Mañana presento en Huelva la última novela de Guillermo Lacomba. Un escritor atípico, secreto casi y sin duda alguna deslumbrante. Un día de estos colgaré un fragmento de su obra. Hoy basten las palabras de presentación de mañana en Huelva.
Por cierto que serán, salvo excepcionalísima excepción, la última vez que presente un libro. Vale esto también para los prólogos. Ya no más prólogos, ya no más presentaciones salvo:
que el autor haya fallecido
que el autor sea novel
que se trate de una edición completa o una edición de homenaje
que recaigan sobre el autor motivos de lesa gravedad
que yo sea el autor (en cuyo caso, prescindiré de presentadores)
Dicho queda. Y firmado.
LUZ
DE LUNA, LA RUSA, DOÑA MÍRAME Y MISS BOOM BOOM
Guillermo
López Lacomba.
Ed
Renacimiento,Sevilla,
2015
Un
título tan irrepetible como éste acaso te advierta de que la
aventura que te espera entre sus páginas puede ser ardua e
inquietante, pero sobre todo originalísima. Sin duda es todo esto y
más. Guillermo López Lacomba no es un autor fácil ni simplón, lo
cual no significa que sea ilegible o cosa parecida. Simplemente no es
un novelista al uso. Tampoco García Márquez, James Joyce, Faulkner,
Rulfo o Umbral lo fueron. Cada uno de ellos puso lo indispensable de
sí mismo para ser único sin nunca dejar de ser universal, es decir
capaz de llegar al alma de cualquiera. Como ellos, Guillermo es un
escritor de una originalidad extrema. Sus novelas, y esta es ya la
tercera, son distintas a todas cuantas hayas podido leer y eso, que
yo sé que al principio te podría resultar inquietante, no deja de
ser excepcionalmente atractivo para ti, por cuanto lo que en ellas
palpita no puede ser más que un soplo de agua clara, una brisa que
te sacude de toda rutina y que te da la medida como lector o lectora.
Y sí, Guillermo es un antídoto contra la rutina, lo cual ya sería
un prometedor principio para que tomes la novela en tus manos y
pongas rumbo a ese universo suyo que sin que lo hayas advertido es
también el tuyo. Porque la universalidad de Guillermo consiste en
acercarte a esos mundos oscuros, donde prepondera la luz de gas,
mundos que quedan en algún lugar de tu memoria individual y
colectiva. Guillermo parece hablarte desde esa España recocida al
sol, infame, percudida, roñosa, promiscua y provinciana de antaño.
Verás que a Guillermo se la repampimflan los destellos, el glamour,
pero sobre todo la novela burguesa. Sus personajes ni siquiera
aspiran a la entidad de antihéroes. El antihéroe, como sabes, no es
más que el reducto que la educación cristista ha dejado en la
literatura moderna. El hombre como perdedor, es ya insinuar que el
hombre es culpable de su aciago destino. El concepto de pecado y de
culpa es algo que se mama desde pequeño. Como sabes, cuando no se es
capaz de superar la culpa, uno pierde y se pierde. Primero se pierde
uno ante Dios mediante el pecado, luego se pierde uno ante los demás,
con el fracaso o la no consecución del éxito social. Ambos son
devoradores y siniestros. Es el momento y la coartada del antihéroe,
que es, al final, un ser que, tras perder o perderse, arrastra su
existencia por las cloacas y los humilladeros de la vida. Pero el
antihéroe no viene mucho a cuento cuando nos referimos a los
personajes perdedores de Guillermo Lacomba, porque en cuanto te des
un paseo por sus páginas verás que los personajes de Lacomba no
luchan i simplemente luchan para sobrevivir, para sumar un día más
a su oscura existencia. La pobreza civil y metafísica ya les viene
asignada y poco o nada hacen por esquivarla. Simplemente sobreviven
en los límites de sí mismos, y como animales se buscan la vida,
gobiernan sus mundos sin mucha esperanza en nada, a base de instinto.
Como los percebes o las nécoras. Sus vidas consisten en agarrarse a
algo y no soltarse jamás, pase lo que pase. Ninguno de ellos se
adhiere a complejos sistemas metafísicos o virtuales. ¿Cómo?
Bastante tiene con lo que tienen. Ni siquiera se lanzan a la
virtualidad engatusadora del sueño. Sobreviven sin más, engañados o desengañados por sus propias necesidades, inmersos en su propia
depredación.
