Hay
una isla… -lejos,
más
allá de donde suenan
los
cuernos de Avalon-
donde
nos reunimos
para
danzar
los
que sabemos de Aklan.
Y
así pasamos
las
noches y los días,
sin
notar del paso del tiempo
más
que las distintas maneras
que
va tomando la luna.
Últimamente el blog es casi un obituario. La vida va dejando sobre la orilla a sus vástagos. A determinada edad supongo que uno ya ha pasado a convertirse en un superviviente. E così via.
Rafael y José Luis Piquero |
Ayer tuve la malísima noticia de la muerte de Rafael Suárez Plácido. Ya me marchaba a cenar cuando una foto suya apareció violenta, terriblemente en mi ordenador como una flor oscura, con un abisal presagio. Y sí, mi intuición no me fallaba. Rafael, decía la nota de Antonio Rivero Taravillo, había fallecido. Aturdido me agarré a la mesa y allí permanecí un rato en silencio, tratando de conjurar tanta confusión, tanta angustia que se me había agarrado al estómago, a los pies, al cuello. Rafael. Rafael. Rafael. Busqué ansiosamente por los muros de los amigos comunes, Eva Vaz, José Luis Piquero, Alejandro Luque, Pisco Lira... Hacía sólo ocho o diez minutos que la nueva de su fallecimiento viajaba a todo trapo por internet. Pasados unos minutos José Luis me confirmó que desde hacía un mes andaba internado en un hospital sevillano, debido a un fulminante cáncer de hígado y otras severas complicaciones. Igual, exactamente igual, que el amigo Lito. Tal vez esta evidencia me dejó aún más indefenso y aturdido. Creí volver a ver el último rostro de Lito en mi despedida en el hospital de Riotinto.
Los mecanismos de la memoria se pusieron a trabajar como si roturaran un tiempo que, como Rafael, ya se ha ido. Lo conocí en Aracena, donde era profesor, en una lectura que Lara Cantizani y Luis Alberto de Cuenca hicieron en el instituto. Me conocía de oídas. Tras la lectura se acercó a mí y estuvimos tomando un par de cervezas. Bien puede hacer de eso 8 años. Lo cierto es que nos hicimos amigos y a partir de entonces conversamos con frecuencia, con mucha frecuencia. Lo visité varias veces en su dacha de las afueras de Aracena y él vino a almorzar o cenar con nosotros en varias ocasiones, pero donde más nos veíamos era en los bares. Era un hombre cordial y tímido. Un hombre bueno, en el mejor sentido de la palabra bueno. Me contó cómo un día, sin venir mucho a cuento, sufrió una agresión por parte de JMA, un poeta tan impresionante como impresionable. La cosa quedó en nada, por fortuna. Me hablaba con insistencia de sus islas. Guardaba recuerdos genealógicos e infantiles de las Canarias. Allí había sido feliz. Algún día volvería para quedarse. Una tarde me mostró un puñado de folios con el título El descubrimiento del Bósforo.
En sus páginas, entre sus páginas figuraba una isla donde se bailaba
hasta el alba y una mujer enigmática a la que él habría querido. No
recuerdo su nombre. Tal vez nunca se lo preguntara. Tal vez nunca se
atreviera a revelármelo. Su primer libro es, acaso, la sombra latente
de esa mujer enigmática. Parecía echarla de menos. La echaba de menos.
Se notaba en su vida ese vacío. Había como una falla en el horizonte y
era esa luz, esa mujer, ese espejismo que se había quedado por los
caminos. Akland y las mujeres que bailan, Akland. Hablábamos durante
largas horas de música y literatura, mayormente. No recuerdo en él el
estrago de la maledicencia. Era un hombre sereno y plácido, muy cordial y
deferente. Cabal y bueno.
