el trasfondo de toda la polémica que suscita
este alejamiento, está el conocido mal carácter y la
susceptibilidad del andaluz y por otro, la irrupción de una nueva
promoción de jóvenes con personalidad propia, para quienes el
místico e insobornable Juan Ramón ha servido de ineludible
referencia, pero al que, llegado un punto de madurez, necesitan
matar,
para así partir a la conquista de su propio espacio, todo lo cual es
tomado por el hipersensible Juan Ramón como una declaración de
ruptura.
Conocida la foto del Ateneo de Sevilla, 1927. Bergamín aparece cabizbajo y circunspecto. |
La
ruptura con el moguereño supone un hecho capital en la vida del
autor de El
cohete y la estrella,
así como la relación que establece con el resto de los integrantes
de la llamada generación del 27, de la que nuestro autor será uno
de los más arduos, primerizos y chispeantes cabecillas3.
1927 será un año capital para este nutrido grupo de jóvenes
entusiastas que se reúne en torno a la figura de Góngora,
distanciándose sonora y acaso teatralmente de los principales
escritores del regeneracionismo. Son reveladoras las reseñas
críticas que el aforista madrileño publica en estos
transcendentales años tanto en las numerosas revistas como en
los periódicos que desde todos los puntos de España arropan a los
jóvenes y pujantes creadores. Como muy bien ha señalado González
Casanova, ya en estas reseñas se advierte un espíritu imbuido por
lo poético, si bien su exacerbado sentido de la independencia y su
tempranísima vocación exilar harán que, salvo en dos o tres textos
primerizos, rehuya la poesía, el género que sustenta e identifica a
su generación y cuya primeriza ausencia en Bergamín, abocará al
autor de El
otoño y los mirlos
a una especie de disimulado purgatorio generacional que muy poco
tiene que ver no ya con su implicación intelectual en el movimiento,
sino también con la calidad incuestionable de su obra.
Si
1927 puede considerarse el año de la consolidación de los jóvenes
escritores, 1928 marcará ya un matiz distinto. En julio de ese año
José Bergamín contrae matrimonio con Rosario Arniches, hija del
prestigioso dramaturgo. Tras la boda, la pareja viaja por Europa y
recala en Rusia, lo que dejará en nuestro escritor una sensación
imborrable. A la vuelta del viaje nupcial, se advierte no sólo en
él, sino en el resto de los jóvenes poetas un cierto cansancio por
las vanguardias, así como una progresiva concienciación política,
fruto del ambiente pre-bélico que se respira en toda Europa y que en
España parece aún más acentuado. Si en sus reseñas anteriores a
1927, el madrileño asume la idea juanramoniana de la poesía
desnuda, y al artista como entrañado habitante de la torre de
marfil, a partir de su viaje a Rusia el madrileño toma conciencia de
la encrucijada histórica -y las singulares amenazas- en la que se ve
envuelto el hombre.
En
1930 publica Bergamín El
arte de birlibirloque,
su primer ensayo taurino, que fue acogido con mucho interés no sólo
por los aficionados sino por toda la crítica en general. En este
ensayo, Bergamín se postula dialécticamente como seguidor del
clasicismo de Joselito, al que enfrenta con el humanismo de Belmonte,
las dos figuras antagonistas de la época. Como buen andaluz,
Bergamín se presenta a sí mismo como un ser dual -ya presente en su
obra aforística- y es acaso este marcadísimo dualismo el gran motor
de todo su pensamiento y el elemento fecundador y tensionador de toda
su poesía.
El
retorno de la República, el 14 de abril de 1931, supone tanto para
el escritor madrileño como para el resto de la intelectualidad
española, un momento de inflexión, un decisivo cambio de agujas
vital, cuyo marco es un país quebrado socialmente y expuesto a
conflictos de difícil desenlace. Esta situación es entendida por
los intelectuales y muchos de ellos toman responsabilidades
políticas, como es el caso de Bergamín, quien en mayo de 1931 (y
por un breve periodo) es nombrado director general de Acción Social
e Inspector General de Seguros y Ahorros. Ni sus actividades
oficiales, ni sus cada vez mayores compromisos políticos, reducen la
actividad creativa del madrileño, que en 1933 publica Mangas
y capirotes,
una visión lúcida del teatro español del siglo de Oro, que el
madrileño incorporará a su propio corpus vital. En ese mismo año
(1933) Bergamín acomete el proyecto de Cruz
y raya,
la revista más influyente del período republicano. Cruz
y raya,
en la que colaboran figuras de la entidad de Max Jacob, Cernuda,
Marañón, Ortega. Zubiri, Maritain, Claudel, Bloy o Gómez de la
Serna, es desde el principio una revista
católica, liberal, abierta y de ruptura,
según el preciso marchamo de Gonzalo Penalva (cfr. 1985), que
también sirve para definir el complejo entramado intelectual
bergamasco, enraizado en el humanismo transcendentalista católico,
en conflicto con el papel temporal de la institución religiosa, que
una y otra vez será blanco de sus acerados ataques. Bajo la sombra
de la revista, que se convirtió en un foco intelectual ineludible de
la época, se publicaron también importantes libros, como es el
lorquiano Llanto
por Ignacio Sánchez Mejías,
La
realidad y el deseo,
de Cernuda, la segunda edición de Cántico,
de Guillén, Razón
de amor,
de Salinas o Residencia
en la Tierra
de Neruda. En 1934 publica Bergamín su segundo libro aforístico, La
cabeza a pájaros,
donde combina de forma chispeante el lenguaje culto y el popular, a
veces sacando de sus casillas a uno y a otro, lo que devendrá
también una constante formal de toda su obra. Son años, pues, de
una intensa labor social e intelectual, pues a la dirección de Cruz
y raya
hay que sumar los múltiples artículos firmados por Bergamín para
los periódicos de la época, sus innumerables conferencias, sus
actividades políticas, sus constantes polémicas, sus chispeantes
ensayos (La
estatua de Don Tancredo, La importancia del diablo, La decadencia del
analfabetismo, Mangas y capirotes, Disparadero español, El mundo por
montera),
sus colaboraciones en otras revistas... e incluso sus actividades
internacionales, como la participación en la Conferencia de
Escritores celebrada en Londres en 1936, donde se pide para España
la organización del II encuentro de Intelectuales Antifascistas que
se va a celebrar en Valencia en 1937.
