En esta ocasión traigo al blog a un poeta completamente distinto a cuanto hayáis leído. Se trata de Eladio Orta, poeta ayamontino (1957) adscrito a eso que podríamos llamar "realismo sucio" y que en su caso más bien podría llamarse realismo ecológico o realismo limpio, dicho, cómo no, con un poco de ironía. Eladio vive en Isla Canela una pequeña aldea de Ayamonte, en la desembocadura del Guadiana, donde han vivido todos sus antepasados. Su poesía, fuertemente implicada en la tradición de sus mayores, en su profundo amor por la tierra y en su conservación, tiene algo de agraz y espontánea, pero sobre todo es auténtica, de una coherencia absoluta y a veces de una impertinencia realmente explosiva, como sucede en este largo poema que hoy traemos al blog. Eladio Horta es un poeta espontáneo, irónico, ácido, pero sobre todo, auténtico. Reside en su vieja y pobre casa familiar defendiéndose contra las amenazas de una especulación inmobiliaria, que en más de media docena de ocasiones lo ha hecho dormir en el cuartelillo por oponerse a las excavadoras y a los intereses especulativos. Pocos como él han luchado contra quienes han querido transformar el espacio de sus mayores en un lugar de descanso para ricos. Su lucha ha impedido que zonas bastante extensas de su tierra hayan caído ante las grandes compañías inmobiliarias, y todo eso, su lucha, su posicionamiento, se transparenta en su obra de una manera clara. Una obra honesta, libre, original y desde mi punto de vista imprescindible. Por si fuera poco, su manera de recitar es magnética, de una hondura sobrecogedora. Uno de los mejores directos de la poesía española, sin duda alguna.
Su carrera literaria comenzó con un libro magnífico, Cuadernos del tío Prudencio (Ed. Crecida, 1992), una especie de diario novelado donde ya estaba apuntado lo que más tarde daría de sí su obra. En este primer libro, de una madurez sorprendente, ya Eladio manifiesta su conocimiento del paisaje y su implicación humana. Un libro probablemente inencontrable, pero absolutamente maravilloso. Tras ese primer libro publicaría Encuentro en H (Kronos, 1994), En tránsito (Ed. del 1900, 1995), Resistencia por estética (Germania, 1998), Leche de camello (Ateneo Obrero de Gijón, 1999, aunque salió con mucha anterioridad en mis publicaciones piratas Tabula rosa), Berenjenas pa los pavos (El árbol espiral, 2003), + de poemas tontos (Celya, 2003), Sincronía del solejero (Dip. Prov. de Huelva, 2004), Antisonetos (Baile del Sol, 2007), Vacío tácito (Dip. Prov. de Málaga, 2007), Traductor del médium (Idea, 2008), Tierrafirmista (Cacua, 2009, donde se recoge toda su obra anterior), Cangrejo violinista (Germania, 2012), La Isla de las retamas (Baile del Sol, 2013), Ridiculum Vitae (Amargord, 2014), Ahínco (Amargord, 2015) y De garzas y otros pájaros (Niebla, 2015).
En estos momentos estoy leyendo el último de sus libros publicados, Los ojos de los fornecos (Baile del Sol, 2017) y realmente puedo reafirmarme en cuanto he dicho: un autor con mayúsculas, capaz de transmitirnos el calor humano y natural de su tierra, no desde la reflexión, no desde la nostalgia, sino desde el deslumbrante conocimiento, desde una relación macerada y limpia que de tan pura, a veces traspasa la propia realidad, para escorarse en un mundo mágico, de una profunda belleza y libertad expresiva, sobrecogedora.
Leche de camello, publicado en 1999 en Tabula rosa, recoge el impulso creativo de Eladio de una manera clara, desenfadada, irónica. Y crítica. En este caso no es el campo, tema nuclear en su obra, sino la relación de dos homosexuales que viven su homosexualidad con absoluta y trágica libertad en una época luminosa y confusa. El compromiso vital de Eladio, su honestidad y su capacidad de comprender al distinto hacen de este poema una de esas pequeñas maravillas de la poesía de los últimos estertores del siglo XX.
