SALIDA
DE
EMERGENCIA
un poema es una sepultura,
y, cielo, tú debes caber dentro.
Violeta c. RANGEL
Y SÍ, cielo, tú debes caber
dentro.
Tienes que escarbar y escarbar
hasta que quepas dentro,
hasta que en el hueco que abres en
la tierra quepas todo,
hasta que la tierra te rodee como
a un árbol
y sientas contra ti el peso de esa
tierra, el nombre de esa tierra,
el sigilo y el celo de esa tierra,
su tibia y celeste muchedumbre.
Una sepultura, sí, y un río
navegable
y, allá al fondo, su salida de
emergencia.
Porque en el fondo fondo de ti
mismo,
donde ya comienzas a ser tierra,
la corriente espesa de la tierra se va abriendo
mientras tú te quieres navegable
como el río que nace en el cielo
estrellado de tu boca,
en la estrella helada de tus
dientes,
bajo la cúpula azul de tus
encías, tierra, tierra,
y querrías que un hato de lucios
o de tencas trepara hasta tu vientre
y en invierno querrías dar calor
a una comarca
y en verano arrancar el escalofrío
de un niño.
Y sí, te querrías sepultura
navegable, tierra, tierra,
y que los barcos, como ahora,
rielaran por tus huesos
y bailasen las muchachas al compás
de una orquesta,
que los viejos lanzasen sus cañas
en tu orilla
y al arenero no faltara su jornal,
su vaso de alma.
Y querrías que todo tú fuera
navegable y servir por un momento
de reflejo a todos esos pájaros
que cruzan volando hacia el estrecho,
nubes a quienes nada importa
quedarse en el camino
o deshacerse como uva en el lagar
del cielo.
Y te querrías a la vez sepultura
y navegable, fulgor entre el carrizo,
y estar pasando a veces, tierra,
tierra,
y cantar a tu modo canciones que
sepan a vino, a humo, a ascua, a greda.
Pero en fin, amigo mío, cielo
mío, uno debe caber dentro,
y desnudo tumbarse hasta que nada,
nada lo salve de sí mismo,
hasta que encuentres algo a que
agarrarse,
una copa, un cable, un cigarrillo,
un gato, el desván último de un cuerpo,
la Amazonia interior de ese yo o
usted o quién sabe,
y el ser que le persigue o te hace
ser o lo desagua, así, como en un mar de otoño
hasta ahogarle en una luz sin
huesos, en un cielo sin garras,
en una población de hombros y de
arterias,
luces que fueron o lo serán un
día;
pero ahora, aléjese, concéntrate
en un punto, confíese al paisaje
por el que avanza mientras sueñas
con un paisaje helado
de tierras ojivales y pájaros
azules;
asiente bien los muslos, céntrate
en ti mismo,
y la misma tierra en su tibieza,
en su drenaje,
le hará abrir de par en par las
venas,
hasta que le duelan por dentro
como duele una cicatriz
cuando barrunta la nieve
y suspenda, suspende tu contacto
con el mundo.
Mantenga, pues, alerta el corazón,
date su sitio,
y escuche, escúchate, porque hoy
le quiere hablar un pobre tipo,
sí, un pobre tipo atrapado como
usted en un muñón de tierra,
de aire o de fatiga, qué más da,
un hombre ciego entre los hombres,
el vecino de Remedios, el hijo de
Ana y de Fidel,
el chico aquel que jugaba al
fútbol,
que se armaba de paciencia o de
tristeza ante sí mismo,
que tocaba el mundo con el temblor
de un mirlo,
que caminaba por la luz y por el
óxido,
polizón de un barco que se hundía
mientras leía versos como quien
se traga espadas:
“porque tú -leyó en Salinas-
vives en tus actos
/ y con la punta de tus dedos
pulsas el mundo/,
le arrancas auroras, alegrías. /
La vida es eso que tú tocas”.
Y sí, la vida era exacta,
radicalmente aquello que tocabas y veías,
la tierra que volvía hacia la
tierra,
aquello que pugnaba por vencerme y
abrazarte,
sin red, sin anestésicos, sin río
navegable, sin salida de emergencia,
sin una maldita salida de
emergencia por si acaso,
porque la vida es exactamente esto
eso que tú tocas, que en ti busca su extremo,
nube que desborda el aire, gato
que al sol busca
su jornal de gato, Remedios, la
vecina, tanteando el polvo con su bastón de arena,
la chica que vivía ahí enfrente,
en calle Sola,
la terca geometría de las cosas
que son tú, tú para siempre.
