vamos por la cuarta entrega
Teresa Ralli, en Desmontando a Antígona |
ANTÍGONA
Los
cuervos regurgitan el cadáver de mi hermano Polinices y yo me pudro
en esta torre. Mañana los mismos que me tienen encerrada me vendrán
con joyas y alhajas que una mujer en mis circunstancias no pueda
rechazar. Todo para que Sófocles no meta su nariz en este maldito
asunto.
TEORÍA DE LA DOBLE VERDAD
Zenón
nos sitúa ante una paradoja imposible, porque la experiencia
demuestra que hasta la más lenta de las liebres termina por alcanzar
e incluso dejar atrás a la tortuga más veloz. ¿Qué quiso
demostrarnos entonces el Eleata?
¿Acaso que la verdad tiene mucho de tortuga y sus perseguidores demasiado de liebres?
MARATÓN
Cuando
ella comenzó a desabotonarse la camisa comprendí que ya no habría
manera de tomar el último autobús, de forma que debía recorrer yo
solo todito todo el largo camino de vuelta a casa.
HÉCTOR
Su
cuerpo, desfigurado a balazos, apareció en una chacra de Pucará,
Bolivia, allá en octubre del 67. Antes lo hizo en un aduar anónimo
de Marruecos, en las guerras coloniales contra España, y antes aún
en el puerto de Mitiline tras ser degollado por un jenízaro, aunque
por esos mismos años fue visto como el jefe sioux muerto a tiros en
Green River (Dakota); su rostro fue confundido con el de un íbero
torturado por un centurión romano, y aún con uno de los cátaros
incendiados en Beziers, antes de ser uno de entre los mil
guerrilleros bombardeados con napalm en Vietnam o El Salvador. Hoy
mismo lo hemos visto en las noticias batiéndose contra Aquiles en
Mali, Ruanda, Kosovo o Bielorrusia, pues Héctor sigue naciendo y
muriendo cada día y Aquiles, lo sigue persiguiendo y abatiendo cada
jornada, interminablemente, unas veces con balas, ostras con
decretos, otras con injurias, otras con la indiferencia, otras con la
simple propaganda.
VIENTO
No
te lo vas a creer, Penélope, pero se levantó un ventarrón de todos
los diablos que nos zarandeó de un sitio para otro y tuvimos que ir
refugiándonos donde nos daban cobijo, y, te lo juro por nuestro
hijo, ya una cosa trajo la otra. Y mira tú, hasta hoy.
TEMA
DEL LABERINTO (VI)
(Regalo)
Cuando
Ariadna me regaló su laberinto, no se me ocurrió pensar, iluso de
mí, en el Minotauro que me esperaba en su interior.
(continuará...)
Limosna
por favor. Limosna para quien perdió las piernas defendiendo el
bastión que llaman La Acrópolis, limosna por favor a quien la
explosión del polvorín dejó sin piernas, limosna por favor por la
memoria de ese día.
NARCISO
(III)
Ahora
comprenderán por qué hizo lo que hizo. Narciso amaba a su mujer,
trabajaba durante catorce horas diarias contra los más crueles
monstruos para que nada faltase en su casa y sus hijos crecieran sin
incertidumbres ni amenazas. Durante años sacrificó sus sueños para
que la realidad se mantuviese en su sitio. No era feliz, pero eso qué
podía importarle y, además, sabía que cuando ya las fuerzas le
faltaran otros lo suplirían en su labor de titán. Se limitó a
hundir la cabeza entre los hombros y durante largos años no vio más
que los rostros crispados de sus enemigos, a quienes combatió con
ardor, ya fueran hidras, fénices, quimeras, minotauros, cerberos o
grifos. Su cuerpo se cubrió de hondas cicatrices y los rasgos de su
rostro envejecieron sin remedio.