último manuscrito de Lorca. Con él deja a Bergamín Poeta en Nueva York |
La
sublevación de Franco lo sorprende en Madrid. Días antes Federico
García Lorca había ido a verlo para hacerle entrega del manuscrito
de Poeta
en Nueva York,
que finalmente verá la luz en Estados Unidos y México, en 1941 y
sobre cuya edición pesa una considerable bibliografía. Los primeros
días de la guerra son frenéticos para el madrileño. Suya es la
idea de lanzar la revista El
Mono azul,
publicación combativa en la que van a colaborar los más importantes
intelectuales de la República. La revista nace como órgano de
expresión de la Alianza de Escritores Antifascistas, que entonces
preside Ricardo Baeza y que con posterioridad presidirá el propio
Bergamín. Entre las actividades más sobresalientes de la Alianza
caben destacar, al margen de la publicación de El
Mono Azul,
la organización del II Congreso de Intelectuales Antifascistas
celebrado en Valencia y Madrid, en el que intervienen intelectuales
de todo el mundo, el traslado de los cuadros de El Prado a la ciudad
levantina, la publicación del Romancero
de la Guerra de España
en la recién creada revista Hora
de España
o la puesta en marcha de Nueva
Escena,
cuyo propósito era instruir mediante el teatro a los combatientes
republicanos. Las actividades públicas y literarias de Bergamín en
estos primeros meses de conflicto civil son muchísimas. Cuando la
guerra se centró en las inmediaciones de Madrid, Bergamín se
movilizó formando parte del célebre Quince Regimiento. De Bergamín
es la idea del encargo hecho a Picasso de un gran mural para el
Pabellón de la Exposición de París: El Gernica. Durante la guerra
el madrileño viaja en dos ocasiones a Estados Unidos con el fin de
recabar apoyos para la república española, escribe numerosos
artículos y pronuncia conferencias. Cercana ya la conclusión de la
guerra, Bergamín, junto a otros intelectuales republicanos, funda en
París la Junta de Cultura Española, que preside él mismo.
La
guerra supondrá para el madrileño un punto de inflexión en su vida
y también en su obra. Hasta entonces había vivido en una dorada
existencia de intelectual respetado. Tras la tremenda experiencia
personal e intelectual de la guerra, Bergamín, se habrá convertido
en un peregrino, en un fantasma, en una sombra de sí mismo, que no
hace otra cosa que escarbar en su propio dolor, en su propia lucidez.
El
6 de mayo de 1939 Bergamín parte junto a su mujer e hijos hacia
Veracruz a bordo del Sinaia.
La llegada a México coincide con el estreno de su obra Don
Lindo de Almería;
bajo el auspicio de La Junta de Cultura española, fundará junto a
Larrea y Carner la revista España
peregrina,
cuyo primer número saldría en febrero de 1940, pero tras sus
desavenencias con Larrea, el proyecto se interrumpe en junio del
mismo año. Poco después fundaría la editorial Séneca,
en cuyo seno verían la luz títulos tan significativos para la
literatura castellana como Poeta
en Nueva York,
La
arboleda perdida,
España,
aparta de mí este cáliz
o las Obras
de Antonio Machado. En Séneca
aparecerán también sus obras Disparadero
español
(1940), Detrás
de la Cruz (1941)
y El
pozo de la angustia
(1941), así como Peregrino
español en América (1943)
y La
voz apagada
(1946). En agosto de 1941, bajo la dirección conjunta de Xavier
Villarrutia, Prados y Gil-Albert sale a la luz la esperada y
monumental antología Laurel,
que incluía por primera vez a los autores en lengua castellana de
uno y otro lado del charco, y en la que sorprenden las ausencias de
Neruda o León Felipe, enemistados por aquellas fechas con el
madrileño. En medio de esta hiperactividad literaria, periodística
y política, fallece su esposa, Rosario Arniches (22, de febrero de
1943), lo que supondrá un golpe muy duro para este singular
peregrino español. Este hecho, unido a las perspectivas de que el
resultado de la II Guerra Mundial no desalojaría a Franco del
poder, como todos los exilados esperaban, sumen al madrileño en una
evidente crisis personal y creativa que nuevamente lo aproximan al
suicidio.
En
1946, junto a sus tres hijos, José, Fernando y Teresa, pone rumbo a
Venezuela, donde celebra numerosas conferencias y trabaja para la
Universidad de Caracas, pero un año más tarde este peregrino de
España y de sí mismo, parte hacia Montevideo donde publica las
obras teatrales Medea
la encantadora
y Melusina
y el espejo.
En Montevideo vive un pequeño lapsus de tranquilidad, en parte
motivado por el buen ambiente cultural que se respira en la capital
uruguaya, donde llegan a representarse algunas obras suyas. Con su
asistencia en 1950 al Congreso de la Paz, celebrado en Varsovia, se
granjea serios problemas con la oficialidad uruguaya. Este nuevo
panorama de censuras y equívocos determinará un cambio en la
situación anímica del escritor, cuya decisión será abandonar el
continente americano y urdir su regreso a España.
En
diciembre de 1954 decide retornar a Europa, y así navega de
Montevideo a París, donde acaso espoleado por la proximidad de
España, comenzará una vehemente andadura poética. Bergamín ya se
había estrenado como poeta en 1939 con sus soberbios sonetos a
Cristo crucificado, que presagian el gran poeta que será, que es ya
Bergamín, por más que hasta 1954, impelido por su dedicación
ensayística y por su dolor ante el destino español, la poesía
pasará a un plano circunstancial y casi anecdótico. Será en la
capital francesa cuando la creación poética entre definitivamente
en su corpus espiritual con la composición de Duencecitos
y coplas,
escrito vehementemente -como todo lo suyo- en agosto de 1955;
Duendecitos...
es una colección de coplas de inequívoco aire andaluz sobre las que
el autor peregrino va alumbrando su propio errar:
Aun
sin saber dónde va,
el
camino es el camino.
