EL AZAR Y VICEVERSA
Felipe Benítez Reyes,
Ed. Destino
Barcelona, 2016
Casi nunca escribo de las cosas que voy
leyendo porque ya lo hice una vez y casi la palmo. Ejercer de crítico
literario es acaso la peor y la más canalla de las profesiones que
he experimentado y eso que he me he visto de apicultor, de peón de
cementerio o de topógrafo del más allá. Basta que ante un libro al
que has calificado por activa y por pasiva de espléndido se te
escape una adversativa para que dos horas más tarde de que la reseña
vea la luz, el autor se las ingenie para cagarse en todas tus mulas
en privado y, una vez calentito de rioja, llamarte con un cierto
rintintín -sic- para hacerte ver lo profundamente injusto de esa
adversativa. Y fue por eso que decidí dejar de escribir sobre vivos
y comecé a hablar sobre muertos, que no suelen llamar a deshoras y
han atemperado la fe en las opiniones ajenas.
Creo haber leído toda la narrativa de
Felipe Benítez Reyes y en cada una de mis expediciones a ese mundo
suyo del escepticismo-mágico he salido mucho más confortado de lo
que entré. Recuerdo con absoluto regocijo la lectura de Tratándose
de ustedes, la novela que inauguró mi fascinación por su prosa.
El novio del mundo, exagerada, locuaz, ingeniosa, lúcida y a
ratos desternillante, me convirtió ya en un incondicional. El fraseo
de aquella novela envenena, aturde, asombra... Acostumbrado a su
verborrea virguera y al estado de gracia con que fue escrita El
novio, Mercado de espejismos, la novela con la que su autor
consiguió en Premio Nadal, me pareció que carecía de algo de swim
(ay, niño, en cuanto te dejo solo, te comen las adversativas), de
modo que esperaba con muchísimo interés su próxima novela, El
azar y viceversa, cuyo título,
todo hay que decirlo, tiene apostura bergaminiana. Pues bien,
me bastaron unas pocas de páginas para saber que volvía a tener
frente a mí la mejor prosa que uno puede echarse al coleto entre los
autores vivos de este país. Y es que a pesar del escepticismo que
parece ir abriéndose camino en el imaginario del autor, leer El
azar y viceversa es una auténtica fiesta. Estamos ante un libro
río, con lazos ineludibles con nuestra mejor tradición picaresca.
Las estaciones de penitencia a que el destino -ese filósofo algo
puesto, que diría FBR- somete a su pícaro protagonista, un
buscavidas roteño que desde la muerte de su padre se ve abocado a
negociar con la incertidumbre, con un cierto pálpito autodestructivo
y con las trampas y veleidades del deseo y su ristra de diosecillas
biodegradables, si no un verdadero carácter, van forjando, sí, una
historia en la que el azar juega con la presunta incapacidad del
protagonista para tomar las riendas de su propio destino. En cada
vuelta de fortuna, la realidad del azar -sic- siempre acaba por
traicionar sus expectativas, pero él continúa, imperturbable
picapedrero del destino, buscándose la vida ante una galería de
personajes a cual más bergante, follón y pisacharcos, aunque
también los hay de una bondad o de una candidez infinita, como el
enano ventrílocuo, María, o el anarquista Tiresias. Diríase que el
narrador, que va mutando su nombre y su circunstancia, no es más que
un pelele en manos de unos tiempos y unos hombres difíciles, donde
escapar a los imaginarios conspirativos de los demás, de los propios
y de la fatalidad, es la mejor de las noticias. Aunque Benítez Reyes
eluda hablarnos de los hitos históricos concretos que sacuden al
país y sólo aparezca el inolvidable 23 f, estamos ante una novela
con una cierta fornitura coral, que relata con absoluto dominio del
lenguaje, los entresijos de unos tiempos que no fueron tan
fantásticos ni tan hermosos como la publicidad quiere hacernos
creer. En esta galería de biodegradables, aparecen camareros del
hampa, donjuanes, yonquis, niñatas, mariposones, escondidos,
tratantes de antigüedades, pastilleros, anarcos, poetillas de tres
al cuarto, notarios con parné, pajilleras, parlamentarios
tarambanas, lolailos, embaucadores, camellitos, suripantas,
abstraídos, y hasta una momia disecada... y todos ellos parecen
sometidos a los vaivenes del azar y a las dentelladas de una vida que
parece haberles cobrado demasiada ventaja.
Tanto en el poeta como en el escritor
roteño, pervive un ambiente lisérgico, fluencial, donde la realidad
se entrevera de sueños y los sueños se entreveran de realidad, al
punto que a veces resulta difícil saber de qué lado van quedando unos y
otros, pero al fin es una gozada seguir las elucubraciones de la
palabra en estado de pura insurgencia, de brillantísimo cascabeleo.
Acabando: una espléndida e hilarante novela que agranda la buena
sombra de este escritor, acaso el mejor amueblado de nuestra
generación.
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