Luis Pérez Infante a su llegada a Chile, 1939 |
En el repaso que estoy haciendo últimamente de poetas a los que en su momento les dediqué un poco de mi tiempo, hoy le toca el turno a un poeta absolutamente desconocido llamado Luis Pérez Infante, nacido en Galaroza, Huelva, en 1912 y fallecido en el exilio uruguayo en 1968. No hace mucho murió su amigo (y muchos años después mío), el gallego Rogelio Martínez y hace mucho que no sé de Rafaela De Buen, la novia del poeta en esos días infaustos del primer exilio. Conocer a Rogelio y a Rafaela es mi particular premio por haber dedicado tantas horas al desconocido e inédito poeta Pérez Infante. A ambos dedico estas palabras que un día fueron el prólogo a la edición del primer libro de Infante y que luego, ya con más datos, seguí trabajando. Sigue siendo una lástima que la hija del poeta no quisiera colaborar con nosotros en sacar a la luz sus diarios y su poesía americana que quizás acaben un mal día, como tantas cosas en el tacho de la basura. Nosotros hicimos (me refiero a Rafael Vargas y a mí), como era nuestro deber, lo que estuvo en nuestras manos.
Solamente quisiera decir que después e nuestro trabajo surgieron dos trabajos mas sobre el poeta: un artículo de Eva Diez en el Mundo de Andalucía y un artículo del valverdeño Jesús Copeiro en su libro sobre el exilio onubense. Digamos además que gracias a Rafaela de Buen pudimos entregar en el archivo de la Generación del 27 en Málaga, el Cuaderno de Toulouse, a ella dedicado y donde aparecen 24 poemas, muchos de ellos inéditos y desconocidos.
LUIS
PÉREZ INFANTE, PUREZA,
LUCHA,
EXILIO Y COMPROMISO
El exilio
literario español surgido de la Guerra Civil Española presenta
lagunas importantes que el tiempo no acaba de desecar en su
totalidad. Con excepción de ciertos poetas, ensayistas, dramaturgos
y narradores cuya obra, ya antes de salir de España era valiosa y
considerable (Juan Ramón, A. Machado, Alberti, Bergamín, Guillén,
Moreno Villa, Rosa Chacel, Salinas, Altolaguirre, Prados, Aurora de
Albornoz, Larrea, Cernuda, María Zambrano, León Felipe, Max Aub, y
muy muy pocos más), el resto de los intelectuales exilados eran
perfectamente desconocidos por el público español cuando se vieron
condenados a abandonar la patria. Es cierto que últimamente se
advierte un cierto afán recuperador en la sociedad española, que
trata de revisar parte de un exilio que no sólo fue silenciado por
el franquismo, lo que podía entrañar cierta lógica, sino por una
transición que, heredera de esa etapa ciertamente triste de nuestra
historia, se resistió a integrar a la España
peregrina en
la cultura española y salvo las excepciones apuntadas, el fenómeno
del transtierro no ha tenido cabida en la España de la transición y
así, una parte importante de nuestra cultura, ha sido
convenientemente silenciada. Obvio es que se ha estudiado la obra de
sus más relevantes autores, pero hay que reconocer que estos
estudios parciales han pasado casi siempre de puntillas sobre el
fenómeno trágico del exilio republicano. Muchos son, pues, los
intelectuales españoles que, tras vivir la tragedia del exilio, han
estado en serio peligro de ser arrumbados por el desinterés y el
olvido. En esta reducida nómina cabría citar a personalidades tan
significativas como Juan Rejano, Rafael Dieste, Pedro Garfias, Rafael
Porlán, César Muñoz Arconada, Juan Chabás, Concha Méndez, María
Teresa León o Ernestina de Champourcín. Existe, sin embargo, un
tercer grupo muy considerable de escritores, descritos por R. Gullón
como los de la
generación escindida,
cuyo rescate se hace cada día más difícil. Esto es lo que ocurre
con Mora Guarnido, Manuel García Puertas, Aparicio, Miguel Prieto,
Ruanova... o el onubense Luis Pérez Infante, que apenas si contaba
con 27 años cuando se vio obligado a abandonar el país y cuya obra
anterior al estallido bélico era mínima, hallándose, además,
dispersa en revistas de muy escasa difusión y, en la actualidad, de
complicado acceso.
Galaroza a principios del XX |
En efecto,
Luís Pérez Infante (Galaroza, 1912, Montevideo 1968), es un autor
absolutamente desconocido entre nosotros, pese a representar un
meritorio papel en el cancionero republicano de la guerra civil y
pertenecer a la nómina de colaboradores de El
Mono Azul y
Hora
de España,
las dos revistas literarias más influyentes y valoradas de la Guerra
Civil Española. Cuando en el mes de febrero de 2001, el almeriense
José Antonio Sáez se puso en contacto conmigo para facilitarme
algunos datos sobre el autor, nadie por estos pagos parecía tener la
menor noticia de su existencia. En Galaroza, su pueblo natal, se
había perdido todo rastro de su memoria y en ninguna de las
antologías o estudios de la poesía onubense aparecía siquiera la
más mínima referencia al autor.
Es por eso que
desde nuestra humildad editorial, alentados por el paisanaje, hemos
creído conveniente ocuparnos de su caso, en la esperanza de que
manos más cualificadas que las nuestras puedan seguir ahondando en
el conocimiento de un personaje cuya obra se halla todavía en los
ámbitos de lo privado. Después de casi dos años de continuados
esfuerzos, investigaciones y algunas inexplicables incomprensiones,
sólo nos ha sido posible recoger de su puño menos de una veintena
de poemas dispersos entre revistas y periódicos tanto españoles
como uruguayos, a lo que habría que añadir algunos interesantes
textos críticos que hemos tratado de imbricar en este estudio
previo. Estamos en contacto con Montevideo para ofrecer en el futuro,
una parte más sustancial de su obra a los lectores españoles.
Infancia y
juventud. Galaroza / Cádiz
Galaroza en una foro de época |
Luis Fernando
Pérez Infante vino al mundo, según consta en el acta de nacimiento
proporcionado por el Ayuntamiento de Galaroza, en la calle Nueva de
dicha localidad, el 8 de Junio de 1912. Su padre, Zacarías Pérez
Pérez, natural de Umbrete (Sevilla) en el momento de nacer su hijo
ejercía el comercio en la citada localidad onubense. Sobre el
detalle de la profesión del padre, hemos de atender con mucha
precaución al relato biográfico ofrecido por su compañero en el
exilio montevideano, el granadino Manuel García Puertas, quien en el
muy interesante artículo Con
vuelo invulnerablei
escrito con ocasión del primer aniversario de la muerte de nuestro
poeta, refiere que “hijo de un maestro de escuela, pasó su
infancia en pueblos de la provincia natal y de Sevilla”. Su madre,
Isabel Infante Moreno, era natural de Cumbres Mayores. Por una carta
escrita a Rafaela de Buen el día 3 de septiembre de 1939 en París,
colegimos que tenía hermanos.
Muy pocos
datos podemos aportar sobre su infancia, salvo que parte de ella
debió transcurrir en Galaroza, donde acaso comenzara sus estudios
primariosii,
lo que cuadra con el hecho de que meses antes del golpe de estado
franquista, mantuviera contactos con el otro poeta cachonero, Jesús
Arcensio, del que sólo le separaban unos meses. El testimonio citado
de Manuel García Puertas, parece descartar una infancia larga en
Galaroza, pues ya en 1921 lo sitúa en Cádiz, tras haber hecho,
junto a su familia, el periplo por distintos colegios de Huelva y
Sevilla.
Pocas
aportaciones existen sobre su adolescencia, salvo que transcurrió en
Cádiz, donde acabó el bachillerato y cursó estudios de Peritaje
Mercantil, profesión que nunca llegó a ejercer. Más tarde, en
1931, se incorporará a la Universidad Hispalense donde cursó
estudios de Filosofía y Letras, coincidiendo con el jerezano Juan
Ruiz Peña y Francisco Infante Florido. Uno de sus profesores será
Jorge Guillén, cuyas tesis poéticas abanderarán los tres jóvenes,
que pocos meses antes de la Guerra Civil, en la Sevilla pre-fascista,
fundaron la revista Nueva
Poesía,
donde publicaran, entre otros, el propio Juan Ramón, Jorge Guillén,
Jesús Arcensio, R. Manzano, José Caballero, Unamuno, Aparicio,
Buendía...
La revista
Nueva
Poesía.
Sevilla, 1935-1936
La revista,
que sólo pudo editar cuatro números entre octubre de 1935 y mayo de
1936, y de la que se ha ocupado J. A. Sáez en un admirable estudio,
refleja las tensiones latentes en la sociedad y las letras españolas
del momento. Nueva
Poesía
tenía su redacción en el número 12 de la sevillana calle Gravina y
fue impresa por la imprenta J. Mejías, de la calle Valencia y luego
en la imprenta Gaviria (3).