Lo
que importa es el andar.
En
París se relaciona con escritores católicos como Malraux o Pierre
Enmanuel, así como con el exilio español (Picasso, Aurora de
Albornoz o Gurméndez), pero su vista y su pensamiento ya están
puestos en España, donde recala a finales de 1958. Su retorno es
visto por algunos como una claudicación, y por otros como una
especie de pulso al régimen, pero Bergamín que ya ha dado muestras
de su feroz coherencia política, de su inteligencia viva e
independiente, mantendrá sobre la dictadura una mirada hostil y
desafiante y ya en enero de 1961 se produce el primer enfrentamiento
con la familia Luca de Tena, propietarios de ABC. Entre 1960 y 1963
colabora semanalmente con el periódico El Nacional
de Caracas
y publica los siguientes libros: Lázaro,
don Juan y Segismundo,
Fronteras
infernales de la poesía,
Los
tejados de Madrid o el amor anduvo a gatas,
Al
volver,
así como sus dos primeros libros de poemas: Rimas
y sonetos rezagados y
Duendecitos
y coplas.
Pero su estancia en España, como cabe suponer, pronto se vuelve
irrespirable para un hombre de sus presupuestos políticos y su
valentía moral. Su desenlace viene marcado por la huelga de la
minería asturiana, que tiene lugar el 2 de octubre de 1963, y en la
que los mineros astures son reprimidos con violencia y torturados sin
compasión por el régimen franquista. Diez días más tarde de los
hechos aparece en El
Español una
carta dirigida al entonces ministro de interior, Manuel Fraga
Iribarne, exigiendo explicaciones; la carta, encabezada por el propio
Bergamín, fue también suscrita por Aleixandre, Celaya, A. Sastre,
Buero Vallejo, Juan Goytisolo, Barral, Fernán Gómez... El affaire,
tomado por el régimen como un pulso a su fortaleza y un contratiempo
a su menoscabada credibilidad internacional, obliga a Bergamín a
buscar refugio en la embajada de Uruguay en Madrid, de donde sale con
rumbo a Montevideo el 29 de noviembre de ese mismo año, para recalar
en París dos meses después, con la inestimable ayuda del
incondicional Malraux, entonces ministro de cultura.
La
expulsión de España corta drásticamente su producción literaria
hasta tal punto que, entre 1964 y 1970 sólo compone su libro de
poemas El
otoño y los mirlos
(1975), escrito durante su segunda estancia uruguaya, y entrega a las
imprentas Beltenebros.
Su segunda estancia en París es, sin embargo, provechosa. Su nombre
es tenido en cuenta por toda la intectualidad europea, hasta tal
punto que la televisión francesa rueda una extensa biografía a
cargo de Michel Matriani titulada Masques
et bergamasques,
así como el filme Los
ángeles exterminados
(también de Mitriani). En París es testigo de los sucesos de mayo
del 68, sobre los que escribe con entusiasmo.
Poco
después, en abril de 1970, regresa nuevamente a una España que
soporta las postreros años de la dictadura franquista mientras se
iba preparando el camino para una metamorfosis histórica: el paso
negociado de la dictadura hacia la monarquía de Juan Carlos I. El
retorno a España significa para Bergamín vivir en medio de la
precariedad y el aislamiento. Aún así su producción literaria y
editorial es incesante, como lo prueban la cantidad de libros
editados (18) y reeditados (5) y los más de 250 artículos que firmó
en estos últimos 13 años de su vida. En 1973 la revista Litoral
le dedica un número extraordinario en el que además de recoger lo
más granado de su obra, participan los intelectuales más
importantes del país. Este mismo año comienza a editar en Sábado
Gráfico,
donde va a expresar con virulencia y pasión unas opiniones que con
asiduidad chocan con las consignas políticas de la época. Muy
pronto, desde su retorno a España, el pensador matritense se sintió
defraudado y desesperanzado por el destino de este país que apostaba
más por una pactada reconciliación nacional (lo que él definiera
como entreguismo)
que por su propia conciliación con la historia, todo lo cual- según
el pensador- instaría a legalizar de facto el golpe militar del 36.
Para él, acérrimo republicano, la transición española, que
legitima al franquismo al no desmentirlo, que perpetúa el espíritu
surgido de la victoria militar del ́39 al no descabezarlo, es una
farsa patética por cuanto sus cimientos nacen de la podredumbre y
acabamiento ruinoso de un régimen ilegal que frustró una vez más
la entrada en la modernidad del país. Entiende José Bergamín que
los partidos políticos -y muy en especial, los de izquierda- han
pactado sobre el supuesto de la derrota republicana y han legitimado
con su presencia un régimen, el monárquico, que fue legítimamente
destituido por el pueblo español en 1931. La España que él
encuentra a la vuelta de su segundo exilio es todavía esa enorme
tumba que relatara en el soneto Ecce
España
publicado en 1970, el mismo año de su retorno:
lo
que está España es como amortajada
[...]
de
quijotesca en quijotesca empresa
por
tan entera como tan partida
se
sueña libre y se despierta presa.
La
voz disidente, estruendosa e híspida del tábano Bergamín se hace
aún más estruendosa y altisonante a medida que crece a su alrededor
la soledad y la adversidad, y pronto es apartada
del debate concertado de las Españas. Censurado por los mismos
periódicos que, a poco de su llegada, habían acogido favorablemente
unas colaboraciones que constituyeron su modus vivendi, el incómodo,
el irreductible, el afilado José Bergamín es literalmente
desterrado de la corte. En 1976 publica el artículo El
franquismo sin franco,
en el que con su peculiar estilo denuncia el triunfo del ferrolano
después incluso de su muerte, lo que le vale un proceso judicial y
el secuestro de la revista. En 1978 publica el artículo La
confusión reinante,
que pone en cuestión la legalidad de la monarquía, y nuevamente es
denunciado. En consecuencia, meses más tarde Sábado
Gráfico
prescinde de sus artículos. Desde abril de 1978 hasta noviembre de
1980, en que comienza a colaborar en Punto
y hora,
Bergamín es silenciado por la prensa española. En 1979 se presenta
a las elecciones por Izquierda Republicana. En diciembre de 1981,
cuando cuenta con 87 años, defraudado y barrido por los
acontecimientos, convaleciente de una caída, falto de recursos,
ninguneado por la intelectualidad apesebrada o dispuesta a buscar
acomodo en el nuevo régimen, José Bergamín busca refugio en la
serranía onubense, en una deriva que nos recuerda al Benito Arias
Montano que tres siglos antes se viera obligado a abandonar la corte
y retirarse a la aledaña Peña de Alájar. La presencia de Bergamín
en Fuenteheridos es anterior a la fecha señalada por Gonzalo Penalva
en su magnífica biografía, pues ya desde el verano de 1979 pasaba
allí grandes temporadas, de manera que es el paisaje de
Fuenteheridos el que jalona gran parte del libro Esperando
la mano de nieve
y en menor medida de Hora
ultima.
