RILKE, PRIMERA ELEGÍA A DUINO

Así como el año pasado iniciamos en este blog una especie de antología del cuento, queremos comenzar en éste dando paso a una antología poética con algunos de los  poemas y poetas que más me han impresionado, escritos en todas las lenguas.


Comenzamos con esta primera Elegía de Duino, del poeta checo Rainer María Rilke (Praga 1875-1926 Valmont, Suiza). Rilke,viajero y desosegado empedernido, nació en Praga y como Kafka se educó en la lengua alemana y en el inestable imperio austro-húngaro. Fue un tipo inestable, acaso debido a una infancia difícil y a unos padres problemáticos y en cierto sentido decadentes, a quienes debió odiar de por vida. Se educó en Viena y en Munich, donde conoció a Lou Andreas-Salomé (angustioso y frustrado amor nietzscheano), y con quien viajó por vez primera a Rusia, de donde ella era originaria, mientras trabajaba en el Libro de las horas. Esta inteligentísima mujer fue importante en la sensibilidad rilkeana. Su pilar. Tras su ruptura siguió viajando por el continente: Italia, Francia, España, Rusia... En 1900 y en Bremen conoció a Clara Westhoff, con quien contrajo matrimonio y tuvo una hija, pero el matrimonio y la estabilidad -cualquier tipo de estabilidad- no era lo suyo y pronto marchó a París donde conoció a Rodin y a Cezanne, que le abrieron nuevos horizontes estéticos. Tras muchos viajes y no pocas crisis existenciales, provocadas tal vez por las incertidumbres personales y políticas de la época, escribió Los sonetos a Orfeo y Las elegías de Duino, acaso sus grandes obras y dos de los libros de poesía más notables de todo el siglo XX. Falleció en la localidad suiza de Valmont en 1926. Su nombre es sin duda el de uno de los grandes poetas del siglo XX, aquéllos que han engrandecido la poesía.
Al margen de la lírica escribió una novela de corte autobiográfico, Los cuadernos de Malte Laurids Brigge y Carta a un joven poeta, que todo principiante en el mundo de los versos debiera no sólo leer sino grabarse a sangre y fuego antes de dar el primer paso.

 
Primera elegía de Duino

Rainer Maria Rilke
Versión: Manuel Moya

“¿Quién me oiría desde los coros celestiales, si me pusiera a gritar?
Y aun creyendo que de pronto alguno
me acogiera en su corazón, acaso desaparecería
ante su más poderosa existencia. Puesto que lo hermoso
no es más que el comienzo de lo terrible, eso que aún logramos soportar;
y tanto lo admiramos pues, sereno, se niega a destruirnos.
Todo ángel es terrible.
… Y me contengo así, atajando la seductora llamada
del oscuro sollozo. Ay, ¿a quién entonces podríamos
recurrir? No a los ángeles, ni a los seres humanos,
pues hasta los astutos animales advierten ya
que no estamos muy seguros y cómodos
en casa, ese mundo interpretado. Acaso todavía nos quede
un árbol en la loma al que poder contemplar
cada mañana; nos queda la calle de ayer
y la desganada lealtad a una costumbre
que se avino a nosotros y así se estuvo y nunca se marchó.
- Oh, y la noche, claro, la noche, cuando el viento colmado de cósmico espacio
devora nuestra cara; ¿a quién no le queda siquiera ella, la querida,
la que con tanta suavidad nos desengaña y con dolor aguarda nuestro solitario corazón?
¿Es más llevadera la noche para los amantes?
Ay, sólo ellos consiguen ocultarse a sí mismos su destino.
- ¿Es que no lo sabes todavía? Arroja con todas tus fuerzas el vacío
hacia el espacio que respiramos, de modo que hasta los pájaros
en un vuelo más íntimo sientan el aire ensanchado.