Adscrita a la corriente estética del purismo, en el ámbito de
Mediodía,
la revista se posiciona, junto a Juan Ramón y Jorge Guillén, contra
las tesis de “una poesía sin pureza” defendidas por
Caballo Verde para la Poesía,
revista dirigida simbólicamente por Pablo Neruda (en realidad los
directores fueron Altolaguirre y Concha Méndez (4)),
que aparece en el mes de octubre de 1935, y de cuyo manifiesto,
redactado por Neruda entresacamos lo siguiente:
Así sea la
poesía que buscamos, gastada como por un ácido por los deberes de
la mano, penetrada por el sudor y el humo, oliente a orina y azucena
salpicada por las diversas profesiones que se ejercen dentro y fuera
de la ley.
Una poesía
impura como un traje, como un cuerpo, con manchas de nutrición, y
actitudes vergonzosas, con arrugas, observaciones, sueño, vigilia,
profecías, declaraciones de amor y de odio, bestias, sacudidas,
idilios, creencias políticas, negaciones, dudas, afirmaciones,
impuestos (5).
El manifiesto
de Nueva
Poesía,
redactado por Juan Ruiz Peña, aunque firmado por los editores, se
hace eco de la aparición de la revista nerudiana, con cuyos
principios estéticos rivaliza:
Ha sido una
feliz coincidencia que al salir nosotros esté ya en la calle la
revista CABALLO
VERDE PARA LA POESÍA,
que explica su actitud en un prefacio titulado "Sobre una poesía
sin pureza”. Aprovechamos la ocasión para declarar que nuestra
orientación poética es muy distinta de la de CABALLO
VERDE.
Nosotros queremos ir HACIA LO PURO DE LA POESÍA, entendiendo por
puro lo limpio, lo acendrado. Y por poetas puros a San Juan de la
Cruz, Garcilaso, Fray Luis de León, Bécquer, Juan Ramón Jiménez...
(Pudiéramos añadir otros más modernos, recientes). Rechazamos lo
impuro, en el sentido de confuso, de caótico. A todo esto oponemos
una gran palabra: PRECISIÓN. Nuestra poesía ha de ser -lo
pretendemos al menos- poesía de siempre. En una palabra: POESÍA,
algo que no se define pero que se intuye.
Creemos que el
superrealismo no es sino el Romanticismo de escuela llevado a sus
consecuencias últimas, la agonía de ese movimiento. Y CABALLO
VERDE,
uno de los postreros baluartes de una escuela y un estilo que
desaparecen.
Aunque con
brevedad hemos fijado nuestra posición. De nosotros dependerá el
mantenerla.
Tras el
manifiesto, recoge dos significativos poemas de Jorge Guillén (Ahora
sí
y Las
doce en el reloj, luego
incluidos en Cántico
(6)),
ilustrados por Pepe Caballero, para continuar con colaboraciones de
Manuel Rojas Marcos, Rguez. Duarte, Romero Murube (provenientes todos
de Mediodía),
Francisco Infante Florido, Ruiz Peña, Pedro Pérez Clotet (director
de la gaditana Isla),
A. Aparicio Errere, Seral y Casas (director de Noreste,
la
importante revista zaragozana), así como textos de Lope de Vega, Gil
Vicente o Unamuno. En este primer número aparecen, además, los dos
primeros poemas conocidos del poeta onubense: Miramar
y Bellver,
que si bien delatan a un poeta inclinado a la estética
juanramoniana, poseen ya un indudable hálito propio.
El segundo
número se abre con una significativa nota autógrafa de Juan Ramón
(A
“Nueva Poesía”, Sevilla, con mi enhorabuena y mis gracias),
así como un poema inédito del moguereño (El
ritmo (7)),
fechado en 1921. A él sigue un cuento de Muñoz Rojas, así como
poemas de Laffón, Manzano, Díaz Crespo, Infantes Florido, José Mª
Hernández, Adolfo García, Juan Sierra, Rogelio Buendía o Arcensio.
En la sección de críticas, Luis Pérez Infante saluda el envío
juanramoniano de Poesía
en hojas, para
el que no ahorrará encendidos elogios:
POESÍA
EN HOJAS.-Juan
Ramón Jiménez nos ha enviado 19 hojas, plenas de poesía. No
hojas de un árbol caídas al aire del otoño. Sí, hojas lanzadas al
viento con la generosidad de un árbol fecundísimo, de este gran
árbol «lleno de color del mundo» que es Juan Ramón.
«Estoy
completo de naturaleza,
en plena
tarde de áurea madurez... »
Completo de
naturaleza. Áurea madurez. Naturaleza, color del mundo, espíritu.
Madurez, madurez, áurea madurez. Juan Ramón nos ha dado esto,
primero en libros amarillos; en libros blancos, más tarde; ahora en
hojas. El próximo derroche de poesía de Juan Ramón, ¿será desde
un aeroplano elevado hasta la altura de su espíritu? ¿Nos donará
desde allí sus hojas de poesía?
«Aunque
todo lo mío se pierda ¡qué satisfacción haber usado así esta
conciencia que la coincidencia de mi ser produjo.»
Lo tuyo no se
perderá, Juan Ramón. Está ya en muchos espíritus. Estará en el
de todos, cuando nos envíes desde tu aeroplano tu próximo maná
poético.
“Estoy
viviendo. Mi sangre está quemando belleza.»
Sigue quemando
belleza, Juan Ramón, sigue viviendo. Vive, quema belleza. Vive,
evapora amor. Vive, funde conciencia. Vive, Juan Ramón, y regálanos
de nuevo poemas como estrellas. Porque,
«El poema
debe ser como la estrella, que es un mundo y parece un diamante.”
¡Qué
estrellas son tus poemas, Juan Ramón! ¡Qué, diamantes, a la
primera lectura! Luz, luz, luz ...
«Chorreo
luz: doro el lugar oscuro...”
Luz que
ilumina la inteligencia, la sensibilidad; que hace sentir (ver, oír,
gustar, palpar, oler) los mundos de tus diamantes.
Juan Ramón:
iluminado con la luz de tu Mediodía -de una de las estrellas que nos
han llegado con tus hojas -y del nuestro- de este mediodía nuestro,
de Sevilla- estoy. Aquí, entre las rosas tristes, otoñales, del
Parque, sintiéndome dichoso. Porque,
«El hombre
debe considerarse dichoso de haber sido contemporáneo de la
rosa.»
En la misma
sección el escritor de Galaroza fustiga tanto a Rafael Manzano, por
su libro Fragua
de amor y olvido,
como al cordobés Juan Ugart, que en breve editará la revista
Ardor,
amén de a Josemaría Alvariño, de quien escribe:
También debe
ser poco exigente consigo mismo. Con algo de sentido crítico de su
propia obra, no hubiese editado Canciones
morenas.
Se puede ser joven y lanzar un libro, sí, pero con una cierta
intensidad poética, a la que se llega generalmente a fuerza de haber
roto muchos papeles.
En las páginas
finales de la publicación se comentan algunas de las revistas
recibidas, entre ellas la segunda entrega de Hoja
Literaria,
publicada en Barcelona y editada por los animosos Enrique de Juan y
José Ferrater Mora. En ella se editará un texto de LPI., que, por
el momento, y pese a nuestros esfuerzos, ha sido imposible rescatar.
Especialmente
atractiva es la polémica que el propio Pérez Infante (según el
testimonio de Juan Ruiz Peña) mantiene en ese mismo número con el
oriolano Ramón Sijé, que moriría muy poco después. La polémica,
de la que nos ocuparemos extensamente, viene a definir no sólo el
carácter ciertamente belicoso del escritor de Galaroza, sino la
crudeza de un tiempo en el que las borrascas políticas, sociales y
literarias estaban a la orden del día. Dejemos, pues, al lector que
saque sus propias conclusiones. El asunto ha sido estudiado tanto por
José Antonio Sáez en el citado estudio, cuanto por José Muñoz
Garrigos en su artículo El
final de una polémica y
más recientemente por José Luis Ferris en su citada biografía
hernandiana (8).
A respuesta de una encuesta del gaditano Pérez Clotet para el número
7-8 de su revista Isla,
en torno al interés que despertaba la figura de Gustavo Adolfo
Bécquer y el Romanticismo en las nuevas generaciones, el erudito
Sijé escribió un texto que desagradó profundamente a los enconados
jóvenes de Nueva
Poesía,
que juzgaban a Bécquer como una de sus referencias ineludibles y a
quien dedicarían el 4º y último número de la revista, ya en Mayo
de 1936. Pero vayamos al texto sijeano reproducido, en parte, por
Nueva
Poesía:
Asistimos,
en esa manifestación poética del amor, a la destilación platónica
de Bécquer; la reducción a la simplicidad, a la simpleza química,
el aislamiento, la blanca deshumanización del melancólico Gustavo
Adolfo. [...] Huyan los jóvenes auténticos, honrados, dignos,
varoniles, sin política, ni secta, ni masonería, [...] huyan de los
consagrados y de los inconsagrables. Huyan mirándose a sí mismos:
sin contemplarse, sin caer en la mística contemplativa del
narcisismo...
