OLHAO, 3 DE OCTUBRE DE 2015
CANTO A EUROPA
a
Fernando Cabrita
¿De verdad queréis que cante a ésta ramera a la que llamáis Europa,
la que ha sembrado
una y mil veces sus campos de cadáveres
y luego, cuando aún
no se habían acabado de pudrir esos cadáveres,
ha hecho subir al
púlpito a un tipo bajo una peluca de estiércol y de brea,
para que desde allí
diera lecciones al mundo y hablara de historia, bla-bla-bla-blá,
de filosofía,
bla-bla-bla-blá y hasta de poesía, bla-bla-bla-blá
pisoteando y
adormeciendo una vez más a los vencidos,
es decir, a los
muertos, a los miles de muertos que estercolan su nombre
de ramera barata, de
puta vieja y bastarda? ¿Es que aún podéis cantar a esta fulana?
¿Os queda sangre en
las venas? ¿Tenéis las rodillas y el cerebro en vuestro sitio?
¿De verdad queréis
cantar a Europa, queréis que os meta por los huesos
y sin rubor alguno
la novena de Beethoven o un epigrama de Arquíloco?
No me pidáis, por
lo que más queráis, que cante a esa desgraciada, a esa hiena
que inventó los
ghettos y los muros, que incendió Beziers, Constantinopla y Roma,
que dejó Varsovia o
Praga sin un mísero judío y mil veces asoló Polonia.
Conozco sus
melindres, he visitado sus castillos, sus campos de exterminio,
sus trincheras
abatidas por las zarzas,
he avistado cruces
que se retorcían en sí mismas como venenosas serpientes
que subieran a los
riscos y gasearan con sus lenguas a los pájaros del mundo.
¿Esa es la Europa
que hoy queréis que cante? Mirad: por cada catedral dorada,
por cada vitral
magnífico, por cada cúpula de Brunelleschi,
cientos de cabezas
fueron hincadas en las plazas y cientos de vientres despedazados en
las Ardenas,
por cada mujer
asomada a una sencilla ventana en Delft,
ciel mil Guernicas
obturan el llanto y la rabia de las generaciones.
¿Recordáis sin
rubor el nombre de Bruno?:
hay en Roma una
plaza donde aún se recuerda el exacto lugar de su martirio.
¿Visteis a Nietzche
o a Baudelaire descender hasta donde sólo se hallaba la locura,
sabéis dónde acabó
Quevedo o quiénes despidieron a Mozart?
Aun así,
¿pretendéis que cante, si cuando al abrir la ventana
en vez de hombres y
mujeres libres, lo que sigo viendo
son hombres
enganchados a las alambradas, sangrando por los ojos y por el recto,
hombres flotando en
el mar, mientras tipos con cirios o con coloridas pegatinas,
tipos que se untan
con desodorante y escancian vinos que no saben apreciar,
se reúnen para
cantar a la Europa bendecida por la historia (¿por qué historia,
imbéciles,
decidme, por qué
historia?), ¿acaso la de los Campos Elíseos, donde tantos han
desfilado
con banderas
espúreas y cobardes, la de los reyes sentados en sus tronos de pan
de oro,
la Europa de la
imprenta, la de Hamlet sosteniendo la calavera,
la del Quijano
liberando a los galeotes?..., pero yo os digo que hay otra Europa,
la Europa de la
cárcel de Reading, la del Partenon bombardeado,
la Europa de
Svrenika, de Vocin, de la plaza de toros de Badajoz,
la del fuerte de
Caxias, la Europa de Cracovia, la del destierro de Dante
la Europa de la
carretera de Málaga a Almería, la del invierno de Stalingrado
o de las heladas
cunetas pirenaicas.
¿De qué Europa
estamos hablando? ¿Os dice algo Celan, Lorca,
Coventry, Sarajevo,
Dresde, Dachau, Treblinka, Walter Benjamin o Ajmátova,
será necesario que
os recuerde quiénes esclavizaron África, de qué puertos salieron
los esclavos,
quiénes diezmaron
América del Norte y del Sur con sus enfermedades y su ruindad
y sus endiabladas
cruces, con sus alabardas y sus winchesters,
por qué horror
hubieron de pasar hasta mañana mismo
los gitanos o los
disidentes o los pobres de todas las Europas?
No me hagáis cantar
porque no quiero cantar a esta matrona
que incendia los
pinares, que mata sus océanos y arranca el oro de las dentaduras
a quienes ya están
muertos y luego escupe sobre las tumbas heladas
y anónimas de los
bosques alsacianos.
No quiero cantar a
Europa. No, no quiero cantar a esa ramera
que mañana mismo,
en cuanto se olvide de sí misma,
volverá a blandir
su sacrosanta espada para decapitarnos vivos otra vez,
mil, diez mil, un
millón de veces.
Que la zurzan, que
la borre de sus anales la historia,
que la próxima
glaciación la sumerja y, como la Atlántida, sea motivo
para poetas
desquiciados como yo que buscan la gloria en el estiércol,
única cosa de la
que, con razón, puede jactarse Europa.
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