-Sí, tal vez la primavera te necesitara.
Algunas estrellas te exigían que las tuvieras presentes.
Hace tiempo que, yendo hacia ti, se alzaba una ola
o se entregaba un violín mientras pasabas bajo la ventana abierta.
Todo eso era misión.
¿Pero pudiste cumplirla? ¿No seguías
distraído ante el futuro como si todo
te anunciara un nuevo amor? (¿Dónde querrías alojarla,
cuando tan grandes y extraños son los pensamientos
que entran y salen de ti y suelen quedarse por la noche?) Pero,
aun cuando te agobie la nostalgia, nunca dejes de cantar a los amantes;
queda mucho todavía para que su sentimiento alumbre lo inmortal.
Y a esas, a las abandonados a quienes envidias, pues te parecieron
más capaces de dar amor que las satisfechas.
Comienza la alabanza inalcanzable una y otra vez;
piensa: es el héroe quien permanece y hasta su propio ocaso
no ha sido para él sino un pretexto para ser: su nacimiento último.
Pero la naturaleza, cansada, hace retornar a su seno a los amantes
como si ya no le asistieran las fuerzas
para volver a repetir la tarea. ¿Has pensado lo suficiente
en Gaspara Stampa, para que alguna de las muchachas
abandonadas por sus amantes sienta ante su alto ejemplo
que acaso podría ser igual a ella?
¿No deberían darnos frutos al fin estos viejos dolores?
¿No es hora de liberarnos, al amar, del amado
y de resistir en el estremecimiento, como la flecha resiste ante la tensión del arco,
para ser, concentrada en el tiro, aún más ella misma?
Y es que el permanecer no está en parte alguna.

-Voces, voces. Escucha, corazón mío,
como sólo escucharon los santos, de modo que la gran llamada
los hacía levitar; mas ellos, los imposibles,
continuaban arrodillados, enajenados,
mientras trataban de escuchar. No es que puedas soportar
la voz de Dios, eso no, pero al menos escucha el soplo,
el eterno mensaje que se alza del silencio
que ahora quizás venga a susurrarte desde los jóvenes difuntos.
Donde sea que hayas entrado, tanto en las iglesias de Nápoles o Roma
¿es que no sentiste el susurro de su destino?,
¿o es que no se te impuso, una sublime inscripción en la piedra,
como hace poco en esa lápida de Santa María Formosa?
¿Qué quieren de mí? En voz baja debo deshacer
la apariencia de injusticia que tanto acorta
el puro vibrar de sus espíritus.

-Se hace extraño no habitar aún más la tierra,
no seguir con las costumbres hace poco aprendidas,
no ofrecer el significado de lo humano a las rosas
y a tantas otras cosas cuajadas de promesas;
no seguir en lo que uno ha sido
en unas interminables manos angustiadas
o abandonar el propio nombre
como un juguete roto.
Extraño es ya no seguir deseando los deseos,
ver cómo vibra en el espacio todo cuanto antes estuvo atado.
Es duro el estar muerto, tan lleno de retornos
pues sólo al cabo del tiempo se percibe algo de esa tal eternidad.
Pero los vivos yerran al querer dilucidar tan tajantemente.
De los ángeles se dice que no siempre saben
si andan entre vivos o muertos.
Por ambas regiones el eterno fluir
sigue arrastrando en sí mismas a todas las edades, y a todas las sojuzga.
Al final los que primero marcharon, ya no nos necesitan;
casi sin percibirlo cada cual se desata de lo terrenal,
del mismo modo que uno se libera con ternura
de los pechos maternos. Pero nosotros,
que necesitamos de tan grandes misterios, de los que, con duelo,
surge una prosperidad bienaventurada:
¿es que podríamos vivir sin ellos? ¿Es que ya no revivimos el mito
de que en la antigüedad, durante el lamento fúnebre por Linos, la primera y temeraria música
rompiera el árido estupor; y que en aquel amedrentado espacio
gracias al cual el joven semidiós logró escapar para siempre,
entró el propio vacío creando aquella vibración
que sigue arrebatándonos, y consolándonos y ayudándonos?”





 


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