Mi nombre... bueno, bastará con
que sepa que vengo navegando desde lejos,
de muy lejos, de una tierra de
robles y castaños,
de hombres que llevan el sueño en
sus macutos,
como usted lleva (y yo llevo) la
anestesia de Dios esculpida en los huesos,
con ese aire del que cada noche se
desviste
y entrega su ropa al respaldo de
la silla, y desnudo se confía a la noche
como al espejo-fuente, como al
dios del gato,
tierra,
tierra, tierra,
[...]
Porque soy yo ese ser pequeño
como el ojo de un hacha,
como el mosquito del vino, o la
estela de un chorlo,
porque soy yo, siempre, incluso,
hecho jirones,
el que construye con sus huesos
su entero ser, su alcazaba, su
sepulcro, el que ladra y tiembla
cuando las nubes acuchillan a la
luna en el costado
o simplemente pasa, está pasando,
como pasa un mirlo, como pasa la voz por este aquí de tejas y gatos
y sol y una mañana...
Pero tienes que saber que tampoco
en este sitio hay una clara salida de emergencia,
porque una ventana donde uno pueda
lanzarse hacia el vacío
no es, no puede ser, una salida de
emergencia
(o sí, quizás, bueno, en fin, no
estoy seguro);
una salida de emergencia es otra
cosa, no sé qué, pero otra cosa:
las nubes, el naranjo, la luz de
amanecida, cuando todo es estreno,
el saber que no es tarde para
pertenecer a algo, tierra, tierra,
para ser una más de las cosas que
suceden,
como el ladrido de un perro o el
zumbido de una avispa,
y así mirar el aire como si
estuvieras mirándote,
y mirar las nubes, el naranjo, la
luz de amanecida, sin ya importarte nada,
sólo eso, la luz, las nubes, sólo
eso, pero no sé, repito, yo no sé,
quizás una salida de emergencia
sea otra cosa,
como cuando te agarras a algo para
que no te tumbe el viento,
o cuando estás solo y sientes la
tibieza, el soplo, un bienestar sin causa
y todo a tu redor parece en vilo,
envuelto en esa luz
que se esparce por la piel como si
un beso,
porque la vida, recuerda, era eso,
eso que tú tocas, la tierra,
el llanto de la tierra y su
tibieza, su amasijo helado, su vómito, su sol sobre los pinos.
Pero no sé. Llega el momento en
el que no sabes nada o lo que sabes
no es nada en lo que puedas
asentarte y decirte, ufff, aquí estamos,
he llegado a alguna conclusión,
creo que me he asentado en algo
desde donde puedo seguir ahondando
en esta tierra,
para alguna vez caber dentro y ser
adentro, adentro, adentro.
Media vida he perdido en
esperarte, en escarbar para esperarte.
Por eso ni siquiera esperar es ya
un consuelo. Es más, no espero nada
que no esté ya aquí, como esos
tejados o esas nubes, o el canto ronco de ese gallo,
o el pozo, o mis dedos tecleando
para ti, o las cartas que me llegan desde lejos
para calentarme el alma, para
decirle al alma que está viva, turbia pero viva.
Y estoy aquí, escarbando,
rompiéndome las uñas en la tierra,
como si no tuviera nada que decir,
como si hablarte o no ya no importara,
como si el oro del mundo estuviera
expuesto en las vitrinas, hecho alhajas,
y uno hubiera llegado tarde a
todo, a ti, amor, a todo, cuando al acabar la feria
los obreros, subidos en sus grúas,
desenroscan las bombillas,
o apilan sobre el polvo farolillos
y banderas.
[...]
yo sé que estás que estoy
perdido, tan perdido como yo en este día de otoño,
con esas nubes rojas y bulbosas en
el cielo, con el gato en el tejado,
con la tela metálica de exágonos
vacíos,
con Remedios, la vecina, punteando
con su bastón, el tuyo, el mío, las horas.
Lástima, me digo, que tampoco
para ti
haya salidas de emergencia, que
estés tan atrapado como yo
bajo este techo, en esta
sepultura, tan lejos de tu casa,
de las cosas que te esperan en tu
casa,
de tu sillón, de tus vecinos, de
tus gatos,
de ese corredor de tierra donde
pasa el tiempo lamiéndote con su sucio espejo.