En
ese mismo número el propio Luis Pérez Infante escribe un artículo
programático en el que da fe de su inquebrantable adhesión a la
tradición romántica que ve en Bécquer a uno de sus más claros
referentes1:
Se
acostumbra a ver en lo romántico un producto del tiempo. A mí se me
antoja más bien una predisposición natural. Pero, pensando más
ampliamente, considero que igual que yo tienen razón los que
defienden la hipótesis primera. Y llego a la consecuencia de que se
es romántico por temperamento y por educación. En los primeros hay
el germen de la Naturaleza; en los segundos, el influjo del ambiente.
Romántico por temperamento es Garcilaso. (En estas brevísimas notas
no hay espacio para consignar los puntos de vista en que me fundo
para esta apreciación). Hubo unos días en los cuales lo romántico
producto natural se unió a lo romántico exigido por la época. Y
surgió el “Romanticismo”, se formó la escuela que sentía a la
manera de los románticos, pero con un método, con una forma dictada
“a priori”. Esos días –aparentemente tan libres; en el fondo
tan rigurosos- coincidieron con el esplendor de lo romántico. Vino
presurosa la decadencia. El empuje natural se fue perdiendo,
sustituido poco a poco por la rigidez de la fórmula. A los
románticos del Romanticismo –y no es redundancia- siguieron los
románticos de educación, y la que un día fue brillante escuela
constituyó muy pronto algo así como una enfermedad. Consecuencia
lógica –muy exagerada por cierto- es la posición del día; hoy el
que es romántico defiende a toda costa el no serlo, siente vergüenza
de declararse tal y ahoga la libertad de un sentimiento aun a pesar
del libertinaje que impera. Es que los escarmentados del romanticismo
que degeneró en enfermedad no comprenden que ese proceso se debe a
la imitación de los estúpidos; ni tampoco que se puede ser fuerte,
sano de espíritu y de cuerpo, y emocionarse ante una puesta del Sol.
Veamos ahora
la respuesta que “anónimamente” (pero sabemos gracias al
testimonio de Ruiz Peña que su redacción correspondió por entero a
Luis Pérez Infante (9))
reprodujo “Nueva poesía”:
Aparte que
destilación platónica es algo así como bombillas educadas, sería
discutible -¡y tanto!- el platonismo de Bécquer. Lo que ya no puede
discutirse, por ser inadmisible de todo punto, es la deshumanización,
incolora que advierte Sijé en el poeta de las Rimas.
Hace falta no haber leído un solo verso de Bécquer o ser
absolutamente irresponsable para juzgar de ese modo. No podemos
admitir que Sijé hable de Gustavo Adolfo sin haberle leído. Creemos
que se trata de una opinión lanzada con toda la ligereza que
caracteriza el juego ingenioso de las encuestas.
Sin embargo,
según la citada carta de Juan Ruiz Peña, reproducida en su
integridad en el artículo de Sáez, el litigio parece tener un
origen diferente:
Lo que motivó
la polémica fue una crítica acerba de Luis Pérez Infante a una
crítica de Sijé al libro de Pedro Salinas La
voz a ti debida,
en la que Sijé hablaba de amor quintaesenciado e incluso de
platonismo; todas estas afirmaciones hoy comprobamos que eran falsas,
y que la amada de Salinas era real y correspondía a un amor entero
de cuerpo y alma. Es curioso, pero el poeta comunista tenía razón
frente al católico. Todas estas cosas, pasados tantos años, nos
hacen reír, al tiempo que denotan el clima de pasión en que se
vivía. Creo que Sijé gritó como un energúmeno en El
Sol
y que Luis atacó de una manera muy dura e incluso insultó a Miguel
Hernández con una alusión garcilasesca: Quién
te hizo filósofo elocuente / siendo pastor de ovejas y de cabras.
Sea como
fuere, Ramón Sijé contestó en el diario madrileño El
Sol
en su artículo del 10 de noviembre de 1935,
Saber leer, saber comprender, saber falsificar:
Uno práctica
constantemente la humildad retórica... Uno quiere evitar que le
calumnien [...] Por no saber leer, los sevillanos me llaman
irresponsable, ligero, desconocedor de Bécquer. Aprendan a leer,
aprendan a comprender -ustedes que quieren ser poetas- el valor
cristalino de los símbolos poéticos [...] No saben leer; pero
cuando leen inmediatamente falsifican... ocultándose en el
anonimato, desprestigiando la honradez inmaculada del pensamiento,
falsificando, además. ¿Es acaso de Sevilla el bobo de Coria? Yo les
perdono [...] y digo: “¡Una limosna por los pobres cieguitos de
Sevilla!”.
a
lo que el propio Luis Pérez Infante replica con inusitada dureza en
el número 2-3 de Nueva
Poesía,
de noviembre-diciembre de 1935 en un artículo titulado Saber
leer, saber escribir, saber pensar,
que reproducimos en su totalidad para mejor entender la fuerte
personalidad del onubense:
Con la ayuda
de todos los diccionarios, de todas las bibliotecas de Sevilla,
concienzudamente, hemos leído el artículo
«Saber leer, saber comprender, saber falsificar»,
que nos dirige Ramón Sijé desde El
Sol.
Con todos los diccionarios a la vista. Sin ellos, sería imposible
descifrar algunas frases del erudito, humanista y filósofo de
Orihuela, de este magnífico gallo en crisis plumífera, que no
vacila en atribuirse un pensar “puro”, “clarísimo”,
“cristalino”. Y que protesta, patalea, gime, insulta y calumnia,
para terminar perdonándonos, sin advertir que no perdona el que
quiere, sino el que puede. Más le hubiera valido callar,
reconociendo humildemente su yerro. Nada más fácil para quien
“practica constantemente la humildad metódica”. ¡Pero ya que se
empeña...!
Por mucho que
nos hable el Sr. Sijé -nosotros no llegaremos nunca al chabacanismo
que supone el decir “este Fulano” de “una maduración eterna,
manchando de sangre el pensamiento, dejándose dolorosamente en las
soledades de las meditaciones y de las cuartillas” y trate de
ahuecar la voz para “mantener su prestigio de escritor público”,
y, quiera apabullarnos con sus humanidades, todos sabemos que se
trata de un mozalbete imberbe, pueblerino (1), pedantesco, por
indigestión de letras; por colmo, malhablado. En cuanto a su
profesión, no sabemos si será un Salicio (2) o un aprendiz de
jesuita escapado de alguna novela de Pérez de Ayala.
Con todo esto,
más unas gotas de bilis, cree el Sr. Sijé que no sabemos leer “los
graciosos de Sevilla”. Meditemos un poco. Calma. ¿Es que nosotros
no sabemos leer o es que él no sabe escribir? Unamuno dijo una vez
algo parecido a esto: (3) “Cuando, a la primera lectura, no
entiendo un escrito, pienso que yo tengo la culpa; leído por segunda
vez, dudo-¿será del autor?-; a la tercera, creo que la culpa es del
que escribe”.
Bien podía el
Sr. Sijé -que tanto recomienda el diccionario- usarlo menos cuando
escribe y pensar con más limpieza. Porque seguimos creyendo -después
de varias lecturas con diccionario- que decir “destilación
platónica” es tan sucio como decir “bombillas educadas”. Más
claro: que D. Ramón Sijé -tan amigo de los diccionarios- jugaba un
día con el de la Academia Española. Y, jugando, lo abrió al azar.
Hirió su vista Una palabra brillante: “destilación” -¡qué
linda!-. Cerró el erudito el grueso tomo, después de manchar con el
vocablo la albura de una cuartilla. Y volvió a jugar al
“buscapalabras”.
¿Cómo
resistirse? ¿No iría muy majo el término “destilación”-ya
anotado- del brazo de este otro “platónica”? ¡Ya está!:
“Destilación platónica”. Resulta sucio y no diamantino como D.
Ramón cree. Tan sucio como “bombillas educadas”. En cambio, sí
es limpio decir en un poema “sonrisa azulada”. -Remitimos al Sr.
Sijé al segundo poema publicado en Nueva
Poesía
por Francisco Infantes Florido.
En cuanto a
que D. Ramón pensara en “el caso poético amoroso de Pedro
Salinas” cuando escribía aquello de “la blanca deshumanización”,
decimos que resulta tan disparatado como si hubiese estado pensando
en Bécquer -como creímos nosotros-, no por incapacidad nuestra para
la lectura, sino por la falta de nitidez de la prosa “ramonsijeana”.
Si pensaba en Bécquer, malo; si pensaba con Pedro Salinas, más
malo; si ahora el gallo nos saliera agarrándose al Alberti de Sobre
los Angeles,
peor. (Cuente, D. Ramón entre sus lecturas indigeridas La
deshumanización del Arte,
de Ortega y Gasset).
