DIENTES DE PERRO



Os dejo hoy con una selección de diez micros de mi autoría de DIENTES DE PERRO, editado por Baile del Sol (Sta. Cruz de Tenerife, 2020).


CURSO DE LECTURA DE MICRORRELATOS

Comience exigiendo una frase contundente, germinadora. Sopese el ritmo interno de esa primera frase y, si le agrada, sígala. Dedique ahora su atención al proceso evolutivo de la pieza y no se deje impresionar por un cabo a medio atar o un silencio donde quepa la Enciclopedia Británica. Lea en el vacío con la precisión y naturalidad con la que una simple golondrina construye su nido en el alero. Dude del texto y del autor siempre y cada vez. Piense que de cada diez microrrelatos que caigan en sus manos, sólo uno será en verdad aceptable. Al llegar a la última frase, discurra sobre esta sencilla exigencia: “¿igualaría esta breve pieza al crujido que el caminante produce sobre la escarcha?”.



SÍSIFO

Esta es mi vida: por la mañana bajo al Mercadona y cargo con las bolsas hasta el cuarto piso; por la noche bajo con las bolsas hasta el contenedor.



CARCAJ

Entonces mi nuevo señor me pedía que le abriese las puertas del Sinaí donde era fama que habían sucumbido las tropas del Gran Jerjes, y él entonces, desde su bajel de almagre y plata (así decía), se internaba en la costa hasta caer exhausto, con un hilo de baba entre los labios y los ojos incendiados de placer, al tiempo que yo moría de rabia contenida, mientras en otras ocasiones me instaba a que absorbiera en él las grandes cataratas de El Ourit, en cuyas orillas, decía, nacen los más bellos corceles que jamás nadie haya cabalgado... pero las más me pedía que fuese yo quien cabalgase sobre su alazán por la dura tierra de la hammada, donde desde la eternidad deambulan las caravanas de las mujeres azules, mis descendientes, a quienes, tras sus palabras, he aprendido a despreciar tanto como a mí misma, pero ante la esperanza de volver con mi amado esposo, que Alá guarde entre los suyos, yo todo lo aceptaba, hasta aquella tarde en la que vi a mi nuevo señor inclinarse sobre su caballo favorito y llevarse las manos al vientre mientras se suponía que corríamos en socorro de la ciudad de Tombuctú, y entonces acerté a creer que la flecha que tantas veces en sueños le había implorado a Alá y que debía lanzar mi amado esposo, encerrado en el penal de Tbriz, por fin había abandonado su carcaj y encontrado en mi nuevo señor su destino.



DESAPARECIDOS, 4



Descubrimos unos huesos y nos dijimos “es aquí, éstos son”. En uno de ellos apareció una sortija y en la sortija un nombre. Un nombre. La guardé en un bolsillo de mi pantalón y al llegar a casa la puse sobre el escritorio, porque quería indagar en aquel nombre, pero enseguida, cuando ya había apuntado suficientes datos, el nombre saltó del papel y se fue haciendo hombre, de modo que observó la sortija, se la puso en un dedo y, jugando con ella, se asomó a la ventana; de espaldas me preguntó que qué día era, si no sentía calor, si había llegado su mujer. Yo lo miraba sin saber qué contestarle porque no me cabía ninguna duda de que el hombre que tenía ante mí estaba muerto y atribuí todo aquello a una experiencia alucinatoria, algo de naturaleza onírica, pero como no deseaba dejarme llevar por la emoción ni engañarme con su “apariencia”, le fui contestando vaguedades. Al cabo se giró y me mostró unas manos ásperas y unas uñas rotas. Se sentó y le miré a los ojos sabiendo que no podía ser, que estaba muerto pero con una voz serena y lenta me contó que la sortija era un regalo de su mujer y que ella le estuvo esperando durante años junto a su hijo pequeño hasta que ambos tuvieron que aceptar que lo habían matado y huyeron hacia el Norte, donde nadie los conocía. No quise replicarle porque tenía sus datos ante mí. Para qué. Aun así, todo aquello no podía ser real y, en efecto, al momento se restregó los ojos, se alzó de la silla y se marchó, quitándose la sortija del dedo y dejándola sobre la mesa, en la misma posición que yo la dejara. Seguía convencido de que todo aquello eran imaginaciones y sueños míos y así me fui incorporando a la realidad, pero al asomarme a la ventana volví a verlo -¡lo estaba viendo!- de la mano de un niño, y al girar su cara supe que quien se alejaba era yo y que el niño que entonces iba a mi lado era mi hijo.