Al
cumplir los sesenta, su buena mujer, que durante años había ido
ahorrando dracma a dracma para agasajarlo, y sabiéndolo tan coqueto,
hizo que el mejor artífice de la comarca bruñera el más espléndido
espejo que jamás hubiera visto mortal alguno, un espejo de ocho
podes de alto y cuatro de ancho, sólo al alcance de príncipes y
mercaderes de fortuna. Cuando aquella tarde Narciso llegó a casa, su
mujer lo esperaba alborozada y bajo engaños y arrumacos lo condujo
frente el espejo, convenientemente tapado con una preciosa tela de
Corinto, de modo que al derribar la tela, Narciso pudiera verse de
cuerpo entero.
(a)
Tanto sorprendió a Narciso aquello que el espejo le mostrara, que,
creyendo que ante él se alzara una horrible y desconocida fiera, se
lanzó con todas sus fuerzas hacia ella. De las heridas ocasionadas
en el terrible enfrentamiento que tuvo consigo mismo, dícese que le
sobrevino la muerte.
(b)
Tanto sorprendió a Narciso verse en aquel estado de fealdad, que,
sin pensárselo dos veces, se lanzó hacia el espejo para destruirlo
o destruirse.
DE
FALSAS ATRIBUCIONES (V)
Manuscrito
de Homero hallado en Kerkiria
a
Virginia Chormoviti y a Adrián
No
sé si debo confiárselo, pero tras mi primer best sellers, estoy
enredado en algo que por ahora podría titularse La
Odisea,
aunque le advierto que sólo llevo nueve cantos concluidos y no sé a
dónde va a ir a parar, porque mi intención inicial era una road
movie de aventuras donde destino y voluntad se dieran la mano, no sé
si me sigue, todo ello aderezado con el mar de fondo. El tema me lo
sugirió una reciente lectura de Melville y ahora, créame, una vez
resuelto el canto de Circe, la hechicera, ando dándole vueltas a la
oportunidad o no de dar paso a las sirenas, por sugerencia de mi
editor, que está empeñado en que le diera una cierta pulsión
erótica al relato. En fin, ya ve que no sé muy bien hacia qué
puerto me ha de llevar la aventura. Por ahora sólo he decidido que
sea una obra de 24 cantos. A ver si la ceguera me deja acabarlo.
HÉRCULES
De
Hércules se dice que mató animales, robó manzanas, ovejas y
bueyes, sedujo a doncellas, y engañó a quien se le puso por
delante. Por todas estas “hazañas” le hicieron entrar en el
canon mitologicus y ahí se ha quedado. Bobadas. Hoy no hubiera
llegado ni a subsecretario.
ÍCARO
(I)
(Mal
día)
Sonó
el teléfono. Hacía diez minutos que me dedicaba a hacer pedales en
la ciclostática que tenía al lado de la cama. Antes de salir, María
Luisa había colgado la flamante chaqueta en el perchero de pie, en
cuya base descansaban los zapatos, lo que visto desde donde yo me
encontraba daba una impresión equívoca de fantoche, pero sólo en
el pensar que chaqueta y zapatos costaban más de diez mil euros, se
desvanecía aquella penosa impresión. Miré el reloj y todavía
faltaban veinticinco minutos para las nueve, hora en la que estaba
previsto que llegara el desayuno. Antes tenía que terminar los
ejercicios y leer un par de veces las cinco líneas de mi
intervención. Pero sonó el teléfono y, ay de mí, tuve la torpeza
de cogerlo. Era Sawes y parecía muy muy nervioso. La planta de
Blangladesh, dijo, se ha incendiado y hemos perdido seis millones en
material, al margen del tema de las acciones. Aquello me desconcertó.
En menos de dos horas tendría lugar la audiencia. Estaba a punto de
colgar cuando soltó que la noticia estaba dando la vuelta al mundo.
Colgué y, todavía sin bajarme de la bicicleta, puse la televisión.
No se hablaba de otra cosa. De los más de tres mil trabajadores, al
menos la mitad se daban por fallecidos. Di un puñetazo con todas mis
fuerzas contra el manillar.
No
había derecho, joder, justo ahora, cuando faltaban menos de dos
horas para que comenzara la audiencia, me acababa de romper los
nudillos.
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