Su carrera literaria comenzó con un libro magnífico, Cuadernos del tío Prudencio (Ed. Crecida, 1992), una especie de diario novelado donde ya estaba apuntado lo que más tarde daría de sí su obra. En este primer libro, de una madurez sorprendente, ya Eladio manifiesta su conocimiento del paisaje y su implicación humana. Un libro probablemente inencontrable, pero absolutamente maravilloso. Tras ese primer libro publicaría Encuentro en H (Kronos, 1994), En tránsito (Ed. del 1900, 1995), Resistencia por estética (Germania, 1998), Leche de camello (Ateneo Obrero de Gijón, 1999, aunque salió con mucha anterioridad en mis publicaciones piratas Tabula rosa), Berenjenas pa los pavos (El árbol espiral, 2003), + de poemas tontos (Celya, 2003), Sincronía del solejero (Dip. Prov. de Huelva, 2004), Antisonetos (Baile del Sol, 2007), Vacío tácito (Dip. Prov. de Málaga, 2007), Traductor del médium (Idea, 2008), Tierrafirmista (Cacua, 2009, donde se recoge toda su obra anterior), Cangrejo violinista (Germania, 2012), La Isla de las retamas (Baile del Sol, 2013), Ridiculum Vitae (Amargord, 2014), Ahínco (Amargord, 2015) y De garzas y otros pájaros (Niebla, 2015).
En estos momentos estoy leyendo el último de sus libros publicados, Los ojos de los fornecos (Baile del Sol, 2017) y realmente puedo reafirmarme en cuanto he dicho: un autor con mayúsculas, capaz de transmitirnos el calor humano y natural de su tierra, no desde la reflexión, no desde la nostalgia, sino desde el deslumbrante conocimiento, desde una relación macerada y limpia que de tan pura, a veces traspasa la propia realidad, para escorarse en un mundo mágico, de una profunda belleza y libertad expresiva, sobrecogedora.
Leche de camello, publicado en 1999 en Tabula rosa, recoge el impulso creativo de Eladio de una manera clara, desenfadada, irónica. Y crítica. En este caso no es el campo, tema nuclear en su obra, sino la relación de dos homosexuales que viven su homosexualidad con absoluta y trágica libertad en una época luminosa y confusa. El compromiso vital de Eladio, su honestidad y su capacidad de comprender al distinto hacen de este poema una de esas pequeñas maravillas de la poesía de los últimos estertores del siglo XX.
LECHE DE CAMELLO
Bertini
y Osvalda Sánchez,
¿significan
hermanamientos de traseros entre Ayamonte y Almonte?
Somos
cómplices eternas de la carne
somos
relámpagos y truenos
somos
culos y pollas
somos
locas, locas ritmosas incurables.
Bertini
y Osvalda Sánchez significan santo,
santo
excremento, bendecido por bocas antropófagas
corrientes
alternas, maniobras incontroladas, frases
inconclusas,
islas inseparables...
eso
significan,
eso
significan,
carne
que se derrite, palabras que se apabullan
sopa
de pollas, sopa de pollas, sopa de pollas,...
Maricones
o mariconas, homosexuales o gays,
¿os
da igual el término? ¿o le tenéis fobia
a
algunas de las expresiones citadas?
sOmOs
inOndiciOnales de la O
la
O de agujerO
de
culO
la
O es limpia cOmO las pOllas
la
O es la letra más redOnda del abecedariO.
Depende
de quién la utilice, tú puedes llamarme maricona y
no
me ofendes. Depende del alpende... aunque lo suyo es
homosexual...
¿Qué
fue de aquella casa de zócalos rojos y de aquella
calle
de olores agridulces?
De
aquella casa brotaban risas como de los manantiales brota
agua.
A veces brotaban carcajadas atropelladas por insultos
cariñosos.
Otras veces el escándalo era sonado y podía
oírse
en la calle.
Córrete,
córrete, mi vida y rebosa de sal mi culo,
córrete,
córrete mi vida dentro de mi alma....
Y
tenía que intervenir la iglesia por infundio escandaloso
contra
la religión. Una cosa era la permisividad enfermiza
del
sexo invertido y otra la libre difusión apológica del
culo,
alzándolo a los altares del alma.
Había
veces que hasta los políticos tomaban cartas
en
el asunto porque se estaban haciendo reuniones
de
literatos, poetas, pintores, actores y
demás
proscritos de la farándula...
¡Y
me cago en diosཀ
¿qué
tiene que ver el arte con el culo?
Hubo
noches que la casa se convertía en un desfile de modas.
