CLAUDIO RODRÍGUEZ
DON DE LA EBRIEDAD
Confieso que Claudio Rodríguez (Zamora 1934-1999 Madrid) es uno de mis poetas favoritos. Nació en la castellana Zamora, donde tanto sopla el viento y curte el sol. La muerte de su padre, siendo casi niño, hizo que Claudio tuviera que hacerse cargo de los asuntos familiares y entrar en un mundo de labriegos y de caminos polvorientos. Ese es justamente el germen de su primer y deslumbrante primer libro, Don de ebriedad (1953) escrito con el compás de los caminos y con la ebriedad del sol por bandera. Claudio fue siempre un hombre solitario y apacible, desterrado de su terruño pero fundido a él. Bebió lo suyo (como casi todos los integrantes dela generación del 50 a la cual lidera, con permiso de Brines, Hierro, Valente, Mª Vª Atencia, Rafael Guillén o Gil de Biedma), escribió poco y magnífico y su obra refleja un conocimiento exhaustivo del hombre y sus miserias, si bien se interesa más por la luz inmanente del hombre, por su afán, que diría él.
Un apunte personal. El día después de su muerte pasé por Zamora. Casi todas las tiendas de la calle principal lucían crespones negros.
Don de la ebriedad, Madrid, Adonáis, 1953. (Premio Adonáis)
Conjuros, Torrelavega, Ed. Cantalpiedra, 1958.
Alianza y condena, Madrid, Revista de Occidente, 1965. (Premio de la Crítica)
El vuelo de la celebración, Madrid, Visor, 1976.
Casi una leyenda, Barcelona, Tusquets, 1991.
Aventura, (edición facsimil), Salamanca, Tropismos, 2005.
Existen numerosas antologías sobre su obra
I
Don de la ebriedad
Siempre la claridad viene del cielo;
es un don: no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.
Así amanece el día; así la noche
cierra el gran aposento de sus sombras.
Y esto es un don. ¿Quién hace menos creados
cada vez a los seres? ¿Qué alta bóveda
los contiene en su amor? ¡Si ya nos llega
y es pronto aún, ya llega a la redonda
a la manera de los vuelos tuyos
y se cierne, y se aleja y, aún remota,
nada hay tan claro como sus impulsos!
Oh, claridad sedienta de una forma,
de una materia para deslumbrarla
quemándose a sí misma al cumplir su obra.
Como yo, como todo lo que espera.
Si tú la luz te la has llevado toda,
¿cómo voy a esperar nada del alba?
Y, sin embargo -esto es un don-, mi boca
espera, y mi alma espera, y tú me esperas,
ebria persecución, claridad sola
mortal como el abrazo de las hoces,
pero abrazo hasta el fin que nunca afloja.
DON DE LA EBRIEDAD
Confieso que Claudio Rodríguez (Zamora 1934-1999 Madrid) es uno de mis poetas favoritos. Nació en la castellana Zamora, donde tanto sopla el viento y curte el sol. La muerte de su padre, siendo casi niño, hizo que Claudio tuviera que hacerse cargo de los asuntos familiares y entrar en un mundo de labriegos y de caminos polvorientos. Ese es justamente el germen de su primer y deslumbrante primer libro, Don de ebriedad (1953) escrito con el compás de los caminos y con la ebriedad del sol por bandera. Claudio fue siempre un hombre solitario y apacible, desterrado de su terruño pero fundido a él. Bebió lo suyo (como casi todos los integrantes dela generación del 50 a la cual lidera, con permiso de Brines, Hierro, Valente, Mª Vª Atencia, Rafael Guillén o Gil de Biedma), escribió poco y magnífico y su obra refleja un conocimiento exhaustivo del hombre y sus miserias, si bien se interesa más por la luz inmanente del hombre, por su afán, que diría él.
Un apunte personal. El día después de su muerte pasé por Zamora. Casi todas las tiendas de la calle principal lucían crespones negros.
Don de la ebriedad, Madrid, Adonáis, 1953. (Premio Adonáis)
Conjuros, Torrelavega, Ed. Cantalpiedra, 1958.
Alianza y condena, Madrid, Revista de Occidente, 1965. (Premio de la Crítica)
El vuelo de la celebración, Madrid, Visor, 1976.
Casi una leyenda, Barcelona, Tusquets, 1991.
Aventura, (edición facsimil), Salamanca, Tropismos, 2005.
Existen numerosas antologías sobre su obra
I
Don de la ebriedad
Siempre la claridad viene del cielo;
es un don: no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.
Así amanece el día; así la noche
cierra el gran aposento de sus sombras.
Y esto es un don. ¿Quién hace menos creados
cada vez a los seres? ¿Qué alta bóveda
los contiene en su amor? ¡Si ya nos llega
y es pronto aún, ya llega a la redonda
a la manera de los vuelos tuyos
y se cierne, y se aleja y, aún remota,
nada hay tan claro como sus impulsos!
Oh, claridad sedienta de una forma,
de una materia para deslumbrarla
quemándose a sí misma al cumplir su obra.
Como yo, como todo lo que espera.
Si tú la luz te la has llevado toda,
¿cómo voy a esperar nada del alba?
Y, sin embargo -esto es un don-, mi boca
espera, y mi alma espera, y tú me esperas,
ebria persecución, claridad sola
mortal como el abrazo de las hoces,
pero abrazo hasta el fin que nunca afloja.
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