Vuelvo con Cesare Pavese, ahora con un par de poemas de Lavorare stanca (Trabajar cansa), una de los obras maestras de la lírica italiana del novecientos y que ando acabando de traducir en estos días. Pavese ensaya aquí lo que él llama el poema-relato y que tiene precedentes en la lírica inglesa del XIX, pero que él lleva a sus últimas consecuencias, no sin antes pasar por Walt Whitman. En este libro, donde se combinan las puestas en escena rurales con las turinesas, Pavese intenta crear una atmósfera donde los elementos primordiales de la naturaleza, los que luego, a partir de Vacaciones de agosto transformará en mitos que culminarán en su libro postrero, La luna y las fogatas, se combinen con la dura existencia de los obreros, de las prostitutas, de los chavales, de las mujeres de la calle, de los viejos... que son los sujetos protagonistas de estos poemas de corte existencial. Estos poemas escritos entre 1930 y 1940 ya contienen todos los elementos de la obra pavesiana. Lo que Pavese hará a partir de entonces será profundizar en la grieta que abrió - y que dejaba ver- con este primer proyecto.
Os dejo con tres traducciones mías (Manuel Moya):
GENTE SIN ARRAIGO
Demasiado mar. Ya habíamos visto demasiado mar.
Por la tarde, cuando el agua lavada se extiende
y se difumina en la nada, el amigo la mira
y yo miro al amigo y ambos callamos.
Al atardecer acabamos en el rincón de una tasca,
aislados por el humo, bebiendo. El amigo tiene sus propios sueños
(son un poco monótonos los sueños en comparación con el fragor del mar)
donde el agua no es más que un espejo, entre una isla y otra,
de montañas, estampadas de flores salvajes y cascadas.
Su vino es así. Se observa, mirando al vaso,
subiendo las verdes montañas sobre la llanura del mar.
Me gustan las montañas, y lo dejo hablar sobre el mar
porque el agua es muy clara, y hasta las piedras se ven.
Veo sólo montañas y me llenan cielo y tierra
con las líneas firmes de sus siluetas, lejanas o cercanas.
Sólo las mías son escabrosas y jalonadas de viñas
desfallecidas sobre la tierra curtida. El amigo las acepta
y quisiera cubrirlas de flores y de frutas salvajes
para descubrir riendo a chicas más desnudas aún que las frutas.
No hace falta: en mis sueños más escabrosos no les falta una sonrisa.
Si mañana temprano nos ponemos en marcha
hacia las colinas, podremos encontrarnos por los viñedos
con alguna chavala morena, tostada por el sol,
y, dándole conversación, probar algunas de sus uvas.
[1933]
PENSAMIENTOS DE DEOLA
Deola se pasa la mañana en el café
y ninguno la mira. A esta hora todos en la ciudad
corren bajo el sol aún fresco del alba. No busca a nadie
Deola, sino que fuma tranquila y respira la mañana.
Mientras vivió en el burdel tuvo que dormir a estas horas
para reponer fuerzas: la colcha de la cama
la ensuciaban con sus zapatones soldados y obreros,
los clientes la dejaban molida. Pero por cuenta propia es distinto:
se puede hacer un trabajo más fino, sin cansarse.
El señor de ayer, la despertó temprano,
la besó e hizo que lo acompañara (querida, si pudiera, me quedaría
contigo en Turín) a la estación
para que le deseara buen viaje.
Está atontada, pero fresca, esta vez,
y le gusta ser libre y beber su leche
y comer sus bollos. Esta mañana Deola es una medio señora
y mira al que pasa tan sólo por no aburrirse.
A esta hora se duerme en el burdel y hay un olor a cerrado
-la patrona se da una vuelta-, es estúpido permanecer dentro.
Para darse una vuelta por la noche a los locales hay que tener buen tipo
y en el burdel, con treinta tacos, lo poco que queda se ha perdido.
Deola se sienta mostrando su perfil al espejo
y se mira en el frescor del azogue. Un poco pálida de cara:
no es que el humo la empañe. Frunce las cejas.
Necesitaría de las ganas de Marí para continuar
en el burdel (porque, querida mía, los hombres
vienen a darse caprichos que no obtienen
ni de la mujer ni de la novia) y Marí trabajaba
sin cansarse, briosa y rebosante de salud.
Quienes pasan ante el café no distraen a Deola
que sólo trabaja de noche, con lentas conquistas
bajo la música de su local. Echando una ojeada
a un cliente o buscándole la vuelta, le gustan las orquestas
que la hacen parecer una actriz en una escena amorosa
con un joven ricachón. Con un cliente tiene más que bastante
cada noche para ir tirando. (A lo mejor es verdad que el señor de ayer
quiere llevarme). Permanecer sola por la mañana
y sentarse en el café. Sin buscar a nadie.
[5-12 de noviembre de 1932]
LUCERO DEL ALBA
El hombre sólo se levanta cuando aún el mar está oscuro
y vacilan las estrellas. Una tibieza de brisa
sube de la orilla, donde está el lecho del mar,
y endulza el aliento. Es la hora en la que nada
habrá de suceder. Incluso la pipa cuelga apagada
entre los dientes. Nocturno es el sumiso chapoteo.
El hombre solitario ha encendido con ramas una gran fogata
y mira cómo se enciende el terreno. También el mar
dentro de poco será como el fuego, inflamado.
No hay nada tan amargo como el alba de un día
en el que nada ha de ocurrir. Nada hay tan amargo
como la inutilidad. Pende cansada del cielo
una estrella verdosa, por el alba sorprendida.
Mira el mar aún oscuro y la mancha del fuego
en la que el hombre, por hacer algo, se calienta;
mira y cae en el sueño entre las sombrías montañas
donde hay un lecho de nieve. Es despiadada la lentitud
de la hora para quien ya nada espera.
¿Vale la pena que el sol se eleve sobre el mar
y dé comienzo la larga jornada? Mañana
con la diáfana luz volverá el alba tibia
y será como ayer y nada nuevo ocurrirá.
El hombre solitario pretende sólo dormir.
Cuando la última estrella se apague en el cielo
el hombre preparará la pipa y, despacio, la encenderá.
[9-12 de junio de 1936]
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