DOCTOR PASAVENTO

 

DOCTOR PASAVENTO DE ENRIQUE VILA-MATAS.

 

Doctor Pasavento - Vila-Matas, Enrique - 978-84-339-6882-1 - Editorial  AnagramaAlgún amigo me dirá con mucha razón que soy un pesado y un cansativo y no tengo más remedio que darle la razón. Soy un pesado y un jartible, vaya por delante. Después de leer Bartleby y compañía, y comenzar Dietario estoy leyendo ahora Doctor Pasavento, una vez que le he cogido carrerilla al para mí siempre escurridizo Enrique Vila-Matas y antes de que me acabe atragantando. Pero no, se me atraganta. De verdad que por más que miro y por más que lo intento no veo nada en su escritura. Lo juro y lo siento como un absoluto fracaso personal. Todo mi ser quisiera entenderlo, pero no, por más que lo intento no acabo de entender la lógica artistica o metafísica o como queramos calificarla, de esta escritura. Todo en la textura literaria de este intento me parece inane, como una torre Eiffel hecha con palillos, como una inmensa gamba hecha con chocolate. Tan inane como la horrible gamba de Lichtenstein en el paseo marítimo de Barcelona o el plátano fijado a la pared con cinta americana. Este libro es como hacer cien mil fotocopias de tu propio culo, o de tu nariz para no ponernos sicalípticos. ¿Hay en eso arte? Yo, que nada doy por hecho, me lo sigo preguntando. ¿Qué es Doctor Pasavento? No hay en ese intento la menor profundidad dramática, no vemos sufrimiento alguno, es como si persiguiéramos a alguien en la calle que camina despacio, ques compra el periódico, que recorre los 150 metros hasta el parque, que busca un banc, que abre el periódico y va recorriendo una a una sus hojas, qu luego hecha unos granos de maíz a las palomas y luego, después d ehaber dejado el periódico en una papelera vuelve a casa, donde se hace una ensalada y unas pastas, friega los cacharros, se echa la siesta mientras se escucha la tele, se levanta, tma un café cn una torta, intenta leer un rto Dctor Pasavento, pone una serie, mira el reloj, se decide a hacer la cena, una cosa ligera, cena con picos y una cerveza, se restriega los ojos, se pone el pijama, se quita las gafas, que deja en la mesilla, se acuesta, se echa las sábanas en lo alto, se retoca el pelo y apaga la luz. No parece que las aventuras de ese individuo, como las del propio Pasavento transformen al personaje, ni siquiera sus percepciones evolucionan, pero es que ni siquiera es empático. Pasavento no traduce las inquietudes de nadie. Es insólito por eso, por eso solo, porque es tan distinto y distante a nosotros que nos produce curiosidad, acaso extrañeza, pero no empatía y n nos muestra nada. ¿Qué representa Pasavento? ¿Qué metáfora esconde? No soporta una mínima comparación con Bartleby, ni con Samsa, ni siquiera con Soares, Remedios la Bella, Andrea (de Nada), Juanita Narboni, Azarías, Juan Lobón, La Maga o Berte Trepax, pongo por caso y ha tenido 300 páginas para ello. No nos plantea un espacio mental como Echner, Chirico o Tanguy, no nos describe un personaje como Hopper o Bacon, y cuando doy estos nombres rimbombanes es sólo para entendernos, por no mencionar a estrictos contemporáneos. Yo a una nocvela le pido que proponga un viaje, una transformación. Si no hay viaje, si el personaje n se mueve de su casilla, si ni siquiera la experiencia por la que pasa es realmente epifánica para el personaje, porqué había de serlo para mí. Porque si el personaje no se transforma, ¿por qué yo, como lector, como alguien que no vive directamente esa experiencia debo experimentar algo? ¿Qué debo incorporar a mi experiencia humana o incluso a mi experiencia como lector cuando leo a Vila-Matas?, me pregunto. No encuentro sustancia en su escritura. He acabado cn muchas fatiguias Doctor Pasavento, una de sus más celebradas obras, y, lo siento, no he encontrado nada en ella. Una especie de semisueño en la azarosa calle Vaneau, de París, un viaje insustancial y truncado a Sevilla, un hotel y varios reencuentros en Nápoles, un tipo que pretende desaparecer, pero que no acaba de desaparecer (tema que, por cierto es el magma de Bartleby y compañía y aquí repite, recurriendo además a personajes como Gracq, Walser, Salinger, Craven, Atxaga y toda esa larga lista de incunables suyos, que ya estaban incluidos en Bartleby, un libro mucho más interesante que este). Se pasa las páginas y las páginas sin romper un solo plato, sin revelarnos nada, deambulando en el vacío, como el personaje de hamsiano de Hambre, pero con mucha menor tralla psicológica, porque Pasavento es tan vacuo como lo es una bella libélula que volase por encima de la alberca en una tarde plomiza de verano. Sí, Pasavento es un haiku