No le negamos
al Sr. Sijé sus latines. Sí, su pretendido diamantino pensar. Su
pensamiento es tan caótico, tan confuso, como la poesía
superrealista, de la que ¡Oh, paradoja!, abomina.
Aprenda a
leer, a pensar el gallo en crisis de Orihuela. Vuelva sobre nuestra
Página
Infantil.
Si supiera llegar no a la letra, sino al espíritu de lo que es esa
página, no diría que en ella “un Fulano se codea con Gil Vicente,
con Lope, con Miguel de Unamuno”.
El Sr. Sijé
piensa esto y no se ríe. Tanto peor para sus secreciones internas.
Nosotros, en cambio, nos desternillamos.
Para terminar:
El comentario a la encuesta de Isla
no se hizo “ocultándose en el anónimo”, como dice D. Ramón. De
igual manera que el artículo de fondo de un periódico, aunque sin
firma, no es anónimo, la crítica, el comentario que aparece en un
“papel” -vulgo, revista- tampoco lo son; responden a la opinión
de quien -o quienes- lo dirigen. Y nuestra portada habla bien claro:
“Juan Ruiz Peña, Luis F. Pérez Infante y Francisco Infantes
Florido editan Nueva
Poesía”.
Un comentario
final: “¡A mí, que me roban y me calumnian!” -iba a cantar el
gallo desaforadamente-. Pero convirtió su voz en quejido: “¡Una
limosna para los pobres cieguecitos de Sevilla!” (Entre paréntesis,
le advertimos que no necesitamos que pida limosna para nosotros,
“pobres cieguecitos, bobos de Coria en Sevilla”. Pídala. Y
compre con lo que recoja un diccionario más). Y, en confianza,
pianísimo, que nadie se entere -nosotros le guardaremos el secreto-:
cuando Vd., don Ramón, “atenuó la fuerza vital de la cólera,
-fíjese que ha dicho Vd. “cólera”-, ¿fue por caridad, por
estos “pobres cieguecitos”, o porque pensó Vd. -por una vez
limpiamente- que no tenía qué le robasen?
(1) Sijé
habita en Orihuela, la “Oleza” de Gabriel Miró.
(2) “¿Quién
te hizo filósofo elocuente / siendo pastor de ovejas y de cabras?”
(Garcilaso, Egloga
II)
(3) Que se nos
perdone la falta de precisión, citamos de memoria.
Tras la
publicación de este durísimo texto, en el que se hace una mención
envenenada sobre Miguel Hernández, innecesaria a todas luces, porque
para esas fechas la relación entre Sijé y Hernández estaba muy muy
deteriorada tras el abandono del poeta de las tesis
ultraconservadoras de Sijé. Éste replicó en carta privada el 12 de
diciembre, recogida íntegramente por José Muñoz Garrigós en su
artículo comentado:
Orihuela, 12
de diciembre de 1935.
A Juan Ruiz
Peña, Luis F. Pérez Infante y Francisco Infantes Florido.
Editores de
Nueva Poesía. SEVILLA.
Muy
distinguidos enemigos míos.
Pretendí
aclarar públicamente una confusión de ustedes con una nota
polémica. Nota de tipo abstracto e impersonal, con algunas
inevitables y humanas aristas agresivas. Hoy viene a clavarse en mi
pecho de mozalbete lugareño y de cristiano viejo la sevillana
flecha envenenada. Ustedes atacan terriblemente mi persona y mi
honor, dando paso a la espada y a la querella. Mas, yo no juego con
fuego. Quiero terminar, calladamente, con esta carta una polémica
personal y cruel. Si fui agresivo una vez -dignidad humana en la
agresión-, era la congestión del momento. Si ustedes, ahora,
sangrientamente me ofenden lo hacen impulsados por la prisa cruel del
ataque. La cuestión capital era demasiado sencilla; de tan sencilla
oscura. Ustedes
habían equivocado el sujeto real de un juicio crítico mío.
Si yo hubiese aclarado, simplemente: No me refiero a Bécquer;
ustedes hubieran tenido que reconocer su error de lectura y
apreciación, sin poder recurrir a clásicas distinciones y
subdistinciones de jesuita. No ha sido así por desgracia.
Ustedes ensucian mi persona, mi alma y mi pueblo; sin referirse pura
y serenamente a la cuestión originadora de la polémica. Yo he
tenido, también, alguna parte de culpa. Reconozcan imparcial y
serenamente que yo no me refería a la poesía humana y romántica de
Gustavo Adolfo.
Nada más. Sí;
una cosa más. La muralla de crueldad que nos hemos creado sólo
puede destruirse con un conocimiento real, por ustedes, de mi propia
persona. Si algún día nos conocemos el equívoco creado se
traducirá en una pura trasparencia de amor y amistad. Yo quisiera
ser verdaderamente pastor, como lo fue un humano y altísimo poeta de
mi tierra llamado Miguel. Lo quisiera ser como Miguel. Pastor; tres
veces pastor. “Erudito” metido a pastor, “humanista” metido a
pastor y “filósofo de Orihuela” metido a pastor. Con un
diccionario de hojas de otoño, con un otoño de pastor nacido en las
entrañas. Como un pastor “que protesta, patalea, gime,
insulta y calumnia” en defensa de una cándida oveja suya.
Solamente pastor. Pastor de alturas eternas, de nieves, pájaros y
azules. Pastor que oiría con agrado los versos de Garcilaso, que
ustedes me lanzan como una flecha envenenada:
¿Quién te
hizo filósofo elocuente
Siendo
pastor de ovejas y de cabras?
Aquí me quedo
con mi voluntad de pastor.
R. S. (10)
La polémica
cesó en este punto, porque sólo doce días más tarde (el 24 de
diciembre de 1935) la muerte sorprendió al erudito oriolano; hay que
pensar, pues, que es este uno de los últimos documentos de Ramón
Sijé. Esta
dura polémica, para el que no encontramos otro calificativo que el
de absurda -escribe
José Luis Ferris- tuvo
efectos demoledores sobre el cuerpo y el espíritu de Ramón Sijé.
Es evidente que la incomprensión que sentía el erudito oriolano en
torno a sí y a su revista El
gallo crisis,
el alejamiento ideológico de su compañero Miguel Hernández y su
escasa salud, hicieron el resto en su sorpresiva muerte. Con
posterioridad, según recogen tanto José Antonio Sáez como Vicente
Ramos (11),
los poetas sevillanos escriben una carta en la que presentan las
condolencias al padre de Sijé, al tiempo que ponderan la valía
intelectual del escritor levantino. Sin embargo la herida abierta
entre el círculo oriolano y el hispalense no quedará cerrada del
todo, como se desprende de la carta que me envió el propio Sáez,
fechada el 16 de enero de 2001, de la que reproduzco el párrafo que
aquí nos atañe:
Otro dato que
puedo darte acerca de él [se refiere, claro, a Luis Pérez Infante]
me lo proporcionó Jesús Poveda, amigo de Miguel Hernández (fue su
padrino de boda), casado con Josefina Fenoll, quien fuera novia de
Ramón Sijé, en una carta personal dirigida a mí en la que me lo
describía con palabras muy duras. Decía haberlo conocido en el
exilio del sur de Francia tras la Guerra civil: “Era un poetastro
recomido y tuberculoso que no me podía oír hablar de Orihuela ni de
Miguel Hernández”.
Desconocemos
más datos sobre la relación entre el poeta onubense y el autor de
la gran Elegía
a Ramón Sijé,
pero queda rotundamente claro que hubo de ser tormentosa, por más
que ambos coincidieran en sus ideales y adscripciones políticas y en
el número 5 de El
Mono Azul
sus poemas se estampasen en la misma página: Pérez Infante con el
romance La
venganza del castillo
y Hernández con Viento
del pueblo,
poema que daría título a uno de sus más importantes libros (12).
El último
número de Nueva
Poesía
(el nº 4) aparece en mayo de 1936 y está dedicado a Gustavo Adolfo
Bécquer. Ya en la portada Juan Ruiz Peña reproduce una elegía
dedicada al poeta sevillano, al que siguen poemas de Infantes
Florido, Díez Crespo, M. Rojas Marcos, la rima LXXV de Bécquer
(¿Será
verdad que cuando toca el sueño...),
y otros poemas de Fentanes Merino, Raquejo y el propio Pérez
Infante, que incluye aquí el hermoso poema Primavera
adscrito, como era de esperar, al más rabioso purismo, al que sigue
un artículo encomiástico de Ruiz Peña a la segunda edición del
guilleniano Cántico.
En su última página se recogen tres mínimas reseñas probablemente
firmadas por el siempre ácido LPI. En la última de ellas se comenta
el primer y único número de la revista cordobesa Ardor,
en
la que se recoge el bello poema Otoño,
de nuestro poeta, dedicado significativamente a Jorge Guillén. Con
el nº 4 se cierra, pues, el ciclo sevillano de Luis Pérez Infante,
quedando definitivamente desconectado de sus compañeros, a quienes
ya sólo se dirigirá por carta desde el exilio americano.