Fuenteheridos
representa para el genial polígrafo una escala más en su agónica
travesía del exilio. El período pasado en la localidad onubense es
especialmente fructífero en lo creativo, pero de profundo
aislamiento en lo personal, lo que acabará por condicionar y nutrir
su última obra, atravesada tanto por la idea de la muerte, cuanto
por su reafirmación republicana.
Como
he afirmado, su radical enfrentamiento con la monarquía borbónica y
sus cada vez más agrias polémicas sobre el papel de la izquierda (y
más en concreto de los partidos socialista y comunista) en una
transición que le suena a pescado podrido, le cierran las puertas de
los medios de comunicación, de manera que sus tesis se irán
acercando a las mantenidas por el entorno radical vasco.
Defenestrada la esperanza por un proyecto de España que pasaría
ineluctablemente por reinstaurar la república, Bergamín encuentra
en la vía abertzale un proyecto que, si bien, deconstruye España,
significa la vuelta al espíritu de Gernika, entendido éste como el
triunfo del pueblo sobre el poder. Lo hace con el sincero y cabal
convencimiento de quien ve en la lucha vasca un ejemplo para una
España a la que considera cautiva de intereses espúreos, de
espaldas a la historia. Será, pues, el radicalismo vasco quien
reclame la presencia del gran escritor y en última instancia el que
venga en su auxilio. Desde Fuenteheridos, envuelto en el silencio que
lo ha acompañado durante estos fructíferos últimos años, el poeta
prepara su viaje.
Fui
peregrino en mi patria
desde
que nací:
y
lo fuí en todos los tiempos
que
en ella viví.
Lo
siego siendo al estarme
ahora
y aquí
peregrino
de una España
que
ya no está en mí.
Y
no quisiera morirme
aquí
y ahora
para
no darle a mis ojos
tierra
española.
de
Hora última
El
esqueleto, con el trajín interior característico de sus huesos, con
la irreductible fortaleza de su pensamiento, abandona España,
atravesándola en canal, para, amante ultrajado, adjurar de ella,
instalándose frente al mar Cantábrico, irreductible también en su
ancestral bramido, el mar de Aldana y Unamuno, aquél que contemplara
en sus paseos veraniegos de juventud al lado de Rosario Arniches o
del catedrático salmantino. Allí, en las aguerridas Vascongadas,
encontrará por fin la paz que la vida no ha sabido o no ha querido
concederle. El pueblo de Euskalerría lo acoge con entusiasmo y
generosidad y será este pueblo el que lo vea morir el 28 de agosto
de 1984, en olor de multitud.
En
el hermosísimo cementerio de Ondarribia reposa su esqueleto y a
nosotros, a todos los españoles, todavía nos falta andar un buen
trecho y cruzar muchos pasos para inquirir en la figura inmensa y
única de un hombre que fue por la vida y por el arte a pecho
descubierto, con la sola defensa de un capote, y que nos ha legado a
todos una de las obras más brillantes y perdurables del siglo que
acaba.
LA
POESÍA BERGAMASCA
Desde
su primera salida forzosa de España, allá en los primeros meses de
1939, hasta su muerte, el Pájaro Pinto, como solía firmar, no
hará otra cosa que peregrinar y revolotear por los cielos trágicos
de nuestra geografía íntima. La vida del escritor madrileño, como
ocurriera a tantos y tantos españoles de un bando y de otro (más de
uno que de otro, qué duda cabe) viene literalmente demediada por la
guerra civil. El exilio, la derrota de sus ideales y de su idea de
España, así como la traición de las potencias democráticas que,
acabada la II guerra mundial, no restituyen la legalidad
institucional rota por Franco, es una losa sicológica demasiado
pesada para la llamada España peregrina, lo que en el caso de
Bergamín viene agravado por su condición de católico, que ha
asistido al papel beligerante y descristianizador de la iglesia
española en la guerra civil, aspecto que no dejará de denunciar
durante sus años exilares. Tras su salida forzosa hacia Francia, en
febrero de 1939, el escritor se convertirá en un peregrino obsesivo
que clama por volver no sólo a España, sino también a su propia
vida rota. El enraizado Bergamín será a partir de entonces un
hombre sin más raíces que la de su esperanza, un hombre desposeído
de su razón y torturado por su indestructible fe religiosa. Sus
sucesivos desencuentros con España vienen a confirmar un papel de
off
sider
que en realidad lo ha perseguido durante toda su vida.
A
contracorriente siempre, José Bergamín comienza a publicar su
poesía cuando ya el resto de compañeros de generación, en su
mayoría poetas, ha dado sus frutos más señeros. Ensayista, crítico
y editor, Bergamín constituye junto con Neruda uno de los ejes
gravitatorios de la generación de 27. Sin su valentía crítica, sin
su olfato editor y sin su presencia miliar, acaso la historia de la
generación se hubiese escrito de una forma bien distinta, pero muy a
pesar de ello el autor madrileño quedará con frecuencia relegado
del papel que le corresponde. Hasta la vehemente redacción de El
otoño y los mirlos,
su creación poética quedará en un segundo plano, por más que en
su labor ensayística y, sobre todo, en sus aforismos, la poesía
queda medularmente presente, como han visto con caridad Nigel Dennis,
el mayor estudioso del escritor, y González Casanova en su
clarificador libro Bergamín
a vista de pájaro.