En lo literario recuerdo su interés por Vilamatas y Marías, autores que a mí no me interesaron nunca. Recuerdo su interés por Bolaño, por Piquero, por Amis, por Dahl, en cuyo interés ambos coincidíamos. Ayer leí una reseña de JL García Martín sobre Simulacros, su último libro. En ella, el crítico asturiano no era, a mi modo de ver, muy justo con Rafael, al que tildaba poco menos que de emular en el estilo a Piquero. Que su aliento no fuera el de Piquero, no quiere decir que lo emulara. Los rasgos comunes que hay entre ellos son fundamentalmente generacionales, y no tanto personales. La escritura de RSP es muy autobiográfica. Según esa interpretación, todos somos un poco piqueros, o piquero es, pongo por caso, eduardogarcía o Eduardo García moya o Moya suárezplácido. Pero no, supongo que cada cual es cada cual, con sus luces y sus sombras. Aun así, Rafael le escribió dándole las gracias. Este detalle revela su espíritu y su cordialidad. Releyendo estos días Simulacro, su último libro, bajo la nueva perspectiva que da su ausencia, advierto acaso más que en la primera lectura su complejo mundo, su relación desconfiada e incluso porfiada con el presente. Esa apelación continua a un tiempo que se fue y que ya no podía volver -siendo él consciente de ello, el libro es aún más revelador de su angustia- me parece que guarda todo su mundo interior. Leyéndolo pareciera que en el pasado estuviera toda la felicidad posible e inalcanzable ya. Sus poemas viene a ser como esos cajones donde queda todas esas menudencias que son lo nuestro. Elementos que para otros pasaran inadvertidos, son para nosotros brújulas que nos han ido señalando el Norte, cualquier Norte. El de la felicidad y sus apariencias, por ejemplo. La vida de Rafael aparece sin disimulos en sus versos. Uno puede advertir sus vacíos, sus pequeños tesoros, los fetiches que adornaron su existencia. Y a uno le parece que quizás subrayara más de la cuenta todo cuanto tuviera que ver con la ausencia y la melancolía.
Su casa, que estaba a las afueras de Aracena, bajo el influjo del cerro de San Ginés, y a la que se entraba por una oxidada cancela que hubiera hecho las delicias de un escritor neogótico, siempre estaba llena de libros recién editados y estupendos. Olía a tinta fresca por doquier. Era literalmente un devorador de libros. De buenos libros. Y esto, naturalmente, también aparece en sus libros editados.
En lo literario recuerdo su interés por Vilamatas y Marías, autores que a mí no me interesaron nunca. Recuerdo su interés por Bolaño, por Piquero, por Amis, por Dahl, en cuyo interés ambos coincidíamos. Ayer leí una reseña de JL García Martín sobre Simulacros, su último libro. En ella, el crítico asturiano no era, a mi modo de ver, muy justo con Rafael, al que tildaba poco menos que de emular en el estilo a Piquero. Que su aliento no fuera el de Piquero, no quiere decir que lo emulara. Los rasgos comunes que hay entre ellos son fundamentalmente generacionales, y no tanto personales. La escritura de RSP es muy autobiográfica. Según esa interpretación, todos somos un poco piqueros, o piquero es, pongo por caso, eduardogarcía o Eduardo García moya o Moya suárezplácido. Pero no, supongo que cada cual es cada cual, con sus luces y sus sombras. Aun así, Rafael le escribió dándole las gracias. Este detalle revela su espíritu y su cordialidad. Releyendo estos días Simulacro, su último libro, bajo la nueva perspectiva que da su ausencia, advierto acaso más que en la primera lectura su complejo mundo, su relación desconfiada e incluso porfiada con el presente. Esa apelación continua a un tiempo que se fue y que ya no podía volver -siendo él consciente de ello, el libro es aún más revelador de su angustia- me parece que guarda todo su mundo interior. Leyéndolo pareciera que en el pasado estuviera toda la felicidad posible e inalcanzable ya. Sus poemas viene a ser como esos cajones donde queda todas esas menudencias que son lo nuestro. Elementos que para otros pasaran inadvertidos, son para nosotros brújulas que nos han ido señalando el Norte, cualquier Norte. El de la felicidad y sus apariencias, por ejemplo. La vida de Rafael aparece sin disimulos en sus versos. Uno puede advertir sus vacíos, sus pequeños tesoros, los fetiches que adornaron su existencia. Y a uno le parece que quizás subrayara más de la cuenta todo cuanto tuviera que ver con la ausencia y la melancolía.
Su casa, que estaba a las afueras de Aracena, bajo el influjo del cerro de San Ginés, y a la que se entraba por una oxidada cancela que hubiera hecho las delicias de un escritor neogótico, siempre estaba llena de libros recién editados y estupendos. Olía a tinta fresca por doquier. Era literalmente un devorador de libros. De buenos libros. Y esto, naturalmente, también aparece en sus libros editados.