de trescientas páginas y para eso uno elige a Basho. Si el libro nos hablara de la inanidad de la vida contemporánea, bueno, uno podría estar tentado de seguirlo, pero no, habla de la mera desaparición social y literaria d eun individuo concreto, no de la muerte, no de la erosión de la vida, no de la sensación de estar de más, no de la sensación de fracaso, ni siquiera del azar, pues su visión del azar es blanda, futil, inconsecuente. Lo de Siria es simplemente infantil, dan ganas de llamar al autor y decirle, tío, con lo de Siria te has pasado ds pueblo. Uno lee un libro suyo y se queda con la misma sensación de quien se ha atiborrado de gominolas o quien ha visto pasar a toda velocidad el pelotón ciclista por una carretera recta de Albacete. Nada por el camino ha conmovido tu adentro, nada te ha movido, nada te ha puesto en riesgo, nada ha caido, nada se ha plantado, nada ha germinado. Unos ciclistas que pasan, zas, el fugaz vuelo de una libélula. Es cómodo Vila-Matas, no te pone en dificultades, no te hace tambalear, no te exige tomar partido, no te hace reflexionar, no te ha llevado a ninguna encrucijada, no te ha mostrado ninguna víscera, ningún cáncer oculto, simplemente te habla de autores de los que has oído hablar o que conoces y eso, bueno, te prueba, e habilita en un círculo, enuna élite, vale, y claro, eso te hace sentir bien en el mundo, en tu mundo, pero nada más. Lo siento: nada más. Azúcar glassé, libelandia. La experiencia humana que relata la novela no tiene mayor consistencia que la historia que te contaría un desconocido en un autobús cuando no tienes otro remedio que escucharlo (estás enjaulado ahí dentro) y que olvidas en cuanto te bajas, porque, claro, decides bajarte antes de que te pongan la cabeza como un bombo y esperar al siguiente bus. Todo, perdónenme, es una mera paja mental que está muy bien como cosa personal pero que a mí, que estoy loco porque me transmita algo, que en cada página pido, ruego incluso, que me haga descarrilar, no logra transmitirme más qe un bisbiseo. Entiendo que a alguien le parezca -sólo parezca- seductor su acerbo literario, que a alguien apabulle con su granero de lecturas, con sus citas, como ocurre con Borges, pero las suyas son casi siempre cogidas con alfileres. Entiendo, claro, puedo entender y aprobar que su literatura sea excéntrica, quiero decir, que tenga un fuerte carácter personal y se salga de lo manido, cosa que podría aplaudir, pero, con franqueza, más allá de esa nimiedad, qué nos aporta como hombres, qué nos aporta como lectores, como seres sociales, como individuos. Creo que muy poco, la verdad. Si uno compara al Doctor Pasavento con Soares, que también quería desaparecer, no encuentra parangón alguno. Pero hablemos ahora de su estilo, de su fraseo. Tampoco su estilo, seamos justos, es la hostia: no es un Landero o un primer Mendoza en el fraseo o en la felicidad del hallazgo lingüístico, no se trata de un Martínez de Pisón o de un Llosa en la primorosa estructura de la novela, que en Vila-Matas parece aleatoria, laxa, voluble, sin un por qué, seamos sinceros. No se trata de comparar, no, pero su escritura carece de la gracia casi surrealista de un Benítez Reyes, de la fuerza evocativa de un Llamazares o la fuerza expresiva de un David Torres o de un Tocornal: no, sinceramente, no me parece que haya detrás de Vila-Matas un gran estilo, ni un estilistar maravilloso, irrepetible. No. No hay vuelo en su escritura. Carece de emoción, de duende. Una página suya nunca será una página de un Hidalgo Bayal o de un Lencero. Todo en él es, me temo, la suma de un gran equívoco y de un tiempo confuso, epidérmico, insustancial que ha perdido el norte, que acepta su propia inanidad como grandeza, que proyecta su irrelevancia en un arte cómodo, portátil, irrelevante y que parece arrastrado por un caballo que ha perdido las trazas de un caballo. Por más que lo leo y quiero sacar algo positivo -porque quiero, necesito hacerlo, joder-, no consigo llegar a otra conclusión. Me da la tristísima impresión de que es un escritor para gente que le pide muy poco a la escritura, un raro que alimenta ciertas necesidades superfluas de rareza y de autoengaño, pero la rareza o la anomalía en sí mismas no son nada, son un mero aperitivo, y el autoengaño es una droga fácil, un somnífero. Lo peor de todo es que acabé la novela y lo hice como quien pasea por una ciudad aburrida y sin interés, pero por la misma razón que cuando uno ha pagado cinco noches de hotel, bueno, se abandona la idea de que la estancia y el gasto de dinero y tiempo acabarán valiendo la pena.


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