La poesía bergamasca, escrita básicamente en los últimos años de
su vida, presenta, como es obvio, un autumnal, por más que participe
de ese vitalismo del desengaño tan propio de este poeta siempre
sorprendido y siempre sorprendente. Puede decirse que todos los
libros poéticos de Bergamín recurren a las mismas obsesiones, acaso
acentuadas por sus vicisitudes personales y, cómo no, por la
presencia obsesiva de la muerte. En efecto, desde El
Otoño y los mirlos,
pasando por Apartada
Orilla,
Velado
desvelo,
La
claridad desierta,
las canciones de Canto
rodado,
hasta llegar a Esperando
la mano de nieve
y Hora
última,
la poesía bergamasca presenta una muy acusada coherencia artística,
de manera que en el fondo estamos hablando de un único libro que
comienza con las doradas hojas del otoño, para irse (des)cubriendo
-digo bien- con la desnudez del invierno.
Bergamín,
como Pessoa, con quien guarda no pocas similitudes -en el fondo ambos
quedan atrapados en las fauces de
un post-romanticismo, que trata de rescatar el alma del positivismo
cientifista y materialista de una Ilustración que ya no ilumina el
destino del mundo, en el que ha muerto Dios
(González Casanova, pág. 18, 1995-, decíamos que, como
Pessoa, Bergamín es un obsesivo constructor de paradojas. Ambos
aparecen nimbados de un universo poliédrico en permanente conflicto
y reverberación. Si el lisboeta lo resuelve a través de distintas
voces, de dispares registros y obsesiones, el madrileño, atrapado
por la fascinación del barroco (¿hasta qué punto el personaje
poético de Bergamín no es también una construcción heteronímica,
por cierto no lejana al neoclásico Reis?), lleva el conflicto a
cada uno de sus textos que se convierten en caleidoscopios donde el
pensamiento, siempre en fricción con la palabra, nos ofrece
constantes figuras especulares que se proyectan sobre sí mismas
dando forma y voz a un retablo barroco de las postrimerías. Con
Bergamín asistimos al pensamiento en ebullición (existir
es pensar,
decía en uno de sus más certeros aforismos,
y pensar es comprometerse),
y a la palabra en continuo estado de rebeldía. Ya desde sus primeros
aforemas (el término lo recojo de M. Á. Arcas) publicados en El
cohete y la estrella,
Bergamín sucumbe a las garras de la perplejidad y de la duda como
referente mental, siendo así que su producción desde entonces se
sitúa continua y deliberadamente en las fronteras (infernales) del
decir, en una especie de abstracción conceptual que no ignora a
Mallarmé ni a los escritores radicados en el absurdo. Sus aparentes
deconstrucciones ideísticas, su vehemencia lúcida -y lúdica-, su
fulgurante relación con el lenguaje, esa propensión tan suya a
sacar de sus casillas al concepto o al lugar común, que a veces se
queda patas arriba, contorsionándose, nos ofrecen el retablo vivo de
un orfebre radicado en la rebeldía y la esperanza.
Bergamín
se construye a sí mismo como un escritor deliberada,
reiterativamente barroco. La muerte, el sueño, los aspectos
trascendentales de la existencia o el dolor por el destino aciago y
pervertido de la patria, son algunos de sus temas más recurrentes
tanto en su vasta obra prosística, como en su producción lírica,
unido todo ello a su sólida concepción estructural del texto -poema
o prosa-, que apoyada tanto en el uso especular de la idea, cuanto en
sus elementos más formales, como el asiduo empleo de una figuración
dualista, desde la paradoja, el oximoron, sin olvidar los elementos
alegóricos y simbólicos muy en la tradición del Siglo de Oro, nos
llevan a afirmar que Bergamín es un autor barroco transplantado
-transterrado- al siglo XX, aspecto este que viene a convertirlo a
ojos de la crítica contemporánea en una especie de pensador y poeta
intemporal, desarraigado, enajenado, que, paradógicamente, siempre
se presentó como un entrañado en el paisaje histórico que le tocó
vivir:
No es
posible hallar en un poeta español contemporáneo -escribe
González Casanova, pág, 197. 1996- resurrección
más viva y actual, eternización histórica más convincente, de la
poesía clásica. Cuando Bergamín versifica a la manera de Lope,
Góngora, Quevedo o Calderón; cuando retoma músicas de San Juan de
la Cruz, o de fray Luis, la identificación con ellos es tan exacta
en lenguaje, fórmulas poéticas, ritmo y pensamiento, que el tiempo
se borra sin que el pasado retorne, pues la poesía bergaminiana no
imita ni recuerda, sino que crea desde la memoria un nuevo presente
-un es- de lo que simplemente fue.
Podríamos
interpretar el horror al silencio que advertimos en la obra
bergamasca como el eje gravitatorio que la sostiene y ramifica, un
horror que, al margen de las formas, dan a Bergamín carta de rabiosa
modernidad, si bien este horror al silencio, se resuelve en no pocos
fragmentos de su obra como fatal atracción, de forma análoga a lo
ocurrido en ese otro peregrino que fue Rilke. En Bergamín, como
acaso en ningún otro escritor de nuestra lengua, los polos se
atraen, se necesitan, son parte misma de un inestable equilibrio. Su
poesía parece forjada en esa piedra de amolar tan bergamasca que es
el aforismo, acaso uno de los géneros más entrañados en el
presente siglo y a los que Nietzsche, Cioran o el propio
Bergamín han dado lustre. La respiración bergamasca es aforística
y uno al leer su poesía, su teatro o sus ensayos, no deja de pensar
que en el fondo Bergamín transgrede y anula los géneros partiendo
del aforismo, ese regate en corto tan suyo, que semeja un temblor,
una palpitación de cohete y estrella...