No mucho después marchó a Sevilla, en uno de cuyos barrios había comprado un pisito. Dio clases en un instituto de las afueras, por Parque Alcosa, no lejos del aeropuerto y allí conoció a Nacho Vallejo, común amigo y poeta tan parco como magnífico. No creo que fuera muy feliz en Sevilla. Yo lo noté en todo caso más apático y algo más desencantado con el mundo. Más aislado. Nos vimos menos a partir de entonces. Creo que fue estando en Sevilla se incorporó a la dirección de Hwebra y sacamos junto a Gerard Illi un último número donde también colabora.
La vida y sus a veces estados escépticos y depresivos hicieron que en los últimos años nos viéramos no más de cinco o seis veces. Una vez fue en el Picalagartos, otra en el Fnac, la última en La Carbonería, donde yo presentaba Caza mayor. Allí me firmó Simulacro, su último libro, editado por La isla de Siltolá. Después estuvimos animadamente charlando en un bar cercano a Santa Justa, junto a Pilar, Lale, Ana, Santiago, Pepe Luna Borge, Rafael Cruz-Contarini y Pisco Lira. Fue esa la última vez que estuvimos juntos. Ahora a Rafael ya no le hacen falta esas islas donde hubiera sido feliz. Ahora esa mujer enigmática (Raquel, Yanicia...) vivirá en alguna parte, ajena por completo a la muerte de Rafa. La vida casi siempre resulta injusta. También en las islas y en el amor se abre paso la ausencia, querido Rafa. Todo es impuro. Sólo el camino, como quería tu admirado Kavafis, es cierto. Y el final de todos los caminos. Tú nos llevaste hasta Akland y su reino dorado donde acaso las mujeres bailen hasta el alba y acaso con un poco de paciencia uno acaba por aprender las formas de la luna. Ahora lo difícil es regresar de allí.
Buenas lecturas, Rafael.
Hoy, buscando entre mis archivos descubro, agazapado, El descubrimiento del Bósforo, su primer libro. Lo doy completo, tal como yo lo guardo. Sigo buscando, pero no encuentro mi prólogo. Otra vez será.
el descubrimiento del Bósforo
Rafael Suárez Plácido
Sólo soy un viajero y
tengo una misión:
escuchar voces nuevas,
probar gustos prohibidos,
tocar lo que hace daño.
(Vicente Molina Foix)
Aklan
para shamra, uno de sus
nombres
Hay
una isla… -lejos,
más
allá de donde suenan
los
cuernos de Avalon-
donde
nos reunimos
para
danzar
los
que sabemos de Aklan.
Y
así pasamos
las
noches y los días,
sin
notar del paso del tiempo
más
que las distintas maneras
que
va tomando la luna.
I
el descubrimiento del Bósforo
El sendero de las
caracolas
En
la noche cerrada
ella,
con pelo negro y recién limpio
y
oliendo como una mujer
que
conocí de niño,
se
dispone a cruzar
el
estrecho sendero que limitan
aquellas
caracolas encendidas.
Conoce
bien el juego.
Se
mueve con soltura entre las mesas
y
las sillas sonriendo.
Me
acerco a ella y le digo: Qué bien hueles.
Acabo
de ducharme, me responde.
Quedan
restos de aceite
dejando
huir su aroma a tierra y fuego.
También
algún enigma que parece
condenado
a quedarse sin respuesta.
El rojo y el verde y el
negro
Ella
está tumbada en el sofá rojo,
la
cabeza de lado
sobre
la manta verde
que
tanto le gustaba.
Yo
alargando la espera
y
empeñado en negar lo que ya es cierto,
entré
en su habitación
para
pedirle el libro
que
ayer leímos juntos y escapar.
Ahora
estoy sentado a su lado
y
le acaricio el cuello, víctima
de
una contradicción
que
no sé si quiero resolver
ni
cuánto va a costarnos. Me pregunta:
Dime
cuándo has sido feliz.
Le
respondo que ahora.
Y
cuándo más infeliz.
También
ahora.
Se
aparta el pelo negro de la cara,
entonces
lo tenía algo más largo,
y
me dice:
Pensaba
que venías a salvarme.
El descubrimiento del
Bósforo
Aquella
noche están
juntos
por vez primera.
Juntos,
libres y solos.
Se
miran a los ojos. No sonríen.
Sus
ojos son espejos en la noche.
Él
explora su cuerpo.
Y
aunque lo conocía
ya
nunca va a dejar de sorprenderse.
Imagina
otros nombres.
Debajo
de su cuello encuentra el Bósforo.
Descubre
nuevos sitios.
Lo
mismo que antes hizo con el mundo.
