Esta tarde regresaremos al 1900 para conmemorar el 25 aniversario de las Tertulias. Algo he escrito ya sobre mi relación con el 1900. Todo cuanto guardo a ese "consulado" de la cultura onubense es gratitud. Allí he pasado algunas de las mejores horas de mi existencia y eso no es ningún secreto. Ignoro cuántas veces he subido a ese estrado a mostrar lo que estaba haciendo o lo que me proponía hacer. Siempre me encontré con el respeto de los oyentes y con la cálida acogida por parte de todos, incluidos Antonio, o Mihaela. Gracias una vez más a todos. Estos que siguen son los poemas que hoy trataré de leer. Son poemas escritos hace mucho y publicados hace mucho, pero de alguna forma me recuerdan mi paso por ese consulado. Larga vida al 1900.
LA CASA DEL TALUD
Esta es la casa del
talud,
a su lado una chumbera,
el huerto
en el que bulle,
milagroso, un limonero.
Un camino asciende,
entre recodos,
la tierra calcinada,
allá donde litigan
el viento y los
espartos.
Tiene la casa una
mínima ventana
de añil desvanecido,
que brota como un lirio
hacia el talud.
Estoy lejos. No acierto
a distinguir
el rostro del alféizar.
Espero en vano el
brillo de unos ojos,
cualquier pequeño
movimiento,
la levedad de un tacto
o de una sombra,
la verde arboladura de
unos pasos en la tierra.
Hastiado de vergeles y
de fuentes,
de andamios, cruces y
alamedas,
de pérgolas y aljibes
que sirven en la noche
de cerrado fortín a
los amantes...
he vuelto a los
caminos,
pero sabed, sabed
que es la casa colgada
en el talud,
el huerto donde bulle,
milagroso, el limonero,
la huida estrecha del
camino,
el rostro y las manos
que no vi
observándome desde el
alféizar,
lo que me sigue como un
río o un dolor
a todas partes.
EL RÍO DE SILVES
Pero
también a Julio
Junto a este río,
Helena, refiere el desterrado,
conoció el almíbar y
el rosor de las huríes,
cuyas pulseras emulaban
el eterno vaivén de
las corrientes.
Más tarde, fue en
Agmat, se alzó contra su brazo
la acritud de las
cadenas.
Junto a este río,
donde hoy bajaban a beber
bandadas de palomas
y a cuyo flanco se
levantan aún recias murallas,
se avino el sauce, el
junco, el arrendajo,
la sombra que,
valiente, se abrió paso
hacia su carne.
En este río, Helena,
que ves perderse en el recodo,
inscritos permanecen
esos signos
que asisten y confunden
la memoria. En este río,
no olvides esto que te
digo,
será el acíbar, el
ónix, la granada,
el hilo que te anuda...
el hacha que divide.
SALARIO
A cada hombre su luna y
su salario,
su tanto de sal, su
pobre mano
abrasada y hueca. Yo
fui
con esos hombres y como
uno de ellos
he vuelto a casa con la
luna en los ojos.
Como cualquiera de
ellos
he visto sucederse la
lluvia en los plantíos
y el sol en los últimos
jaguarzos de la tarde,
cuando es la luna
todavía un ojo helado.
Cada hombre tiene su
luna y su prodigio,
su tormenta y su hora
de estar viendo llover
impasible a la lluvia.
Yo vi a los hombres,
a muchos de esos
hombres llegar ante mi puerta,
llamarme por mi nombre
y pues he sido
uno de esos hombres, y
con ellos
dormido en el barbecho
y grabado en este
tronco mi memoria
y su sazón, me vuelvo
ahora,
aterido y débil en pos
de mi salario.
DUDAR, dudar
hasta caer rendido,
muerto de vida,
intacto. Dudar hasta quedarme
sin sitio, ni
argumentos.
Dudar hasta que sangren
las uñas y el estómago,
hasta que ya la noche
se me rompa
con su armazón de
plomo y dexedrina.
Dudar sobre la arena
hollada.
Dudar ante el granizo o
el rubor, ante tus manos,
dudar, dudar, al fin,
desde el principio.
LA CHICA DEL CINZANO
Los jueves salgo a
tomarme algunas copas,
de madrugada vuelvo,
sabes,
y doblo la esquina un
poco desplomada de mi calle.
El rótulo dormido del
cinzano me espera en el portal.
Lo demás ya lo sabéis,
lo he contado en otras reuniones.