Jovencitos
luciendo sus pavorosos traseros con aquellos
pantalones
blancos ceñidos a las carnes, abultándole
la
marca de la casa en la entrepierna.
Mariquitas
inundados de collares, plumeríos y
peinados
a lo Marylin Monroe.
Artistas
con ropajes estrafalarios y fumando canutos
hasta
por la polla.
Morenas
lesbianas de las que te pinchaban el hígado
cuando
te enseñaban las bragas negras
transparentes.
Travestis
luciendo sus hermosas tetas de hormonas,
como
si en el intento les resolvieras sus crisis
existencialistas.
Aquella
casa fue un escándalo. Un escándalo bellísimo y
permisivo.
Un polvo con un pervertidor de menores
dentro
del baúl de las pelucas, de los sujetadores,
del
plumerío...
Así
fue mi estreno de la casa.
¡Ahཀ
Recuerdo
que en el cumpleaños de Bertini
le
regalamos un pollo castizo con una pichurria
que
era un encanto. Al pollo chulesco,
porque
era un pollo chulo y elegante,
le
vestimos de mariquita y le empezamos
a
entonar con masajes cremosos el culo.
Al
cabrón le gustaba. Lo pusimos en popa y
le
empezamos a meter el dedo. El cabrón disfrutaba
con
el invento, la pichurria se le empezó a empinar
al
ritmo de pequeñas aceleraciones. Una de nosotras
se
abrió de nalgas. La pichurria del pollo chulo
que
le regalamos a Bertini por su cumpleaños
jadeaba
de lo lindo dentro del culo de la Petronila.
¿Aquella
escena? Lo último. El número más maravilloso e
increíble
jamás visto en la historia del mariconeo.
El
pollo salvaje y castizo, macho ibérico, enculando
a
la mariquita más pervertida del Sur, Petronila la Ayamontina.
Aquella
casa tenía un olor especial. Olía a perfume y
semen
reconcentrado. Aquella casa sin ventilación
olía
a Lilí Marlén, a banicos en despliegue y
a
Josephine Baker. Olía a flores y
a
meado de chulo. El olor a Chanel era inconfundible.
También
a jachís y a tartas de tripi, que no faltaban.
Se
jugaba al cacato para desnudar a los hombres y
se
fabricaban maricas a base de cosmética, brochazos,
medias
de seda y tacones de aluminio.
Los
artistas pintores diluían con el semen sus acuarelas y
con
los pelos de las pollas le hacían pelucas a las vírgenes.
A
veces desaparecía la cartera de algún pervertidor de menores,
de
esos que pagan dinero, drogas, revistas o las copas del fin
de
semana.
Por
la casa han pasado dólares, marcos, escudos, francos.
Se
han cantado fados, cuplés, corridos mejicanos...
y
se bebía el ron exportado del caribe a secas.
Han
pasado tías templo de Cachemira y un cura.
Un
curita que estaba como un tren disfrazado
de
mariquita con muchas plumas y muchas peinetas y
unas
gafas negras. Menudas orgías negras
que
nos organizábamos con la sotana negra del curita
de
la Sierra de Huelva. Y al final de cada orgía
negra
salía yo, Osvalda Sánchez, a la calle con aquel manto rojo
y
llamaba a las gallinas, pita, pita, pita...
para
echarles hojas de lechuga rociadas con orujo de semen.
¿Y
los baños colectivos en bidones de gasoil
llenos
de agua caliente? ¿quién no recuerda a La Piragua?
Alta,
destartalada, tiroidiana... La Piragua con su picha
infantil,
¿pobre Piraguaཀ
Los
tíos se le iban cuando
veían
aquella pichita con los huevesitos de juguete.
La
Piragua no podía follar.
¿Y
el colchón de espuma que cubría todo el suelo
de
la habitación de las orgías? Allí montábamos
increíbles
camas redondas. Orgías a base de cremas
dilatadoras.
No sólo nos metíamos las pollas por el culo,
algunas
hasta los brazos. ¡Qué pedazos de pollas
adivinadoras
del futuroཀ
¿Te
acuerdas, Bertini,
de
la cama redonda de los pellizcones, cuando
los
chulos más potables, los de Punta Umbría
se
escondían en los baúles? ¡Benditas orgías
de
las 4 pollasཀ
Las
clases de esquí sobre gomaespuma
eran
alucinantes y pervertidas.