EXAMEN DE REPRODUCCIÓN SEXUAL


La reproducción sexual es la manera de que los padres puedan tener niños. Hay otras maneras pero entonces hay que irse a una farmacia o a un sitio de ésos donde todos salen muy requeteserios y con batas blancas. Un laboratorio, me dice Merchi. Pues eso, un laboratorio. En muchas pelis se ve muy clarito. Digo lo de los papás y todo eso. Yo vi una que se metían en un coche y papá me miró y me dijo, ¿ves?, se están queriendo. Queriendo qué, pensé yo, pero me callé porque papá es muy suyo para sus cosas. Bueno, eso, que se tienen que querer y no darle asco de nada. Los papás de Lucía lo hicieron un día en la cama y ella vino y nos lo contó y, la verdad, todo era muy raro y le puede preguntar a ella, que todavía se acuerda. Pero, bueno, si lo que quieres es un bebé, tienes que encontrar un pene grande con todos los espermatozoides que puedas. Si no es grande no vale, porque tienes que meterlo bien metidito en el ombligo para que así los espermatozoides lleguen antes a la barriga donde unos óvulos ya los están esperando, pero esa parte no me ha quedado clara. Porque de dónde salen los óvulos. A lo mejor se compran en la farmacia y es por eso que los padres de Carlos, que son tan pobres, no podrían tener más hijos aunque quisieran. Si en vez del ombligo lo haces por la boca a lo mejor ni te quedas embarazada ni nada, pero Lucía dice que sus padres también lo intentaron por ahí, así que debe ser lo mismo, aunque tarden más o lo que sea.


MIGAS DE PAN

Acababa de soltar el cuento de Pulgarcito sobre la colcha cuando su padre entró. “Hija de puta, a ti te voy a arreglar yo”, lo oyó gritar y ya no paró. Él corrió a esconderse bajo la cama, pero escuchaba los golpes, de modo que se juró que esa misma noche escaparía. Aguardó a que la luna saliera por la morera para hacerlo y, tal como leyó en el último cuento, fue arrojando migas de pan camino adelante, porque un día, cuando fuera mayor, tendría que volver a por su madre. Dejó atrás el bosque, rodeó una laguna, atravesó tres cordilleras y cruzó un gran río. Cuando no le quedaban más migas, se detuvo. Su madre lo encontró veinte años después en una ciudad del Norte. Él le preguntó cómo había logrado dar con él y ella le contestó que siguiendo aquellas miguitas, su único alimento durante la búsqueda.



SUFRIMIENTO

a mi padre

Mi padre perdió a su hijo de sólo once años. Jamás mostró su sufrimiento. Se hizo cargo del nuestro en absoluto silencio. Veinte años más tarde, mi hijo tuvo un severo brote epiléptico. Mi padre fue testigo de sus últimos espasmos, y de la extrema lasitud que deviene más tarde. Fue entonces cuando mi padre se sentó en una silla, se tapó la cara con las manos y sin dejar de estremecerse clamó entre sollozos: ¡OTRA VEZ NO, OTRA VEZ NO, OTRA VEZ NO! Sólo entonces entendí la magnitud de su sufrimiento.




DESAPARECIDOS, 3 (el mar)



Era el mar. Nunca antes había visto el mar. Mi compañero de banco decía que en unos pocos minutos nos arrojarían. Aún no podía creérmelo, pero tampoco me creí lo de la picana, lo de que nos arrancarían las uñas, lo de que nos robarían los hijos y todo lo demás. Era el mar. Se abrieron las escotillas… y fuimos cayendo como piedras, como decenas de piedras… y yo me debatía entre lo injusto que es ver así el mar y el alivio de estar dejando atrás a los torturadores.