Trabajo diariamente,
pago un piso, la tele, una mujer,
unos días bien, otros
no tanto,
unas pastillas luego de
almorzar, esa es la vida.
Los viernes la vida
continúa.
No me escribe la chica
del cinzano:
unas letras solo,
tampoco pido el cielo.
Unas letras pido
solamente. Unas letras.
Lo demás importa
menos. Unas letras y me iré
a vivir de ocupa a los
carteles.
FE
DE VIDA
No,
de la vida no. Hablemos de la noche
que
cuaja en la alameda, del maquinista azul
sobre
la grúa; hablemos del sol timbrado de la tarde,
de
esa sombra que nos sueña y que soñamos a la vez.
De
la vida no: del corazón que estalla a cada abrazo,
del
perro del hotel y los turistas
a
quien el sol despoja de sus dólares,
hablemos
del botín y de las manchas
que
has visto crecer en la pared, como el invierno,
de
aquella juventud
al
amparo del miedo y de la carne.
De
la vida no. La vida es sólo un tema
de
sablistas, jacinto corrompido en boca de copleros.
Desechad
la vida en los poemas,
pues
qué importa la vida, el vértigo, la náusea,
el
precipicio,
la
bizca certidumbre que vuelca nuestras copas,
la
voz, el rayo, las cosas que nos ladran,
la
muerte de los dioses, la suerte de papá,
la
sombra y los esteros, el pánico, la niebla,
la
mecha esa que enciende cada tarde el corazón.
Qué
importa, pues, la vida, y os comprendo,
si
mañana una bala, un naipe, una cirrosis
nos
alcanza en pleno rostro
y
el autobús no cambia al cabo,
ni
su horario ni sus niños,
sus
baches, su mugre, sus paradas.
NO LOS HOMBRES
No los hombres
que vuelven de Hispania
o de Cartago
cegados por el mirto o
por el oro,
no aquéllos, cuyos
torsos
perturban los jardines,
no los estrelleros, los
escribas
ni el vencedor de
Farsalia;
desde luego no los
príncipes
ni el gladiador
que volvió a eludir la
muerte,
no el impúdico
tribuno, ni el hebreo
tonante, inexpresivo,
al que temí menos por
su sangre
que por su misterio,
no ninguno de los
dioses
que dicen verdaderos
a quienes en su temor y
en su codicia
tantos se encomiendan,
sino ver a mi padre
entrando solo en la
ciudad
herido y sin escudo,
deslumbrante.
LAS ISLAS DEL
MEDIODÍA
Aquí hallarás
resguardo en la tormenta,
fruto en sus vaguadas y
alivio a tu dolor.
Sin embargo échate al
mar
apenas la calma lo
permita.
Aléjate.
Que la tierra que una
vez te cobijó
no vuelva al cabo su
brazo contra ti.
GREAT
HITS
A
Juanjo Téllez, que me sugirió el título
Lo
mío ni fue clavo ni puñal,
no
los puertos oscuros como el hambre,
sino
arrastrar los pies por las aceras,
silbar,
mirar para otro lado,
servir
de extraviado a tanta noche.
Maté
el frío con alcohol para quemar
y
al placer me dí con decepción y empeño.
Llegué
con tres heridas
(y
una):
la
del amor, la de la muerte, la de la vida,
(añádase
la de la duda).
Que
el temor suele ocultarse en la lealtad
lo
supe por Chispa, Rilke y Zaqui, mis dos perros.
La
suerte me tocó con diez o doce amigos,
y
en ellos me refugio cuando aquí sopla el levante.
Colgué
la vanidad en los roperos, pero a todos
los
que entraron en mi casa les mostré,
con
distintos artificios, mi vestuario.
Los
profes, el médico, el sargento
lograron
sin fortuna que entregase la cabeza. Abordé
el
socio-realismo, de ahí mi aire como ausente,
de
no haber roto nunca un plato. Alguna vez, lo admito,
volví
nublado a casa.
Me
di al humor y a la impostura
y
de ambos me escaldé y en ambos sigo.
Si
mucho lo intenté,
mi
alma no sedujo a Belcebú y, qué remedio,
hube
de pactar con un pobre diablo.
No
se me olvide el gato que una tarde envenené,
un
gol que nunca entró, aquella bronca absurda,
la
anguila petirroja que huyó por el atlántico
y
luego regresó con aire de tormenta,
dos,
tres abluciones, vómitos, purgantes,
algún
dolor de muelas...
En
fin, qué queda ya, mis grandes éxitos.
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