Para
los maricones más excéntricos y para los chulos
más
locos existía una cama colgante que se subía
al
techo con una carrucha. A veces también
la
utilizaba aquella de nosotras que tuviera
estrecho
el agujero del culo.
Con
el sofoco de las alturas los agujeros
se
abrían y el gozo era alucinante.
Los
demás mariquitas y chulos cantaban
a
coro agarrados a las cuerdas
que
subían a la cama de los excéntricos y
buscadores
de placeres en las alturas.
Meadas,
meadas, meadas, más champán, más champán, más champán...
Nos
rociábamos antes de la orgía del Columpio.
Meadas,
meadas, meadas, más champán, más champán, más champán...
Nos
afeitábamos los culos. Nos afeitábamos las pollas y
a
las tortilleras les arrancábamos los pelos del coño a bocados.
Meadas,
meadas, meadas, santas meadas, santas meadas, santas meadas,
santo
champán, santo champán, santo champán...
Nos
rociábamos antes de la orgía del Columpio.
La
Patri se fue a Huelva. A la calle de las putas
a
buscarse la vida con sus tetas recién modeladas y
con
su cipote gigante. El cabrón celoso de su chulo
le
pegó un tiro en el pómulo y la bala
se
le quedó incrustada en las cervicales.
El
entierro de La Patri fue un plumerío.
Una
manifestación de colores y llantos.
Lo
nunca visto en Ayamonte.
El
numerito de Araceli, fabuloso, fabuloso, fabuloso...
Parecía
un indio con aquellos ojos negros negros,
con
aquella piel negra negra,
con
aquel cipote negro negro
con
aquel culo negro negro.
El
numerito Susuá. Ella decía yo
soy la Susuá,
la
más Susuá de la calle.
Se echaba saliva en el culo y
métemela
un poquito más, un poquito nada más,
y
más, métemela más adentro, y ¡ayཀ,
¡ayཀ
no
me la metas más que me duele mucho.
Ahora
córrete, córrete dentro del culo
de
la más Susuá de la calle.
La
Araceli acabó en un cabaret de Olhao.
Su
nombre verdadero, el que al menos constaba
en
el carnet de identidad, era Angustias.
Como
la patrona de su pueblo.
Pero
cuando se independizó
de
su familia y dijo aquí
estoy yo y
a
quien no le guste tres por culo veintiuno,
de
Angustias nada. Angustias suena a tristeza, a agonía,
a
crucificación. Lo contrario de angustias, Alegría.
Desde
entonces se llamó Alegría Saldañas González.
En
Marruecos, bebiendo leche de polla,
sobrevivió
tres semanas. A la cuarta
tuvo
que cambiar de leche, la de camello
era
más rica en vitaminas.
En
Mallorca se casó con Juliana,
lesbiana
de cartel y a la que le hizo
una
barriga de cojines.
Con
aquel descomunal bulto se buscaron la vida
peleándose
en los restaurantes. Los clientes
confundidos
picaban ante el desconsuelo
de
la pobrecita embarazada. La historia
se
descubrió cuando uno de aquellos engañados
apareció
una noche en el cabaret de lujo
en
el que Alegría se prostituía.
En
Sitges se enamoró de un tío,
cuando
se disgustaban se llevaba cinco o seis días
delante
de la cama pidiéndole
que
se acostara con ella.
En
Cádiz el enamoramiento pasó de castaña oscura.
Se
colgó de tal manera de un guaperas
chulo,
que trabajaba de día
en
una peluquería y de noche en un cabaret
de
moda. Al fulano no le faltaba de nada.
Vivía
como un marqués gracias a un par
de
pollazos por semana.
Pero
el asunto se jodió
cuando
apareció de un viaje por las Américas
una
mariquita millonaria. En la primera degustación
de
pollas que organizó en un chalet de las afueras
con
seis vergas de primera calidad,
el
guaperas chulo de la Alegría
durmió
en otra cama con más billetes verdes y
más
altura cultural.
Dos
meses encerrado en casa y los muebles destrozados
le
costó el disgusto. Si no vamos por ella
para
llevarla al hospital, en Cádiz la palma
la
muy cabrona.
¿Qué
fue de aquella casa de zócalos rojos?
Me
pregunta. Aquello fue la destreza placentera
del
beso que te derrite el alma casi sin rozarte.
El
dulce sabor de las almendras amargas
masticadas
en la culminación agónica de un polvo.
0 comentarios:
Publicar un comentario