El mar y el viento
Ella
sabe que está cerca la muerte.
Si
no con certeza desde el principio,
sí
con el agónico transcurrir
del
tiempo, con el lento
extinguirse
del fuego y de la luz.
Pero
no urde, no imagina,
ninguna
frase de reproche.
Al
contrario, sus últimas palabras
recuerdan
las raíces:
Yo
soy del mar.
Tú
del viento.
Y
al final, poco antes de morir:
No
dejaré de esperarte porque sé
que
volverás para llevarme
al
jardín de la casa de los vientos.
Tiempo de silencio
A
partir de entonces sólo el dolor,
sólo
el desgarro y la agonía
de
tener que vivir.
A
partir de entonces tan sólo algunos bares
de
los que todavía no me echan,
algunos
poetas en los que reconozco
cadencias
parecidas a las mías
y
algún culo bonito
que
pruebo torpemente casi siempre.
El
tiempo ya no existe
si
no es por un error imperdonable
de
la naturaleza.
II
autobiografía
El sentido de la vida
Es
cierto, me dijiste,
pasamos
la vida entera
buscando
a quien mostrar entusiamados
el
mundo.
Y
si alguna vez —por azar
o
por tantas otras razones—
lo
encontramos,
descubrimos
que ya sólo por eso
nos
merece la pena seguir vivos.
Incluso
hay quien piensa
que
ese es el sentido de la vida.
Claro,
pensé,
te
refieres a mí.
Sin
más acabé el botellín y me marché.
¿Cómo
es posible que me conozcas tanto?
Islas
He
buscado en tu mirada el idioma
preciso
para
explicar el mundo
y
la enorme dificultad que tengo
para
encajar mi biografía en él.
No
sé si lo he encontrado.
Pero
si aún fuera posible
rescatar
este libro del olvido
se
lo dedicaría
a
esa parte insular que llevo dentro,
a
la que asisto cada día
ensimismado,
cada
vez más perplejo, más confuso.
La felicidad
El
café sube.
Un
perro ladra
y
salta cuando llego.
Aún
puedo recordar
que
tengo un padre y una madre,
y
que me quieren
y
esperan impacientes
cada
viernes la hora del regreso.
Movimiento constante
Era
frecuente encontrarnos así.
Los
dos sin aparente rumbo fijo
perdidos
en las calles
de
esa ciudad tan gris que tanto amaban.
El
hombre mayor iba acomodando
sus
torpes pasos al ritmo frenético
pero
inconstante que seguía el niño,
que
con cualquier excusa se paraba
para
reflexionar mientras miraba
el
mundo
y
su constante movimiento.
Yo
entonces era el hijo,
ahora
soy el padre.
Amanecer en el puerto
La
brisa se reparte entre nosotros.
Los
que estamos a bordo
felices
y llorando
y
aquellos que han tenido que quedarse
en
casa una vez más.
Entre
los que han quedado reconozco
la
figura de un hombre
que
sonríe sin ganas despidiéndose,
tratando
de dar ánimos
a
esa parte tan suya que se va.
Rubio,
con ojos claros y nublados
y
una rebeca verde,
mira
impaciente su reloj
en
un gesto que se va a repetir
tantas
veces en los próximos días.
Hasta
que pueda ir a reencontrarse
con
su familia en aquella isla
que
tanto le dio y tanto le quitó.
Enigmas
Hay
enigmas profundos como mares.
El
afán por lo desmedido.
A
dónde va y por qué nos arrastra implacable.
Esa
luz escondida que refleja
la
luna sobre un gato y una mesa.
Las
veces que nos hemos extraviado.
La
libertad que siempre atrae con fuerza
a
los mejores hombres.
¿Y
cómo no? Siempre las mismas islas.
La
imagen tan hermosa de ese monte
nevado
en tardes claras
desde
una playa azul de Gran Canaria,
o
desde la ladera de una breña
dividida
en la isla de La Palma.
Tantas
puestas de sol. Las noches
en
la cubierta de un barco
escuchando
voces que siempre desentonan.
La
inmensa soledad que me persigue.
Sobre
todo no alcanzo a comprender
por
qué te vas y vienes y te vas…
constantemente.
Cómo
susurra el viento
Cada
verano volvía a esa isla
a
ver a la mujer a la que luego
escribiría
todos
los días de su vida.
Desde
entonces le queda esa pasión
por
las oscuras noches solitarias
a
la orilla del mar,
escuchando
cómo
susurra el viento.