La Guerra
Civil. El
Mono Azul
y
Hora de España
El estallido
de la Guerra Civil marca inexorablemente la vida y la obra del
onubense. Sabemos con toda certeza que el 18 de julio de 1936, Luis
Pérez Infante se hallaba en Madrid, donde opositaba para cátedra de
Filosofía y Letras y donde muy posiblemente visitara a Juan Ramón y
Antonio Machado, con quienes, sabemos, guarda una estrecha relación.
Aprobados los dos primeros exámenes y cuando ya se aprestaba al
tercero y definitivo, estalla la sublevación fascista,
incorporándose decididamente a la lucha y formando parte de la
Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura. Por el texto
de la mencionada carta de Ruiz Peña a Sáez, debemos creer que Pérez
Infante es, con anterioridad a la guerra, un hombre de ideas
comunistas, pero en su obra
sevillana
no encontramos una sola pista ideológica que lo ratifique. Su poesía
sevillana
se
caracteriza por la pureza formal y por una visión optimista del
mundo, en la linea guilleniana, que en nada nos permite vislumbrar
una posición ideológica cercana a las tesis comunistas. Lo que sí
queda muy muy claro es la radical transformación que va a operar en
su credo literario la irrupción de la guerra. Basta comparar la
textura purista
de un poema como Primavera
(ver
pág 35), editado en mayo de 1936, pero al parecer compuesto en abril
de 1936, con el tono realmente atronador del Romance del Arzobispo de
Burgos (ver pág. 42) publicado el 10 de septiembre del mismo año.
En el Madrid
asediado se relaciona con los más importantes escritores del
momento, como Alberti, Neruda, Hernández o Bergamín, al tiempo que
ingresa en Socorro Rojo Internacional y en la mencionada Alianza.
La Alianza, presidida desde el primer momento por Ricardo Baeza, es
una nutrida agrupación de intelectuales unidos bajo la beligerancia
común contra el fascismo. Creada en febrero de 1936 (aunque ya
existía en otros países de Europa), contó con la especial
relevancia del bloque comunista-estalinista, aunque en ella se dan
cita otras opciones ideológicas. Su sede estuvo ubicada en la
madrileña calle de Marqués del Duero, nº 7, en un palacete
abandonado por los marqueses de Heredia Spínola. A finales de julio
de ese mismo año Bergamín, que ya era presidente de la Alianza,
publica su manifiesto redaccional. Las actividades y la repercusión
internacional de la Alianza son considerables. Baste citar la
organización del II Congreso de Escritores Antifascistas que se
comienza a celebrar en el ayuntamiento de Valencia el día 14 de
julio de 1937, con la asistencia de 120 ponentes, entre ellos
Malraux, Machado, Neruda, Nicolás Guillén, Gil-Albert, Carpentier,
Tzara, Paz, Huidobro, León Felipe, Alberti, C. Vallejo, Corpus
Barga... y en la que participa nuestro poeta. Otras de sus
actividades fueron la creación de las revistas El
Mono Azul
-título inspirado por Bergamín- que sale por vez primera el 27 de
agosto de 1936 y Hora
de España;
la publicación del Romancero
General de la Guerra de España,
el traslado de los cuadros del Prado a Valencia y la creación de
Nueva
Escena,
que llevará el teatro
civil
hasta el frente como un artefacto de indudable peso ideológico y
patriótico, serán otros de sus activos.
Por el trabajo
que desplegó durante y después de la guerra podemos asegurar que
Luis Pérez Infante fue un activista irreductible y convencido de la
causa republicana. Rogelio Martínez nos dice que formó parte de la
redacción del semanario El
Mono Azul
y García Puertas (artículo citado) que simultáneamente intervino
en multitud de mítines en el frente y en la retaguardia, con
Bergamín, Alberti, Mª Teresa León, Miguel Prieto, Rodríguez Luna,
X. Abril, León Felipe, Cotapos, Aleixandre, García Maroto, José
Delgado, Serrano Plaja, Lorenzo Varela, Petere, Altolaguirre, Concha
Méndez, Chabás... Según este mismo testimonio, en 1937 marcha a
Valencia donde sigue trabajando para la Alianza y firma el Manifiesto
de la Alianza (13),
junto a Ramón J. Sender, Bergamín, Cernuda, Ramón Gómez de la
Serna... Bajo la dirección del pintor Miguel Prieto refunda el
Teatro
de Títeres La Tarumba,
de las Misiones Pedagógicas, donde coincide con Felipe C. Ruanova y
Rafael Dieste (14)
con quienes recorre los frentes, plazas y hospitales, así como los
principales teatros de Madrid, Valencia y Barcelona, hasta la
finalización de la guerra. Representaron obras de Alberti (Los
salvadores de España),
Lorca (El
retablillo de Don Cristóbal).
Ese mismo año, recién llegado a Valencia, interviene en el
mencionado II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de
la Cultura. A finales de 1937 ingresa en el Comisariado del XVIII
Cuerpo del Ejército en la Zona Centro, declinando las plazas de
profesor de literatura de Guadix e Igualada. Con posterioridad ocupó
el cargo de comisario en la 45ª División, integrada por Brigadas
Internacionales, luchando en Aragón, Cataluña y Extremadura, entre
cuyos trabajos estuvo el dirigir el periódico Bayonetas
internacionales.
Con respecto a
su actividad literaria durante la guerra, ya adelantamos que publica
versos tanto en la revista Hora
de España
como en El
Mono Azul,
donde aparecerá uno de los romances más celebrados de la contienda:
el que narra la muerte de Durruti, que es recogido con profusión en
los cancioneros de la época y reproducido todavía hoy como uno de
los ejemplos literarios más solventes y sobrecogedores de la lucha.
No será este el único texto de LPI en El
Mono Azul,
pues del 10 de septiembre de 1936 al 24 de junio de 1937, aparecerán
todavía cuatro piezas más en el semanario: los romances Romance
del arzobispo de Burgos, La venganza del castillo,
A
Madrid
y el poema polimétrico La
voz de
los
vivos.
El
Romance del arzobispo de Burgos,
el primero de todos, apareció el 10 de septiembre de 1936 en el
número 3 de la revista, ilustrado por Ramón Gaya. Se trata de un
romance anticlerical que establece la connivencia de la iglesia (aquí
representada por el aguerrido arzobispo burgalés y su corte de
frailes) con los fascistas. En él todavía se percibe un tono
optimista y pendenciero. La
venganza del castillo,
publicado el 24 de septiembre de 1936 se inscribe dentro de la misma
órbita psicológica e ideológica. Narra la conquista del castillo
de Las Navas por las tropas fascistas y la heroicidad de un campesino
llamado El Pollero. Lo más interesante del poema es, sin duda, la
estrecha relación que el poeta establece entre los héroes de los
viejos romances castellanos de frontera y la gesta de los campesinos.
El tercer romance se titula A
Madrid
y se publicó el 29 de octubre de 1936, en el nº 10 de la revista;
en él se habla de la heroica defensa de Madrid en relación a un
tema que entonces era noticia, como era el tratado de no-beligerancia
firmado por las potencias europeas y americanas y al que Pérez
Infante se referirá en 1946, ya en Montevideo. El cuarto romance, La
muerte de Durruti,
se publica el jueves 11 de febrero de 1937. Se trata, sin duda del
más conocido entre sus poemas, recogido en diferentes antologías y
revistas del frente, donde debió hacerse muy popular (15).
El poema entronca con la mejor tradición del romancero español y
revela el preciso conocimiento que de él tenía el poeta onubense.
Dividido en cuatro partes, es de resaltar el tono heroico que impone
a estos versos y que sitúan al libertario Buenaventura Durruti
(León, 1896-1937 Madrid) en el plano de los grandes héroes de los
cantares de gesta. No importa que los hechos cantados desplacen a la
verdad histórica, pues lo que interesa al autor es la exaltación
patriótica e ideológica del héroe republicano, que desde el frente
de Aragón, corre en auxilio del debilitado frente madrileño, en
cuya Ciudad Universitaria halla la muerte el 19 de noviembre de 1936.
El cuarto y último texto que el onubense diera a El
Mono Azul
(Nº 21, Madrid, 24 de junio de 1937) es La
voz de los vivos,
que se reproduce también en el nº VXII de Hora
de España (Valencia,
mayo de 1938),
junto
a otros tres poemas; el texto se publica apenas 4 días antes de la
derrota de Brunete; escrito, a diferencia de los anteriores, en verso
libre, es un canto a la lucha, o más bien a la muerte heroica. Si
los poemas precedentes fueron escritos según las hormas
tradicionales del romance y en ellos se advierte el calor del
presente, este poema relaja su tono y prefiere situarse en una
reflexión no exenta de pesadumbre, que será luego la tónica de los
Cuatro
poemas de Madrid,
publicados en 1938. Cuando Infante escribe este texto ya ha perdido
parte de su fe en la victoria (sólo de enero a junio de 1937 el
ejército nacional ha tomado ciudades como Málaga o Bilbao y se bate
ya en la madrileña Ciudad Universitaria), y se suceden los
bombardeos por los barrios populares de la capital española. El
poema, pues, responde a un cambio psicológico del autor que comienza
a percibir una clara desmoralización ante el futuro de la guerra, si
bien sirve de revulsivo para tratar de atajar esa desmoralización
interna. En sus versos se habla más de desgarro que de exaltación.