El
silencio sospechoso y acérrimo que tras su muerte se ha cebado con
la figura tan desmesurada como musarañera de José Bergamín, esta
larga peregrinación por el olvido, mucho le debe a su rebeldía
íntima y a la mala conciencia de una intelectualidad española que,
ante el vértigo de la historia, prefirió el beneficio cierto aunque
mentiroso de la ecuanimidad al peso no menos cierto y gravoso de la
disidencia. En un siglo prestigiado y vampirizado por las
vanguardias, lo que, tanto en literatura como en pensamiento, se
traduce grosso modo en la ruptura del discurso e incluso en el debate
sobre su propia necesidad, sin olvidar la casi absoluta sacralización
de la actualidad como valor artístico, una voz tan extemporánea
como la de Bergamín, asentada en odres barrocos y noveitayochistas,
que sanciona como buen off
sider
una tradición figurativa y enunciativa, decididamente arisca a las
modas, no es muy entendida por una crítica, ceñida al pie de la
letra que dijera nuestro autor, demasiado constreñida por aspectos
formales y teorías generacionistas, una crítica que, para colmo de
males, no sabe digerir el hecho de que la madurez poética de esta
figura que por edad, obra y presencia está vinculada a la segunda
república, explote líricamente en plena senectud, ese momento
tragicómico en el que tanto la crítica oficial como las distintas
municipalidades sacan sus mejores lozas y manteles para brindar a la
salud de sus cadáveres.
ESPERANDO
LA MANO DE NIEVE
Esperando... 1 edición, Turner, 1982 |
He
apuntado que conocí la hospitalidad de Teresa y José Bergamín a
partir del verano del 80. Mucho antes, camino de la huerta que mis
padres cultivaban apenas un poco más allá, me había ido
familiarizando con aquel anciano esquelético y altísimo, de piel
casi translúcida, detalle este que ya destacara el mismísimo Juan
Ramón en el prólogo al primer libro bergamasco: El
cohete y la estrella.
En su figura, del todo anónima para mí, se imponía una inequívoca
dignidad fantasmal, ese raro prestigio del que gozan los seres
fronterizos, que parecen transitar con desparpajo entre la vida y la
muerte. En
los últimos años de su vida
-refiere Felipe Benítez Reyes en su libro Bazar
de ingenios,
Granada 1991-, parecía
José Bergamín un esqueleto vestido de paisano, un fantasma con
aires de ingravidez cansada que en cualquier momento podía dar una
pirueta mortal en el aire y desvanecerse, dejando como rastro, a lo
sumo, un montón de huesos transparentes y brillantes, como cristales
rotos.
Tan desconcertada fragilidad corporal contrastaba en aquel anciano
desconocido y venerable, con una mirada aguda y chispeante, afable,
que a fuer de parecer enajenada de todo, todo lo hacía suyo, todo lo
entrañaba, todo lo volteaba y desnudaba. Su propio caminar, a la vez
delicado y aparatoso, era ya el caminar de quien sintiéndose
sinceramente desconcertado por el mundo, aún debía acabar de
negociar los últimos flecos con la muerte. Los estruendosos jóvenes
que por entonces frecuentábamos la segunda planta de La Venta, no
podíamos sospechar que la estancia de los Bergamín en Fuenteheridos
estuviera presidida por la penuria y por el desencuentro con una
España que había defraudado todas las expectativas de un hombre
singular que vendría a suponer para nosotros el descubrimiento más
mítico que físico, no sólo de la Generación del 27, sino también,
dada la significación de Bergamín como eminente glosador de la
mejor tradición lírica española, de uno de los escritores más
emblemáticos de un siglo que se decantaba, como el propio personaje,
hacia sus postrimerías.
Edición de Esperando la mano de nieve, Huebra, 2006 |
El
paisaje sereno de La Venta, aparece más que en las delgadas y cuasi
abstractas descripciones que no son muy diferentes, por poner un
ejemplo, a las contempladas en El
otoño y los mirlos,
en la atmósfera interior que preside Esperando...
La serenidad convulsa que atraviesa este libro, así como su sentido
musarañero parece encontrar el referente en ese paisaje arrebatado y
cordial, humilde y sonoro de nuestras huertas. Cansado de una vida en
continua peregrinación y sin más asidero que el propio pensamiento,
Bergamín se instala a Fuenteheridos con la intención de
quedarse y esperar paciente, rigurosamente la muerte, mientras trata
de cerrar el círculo magmático de su producción. Buscaba, como le
oí referir en alguna ocasión, un trozo de tierra que considerar su
tierra, un humilde lugar donde pudiera entrañarse y morir en paz, y
creo que al visitar por primera vez a su hija Teresa en La Venta,
pensó que allí estaba el fin de tan larga peregrinación. Expulsado
del templete matritense por los mercachifles de la transición, el
autor De
una España peregrina
se encuentra en Fuenteheridos con que no le queda otra cosa que
ensimismarse, pensarse a sí mismo, inventariarse. Bergamín nos
aparece como un guerrero imperturbable que en mitad del páramo hace
balance de su vida y pone a prueba, y esta vez no caben juegos ni
afeites, su esperanza, uno de los aspectos relevantes en su dilatada
obra. El resultado de todo ello es ese libro espléndido y
extemporáneo titulado Esperando
la mano de nieve,
redactado casi en su totalidad en Fuenteheridos, y considerada como
una de las obras paradigmáticas de este miembro discutidor e
indiscutible de la generación de la república. Concebido como
su testamento lírico, Esperando...