Venía, digo, a contarte algo
importante, urgente, inaplazable,
pero no sé, no sé, de pronto el
cielo se ha nublado, y tiembla el árbol y el maullido,
de pronto se alza el viento, yo no
sé, cae una hoja,
el gato abandona lentamente su
tejado y los pájaros vuelan en redondo,
ante esa vieja telaraña que es tu
vida y es mi vida.
Quizás nada irreparable, algo que
uno escucha, que alguien dice,
ya lo sabes, cosas que soy o que
suceden,
esas cosas que también a ti se te
posan en los hombros o en los labios,
como un temblor o un escalofrío o
la ventisca,
pequeñas, muy pequeñas cosas,
pequeñas como alondras,
pero nada tienen que ver en esto
las alondras, en mí, en lo que vine a decirte,
pues las alondras están bien
donde están,
en mi aldea, en sus nidos, en sus
vuelos rasantes,
en un verso de luna y, sobre todo,
en sus cuerpos ateridos de alondra.
Pero, a ver, ¿qué quiero contar,
qué me atrevo a contarte?
No quiero lanzarme así, como una
hiena, a un striptease sin cuerpo,
a una auto-inmolación sin
consecuencias (ya está dicho,
uno ha de caber exactamente en su
sepultura). De aquí, me juraron,
has de salir como viniste, como el
que asiste a un entierro
o desfila de esclavo en carnaval.
[...]
En fin, lo que uno pide es otra
cosa: una maldita salida de emergencia.
Porque también yo soy un
ciudadano
que paga sus impuestos y exige que
todo esté en su sitio:
carreteras, quioscos, dioses,
leyes, asesinos, alcaldes, poetas, obuses, sodomitas,
cebras, pasos de cebra, escuelas,
farolas, estadios, peluqueros...
Elegí el oficio de ser (sentir,
pensar, dudar, sudar, sumar, multiplicarme)
por ser una actividad no peligrosa
(me equivoqué, lo admito, pero
ahora no encuentro
manera de volver a ser quien era),
aun cuando al empezar en esto
sentir, pensar, dudar, sudar,
sumar, multiplicarse
podía servir de algo a un tipo
que corría por delante de sus dedos,
y sí, estoy aquí por eso,
huyendo de las voces, refugiándome en las voces,
fornicando con las voces en cuyas
fauces habita la locura o el aliento.
Porque
has de saber que quienes atraparon al sol en su carrera
no
se resignan ya a la quietud de la noche
aun
sabiendo que el pesar es parte del camino.
Y no es fácil de explicar, porque
nada es fácil de explicar cuando uno huye
de enemigos que el tiempo no
doblega y nada sirve a nada,
ni correr ni detenerse, ni
buscarse mayores enemigos, ni sentarse en esta tierra
que es para la vida como un
cuenco, como la obligada servidumbre,
como la luna que baja cada noche
hasta el naranjo y ahí dormita,
absorta y negligente, como una
yegua enferma.
¿Te has visto alguna vez ante un
fusil, sabes cómo se carga una pistola,
has oído el sonido que hace un
hombre al caer, un corazón al pararse,
un río desbocado,
has
oído alguna vez la tierra?
Cuando nací todo estaba muy
reciente, había huesos aún por las cunetas,
nadie se había tomado la decencia
de tapar los agujeros ni las cruces de las tapias,
y en ese caso, bueno, bien mirado,
cómo no,
no había ningún lugar donde
encargar uno el futuro,
donde empezar el futuro o andar al
aguardo de un futuro
de calles limpias y frescas, con
farolas, donde saliera la luna
sin pedir permiso y el sol se
fuese sin pedir excusas,
o Remedios, mi vecina, apareciera
cada día en su terraza para regar sus begonias
sin sentir asco, con un dedo que
le dijera cállese, métase en su casa,
y el gato siguiera buscando el sol
en los tejados, simple, gratuitamente,
como se hace en las casas donde
cada día entra el sol con nobleza
y cada día hay begonias y sol
gratis en los tejados
y la gente se sienta cada día a
comer y hay alegría
y hablan de esas cosas pequeñas
como alondras, nubes que pasan,
muchachas que esperan púdicas al
pie de una maleta
mientras alguien sueña o muere y
es otoño y los gatos buscan el sol que dan en los tejados.