En todo caso, el poeta cree en su causa, incluso después de la
previsible y puntual derrota. El futuro es, sin ninguna duda, del
hombre que ha sabido mantenerse en pie frente a la barbarie, que ha
decidido luchar (y perder, lo que sublima aún más su posición de
héroe que combate a muerte contra el destino) por los ideales, por
la justicia, por la dignidad del hombre. En mayo de 1938, como queda
indicado, aparecen otros 4 poemas suyos recogidos bajo el título de
Cuatro
poemas de Madrid,
en el número XVII de Hora
de España,
revista que se edita en Valencia. Los poemas, fechados en Madrid de
1936 a 1937, son: Estos
escombros,
La
voz de los muertos,
La
voz de los vivos
y A
Gerda Taro.
El primer poema de este cuarteto es el titulado Estos
escombros;
construido en endecasílabos, no da la impresión de ser un escrito
de circunstancias, sino una visión razonada sobre la barbarie y la
resistencia de una ciudad que se niega a doblegar sus rodillas ante
el enemigo, por más que ya se intuya que todo o casi todo está
perdido. Habla de una ciudad bombardeada y sometida a escombros. En
realidad este poema es ya un poema del exilio. El objeto de la lúcida
mirada del poeta onubense son los escombros a los que queda reducida
la ciudad, pero unos escombros que, a pesar de todo, devuelven
dignidad al paisaje y llegan a oscurecer en su verdad necesaria a las
nubes y los montes. Se diría que es el coraje y la dignidad los que
quedan, desdentados aun, envolviendo, lustrando, gritando casi desde
esas paredes rotas, desde esos cascotes que alguna vez fueron vida y
que no van a volver a ser habitados. Tras el hondo pesimismo del
tema, no deja de manifestarse una manifiesta esperanza. Diríase
entonces que la ciudad convertida en escombros, perdida ya para la
causa, es un símbolo inmarcesible de la libertad y los ideales más
nobles. Los quebrantados edificios, pues, aparecen como cicatrices
que, por serlo, se han ganado su sitio en el paisaje y, aún más
decisivo, en la conciencia. Nada tiene que ver, como vemos, esta
sublimación de las ruinas con el sentimiento barroco de un
Castiglione o Caro, que ven en ellas la decrepitud del tiempo y lo
azaroso y engañoso de la obra del hombre. No hay aquí nostalgia, ni
recreación de un tiempo acaso más favorable, sino una leve
esperanza de que por más que la ciudad esté sometida a la barbarie,
lo que hay bajo ella, la ilusión del pueblo por un futuro más digno
y justo, perdurará más allá de la inminente derrota. La
voz de los muertos,
el segundo texto de la tetralogía sigue las pautas del anterior. El
primer verso nos pone sin sombra de dudas en situación: Sí-comienza
afirmando-, porque
estamos más vivos que nunca / con la vida gigante del que sabe /
morir en pie cuando la Vida ordena.
Estamos vivos, viene a decir, porque estamos allá donde la vida nos
ha exigido estar. El poema, como el resto de la serie, es un canto a
la resistencia heroica y a los anónimos hombres que dejan su piel en
pos del ideal. Existe, sí, un tono pesaroso, una intuición de
derrota, pero es precisamente en esta derrota donde el hombre,
afianza la fe en su victoria. Pues hay una victoria militar ya
entrevista, que el tiempo se encargará de convertir en cascotes y
una victoria moral que se alía sin duda con los resistentes. Los
muertos de hoy, viene a decir, darán vida mañana y, por tanto, no
son inútiles ni su sangre ni su entrega:
El momento
está aquí. Y allí la prueba:
la muerte y el
mirarla pecho a pecho.
...Y lograréis
la libertad del mundo
y la impagable
vida de los hombres.
La voz de
los vivos,
poema ya comentado, es el tercero de la serie y, más que un
contrapunto al anterior poema, parece su continuación. En realidad
la estructura de ambos poemas es la misma, como la misma es la
cantidad de sus versos (26), el arranque y la conclusión. No sería
arriesgado afirmar, pues, que son dos variaciones perfectamente
complementarias de un mismo tema. El último de la serie, pero
también el último de los textos españoles que hemos logrado
rescatar, es el titulado A
Gerda Taro, muerta en el frente de Brunete.
Escrito desde la sincera emoción, el poema rinde homenaje a la
reportera Gerda Taro (Bucarest, 1910-1937 Brunete), compañera del
también fotógrafo Robert Capa. Como en el caso de Durruti, la
muerte de la rubia y animosa búlgara, conmocionó a todos los que
seguían la guerra, tanto en España como en el extranjero, y su
muerte llegó a convertirse en un símbolo de la resistencia. Rafael
Alberti en su segunda parte de La
arboleda perdida
(16),
da cuenta detallada de la conmoción que supuso la desaparición
accidental de la fotógrafa búlgara, corresponsal de Ce
soir,
en el frente de Brunete y su traslado en un ataúd improvisado,
primero hasta Madrid y luego a París, lugares donde sería recibida
como una heroína del anti-fascismo. Evidentemente, Infante elude
consignar la causa de su trágico fin, pues, según es sabido, la
fotógrafa murió de una forma accidental, al ser aplastada por un
tanque republicano. El interés del poema se sitúa en la honda
emoción que la muerte de la joven ha producido en el poeta. Todos
estos poemas de la guerra forman un corpus épico-lírico de gran
intensidad, titulado por el propio Infante como Tiempo
de epopeya,
según nos revela su compañero García Puertas en el mencionado
artículo Con
vuelo invulnerable.
Según se
desprende del poema dedicado al 90º aniversario del nacimiento de
Antonio Machado, publicado ya a final de su vida, creemos que los
últimos días de la guerra los pasó en la Barcelona acribillada,
donde solía visitar al poeta sevillano:
Cuántas
veces, maestro,
siempre
que alguno más traza un surco, una estela,
cuántas
veces, Antonio, tú que fuiste el primero
en
abrir con tus pasos de gigante vencido
el
camino difícil
de
España peregrina,
recuerdo
aquellas tardes,
en
aquel caserón con pátina y verdines
-cerca
el jardín umbrío-
de
la muy leal y acribillada Barcelona.
El exilio.
Francia. Chile. Uruguay
En los campos de refugiados del Sur de Francia. |
Tras la
derrota republicana, se inicia el éxodo más dramático y cuantioso
de la historia española. Ni siquiera las expulsiones de los moriscos
o los judíos en el siglo XVI, pueden compararse en número o
dramatismo con el de la diáspora republicana. Más de medio millón
de exilados cruzan la frontera francesa en condiciones más que
precarias. Sólo entre el 28 de enero y el 5 de febrero de 1939 se
contabilizan más de 250.000. Luis Pérez Infante cruza la frontera
el 9 de marzo. Las limitaciones extremas del viaje -el frío, el
hambre, la enfermedad, los bombardeos, el dolor, las heridas...,
hacen que muchos (recordemos una vez más a Machado) perezcan en el
camino o apenas traspasada la línea fronteriza.
El gobierno
francés de Léon Blum, insensible o acaso presionado por las fuerzas
reaccionarias, fue amontonando a los exilados en campos de refugiados
del Sur de Francia y en sus colonias norteafricanas, siempre en
condiciones lamentables. Infante, que contrajo la tuberculosis en el
campamento tristemente célebre de Saint Cyprien Sur Plage, donde
permaneció hasta finales de aquel gélido marzo. Pero sigamos a
Manuel García Puertas en su artículo citado:
“Pasaron a Perpignan y luego a Toulouse, donde estuvieron a la
espera de algún barco de los que Pablo Neruda, por orden de su
gobierno, fletaba para asilar en tierras de América a los refugiados
españoles. Por fin, ya iniciada la Segunda Guerra Mundial pudo tomar
plaza en uno de los últimos de esos barcos”.
Antes, Luis Pérez Infante, enfermo, marcha hacia Toulouse y de allí
a París, donde se ve con Rafael Alberti y Pablo Neruda antes de
embarcarse en Le Havre rumbo a América. En Francia, ya enfermo,
entrevé la posibilidad de publicar sus poemas. De hecho, con motivo
del 18 cumpleaños de Rafaela de Buen le confía un cuaderno donde
aparecen más de viente poemas, alguno de ellos inéditos. En la
dedicatoria Infante escribe: “Ahí
van algunas de mis poesías -casi todas- que podrían entrar en una
selección que yo hiciera, para publicarla, en el momento presente.