La dulce incertidumbre
Fueron
tantas visitas a las islas,
tantas
las despedidas repetidas,
los
adioses inciertos y olvidados,
que
uno nunca sabía dónde estaba.
Desde
entonces me queda
la
sensación de andar siempre de paso,
de
estar siempre llegando o alejándome,
dejando
en manos de un supuesto azar
la
dulce incertidumbre de un reencuentro.
III
el
placer de engañar
À bout de soufflé
Yo también nací en los
Campos Elíseos,
en París, en 1969.
Y las primeras palabras que
escuché fueron:
“New York, Herald
Tibune”.
(Michelangelo Antonioni)
Jean
Seberg con esos pantalones
tan
negros y demasiado ajustados,
vendiendo
el Herald Tribune en las calles
de
aquel otro París
en
blanco y negro.
La
recuerdo contando
el
final de Las palmeras salvajes,
aquella
historia en la que una mujer
luchaba
para cambiar su destino
y
para ser más libre
y
cómo se le fue torciendo todo,
o
cuando decidió
nunca
entendí por qué
delatar
a un cansado Belmondo
que
ya no escapó más.
Secuencias
de Al final de la escapada,
esa
historia que vimos con subtítulos
en
un antiguo cine de verano
que
ya tampoco existe,
como
nosotros
tampoco
existíamos entonces.
Palabras sobre el viento
A
media tarde paseábamos
entre
puestos de especias y naranjas
dejándonos
llevar por el olor
a
té y a hierbabuena,
por
aquellos colores tan intensos
que
un desmedido azar
dispuso
en los bazares de la plaza,
por
aquellas palabras sobre el viento
y
el amor tan sugerentes
que
oímos poco antes sorprendidos
de
que alguien conociera
tanto
de nuestras vidas.
El contador de historias
Aquel
hombre llega solo a la plaza.
Se
para a nuestro lado. Nos sonríe
como
disculpándose. Es tímido.
Algunos
lo rodean
porque
ya lo conocen de otras veces.
El
hombre poco a poco va creciendo.
Ofrece
sus historias
a
un auditorio fiel que reconoce
su
vida en cada gesto,
su
lado más oscuro,
su
voz en cada lágrima.
Comienzo
a traducirte lo que dice
pero
veo que no es necesario.
Otra
pareja de extranjeros,
como
nosotros,
se
aproxima. Curiosos se preguntan
que
nueva maravilla les ofrece
Djamá
el Faná.
Miran
atentamente a ese hombre
y
por primera vez en varios días
disfrutan
del aliento verdadero
de
la belleza
y
escuchan fascinados que algún día
sus
vidas cambiarán
El ladrón de palabras
Mi
vida persiguiendo una quimera,
una
duna perdida
con
la forma del verso endecasílabo
que
imita una silueta de mujer
recostada
de espaldas.
Los
sueños me delatan.
La
luz que moldea tu cuerpo
cuando
estás desnuda esperándome.
La
sola soledad.
La
luna en tu mirada.
Tus
ojos tan tristes y tan negros.
He
oído cómo pueblos enteros
mandaban
sus ejércitos
a
luchar contra el viento
Simún
y le vencían,
o
creían que le vencían
que
viene a ser lo mismo.
He
escuchado la música improbable,
clandestina
y mestiza,
de
Gabriel Yared. He sentido
cómo
ocurren las grandes oscilaciones,
el
frío y el enorme calor.
Tus
manos y las mías,
que
ya se han separado tantas veces
antes
de unirse.
Mientras
tanto continúo
observando
una ciudad
asombrosa,
aun sin ser puerto de mar,
en
la que yo sólo robo palabras
a
mi propio silencio.
Aún
es pronto para hablar de nosotros.
El mito de Sísifo
De
qué sirven ahora
aquellas
noches grises que pasamos
diciéndonos
mentiras al oído,
mientras
que nuestros cuerpos
luchaban
por hacerse con un hueco
entre
sábanas sucias y páginas
subrayadas,
aprendidas de memoria,
de
algún gran escritor que murió joven,
no
sé bien si francés o si argelino,
que
fumó sin cesar
como
tú y como yo
o
quizás algo menos.
De
qué sirven ahora
aquellos
días eternos
de
luz tan suave y tenue
que
levemente se filtraba a ratos
por
entre las cortinas,
mientras
tú y yo la vida mejorábamos,
mintiéndonos,
sudando
poesía,
enterrados
en casa,
sumergidos
en humo y en alcohol
y
yo algunas veces en tu cuerpo.