Pepe Varos, Guillermo (Willy) Lacomba y Esperanza Falcón |
Ya te he hablado de Quevedo,
pero podría citarte también al Guzmán de Alfarache para dar
alcance a este novelista granadino que no se conforma con la sal fina
e insípida de la escritura. Con motivo de su anterior libro, La
cruzada de los niños, dejé escrito algo que sin duda te servirá
perfectamente para enfrentarte a esta novela y que acaso repita
algunas de las cosas que ya te he insinuado aquí. Decía, venía a
decir, que por aquellas páginas discurrían “criaturitas
que se esconden tras los balcones, escrutando un mundo agrio, hecho
de orines turbios, gallinaza y miedo; niñas perversas que se alzan
la falda y gritan como cortesanas deslenguadas ante niños timoratos
y rijosos; viejas que en su día se enfundaron el vestido y los
zapatitos de princesas y ahora, pasados el rubicón de los sueños,
resisten al albur de la polilla y los juanetes; enanos vacilones y
turbios que persiguen su minuto de gloria en la inopia de un
taburete; tíos hechos y derechos que se escurren por el inframundo y
la suciedad; señoronas que contonean su decrepitud y sus fantasmas
por baretos de mala muerte, niños que temen las patadas de las
mulas; niñas gordas y piojosas, espabilados y truhanes de toda laya
que van a la que pillan. He aquí la minuciosa y a ratos perversa
corte de los milagros que nos propone Guillermo Lacomba, un autor a
caballo entre los desmanes de un Céline parlanchín y de un Beckett
que se mueve en los derribos de la razón, y los entuertos de la gran
picaresca española, pasando acaso por los entreveros de esa gran
patafísica nuestra que es el esperpento. Todo en esta singular
novela, venía a insinuar, es exagerado, minuciosamente exagerado,
diríamos, desde sus larguísimos parlamentos hasta la pasta roñosa
y cerril con que aparecen dibujados sus personajes; exagerado en sus
enumeraciones que a veces rayan el delirio, exagerado en su asco por
todo, exagerado en su furor exclamativo, exagerado en ese fluir del
pensamiento, en ese parloteo que a veces se nos convierte en ruido y
otras parece que nos va a estallar en la cara. Retablo barroco, corte
de los milagros y fauna sin par la que ya desde las primeras páginas
nos sacude por las solapas y nos coloca frente a ese palco de sombras
donde todo tiene el exacto valor de un vahído. Nos hallamos, pues,
ante una novela de negruras, en la que todos los personajes que por
ella menudean, acaban por aceptar una visión nihilista y residual
del mundo. Una novela valiente en tiempos donde la valentía, como
tantas otras cosas, ha quedado hipotecada, devaluada, colgada en los
museos, sometida a la dictadura del folletín burgués. Guillermo
Lacomba, terminaba, ha escrito en estas páginas su particular
Divina Comedia, donde queda retratada la oscuridad y la zafiedad de
este circo tragicómicao en el que hemos decidido sobrevivir, y
aunque se vislumbran entre sus páginas, noticias de un mundo caduco
y acaso clausurado, es sobre este mundo, el actual, el obsoleto mundo
nuestro, sobre el que asienta sus raíces”.
Aquellas
palabras, te sirven también para definir Luz de Luna, la Rusa,
Doña Mírame y Miss Bom, la novela que hoy te ha traído hasta
aquí y cuya lectura te recomiendo vivamente no sólo si eres un
avezado lector, sino también si nunca te has adentrado en esos
mundos picados de viruelas, donde la vida tiene un no sé quér
rasposo de vino peleón y de escabeche. Porque Guillermo parece
hablarte con un pie puesto en la picaresca y otro en la vanguardia,
con un pie en el castizo Quevedo de Los sueños, y el otro en
el Luis Ferdinand Celine de Muerte a crédito, libros
por otra parte desnudos y sangrantes, divertidos hasta el desgarro
pero altamente nocivos para quienes de los libros sólo esperan que
no desentonen mucho con unas vidas ritinarias y rutinarias. Pero
éste, probablemente no sea tu caso. Porque si lo que le pides a un
libro es que te acabe dando la razón, toda la razón y nada más que
la razón, acaso no sea éste tu libro. En Luz de Luna
tendrás que bajar la cerviz de cuando en cuando, habrás de
confesarse cada pocas páginas y por supuesto has de dejarte llevar
por un río cuyas aguas no sabes a ciencia cierta a qué mar van a
dar, o si corren de este a oeste o de norte a sur. ¿Complicado,
dices? No, nada de complicado. De hecho los acontecimientos que en sus
páginas se narran son lineales, aparecen uno detrás de otro sin que
haya nada que te distraiga del asunto principal que es la condición
social y humana. Pero eso sí, nada se rige por el principio
sacrosanto de la novela plana y sin pretensiones que es la
previsibilidad, pues todo en sus páginas es radicalmente vivo y por
tanto expuesto a los bandazos de toda existencia. La ventaja, claro,
de todo esto, es que es un libro vivo en cada página, que no te
permite hacer muchas elucubraciones previas. Una especie de novela
río, pero sin río, para que me vayas entendiendo.
Todo cuanto te he dicho hasta ahora pareciera una advertencia a incautos, pero este libro, como todos los de Guillermo López Lacomba, es simplemente una delicia. Una delicia de ambientación y una delicia en cuanto a la construcción de personajes e incluso por un fraseo impecable, con circunloquios, advertencias, conclusiones y dudas que vivifican y refrescan continuamente la narración de manera que a veces pareciera que estés no frente a una novela sino frente a un desconocido que te cuenta su picaresca vida en un banco del parque. Las mujeres que se pasean ante ti por estas páginas son sin duda devastadoramente deliciosas, enajenadamente divinas, descaradamente infernales, devoradoras y algo veletas, sí, pero de una deslumbrante y sin par belleza. Quisieras enamorarte de todas, pero sabes que ninguna de ellas te conviene porque una vez que entras en sus territorios y traspasas el vuelo de sus enaguas, eres hombre perdido. Parecieran, desde luego, sacadas de un catálogo de mataharis provincianas, chicas estupendas capaces de volverte literalmente tarumba con un simple movimiento de pelvis, pero no, tú sabes que son algo más, mucho más.
En fin, qué quieres que te
diga, a mí la novela me ha sabido a poco, porque me ha devuelto -si
es que alguna vez la perdí- la confianza en este género con el que
he ido haciéndome mayor y acaso más humano. Sólo puedo esperar que
a ti te pase otro tanto.
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