POSTAL DESDE LA HABANA, 3 (nuestra mujer en la Habana)

a Ángeles para quien, efectivamente, compramos las cubanitas

Mira, tonta, te he comprado las cubanitas que aquí llaman coquitos. Ni te imaginas lo que me ha costado encontrarlas. Al final, como no las había por ninguna parte, me he hecho de ellas en el mercado negro a través de un joyero que no se fiaba ni un pelo de mí. Echa cuenta. Entre labios me dice que el material empleado es el acero quirúrgico que la gente se roba de los quirófanos, ya ves el plan, y que si me pillaran tendría que decir que si patatín que si patatán... de modo que en cuantito me veo en la calle, me entra un cosquilleo por todo el cuerpo que ríete tú, y me pongo como un campanillo, así que quiero salir del barrio aquel cuanto antes, pero imposible, niña, los taxis llenitos a rebosar, así que mientras volvía al hotel en el bici-taxi, veía impresos sobre mí todos los ojos de La Habana y yo, te lo juro, creía que no llegaba al Sevilla, reina, sin que me trincaran -tú me conoces- y con un bisturí me arrancaran los pezones y me entregaran a la KGB. Todo, todito el rato al borde del infarto y total por unos zarcillos que cuestan cuatro Cucs. Ya en el patio del Hotel Sevilla, con los bongoseros y la limonada frappé, chica, le cogí gusto al asunto porque así me figuraba yo que debía ser la vida de los espías y los gánsters, pues las cubanitas no eran más que los detonadores de los misiles rusos que miraban hacia NYC y en mi bolsillo, niña, descansaba la tranquilidad del mundo. Y ahora para que me digas que no te gustan, que las hubieras preferido doradas.

 


 

BUZOS

En no recuerdo qué libro del cubano Virgilio Piñera se afirma que los buzos de Nianin (Senegal) consiguen atravesar el océano en muy poco más que una vida.





REHÉN

Ahorita no más escucho dentro de mí su corazoncito y siento miedo, mucho miedo, porque primero escucho su golpe seco en el interior del pozo, y aún antes, pero al mismo tiempo, como si las cosas estuviesen ocurriendo ahorita hacia detrás, sus gritos cuando mis hombres le abrieron el pecho y le sacaron el corazón y vuelvo a escuchar mi voz dos minutos antes cuando dije: déjense de vainas y agárrenme a esa pisca, a ver si su corazón me vale. Y ahora, ya pasado el trasplante, siento miedo de que ella, la pisca, digo, ahoritita que sabe que me tiene bien agarradito por las güevas, me diga que va a detener su corazón, para que usted lo sepa nomás, hijueputa, me voy a detener, me voy a detener, porque ahoritita, pendejo, vos estás en mis manos.




DESAPARECIDOS, 2 (flores)

No estaban. De pronto los había absorbido la tierra. Pasaron años pero al cabo del tiempo brotaron unos tímidos dedos muy parecidos a los espárragos, pero dedos, y tras los dedos unos tallos y tras los tallos unas flores carmesíes que sabían a sangre. Un biólogo estudió el caso pero al poco ciertos desconocidos le partieron las piernas. Vino un forense y le extrañó lo de los tallos, pero enseguida lo destinaron a otra plaza. Vino un juez y después de algunas indagaciones, percances y visitas decidió archivar el asunto. Vinieron luego unas vacas que no quisieron comer de aquellas plantas con apariencia de dedos y olor a sangre. Araron la tierra, la quemaron, la rociaron de complicadísimos productos químicos y jurídicos pero los dedos, ya cientos, miles de dedos, siguieron brotando de la tierra áspera y tras ellos los tallos y las flores, hasta que, por otro prodigio de la biología, comenzaron a salir manos, cientos de manos, y, tras ellas, antebrazos, brazos completos… y entonces, prodigio entre prodigios, muchos se taparon los ojos, los oídos y caminaban entre las plantas sin decir esta boca es mía.






Dientes de perro, Manuel Moya (ed. Baile del Sol, 2020).









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