Con el tiempo estas poesías formarán parte de varios libros, todos
en preparación, casi ninguno terminado, y casi todos, todavía, sólo
vistos imaginativamente, es decir, que falta lo principal,
escribirlos”.
Los poemas que forman este cuaderno son:
* Primavera
y Flor
del camino,
de Primeras
poesías;
* Poema
sin título [“Este
lento pasar”] de Tristeza
sonreída;
* Sólo
tú permaneces,
de Secreto
Ardor;
* Me
falta voz,
Estos
escombros,
Los
evacuados,
La
voz de los muertos,
La
voz de los vivos,
Batallón
Alpino,
A
las juventudes,
Voluntarios
de la libertad,
El idioma no importa, de Me
falta la voz;
*La
verdad en la calle,
de La
verdad en la calle;
*¡A
la sierra!,
Andújar-Guadalquivir,
Alta
roja estrella,
de Canciones;
* Entre
la muerte y tu amor,
de Entre
la muerte y tu amor;
* Antonio
Coll,
La
venganza del castillo
y La
muerte de Durruti,
de
Romancero de la Guerra.
Rafaela
conserva, además otros cuatro poemas que no se hallan recogidos en
el cuaderno: “En
Soller”,
“Raquel”,
“Las
afinidades electivas”
y “La
voz de la nieve”.
Rafaela de Buen, 1939 |
En París se
reúne con su novia Rafaela de Buen, a quien había conocido en
Toulouse en abril de aquel mismo año. Es ella la que nos relata que
Luis utilizó sus últimos francos en el regalo de un barco en
miniatura para Neruda, en agradecimiento a sus favores. Ambos,
Rafaela y Luis, se enfrentarán a su exilio definitivo ligeros de
equipaje.
Ante la
situación extrema de los refugiados, que se agravaba con la
situación de preguerra que se vivía en Europa, el gobierno español
en el exilio, con Negrín al frente, acordó con los gobiernos de
México y Chile fletar algunos barcos de refugiados hacia ambos
países; entre los más conocidos están el Sinaia,
que
se dirige a México y el Winnipeg
y el
Formosa,
que tendrán como destino Chile. Según nos cuenta Neruda, tanto en
Confieso
que he vivido,
como en el articulario Para
nacer he nacido,
la partida de los exilados españoles hacia Chile fue bastante
accidentada. El gobierno chileno, con el Frente Popular recientemente
instalado en el poder y Pedro Aguirre de la Cerda como presidente,
convino con el español de Negrín acoger a 2000 de los refugiados.
Pablo Neruda, cónsul en París, fue el encargado de coordinar los
embarques, sufragados por la república española y -¡.!- los
cuáqueros norteamericanos. Días antes de la prevista partida del
primero de los barcos (el
Winnipeg,
un viejo carguero que en sus mejores tiempos trasportó cacao) se
produjo un cambio de parecer en el gobierno chileno y a punto estuvo
de no zarpar, pero a última hora, ante la presión de Neruda, que
amenazaba con poner la situación en manos de la opinión pública de
sus país, la cuestión se resolvió y el Winnipeg,
que esperaba en Trompeluop, muy cerca de Burdeos, se fue cargando con
2078 españoles, entre hombres mujeres y niños, que iban llegando al
muelle en trenes atestados, como nos describe el poeta chileno en el
citado Para
nacer he nacido:
Los trenes
llegaban de continuo hasta el embarcadero. Las mujeres reconocían a
sus maridos por las ventanillas de los vagones. Habían estado
separados desde el fin de la guerra. Y allí se veían por primera
vez frente al barco que los esperaba. Nunca me tocó presenciar
abrazos, sollozos, besos, apretones, carcajadas de dramatismo tan
delirante.
Luis
Pérez Infante, seriamente enfermo, se embarcó en el Formosa, según
sabemos por el artículo citado de Manuel García Puertas, y luego
corroborado Por Rafaela de Buen, su compañera de viaje, junto a
otros 49 exilados, entre los que se encuentran José y Joaquín
Machado, hermanos de Antonio. Según nos refiere Rafaela: “Desde
Le Havre [13
de septiembre],
el primer puerto al que llegamos, después de diez días, fue
Casablanca, pero nadie pudo bajar del barco. Después hicimos escala
en Dakar, donde sí pudimos bajar. Y fue interesante, la primera vez
que pisé suelo africano (no sé si Luis ya lo había hecho, creo que
no) por la tarde, cuando desde los alminares llamaron a la oración,
pudimos contemplar cientos de personas, en las calles, en la plaza,
cumpliendo su ritual, acostados en el suelo. También el barco se
detuvo en Río de Janeiro, pero sólo pudieron bajar algunas personas
que tenían pasaportes "de verdad". Los que teníamos sólo
un documento provisorio no pudimos. Y después ya Montevideo y
Buenos Aires”
(e-mail, del 8/2/2010).
De este viaje
tenemos un documento excepcional, que es el relato que de él hizo la
propia Rafaela de Buen, titulado “Jueves 14 de diciembre de 1939",
de su libro Teselas
para un mosaico,
publicado en Santiago de Chile en 2004, por RIL Editores. La travesía
del Formosa
tiene
caracteres novelescos, pues al avistar Punta del Este (Uruguay) el 13
de diciembre de ese mismo año, el barco fue utilizado
como cebo para retener al Graff
Von Spee,
un acorazado alemán, que sería autodestruido en las mismas costas
uruguayas ante el acoso de tres buques ingleses. Pero sigamos
íntegramente el relato de Rafaela:
Jueves, 14
de diciembre de 1939
Esta mañana,
al entrar al puerto de Montevideo, pasamos a pocos metros de
distancia del acorazado alemán Graf Spee. Hacia su proa veíase
claramente la estructura perforada, un gran hoyo que ahora dejaba
pasar la luz, por el camino abierto ayer por un proyectil. Grandes
rasgaduras en la superficie de su blindaje, varios impactos en la
línea de flotación, destruido el puente de mando y uno de sus
aviones, desprendida la cola, dañado su fuselaje. La cubierta llena
de marinos (dicen que son más de mil) de blanco impecable; al pasar
nuestro barco, el Formosa, agitaban manos y gorras, saludándonos.
Con alegría, no parecían enemigos. Alguien dijo que ayer, treinta y
seis murieron y que los heridos eran más de sesenta. Hace apenas
unas horas debían estar al lado de los cañones, en medio de las
voces de mando, mientras a su lado caía el compañero, el amigo.
Deben haber visto nuestro barco durante el combate con los tres
cruceros británicos: el Exeter, el Achilles y el Ajax, que era
nuestra escolta. Ellos estaban en guerra. Nosotros no. La nuestra ya
había terminado.
Ayer por la
tarde, estábamos jugando en la cubierta superior cuando la alarma
rompió la paz con su sonido estridente. Creo que nadie se asustó.
¿Cómo asustarse con ese cielo tan azul, con ese silencio del mar,
con esa costa tan cercana, con ese mundo nuevo que ya se tocaba con
las manos? La guerra la habíamos dejado atrás, atrás también esos
primeros días de la travesía, desde Le Havre hasta Casablanca, en
un convoy – barcos chicos y grandes – acompañados por unos
buques de guerra que nos pasaban, que nos esperaban, que nos volvían
a pasar, incapaces de ponerse al ritmo, a la velocidad de los barcos
más pequeños. En Casablanca ya nos dejaron solos. Se dijo que no
tan solas, que el Atlántico aun era peligroso, podía haber
submarinos acechándonos y nuestro barco era francés y Francia
estaba en guerra.
Los dos
cañones de nuestro barco parecían un poco ridículos, quizás eran
de la guerra pasada. ¡Ha habido tantas guerras pasadas! Mientras
atravesamos el Atlántico, por aquello de los submarinos,
permanecieron siempre a la vista, igual que las barcas de salvamento
que colgaban de sus soportes, hacia fuera de la cubierta, listas para
ser lanzadas al agua al menor peligro.
Al acercarnos
ya a las costas de Brasil, a su verdor inesperado, parece que nos
sentimos seguros: los cañones se taparon con lonas, las barcas
volvieron a su lugar de reposo y las cuerdas con las que las
amarraban se iban llenando de nudos.
Me gusta el
mar. También le tengo miedo. Soñaré muchas veces que muero en el
mar. Llevo puesta la pulsera de nácar que me compré en le Havre con
los francos que me dio en París mi abuelo, creyendo que en Chile
podría necesitarlos. Pero cuando entre con Lucas [Luís Pérez
Infante] a esa tiendecita y compramos el barco que él quiso
regalarle a Neruda, yo vi la pulsera y me enamoré. El nácar viene
del mar, el mar está en la infancia junto al abuelo y la pulsera
será mía: él me la regaló sin saberlo. La compré, y entre el
barco y la pulsera, lo gastamos todo. ¿Para qué, el dinero? ¡Éramos
jóvenes!