Pero me basta con que sepas que
aquí, bajo este techo,
no hay más que lo que ves,
paredes que se cierran, vigas que te ahogan,
ventanas que no dan sino a sí
mismas, lámparas que dan dulzor al frío,
navajas que escandalizan la rueca
de la noche y tú,
amigo, tú, tendrás que tomar una
decisión, una buena o una mala decisión:
en caso de peligro has de elegir
si salir por la izquierda, si escapar por la derecha,
si encaramarte al techo o
arrastrarte por los sumideros,
¿y no me digas que al entrar no
has reparado por dónde queda la salida de emergencia?
[...]
sólo existen unas vísceras
posibles: las del Dios de las borrascas,
las del Dios que se deshace en el
descielo,
las del Dios que mueve las hojas
del naranjo del vecino,
las del Dios que mantiene la tapia
frente al viento,
y hasta un poeta como yo sabe que
el Dios que veo salir cada día de mi celda
no tiene entrañas ni atributos,
sino hojas o paredes, y gatos
que se tumban como dioses en los
charcos que el sol dibuja en los tejados,
y al moverse las hojas, es el
propio Dios el que se mueve,
y al quedarse en pie la tapia, es
Dios el que se queda en pie,
porque todo es igual y tú lo
sabes, porque Dios es igual, nube y tejado,
el cielo que veo y el ojo que
mira, la luz y las entrañas,
o no, pero entonces admitamos que
sus entrañas son el mundo, el universo,
en fin, estoy hecho un lío,
porque Dios, ya lo he dicho,
se mece en las hojas del naranjo y
es un Dios formidable y eterno,
hecho de luz y hecho de lluvia y
hecho a veces de un malestar antiguo,
de un dolor de estómago, de una
angustia lejana, del pelaje de un gato, del zurear de una tórtola,
pero yo a Dios, como Caeiro, lo
llamo por sus partes,
y así lo llamo silla, lo llamo
cruz, avión, lo llamo instinto, herida, soplo, huesa,
tú, tú, tú,
pero no soy, tampoco soy un poeta
metafísico,
aunque, como alguien dijo, la
única metafísica consiste en existir,
hay suficiente metafísica en
existir, por ser exactos.
Pero seamos exactos, seamos tan
exactos como lo es el sol,
del que sabemos cuándo sale y
cuándo se marcha,
por qué cada noche se sostiene un
instante, hostia pura, en el sangriento horizonte.
No, esas entrañas no existen y si
existen
no es posible pisotearlas, pues
son, cómo diría,
argucias, puentes que uno tiende
hacia...
hacia..., bueno, en realidad, no
sé hacia dónde,
conque tranquilo, no pienso
hablarte más de aquel hijo de puta, tú ya sabes,
el enano del castillo, para qué,
me pregunto, hablar de cosas que ya fueron,
de tipos que no cuentan en el
saldo verdadero de la vida,
ceros sobre ceros en un montón de
ceros
de la mano de otros ceros coma
cero, coma cero, coma cero...,
cerumen y carcoma, mercurio de la
nada, ni frío ni calor,
metástasis de la nada siendo
nada, ya lo he dicho, enanos del castillo, toñoysern,
y además, yo me pregunto, ¿se
merece un tipo así entrar de polizonte
en una reflexión sobre mi vida,
esta vida que me queda tan mal como un mal traje?
[...]
Aquí me tienes. Y desde aquí, oh
mundo conocido,
crezco como la grama en primavera
o la luz tras el eclipse.
Como la zarza o el huracán crezco
y sólo vengo a entregarte lo mejor de mi cosecha, yo no sé,
mi palabra, mis dudas, mi dolor de
muelas, mi dolor
de huesos, mis jaquecas, tú, tú,
tú, pero no te espantes ni sorprendas,
no mires al de al lado, no
desesperes todavía,
aunque no encuentres la salida de
emergencia,
y tenga que vivir preso de mí, de
ti, rehén en este alcázar,
Conde de Montecristo en un montón
de carne,
Teresa de mis llagas,
desfallecida, enhiesta,
hombre que mira cómo le muere el
pie, desventrado en Ruanda,
asilado en su choza, porque puede
arder algo, romperse el techo,
o que alguien, por qué no, se
saque una pistola, una navaja o gas mostaza, qué sé yo,
pero, bueno, ¿no estaba hablando
de la cárcel, de la cárcel
donde el alma se avinagra, pudre o
riela?