El
ritual de la mentira
No
entiendo cómo puede haber quien piense
que
este sea el mejor de los mundos posibles,
o
que aquí somos todos
iguales,
libres
y felices.
Si
todo esto es mentira.
La isla de los jacintos
cortados
Las
notas que acompañan
este
libro
que
vuelvo a releer con tanto asombro.
Yo
era muy ingenuo
y
Ariadna un ángel a mi alcance.
Su
nombre escrito al margen
con
esta vieja pluma que aún uso.
Los
días tan extraños que pasamos
alimentando
el fuego.
La
voz de aquella amiga
en
La motora, una tarde de lluvia.
Ten
cuidado, Rafa, si la conoces
ya
nunca más querrás a nadie.
No
he dejado de recitarle
cada
noche un capítulo de un libro
que
fue nuestro
que
iba improvisando.
Las
noches que pasamos junto al lago
reinventando
la Historia,
reescribiendo
la vida.
La realidad y el deseo
Tomando
una cerveza en aquel bar
se
me acercó un viejo.
Venía
tambaleándose —era cojo—,
sosteniéndose
en pie a duras penas.
Parecía
cansado y había bebido
aunque
vestía bien
y
era hermoso y divino como Whitman.
Sus
manos como palas de molino
eran
grandes y fuertes,
trataban
de ocultar un ligero temblor,
algún
resquicio de debilidad.
Se
me acercó y me dijo
que
las cosas no son como pensamos
ni
como nos parecen.
Las
cosas son
como
tú las escribes.
En busca del tiempo
perdido
Eran
los años de la adolescencia.
Recuerdo
que la vida parecía
una
góndola surcando las calles
de
mi ciudad
cuando
ya todo se acaba.
Colores
y miradas de almas perdidas
buscando
su lugar. Olores
ya
lejanos que algún día
iban
a regresar,
con
todo su sabor,
con
su condena,
como
predijo Proust.
También
recuerdo
la
lenta biblioteca de mi casa,
los
libros agotados por el uso,
los
versos recitados por mi padre
y
mi hermano,
sobre
todo el menor de los Machado.
Mi
infancia son recuerdos… y los aires
extraños
de las músicas del mundo,
con
sus sonidos tan evocadores
como
imposibles.
También
la luz,
la
luz que es tan distinta en Gran Canaria.
El placer de engañar
Recuerdo
historias de otros
que
buscaban mejorar una vida
ni
fácil ni brillante.
Algo
gris quizás.
Descubrí
el placer de engañar
para
que me quisieran.
Sería
escritor.
Las palmeras salvajes
Todo
empezó con Faulkner,
aquel
gran mentiroso que fue Nobel,
también
americano,
el
cronista de las hordas del Sur.
Mi
padre orgulloso sonreía
mientras
yo iba haciéndome mayor, o quizá
mejor,
leyendo las historias
de
aquellos personajes derrotados
varios
siglos antes de conocerte.
Aún
era muy pronto para saber más.
Pero
tanto empeño puse
que
terminé por transformarme
en
un Harry cualquiera,
un
personaje oscuro, acaso el que más,
que
encontré en Las palmeras salvajes,
incapaz
de renunciar a su destino
por
muy triste que fuera bosquejándose.
Allí
aprendí que por muy mal
que
estén las cosas,
siempre
pueden ir a peor.
¡Oh,
pobretón, maldito pobretón,
candoroso
imbécil!
IV
la
fragmentación del mundo
Interior
A
estas notas he dado
las
íntimas maneras de un diario
o
eso procuré,
imitar
un cuaderno
de
fragmentos,
palabras,
colores
y silencios
que
acompañen mi vida.
La lealtad
Y
sólo reconozco lealtad
a
la escritura
prolongada,
a
la luna,
a
la belleza muda de tus ojos,
al
mar,
a
algunos recuerdos que aún nos salvan,
al
rumor imperceptible del viento.
El viento del Norte
Céfiro.
Solo, junto al árbol. Contando
días
y noches con palotes.
Intentando
no perder la lucidez que me quede,
escribo
este diario
para
aquellos que pasen por aquí
y
recojan mi cuerpo.
Si
en alguna vida anterior
respondí
a otro nombre o me oculté
bajo
otros ropajes, eso ya no lo recuerdo,
tampoco
me interesa demasiado.