se percibe también como una suerte de relectura dialogada con la
tradición elegíaca castellana. Lope, Calderón, Aldana, Cervantes,
López de Andrada, Manrique, Lorca, Barrés, Unamuno o Bécquer (de
uno de cuyos más venerables versos, toma el título), que junto a
los omnipresentes maestros Dante, Shakespeare u Homero, jalonan este
libro testamentario que es, resueltamente, un coloquio unívoco y
plural acerca de la muerte. Las frecuentes citas a los
mencionados autores no son nunca baladíes, pues en ellos, como en
Garcilaso, Pascal, Nietzsche, de la Serna, Gide, Bernanos o
Malraux, sin olvidar la riquísima tradición oral andaluza
manifestada en el cante jondo, cifra Bergamín su territorio y su
tradición, huyendo notoriamente de las corrientes estéticas
contemporáneas y enrocándose en un lenguaje conscientemente
analfabeto,
donde encardinar todo el horror al vacío que en el fondo tratan de
velar las vehementes paradojas que vertebran el libro. Por sus
páginas pasa, como las figuras dolorosas y erráticas de la Semana
Santa, la mejor tradición lírica y el pensamiento español al
completo. Tanto en la potencia irreductible de su aliento, cuanto en
la atmósfera expresiva, Bergamín tutea a la tradición,
solapándola, ilustrándola, reflejándose, entrañándose en ella
como el agua en el agua. Despidiéndose, en suma. No es gratuito
advertir cómo ultrajado y vejado por sus contemporáneos, exilado de
la contemporaneidad, el viejo pensador, el derrotado caminante,
vuelve su mirada a los clásicos, a los que él considera mucho más
vivos que los vivos. Tan es así, que a veces tenemos la impresión
de que, como la figura del fantasma tan querida y recurrente para él,
atraviesa y reescribe la tradición con sus propias voces,
convirtiéndose así en un eco, en una especie de estrella errática
cuya luz podemos contemplar todavía, pero cuya vida hace tiempo que
expiró. Como fantasma que es, hace tiempo que está del lado de los
muertos (o del sueño) y de ellos adopta su retórica y su
fantasmagoría. Es un hecho que Bergamín se muestra más cercano a
Segismundo, entreverado de realidad y sueño, exilado en su castillo
interior, que a sus estrictos contemporáneos. Y es que uno tiende a
pensar que Bergamín es un epígono, un escritor enmascarado, que
combate desde sus frecuentes paradojas, silogismos y trabalenguas, el
silencio enunciado por Mallarmé, en un intento de burlarlo, de
envolverlo en una vasta red combinatoria no muy distante en el fondo
de las series cirlotianas.
Perdida
la esperanza de la historia, que ha preferido prescindir de su
pensamiento, el Pájaro Pinto se dispondrá a esperar la muerte en
este Fuenteheridos, de nombre inquietante y paradójico y al que
Bergamín atribuía cierto ascendente lorquiano. En Fuenteheridos
espera lo
suyo
con el capote recogido como señala en La
música callada del toreo,
ese libro que de alguna manera anticipa y glosa Esperando...
y que tanto nos deslumbra por su conceptismo cuanto por su inimitable
ingenio, donde aparece una y otra vez esa voz en off
de la muerte que resuena como una campana nocturna y atenuada en la
vastedad del campo; la muerte será el paisaje de fondo de ambos
libros, en los que no se rehuye ni la fatalidad ni el misticismo, en
una escritura apasionada y apasionante. El toreo es para Bergamín un
arte que se expresa y se define en la muerte pero que, y aquí radica
su originalidad, en cierto modo la invalida con el latido volandero
de inmortalidad, que es instantánea percepción de lo absoluto, el
tan recurrente para Bergamín cristal
del tiempo
tomado de Calderón. El verdadero hombre, el verdadero mediador ante
Dios, es aquél capaz no sólo de pensar el sentimiento sino de
sentir el pensamiento, de acuerdo con Unamuno y, en cierto sentido,
con Pessoa. Esperando
la mano de nieve,
pues, se concibe como un testamento emocionado de quien al intuir con
menos temor que temblor el final (él, que cifraba la poesía en el
arte de temblar, en la palpitación de estrella tan recurrente en su
obra), planta su tienda frente a él y lo mira a los ojos con
una interrogación emocionada. Si en la
música callada, en
la soledad sonora
de que nos hablara el místico, se cifra su teoría de la refutación
de la muerte, será en esa refutación donde un Bergamín que se sabe
acorralado, trata desesperadamente de asirse. A través de las
páginas de Esperando
la mano de nieve se
entrevé un paisaje sereno y humano, demasiado humano, con pequeños
pero relevantes detalles plásticos que parecen revelar otros tantos
signos de la contingencia.
Durante
las largas temporadas que Bergamín pasa en Fuenteheridos, y
pese a lo avanzado de su edad, el escritor se aplica al trabajo
denodada, vehementemente, acuciado sin duda por todos los fantasmas
interiores e iluminado por esa serenidad interior que se respira en
la obra que aquí realiza. No sólo traza en Fuenteheridos el libro
que hemos mencionado, sino también una parte muy significativa de su
Música
callada del toreo,
dedicado a Paula, y el cuaderno Como
una asombra sin fuego,
que reproducimos íntegro, y el comienzo de su ya póstuma Hora
última,
obra que en realidad viene a constituir una addenda
a Esperando...,
aunque en ella aparece mucho más evidente un dolor y una
desesperación que en cierto modo se emparentan con el dolor y la
desesperación cernudianas.
COMO
UNA SOMBRA SIN FUEGO
Como
acabamos de recordar, de su estancia en Fuenteheridos son también
los 6 poemas autógrafos que dan título al cuaderno Como
una sombra sin fuego
(Col. Pliegos de Mineral, Riotinto, Huelva), no recogidos por Turner
en los sucesivos tomos de su poesía completa y, en general,
desconocidos por la crítica, a pesar de su incuestionable calidad.
Firmados el día del Corpus de 1981, tras una memorable faena de
Paula en la Maestranza sevillana, los poemas que recoge este notable
cuadernillo, editado por el poeta onubense Juan Delgado, no difieren
ni formal ni conceptualmente de la serie Esperando...
Son, de hecho, poemas de despedida, de balance, de una cierta
melancolía en los que están presentes, miniatura al fin, todos y
cada uno de los aspectos que entretienen, enmascaran y alientan al
último Bergamín, de tal modo que acaso bastaría este pequeño
cuadernillo para considerar a Bergamín como uno de los poetas más
imprescindibles e intemporales de la poesía castellana.
Manuel
Moya
Fuenteheridos,
septiembre de 2005
BIBLIOGRAFÍA.
Constatamos
sólo los libros de poesía, así como los principales estudios
acerca de la obra de Bergamín.
☞ Rimas
y sonetos rezagados.
Santiago de Chile; Madrid: Cruz del Sur, 1962. (Renuevos de Cruz y
Raya, 67). Este libro junto a El
otoño y los mirlos,
ocupa el Volumen I de Poesía de José Bergamín. Turner, Madrid,
1996. ed. ampliada y corregida, Madrid Turner 1988.
☞ Duendecitos
y coplas.