Porque es triste ir por la vida
como quien va de vuelta,
con su lanza al hombro, herido y
sin escudo,
es triste en el verano asegurar
que era el verano la única estación,
porque pasaba el viento y no
supimos alcanzar el fondo fondo de lo verde,
ni con qué puentes con qué
calles
con qué gentes con qué montes
convivir...
Pero tú, peregrina irredenta de
mi sangre,
que vas y vienes en mí
dulcificando las torres,
avivando los pueblos, dando de
comer a los peces,
pero tú, tú mía, tuya tú, tú
para siempre,
herida de los huesos, flor de los
huesos, risa de los huesos,
tú me haces ser, como la luz hace
ser al pozo.
En fin, en cuanto toco aire me
pierdo sin remedio,
como me pierdo en la plaza, o en
el calor que no le doy a mis hijos,
o en el mirar un momento al cielo,
intensamente,
como si lo viese por vez primera
desde un barco, en mitad del mar,
en este mar que ahora eres tú y
me pierdo como un niño se pierde en una feria
o el reflejo del canal se pierde
en su propio reflejo,
oh Amsterdam transida, Venezia de
las cúpulas.
No sé, esas cosas, que tanto
hacen temblar a los peces o a las hojas.
[...]
El miedo ahí, chascando,
pudriendo, enrabietando, decumiendo, destibando, estupedeciendo,
maltensando, portisiendo, contraestando, abasiendo...
gusano de tus días, yugándote y
distiéndote por dentro, como lis oscuro o tendal de lava.
Una raíz que se hunde en tus
varices, metástasis del pensar,
del no pensar racionalmente, se
comprende,
pues la razón, yo no lo sé, será
el costal donde verter tu miedo,
una manera de sacarlo afuera,
hacia un callejón oscuro y decirle, vamos, lárgate,
que no te temo, pero el miedo
viene de los huesos,
como de los huesos es sentarse a
ver cómo cae la tarde, intensamente,
como si ocurriese por vez primera,
antifaz de esa noche y de ese árbol
donde dormimos tantas veces con el
ojo entreabierto hacia el leopardo,
o eres tú, raíz clavada en los
güesos, dulce, sosegadamente,
“cuando ya todo me pide sumarme
a este silencio,
mientras dejo que cabalgue
abierta, dulcemente por mi pecho el corazón.
Y así, al volver en mí, escuchar
el ligero susurro del viento al rodearme,
el crujir de las ramas. Y así,
con ese leve soplo,
me siento alzado por el silencio
innumerable,
y lo eterno grana en mí, como la
uva o las estaciones.
Es entonces cuando ya nada me
importa naufragar”.
Hablaba del miedo, de esa cueva
que espanta a la razón,
pero que llega, como llega un
amigo hasta tu casa,
o un pájaro abatido hasta el
alféizar, o la enfermedad a una familia.
Porque, desde luego, no quiero
descartar
que muy cerca de ti se esconda un
muerto, incluso podría ser yo ese muerto, mi asesino,
así que ponte en guardia, no te
entregues, toma precauciones,
métete el condón por la cabeza y
empuja aunque te duela, aunque te duela como duele un hijo o una
piedra,
porque puede que estés ante un
simple impostor, ante la muerte
de un tipo que enciende velas a su
noche, incertidumbre arriba incertidumbre abajo
y ruido de muelles en la náusea,
que camina a tientas bajo el yugo,
que se detiene aquí y allá a
contemplar las garzas que en el pinar se esconden.
Que descansa y espera mejor
momento para nada.
Que olvidó su nombre, que acaso
sea ninguno.
Que no partió o se queda a labrar
la tierra y ve cómo crecen los jaguarzos, la desidia.
Puede que estés ante el que corre
haciendo círculos
o ante el que camina sobre el agua
del estanque.
Ante quien parte solo y solo sigue
y prueba confundido el fruto de las huertas,
el mercenario, el sucio mercenario
que hunde su lanza y su vinagre
sobre el hombre moribundo en su calvario.
Ante aquél que no se atreve, o el
que se esconde detrás de una cortina
y balbucea su inocencia pero
acepta horrorizado el sueldo, la corona.
O quien ha vuelto y sin temor otea
el horizonte, que aguarda una señal para perderte.
[...]
El matador del leopardo y el
herido, el transeúnte
que vuelve a su deriva, el
comprador de humo
y el que ordena en un papel las
notas del ultraje.