Hace
ya tanto tiempo que permanezco aquí.
Mis
límites van de la soledad
a
este árbol
que
a veces me da de comer. Del lago
que
en vano busca reflejar
una
imagen que ya no es mía,
a
los lentos espejos de tu casa.
Busco
alguna evocación en el viento
del
norte, en la imagen falseada
que
me ofrece este paisaje impostor,
en
la sierra verde y rojiza
que
rehúye mis manos diferentes.
Intento
no perder la lucidez
que
me quede y escribo este diario
que
alguien recogerá
algún
día lejano.
Ya
hace demasiado tiempo que no oigo
las
voces ni los ecos que aprendimos.
Y
aquellos versos que nos presagiaban
otros
tiempos mejores ya no están.
Desaparecieron
sin dejar rastro
como
aquel viejo tren
que
tanto nos gustaba.
Sólo
en este cuaderno
lleno
de palabras y silencios
reconozco
mi mirada perdida.
Sólo
en este cuaderno
no
ceso de encontrarme
para
no olvidar que hubo un tiempo
en
el que mis dedos crecían libres,
libres
hacia ti,
y
tus ojos negros reconocían
mi
voz en estos versos.
La fragmentación del
mundo
¿Qué
queda de este mundo? ¿Alguien lo sabe?
Yo
no lo reconozco.
Si
acaso estas notas darían una idea
de
cuál es o de cómo sería.
Disperso
desde luego,
fragmentado,
cargado
de momentos que fueron esenciales
que
mi memoria ha ido transformando
a
su manera,
hasta
el punto de que hoy ya no sé
qué
hay de cierto en todo esto.
Tú
que ahora me lees eres mi mundo.
Las
islas, Aracena, Sevilla.
Una
cama revuelta.
Nosotros
dos.
Mi
mundo es todo aquello que nos hace diferentes.
Raquel
Cómo
explico el hechizo que ahora siento
ante
tu mirada o tu cuerpo rotundo
que
aprendí de memoria,
por
el que anduve a ciegas tantas veces.
Qué
puedo decir, sin caer en tópicos,
de
fragmentos enteros de tu cuerpo
robados
a la luna.
Y
cómo alivio el dolor,
el
secreto, inexplicable dolor,
que
va suturando lentamente
mis
heridas de mortal.
Hubiera
preferido disponer de tiempo,
de
más tiempo, para imitar sonidos
que
quedaron atrapados en el viento
y
nunca más oiré,
o
para hablarte de unas islas, de tus islas,
que
ya no sé si existen
o
si son producto de mi imaginación,
o
para escribir el relato de una mujer
que
marchó bruscamente de mi lado
buscando
algo más de quietud.
Los
días van pasando
y
no hay más cambios a mi alrededor.
Sólo
tú no estás.
Sólo
yo soy otro.
Nunca te hablé de
Mónica
Nunca
te hablé de Mónica.
Es
asturiana.
Nos
conocimos
tomando
una cerveza en Jovellanos.
Vino
desde Gijón
a
quedarse unos días.
Recuerdo
que era abril
y
le gustó el sur.
Crecían
lilas junto a mi ventana.
Me
contaba que cómo se veía
la
luna desde casa
nunca
la había visto.
Si
acaso algunos años antes
cuando
aún era niña
en
los atardeceres más oscuros
de
la cuenca minera.
Vino
desde Gijón
pero
sentía tanto miedo
las
noches de tormenta
que
aprendió a no dormir
sin
escuchar de cerca mis latidos.
Yo
le contaba historias
que
iba improvisando
y
ella me miraba como una niña
que
temiera perderse algo importante.
A
veces le caían lágrimas.
Para
que no las viera
me
abrazaba aun más fuerte.
A
veces se dormía
y
al día siguiente me preguntaba
el
final de la historia.
Yo
le mentía.
Le
decía que el final de la historia
nunca
iba a llegar,
aunque
todos sabemos
que
el universo tiende a expandirse.
Pero
nunca he sentido
el
sonido de mi respiración
o
mis latidos
como
en aquellos años.
Recuerdo
que fue entonces
cuando
aprendí a amarte
aunque
sólo te conocía de vista.
Dime,
¿es de verdad o estoy soñando?
Siempre
había buscado su cuerpo
en
mujeres que nunca me ofrecieron
su
forma de mirar tan inquietante,
en
mujeres que no temían
las
noches de tormenta.
