Miguel Ángel,
escultor de sueños,
Montserrat Rico
Góngora
(Ed. Almuzara,
Córdoba, 2019)
Ayer acabé de leer
un libro maravilloso y altamente recomendable, Góngora (ed.
Almuzara). Pocas veces tiene uno la oportunidad de encontrar una
biografía de la enjundia y de la seriedad documental de éste. Y de
amor por el personaje, por qué no decirlo. No es la primera vez que
Montserrat Rico Góngora se adentra en los predios del renacimiento y
de su figura señera. Conocida por sus novelas históricas, donde no
sólo ha frecuentado el éxito editorial y crítico, como es el caso
de La Abadía profanada (Plateta, 2007), Cartas a Lucrecia
(Plaza & Janés, 2000) o Pasajeros en la niebla (Ed. B,
2009) ha publicado dos novelas que ya preludiaban esta obra. Nos
referimos a la magnífica Bajo un cielo púrpura (Edaf, 2004),
que habla de la caída de Granada y sus conexiones mediterráneas, y,
sobre todo, La caída de Babilonia (Ledoria, 204), una novela
fascinante, que nos acerca a la Roma del seiscientos, más en
concreto al famoso sacco de Roma, de 1527, que marca el final del
Renacimiento y el principio del Barroco, junto a la aparición del
luteranismo (1517). En esa novela, perfectamente documentada, ponía
Rico Góngora muchos de los sillares que encontramos en esta excelsa
biografía de Miguel Ángel, cuya figura ya aparece profusamente por
sus páginas.
En Miguel Ángel,
escultor de sueños, Rico Góngora no sólo nos escanea el mundo
mental y psicológico del genio florentino, lo cual entraña ya más
de un galimatías, sino todo cuanto envuelve la figura del célebre
escultor italiano, desde los orígenes y la construcción en el monte
Vaticano de la célebre basílica, hasta su no siempre fácil
relación con los otros genios de su tiempo, como Sangallo, Aretino,
Vittoria Colonna, da Vinci, Cellini, o políticos y personajes de
alta cuna (o de alta curia), que pasan por su vida, como es el caso
de Lorenzo el Magnífico, su contrafigura Lorenzaccio, Julio II,
Maquiavelo..., tipos que realmente marcan una época irrepetible y
acaso no del todo conocida, donde la abyección se impone sobre la
gracia y el talento, y donde, en medio de la brutalidad, logra
prosperar un arte sublime y nuevo que, paradojas de la historia, ha
acabado por eclipsar toda la aspereza de aquel tiempo. La biógrafa,
que no nos ahorra la descripción de esa turbiedad donde se asienta
la vida del artista, consigue envolver todo en una meticulosidad y
una precisión poco acordes con estos tiempos que nos ocupan, de
velocidad y bulimia crítica. No hay nada o casi nada en la vida y
alrededores de este artista singularísimo que escape a nuestra
rigurosa biógrafa. No contenta con eso, lo que encontramos no es
sólo una potente biografía, sino un retrato fiel y contrastado de
su tiempo, una visión de la sociedad tardo-renacentista, con sus
miserias y sus grandezas.
El caso es que,
acaso por primera vez, tenemos un retrato preciso del genial artista,
autor de varias de las obras más incontestables de la escultura, de
la pintura, de la arquitectura y, por qué no, de la poesía de todos
los tiempos. En todos estos campos Miguel Ángel se dio con la
genialidad y la terquedad de un hombre sobre cuyos hombros recaía el
peso insoportable de la responsabilidad y la angustia de vivir. Su
carácter indomable, su desapego con lo real, e incluso su cicatería
aparecen meridianamente expuestos en esta nueva biografía que indaga
en las vicisitudes de una vida única, no por ser la vida de un
genio, sino por ser la vida de un hombre convulso a quien le tocó
vivir acaso uno de los tiempos más cerriles y contradictorios de la
historia de Occidente. Aun así, la grandeza de Miguel Ángel, más
allá de su incontestable virtuosismo, de su innegociable
meticulosidad, de su carácter indómito y libre, consiste en crear
una obra perdurable, desde la podredumbre, desde la convulsión,
desde el desasosiego vital y colectivo. El mérito de este libro es
hacérnoslo ver, poner la lupa en cada uno de sus movimientos, cargar
sobre cada una de las incertidumbres que socavaron su carácter y
minaron su fe en el hombre a medida que se acercaba a Dios. El genio
florentino -nacido en Capresse, Arezzo- es diseccionado aquí, en
este libro imprescindible en la cabecera de cualquier degustador de
arte, con una precisión y un rigor casi enfermizo. Pocas veces se ha
visto un ejercicio de documentación tan grande y tan bien pergeñado,
y, en consecuencia, pocas veces tenemos a nuestra disposición un
instrumento tan preciso para, ahora sí, zambullirnos en la obra
irrepetible del genial florentino. Y con tanta pasión y pulso
literario.
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