El peregrino, la reina, el loco,
el que sostiene el hacha
cuando duermes. El que cuenta cada
uno de sus pasos
y nunca se mueve de su silla. El
francotirador, el anarquista,
el que llega por primera vez a un
río y se abandona a él, satisfecho en su creciente.
El desaparecido, la amazona, el
misionero.
El que erró el camino y ahora
sigue cualesquiera.
El apóstata, el Dios que se hace
el muerto o cubre con su máscara tu máscara,
el que lo ignora todo, el que de
todo abomina, el que se rinde a todo,
el arquitecto, el Arquitecto, el
proxeneta de sí mismo,
el que cansado arriba y hasta al
barquero niega el óbolo ruin de su peaje,
el que conmigo va, quien me
persigue,
el enamorado, sí, el enamorado,
ese impostor que se guarda de mí bajo mi nombre.
En fin, el impostor, el hombre, el
todavía, el por si acaso,
el estuve allí y el no podía
creerlo, el ahora es tarde,
el si aún pudiera, el yo no fui,
el déjeme tranquilo,
el lo siento ahora mismo está
ocupado, el ha muerto, el está herido, el está ausente,
el no me suena, el bajo ningún
concepto, escúcheme bien, bajo ningún concepto,
el craso, el dimas, el casio, el
césar, el ni me cuente, el yo no estuve allí,
el no le miento, el usted no sabe
con quién habla, el perdóname, ese no era yo,
el puedo asegurarle, el ni yo me
reconozco;
el que bastante tiene con estar
contigo o ante ti, sin una sola salida de emergencia.
En fin, a qué engañarte, mejor
es que hubieras ido a correrte alguna juerga,
porque ya lo ves, todo viene a
resumirse en el absurdo engreimiento
de quien ha perdido todas las
batallas
y dice contemplar a Dios cada día
ante el espejo.
Pero, sabes, las batallas que he
perdido, que fueron casi todas,
a nadie interesan salvo a mí,
y ni siquiera a mí, que vivo
devorado por la amnesia como devorada vive
la roca de Ushistar o las cavas de
Norchia o de Sorano,
(“y como el mar borra la huella
de los barcos, el tiempo borrará nuestras estelas”)
porque, a ver, en el amor que ya
se ha ido,
en la jarra que se ha roto, en la
reputación que no tengo,
en la prisión que no fue, en el
profesor aquel de física,
en los resabios que no supe
encauzar,
en el paso cruel del tiempo, en la
impotencia,
en esas cosas que no importan a
nadie,
perder o ganar nada consuelan y
nada significan.
Yo escribo largas frases y en
ellas me defiendo, trincheras que no sirven
para detener las balas, ni para
guardar mis muertos, ni para secar mi espanto.
Es poco, lo sé. Es nada, lo sé.
Hago palabras, como otros hacen puentes
o hacen calcetines, vídeo-clips,
rascacielos, esas cosas,
y es tan poco lo que hago, tan
nada lo que hago, que necesito venir hasta este sitio
para decírtelo, aunque a ti te
importe un bledo,
aunque estés en tus cosas, en la
chica que cruza sus muslitos,
en el olor a grifa que viene de
allá atrás,
en la posibilidad de un polvo con
este tipo que te has encontrado
aquí, justo en la puerta, de
hablar con alguien,
de tomar una copa en cuanto yo me
vaya, yo no sé,
pues aunque no veas una maldita
puerta
de emergencia, por qué no,
métetelo en la crisma,
no hay puertas de emergencia, te
doy un poco de calor,
y por un rato suplo la falta de
esa puerta,
su no existir, su estar cerrada,
su no ser,
porque uno debiera tener los pies
desnudos
y, oh Rimbaud, andar por esos
prados con un sombrero roto en la cabeza,
pero no, te calzas tus botines y
te pones a andar por esas calles,
hasta la última esquina, hasta el
cementerio, el mirador,
como un preso al que cada día
dejan salir por unas horas,
porque es eso, te dejan estar por
unas horas, te ganas una cama, un puñado de trigo,
quizás un aparato que te lleva
hasta el trabajo,
y eso es todo, eso es todo, yo no
sé,
y aún así simplemente vives
bien, te pones cada tarde los botines
y te marchas cada día por la
acera, hasta que todo acaba,
la ciudad, el mirador, el
escalofrío, el cementerio,
pero eso no te hace mejor, ni más
libre,
eso es sólo pasear cada tarde,
llegar hasta las tapias y volverte,
cuando ya la luz se va, cuando la
ciudad se acaba,
cuando concluye esa celda que es
tu celda,
y ya la noche, como tigre sin
alma, cuenta tus pasos,
se los traga, los tritura, y deja
sobre el suelo tendones, tibias y aguafuerte,
porque tampoco en la celda tienes
puerta de emergencia
y sin puerta de emergencia no eres
nada,
un tipo grapado a la pared,
entumecido, a merced del sudario,
Héctor arrastrado por su Troya,
Aquiles herido en su talón, Don Quijote ante su propia sombra,
Aureliano Buendía frente al
pelotón de fusilamiento,
y la Maga, la Maga, ¿encontraría
a la Maga?