A
veces ella me engañaba y me decía
que
oía truenos. Yo sabía
que
no era cierto pero le dejaba hacer
y
le contaba historias de otras chicas
que
también aprendieron a mentir
para
que las quisieran.
Supe
también que hubo hombres
que
se apartaron de ella
cuando
sintieron
que
nunca iban a ser capaces de entenderla.
Y
es que eso, que a otros produce tanto miedo,
para
mí, en cambio, lo es todo.
Tal
vez sea que necesito
sentir
que puedan sorprenderme.
Siempre
estuvo a mi lado
hasta
que lo llenaste tú
con
tu mirada.
Ahora
sólo escucho tus latidos,
y
tu respiración en casa
o
en cualquier otro sitio
es
la respuesta a todas mis preguntas.
Ahora
soy yo quien teme
las
solitarias noches de tormenta.
4 comentarios:
in memoria de RAFAEL SUÁREZ PLÁCIDO, se ha ido un poeta, un escritor, un creativo, un libre pensador, un hombre culto de un cultismo muy fino, inteligente, bueno, amable, cordial, con un gran sentido del humor y una de las sonrisas más enigmáticas que he visto nunca, era misterioso, callado y tímido, amaba Aracena y a sus las personas que habitaban allí , le gustaba su paisaje siempre cambiante, miraba más al cielo que al suelo, impulsó la cultura, todavía se puede escuchar sus programas de radio y ojear alguno de los primeros números de la revista arterial, escribió, leyó y amó. Nunca tuvo la necesidad de imitar a nadie, pues su inteligencia era muy superior a la media, rallaba la genialidad, en broma lo llamaba cráneo privilegiado, comparándolo con Valle Inclán. Mi corazón está triste y solo lamento no haber estado más tiempo con él. Vivió la historia de amor más apasionante y maravillosa que cualquier hombre pueda vivir, una mujer muy bonita, de piel clara, licenciada, muy culta y escritora al igual que él, lo quiso más allá de lo humano y ha prometido amarlo hasta que ella muera, fue un amor de los que tienen muy pocas personas, intimo, secreto y clandestino, se conocieron hace más de treinta años y nunca fueron indiferentes el uno del otro. Ella se caso con otro y él se enamoro de otras, se encontraron y vieron durante toda la vida. Así, pues, para ser fiel a la historia de la vida de Rafa tienes que cambiar ese extremo su biografía. RAFA HA SIDO, ES Y SERÁ AMADO, por una sevillana, en un amor clandestino,oculto y consumado in extremis durante los años anteriores, a su muerte, nunca tuvieron un tiempo propio, se amaron a destiempo, en contra de las reglas, pero se amaron. RAFA ES U PEDAZO DE HOMBRE y NO FRACASO EN EL AMOR, TODO LO CONTRARIO. Aprovecho y propongo que todos los días se escriba una línea, un verso una anécdota o cualquier otra cosa sobre Rafa, para que su nombre y sus letras permanezcan vivas durante mucho tiempo en la memoria de sus familiares, amigos, amantes, de quienes lo conocieron y para que lo conozcan nuevas generaciones y aprendan de un excelente profesor, el mejor que hubiese podido tener nadie. Desde aquí, un abrazo muy grande Rafa, cuando mueras te buscaré en el cielo y viviré contigo en AKLAN.
Estimada Teresa. Desconocía esos aspectos de la vida de Rafa que tú refieres. Él, un hombre tímido, nunca me contó nada ni yo forcé jamás conversaciones que lo incomodaran. Me refería, sí, sus cuitas amorosas con todo el misterio del mundo, evitando nombres, evitando referencias. En realidad me hablaba de la ausencia, de un amor que le rasgaba por dentro y que no podía superar. Yo no hablo de fracaso, y si he utilizado la palabra -no lo sé- la retiro de inmediato. Hablo creo de vacío, de sima entre su realidad y su deseo, valga decir. Y sí, yo noté eso. Viví eso. En fin, si quieres comentarme cualquier cosa más en privado, puedes hacerlo. un abrazo
Hay que corregir la concordancia de algunas palabras,eso suele pasar cuando se escribe a toda velocidad en el teclado táctil del móvil. Acordaros de Rafa, el amó a esa bella ciudad de la sierra de Huelva, recuperar y reescuchar su programa de radio La isla de Aklan. Rafa no sabes cuanto te echo de menos.In memoria
Teresa Glez, eres todo un misterio. Las Palmas, Sevilla, Aracena, en fin, ato cabos y me hago un lío.
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