La alarma no
paraba. Se añadieron voces. Había que buscar los salvavidas,
reunirnos en nuestros puestos, frente a la barca que se nos asignó
en los ejercicios de salvamento. Tomábamos conciencia. Además del
cielo sin nubes, además del sol, se escuchaban los cañonazos; muy
cerca de nosotros y de la costa uruguaya, de la que aún no
conocíamos sus nombres. Punta del Este, Punta Ballena, Piriápolis.
No pudimos saber que, desde la costa, otras personas, sorprendidas
como nosotros, también presenciaban el desarrollo del combate,
también miraban el humo de los fogonazos, oían hablar a los
cañones, dejaban de ver por momentos los buques ocultos bajo espesas
cortinas de humo.
Poco a poco la
información. Que el barco ese que veíamos bastante cerca era un
acorazado alemán, el Graf Spee, que por varios meses navegaba, como
corsario, por estos mares y que había apresado a varios mercantes
aliados. Que los otros tres eran cruceros británicos tratando de
darle caza y que debían acercarse peligrosamente a él, ya que sus
cañones eran de menor alcance. Nosotros estábamos más cerca, pero
¿ qué protección esperar de nuestros débiles cañones?
Apresuradamente
se sacaban las lonas que los cubrían, apresuradamente marineros
cortaban con navajas los nudos que ellos mismos hicieron para amarrar
las barcas... Nuevas órdenes. Todos debíamos ir a la parte del
barco sin ver al enemigo, creo que a estribor, era el mandato.
Algunos obedecieron: por los niños, por sensatez, por miedo. Otros
seguimos mirando. La curiosidad, la inconciencia tal vez, la
incertidumbre de estar ante algo que no nos estaba destinado
contemplar.
El sol
desapareció, la oscuridad se encendía con las explosiones, con las
llamaradas, con gritos que no se escuchaban. Después silencio. Tan
sólo unos reflectores iluminando la costa, queriendo encontrar al
enemigo que se escapaba, ya cerca de la entrada al Río de la Plata,
puerto seguro ofrecido a su desamparo.
No se parecía
a los bombardeos de Barcelona. En realidad, no daba miedo. Sólo
sorpresa, estupor, lejanía. Faltaba el ruido de los aviones y la
duda, mientras el ruido se acerca de si vendrán directo a nosotros.
No escuchábamos el silbido de la bomba que viene cayendo y que
mientras silba puedes saber que no ha caído todavía y que quizás,
quizás, todavía puede ser para ti. Y que cuando cae sabes que esta
vez no fue pero que puede haber sido para alguien que conoces y que
aún habrá otra más, y otra más.
No sé qué
hora es. Esta noche de inesperados resplandores Alejandro no estará
de humor para hablarnos de las estrellas. Será la penúltima noche.
El Viernes llegaremos a Buenos Aires y de ahí, el tren a Santiago.
¿Dónde quedarán los cielos profundos, las constelaciones. Tauro,
las Pléyades, Aldebarán, Orión, y Géminis. El brillo de Sirio, la
emoción contenida al ver, por primera vez, la Cruz del Sur….
Presencia de
estrellas que ya no existen… extraños conceptos, años, luz,
infinito, la nada, ¿acaso seremos nosotros sólo un reflejo? ¿cuánto
tiempo durará nuestra luz ?
No sé la hora
porque hace días tiré mi reloj al fondo del mar. Después de marcar
muchas veces decidió pararse. No puedo saber que aún me quedan
muchos relojes que comprar. Me gustó verlo hundirse y saber que se
quedaba en ese mar, ya vacío del tiempo, en el camino que me
conducía a mi nuevo mundo, a una nueva vida. O que me alejaba de mi
nuevo mundo, de una vida que pudo haber sido mía, y que ya no lo
sería.
El Formosa
atracó no en Chile, como estaba previsto, sino en Buenos Aires el 15
de diciembre, aunque la expedición de exilados seguiría camino
hacia Santiago. En un e-mail (7 /02/ 2010), Rafaela resume así el
periplo argentino: “Los
argentinos no nos trataron muy bien; subieron a bordo policías que
nos ficharon a todos, fotografías de frente y de perfil, formularios
con muchas preguntas y la prohibición absoluta de descender a
tierra. Incluso recibí la visita de Jimenez de Asúa, amigo de mi
familia, y a quien mi abuelo había escrito anunciándole mi paso por
Buenos Aires y tampoco pude bajar con él. // Desde Mendoza, si mal
no recuerdo, hasta Punta de Vacas o Las Cuevas, nos trasladamos en
varios taxis, que por cierto manejaban por la izquierda, a la usanza
británica. Camino de cordillera, con innumerables curvas. Y después,
de nuevo tren, Estación Mapocho, Santiago”.
La llegada de
Luis Pérez Infante a Chile se produjo, pues, en los primeros días
de 1940. Sin pérdida de tiempo es hospitalizado de su enfermedad
pulmonar en el centro El Peral, a las afueras de Santiago, donde
pasará sus próximos 18 meses, para incorporarse con posterioridad
al Movimiento Chileno de Apoyo al Pueblo Español y más tarde como
secretario de redacción al periódico La
verdad de España.
De Chile pasa
a Argentina, país que lo verá deambular durante un breve período,
hasta que a finales de 1946 se instala en Montevideo, reclamado por
el PCE, para hacerse cargo del semanario España
Democrática,
del que fue director hasta 1956, año en el que las enfermedades
vuelven a minar su salud. En la ciudad oriental, que ya no
abandonará, salvo para pronunciar conferencias sobre el drama del
exilio español, desplegará una indesmallable actividad política y
cultural, vinculado tanto al partido, cuanto a La Casa de España,
dirigiendo el CCCL Aniversario de El Quijote. En el semanario España
Democrática,
coincide con Rogelio Martínez y Manuel García Puertas, memorias
vivas de nuestro exilio uruguayo y a quienes debemos muchos de los
datos de su transtierro. En Uruguay da clases particulares y consigue
volver a montar la compañía teatral La
Tarumba,
con la que ponen en marcha, entre otras, la obra
La niña Guerrillera,
de Bergamín, exilado en Uruguay por esas fechas. En los últimos
años de su vida trabajó como vendedor de libros para la editorial
Aguilar. Como señala el republicano granadino Manuel García Puertas
en la interesantísima nota que antecede al poema Antonio
Machado en el 90º aniversario de su nacimiento,
colaboró en la Revista
de los Viernes de
El Popular,
donde llegó a publicar 5 poemas, cercana ya su muerte; por esta nota
sabemos que tras un largo silencio, en sus últimos años reemprendió
su vocación poética, escribiendo un libro que pensaba titular Las
raíces y romances de alba cierta,
que permaneció inédito y del que adelantamos algunas de sus
composiciones. Perfila, además, dos largos poemas:
Me mires como me mires y
las soleares Saludos
a Bergamín en el exilio.
Además escribe un poema dedicado al Che, leído el 23 de febrero en
La Casa de España de Montevideo, junto a Daniel Viglietti. Ésta es,
según Puertas, la última de sus intervenciones públicas. En todo
caso, hay que advertir el significativo silencio que se opera en el
poeta andaluz en los primeros años del exilio. Tal silencio hay que
achacarlo, primeramente a la enfermedad pulmonar que padeció en los
últimos momentos de la guerra, agravada por el éxodo y las
condiciones lamentables que le esperaron en Francia, pero una vez
establecido en América, Luis Pérez Infante consideró mucho más
importante trabajar para la causa republicana, en la esperanza de que
la dictadura de Franco pudiera caer en cualquier momento, de un día
para otro. Sólo cuando, tras innumerables decepciones, acepta que el
retorno de la legalidad institucional en España es imposible, Luis
vuelve a sus escritos. Sus textos uruguayos denotan su recio
compromiso ético y su fidelidad a los principios que le hicieron
salir de España. Sencillez,
hermosísimo texto, nos coloca curiosamente en la corriente estética
del purismo juanramoniano.
Su vida, según
el testimonio de Rogelio Martínez, estuvo
dedicada a la lucha por la libertad y la democracia, a la poesía, a
la familia y a sus amigos uruguayos y españoles.
Casado con la activista y actriz Luisa Cataldo, tuvo una hija, Tania,
quien guarda memoria de su padre, fallecido el 29 de abril de 1968,
cuando ya el régimen franquista, tocado de esclerosis, se disponía
a su disolución monárquica.
La
nueva literatura ante el centenario del romanticismo.
Publicado
en la revista Isla,
hojas de arte y letras, núm. 7-8, Cádiz, 1935, dirigida por Pérez
Clotet. Edición facsímil de José María Barrera, pp.167-168).
1 comentarios:
Manuel, magnífico artículo-estudio. Creo que pronto conoceremos algo más de Pérez Infante. Enhorabuena.
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