Y sí, ya sabemos que hoy todo es
igual,
pero al abrir los ojos advierto
adviertes que no, que todo no es igual,
que existe una vibración en las
cosas, un fluir de las cosas como a ráfagas,
un ir y un venir de las cosas a
las cosas, un algo sin fin y sin propósito.
[...]
De la vida no.
Acabemos hablando de la noche que
cuaja en la alameda,
del maquinista azul sobre la grúa;
hablemos del sol timbrado de la
tarde,
de esa sombra que nos sueña y que
soñamos a la vez.
De la vida no: del corazón que
estalla a cada abrazo,
del perro del hotel y los turistas
a quienes el sol birla sus dólares,
hablemos del botín y de las
manchas que has visto crecer en la pared,
de aquella juventud al amparo del
miedo y de los cuerpos.
De la vida no. La vida es sólo un
tema
de sablistas, jacinto corrompido
en boca de copleros.
Desecha pues la vida, qué importa
la vida,
el vértigo, la náusea, el
precipicio,
la turbia certidumbre que vuelca
nuestras copas,
la voz, el rayo, las cosas que nos
ladran,
la muerte de los dioses, la suerte
de papá,
la sombra y los esteros, el
pánico, la niebla,
la mecha esa que enciende cada
tarde el corazón.
Qué importa, pues, la vida, y te
comprendo,
si mañana una bala, un naipe, una
cirrosis
nos alcanza en pleno rostro y el
autobús no cambia al cabo,
ni su horario ni sus niños, ni
sus baches,
ni su mugre, ni siquiera sus
paradas.
Sin embargo, escuchas a un hombre,
el pensamiento errático de un hombre,
espejo de ti, raíl por donde
vuela el tren que es ya tu vida,
y te dejas conducir o empapar o,
yo no sé,
por las dudas o mentiras de un
hombre igual que tú,
que quisiera ser como tú, pero
que sería capaz de arrastrarse
para que tú vengas a lamerle las
heridas o a escucharlo,
porque dice haber perdido todo,
las batallas, los años y la fe,
porque no sabe qué vino a hacer
aquí, cómo carajo salir de ésta,
de su propio pellejo y del pellejo
que es todo,
piedad, piedad, ¿lo has pensado
bien?,
[...]
Dios, y tú lo sabes, Dios, tú lo sabías
[...]
Dios, y tú lo sabes, Dios, tú lo sabías
y, como a todos, me has nos has
abandonado y, como a todos, me has nos has envilecido,
y has hecho de mí y de ti una
sombra sin materia, y has hecho que hiciera de mí
un despojo sin vitrinas, un naipe
sin baraja, un faro sin mar, un prado sin ovejas,
imagen y semejanza, eso es, pero,
no sé, imagen y semejanza,
imagen y semejanza de quién a
qué, de qué a quién,
tierra sin nombre, tierra, tierra,
azul sin propósito, arrebol sin carne, razón sin ley,
marsupio tras marsupio, la mejor
camisa, el pie donde te hundes, la mano que me duele,
hombre al agua, en cruz,
Guantánamo, la orquídea,
piedra donde las nubes mueren,
lengua que arrancan los gusanos,
raíz que muelen los gusanos, que
sangran los gusanos, que orbitan los gusanos,
en fin, a qué seguir, descrédito
y pantera,
Remedios, la vecina, el gato que
flota en el sol como un mar muerto,
reloj que no te ha de quitar el
cielo, ni cielo que te quite el hambre
de andar vivo entre un millón
-¡qué digo un millón!- de muertos,
y todo sobre todo, sobre todo
todo,
el que no haya aquí, en esta
sepultura, en esta esquina,
en esta tierra, tierra, tierra, yo
lo sé, excuse, mira,
ni una maldita salida de
emergencia.