Santiago de Chile; Madrid: Cruz del Sur 1963. (Renuevos de Cruz y
Raya; 11-12).
☞ La
claridad desierta.
Madrid, Turner, 1983. Este libro pasará a ser el II volumen, de
Poesía de José Bergamín, Madrid, Turner, 1996.
☞ Del
otoño y los mirlos;
con fotografías de Lucía Serredi y viñeta de Ramón Gaya.
Barcelona, RM, 1975. Vid. Rimas
y sonetos...
☞ Apartada
orilla:
(1971-1972), Madrid, Turner, 1976. Vol. III de Poesía de José
Bergamín, Madrid, Turner, 1996.
☞ Velado
desvelo
(1973-1977), Madrid, Turner, 1978. Vol. IV de Poesía de José
Bergamín, Madrid, Turner, 1996. 1983
☞ Esperando
la mano de nieve
(1978-1981), Madrid, Turner, 1985. Vol. V de Poesía de José
Bergamín, Madrid, Turner, 1985.
☞ Canto
rodado.
Madrid, Turner, 1984. Vol. VI de Poesía de José Bergamín, Madrid,
Turner, 1984.
☞ Hora
última.
Madrid, Turner, 1984. Vol. VII de Poesía de José Bergamín, Madrid,
Turner, 1984.
☞ Por
debajo del sueño
(antología poética). Málaga, Litoral, 1979.
☞ Poesías
casi completas.
Con prólogo de María Zambrano, Madrid, 1982.
☞ José
Bergamín para niños.
Ed. de María Pilar Lorenzo, ilust. de Héctor Carrión. Madrid,
Ediciones de la Torre, 1989.
☞ Antología
poética.
Ed. de Diego Martínez Torrón. Madrid, Castalia, 1997.
Acerca
de José Bergamín
DENNIS,
Nigel:
-El
aposento en el aire, introducción a la poesía de José Bergamín.
Valencia, Pre-Textos, 1983.
-José
Bergamín, ilustración y defensa de la frivolidad
-Perfume
and poison: a study of the relationship between José Bergamín and
Juan Ramón Jiménez.
Kassel, Reichenberger, cop. 1985.
-En
torno a la poesía de José Bergamín.
Ed. Nigel Dennis. Lleida, Uuniversitat, 1995.
GONZÁLEZ
CASANOVA, José Antonio.
-Bergamín
a vista de pájaro.
Madrid : Turner, 1995.
GRILLO,
Rosa María,
-Exiliado
de sí mismo: Bergamín en Uruguay, 1947-1954.
Lleida, Universitat, 1999.
MARTÍNEZ
TORRÓN, Diego.
-El
sueño de José Bergamín.
Sevilla, Alfar, 1997.
MARTINEZ,
Rogelio.
-Bergamín
en Uruguay
(Ed. de autor, Montevideo, 2004.
PENALVA
CANDELA, Gonzalo.
-Tras
las huellas de un fantasma: aproximación a la vida y obra de José
Bergamín.
Madrid, Turner, 1985.
-Homejnaje
a José Bergamín.
Ed. de Gonzalo Penalva Candela. Madrid, Comunidad, Consejería de
Educación y Cultura, 1997.
SANTONJA,
Gonzalo.
-Al
otro lado del mar, Bergamín y la Editorial Séneca: (México,
1939-1949).
Barcelona, Galaxia Gutenberg, 1997.
SANZ
BARAJAS, Jorge.
José
Bergamín: la paradoja en revolución (1921-1943).
Madrid, Libertarias-Prodhufi, 1998.
El
presente prólogo parte de una reelaboración de un artículo
homónimo publicado en El fantasma y el esqueleto, Arteleku / Univ.
del País vasco, coordinado por Pedro G. Romero, Alava, 2000.
En
este capítulo seguimos la excelente biografía bergamasca de
Gonzalo Penalva, titulada
Tras las huellas de un fantasma, aproximación a la vida y obra de
José Bergamín
(Madrid, Turner, 1985)
En
este sentido conviene apuntar que Bergamín -el gran compilador de
títulos- no se sentía cómodo con el marchamo del 27 y se postuló
siempre por la generación de la república, o del 31. Sea como
fuere el madrileño se habría de convertir en su más ferviente y
valioso fiador crítico y editorial.
COMO
UNA SOMBRA
SIN
FUEGO1
(Seis
Poemas autógrafos)
A
Pepe Gil,
en
Sevilla, día del Corpus de 1981
Como
una
playa sonora
se
pierde la voz del mar
sin
eco que la responda,
mi
voz se pierde sin eco
en
la íntima lejanía
luminosa
del recuerdo.
*
Mi
voz se busca en sí misma
y
no se encuentra en el eco
de
otra voz que no es la mía.
Otra
voz que apenas siento
apagarse
en la penumbra
de
un rescoldo ceniciento.
En
el corazón del tiempo
se
va apagando mi voz
como
una sombra sin fuego.
*
El
que fue esqueleto en mí
se
fue volviendo fantasma.
Y
el fantasma fue volviéndose
humo,
sombra, sueño... y nada.
*
‘Peregrinas
andanzas
CERVANTES
Me
han enterrado en mi tierra,
en
esta tierra de España,
bajo
cielos enemigos
tierra
maldita y extraña.
De
tanto peregrinar
sus
peregrinas andanzas,
soy
peregrino en mi tierra
y
en ella pierdo mi alma.
*
Y
andar, andar
G.
A. BÉCQUER
Anduve
tantos caminos,
me
perdí en tantas andanzas,
que
ahora que ando buscando
no
hay camino que me valga.
De
tanto andar, siempre andar,
mis
pasos no dejan huellas;
y
sigo andando y andando
sin
parar, campo traviesa.
*
Cayó
de su altivez mi pensamiento
como
torre del tiempo derribada.
Oí
en mi corazón temblar el viento.
Miré
a mi al(r)rededor y no vi nada.
Estos
seis poemas autógrafos fueron publicados en Minas de Riotinto
(Huelva) el 14 de abril, día de la república, de 1983, en el nº 3
de la colección Pliegos
de Mineral,
siendo su director Juan Delgado López.
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