Nota final:
La primera versión de este poema
fue escrita en los primeros días de abril de 2002. Desde entonces he
trabajado intermitente y a veces febrilmente en él. Debo confesar
que desde su nacimiento albergo innumerables dudas acerca de su
posible interés, pero en este ya largo camino sus versos me han ido
acompañando y creciendo como el árbol que uno siembra ante su casa,
hasta el punto que hace mucho tiempo que, formando parte de mi
paisaje interior, ya no consigo verlo. Remedios, la vecina, hace al
menos tres años que falleció, el abeto de Vitorino fue cortado hace
mucho y mucho hace también que no veo gatos por los tejados, de modo
que hasta la realidad parece empeñada en reescribir estos versos. El
resto de cosas, es decir, los tejados, el pozo (junto al que tanto
jugué de niño), el naranjo, la calle Sola... siguen ahí,
observándome desde el otro lado de la ventana y de la vida.
El lector no dejará de encontrar
a lo largo de estos versos pequeños guiños y homenajes a poetas que
son de mi agrado, como Salinas, Rosales, A. Machado, Kavafis,
Leopardi, Dylan Thomas, Pessoa en sus distintos avatares y algunos
otros más recónditos y escondidos. Me hubiera gustado añadir a
Pavese, Baudelaire, Rimbaud o Claudio Rodríguez, pero las
circunstancias (o la inspiración) no lo han hecho posible.
Quisiera acabar agradeciendo a
Javier Sánchez Menéndez el muelle propicio que me brinda para que
estos versos hallen refugio en su Isla de Siltolá y a Diego Vaya sus
pertinentes correcciones. También quisiera mencionar a Rey, quien a
principios de 2009 me acompañó con la guitarra eléctrica en la
primera y fragmentaria lectura de este poema que dedico a mi padre,
que se marchó de esta casa, y a Pilar y a Helena y a Julio, y a Zaqi
y a Chispa que han habitado la casa mientras se iba escribiendo.
Quisiera mencionar a François Louis Le Blanc y a Fernando Cabrita y
a Ida. Sumo esta dedicatoria a todos los que alguna vez, siquiera por
unos instantes, entraron o habitaron metafórica o físicamente mi
casa. A todos ellos.
Juan, el padre de Pilar falleció
en 2010, mientras se escribía. También Rafael Gómez, Lito, se nos
fue de hoy para mañana una tarde de noviembre de 2013. Juan Delgado,
el poeta que, casi estoy seguro, apreciaría estos versos, nos dejó
también. La madre de Pilar descendió hacia las correduelas
laberínticas del alzhéimer y mi padre, que murió hace poco, vivió
sus últimos días enganchado a una bombona de oxígeno. Helena y
Julio mientras, fueron creciendo hasta cuajar en ellos mismos. He
visto pájaros azules asomados al interior de un ciprés y he visto
un trozo de mar temblando sobre la yerba. Todo lo acepto como
avatares de un mundo que gira y que gira sin parar. Quizás el poema
te hable de eso: del soplo, del temblor y del viaje (yo no sé),
mientras, las nubes rielan hacia el oeste y los colibríes baten sus
alas interminablemente. La vida sigue y quizás este poema-río, este
poema-nube, este poema-tierra
continúe su
lenta metamorfosis hasta que ambos desemboquemos en el mar, que para
mí queda al final de esta misma calle, oculto por la fronda de los
castaños y que para el poema está en ti, querido lector, que lo
llenas de sentido.
No quisiera irme sin recordar unos
versos de Li Song Io que acaso en su brevedad, sean capaces de
explicar este larguísimo poema:
Ya la luna ha salido sobre las
copas de los cedros.
En las aguas del estanque,
una y otra vez, se arquean los
peces.
Sus lomos cintilan un instante
besados por la luna,
antes de hundirse
definitivamente bajo el agua.
Permítame despedirme con una
pequeña poética que escribí hace años: “Tonterías las mínimas.
Gilipolleces, las mínimas. A veces en mil sesudas líneas no
logramos decir nada y en cambio en un poema de cinco versos cabe el
mundo. Quién se lo explica”.
Fuenteheridos, tiempo de cerezas
de 2014
[El poema vertido al blog 3 es incompleto: si lo quieres completo escribe un comentario sobre el particular]
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1 comentarios:
Muchas gracias, Manolo.
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