ESTRÉS

Vivo en un pueblo chiquito, en una provincia alejada, en un país subsumido y demediado, en una casa que flota sobre la nada como un barco. Vivo casi por casualidad. Vivo en una ventana. Desde una ventana. Pero, bueno, no doy abasto. Tengo que volver sobre algún día pasado. Por ejemplo sobre el viaje de Julio a Marruecos, sus problemas con la policía, el trato vejatorio que observó en la comisaría hacia las mujeres, la arbitrariedad con que se movían los gendarmes marroquíes y el desprecio y la impunidad con que se producían hacia los demás. Tenía que haber escrito eso. Era, creo, importante escribir eso. Aunque sólo fuera para persuadirme de que éste es un país democrático en el que la dignidad humana resplandece. Claro que alguien me objetará que si no he visto por un casual las últimas imágenes de la policía española contra las manis madrileñas. Vaya si las he visto, y es por eso que me decido a seguir escribiendo este vuelapluma. Cuando la impunidad revolotea por la materia gris de los grises, la cosa puede acabar mal. Y no me refiero exclusivamente a las lesiones craneoencefálicas. Cuando se justifican los malos modos, los berrinches personales de la poli, la violencia injustificada y todo eso, estamos llamando a las puertas de la dictadura. A Marruecos, por ejemplo. En vez de aleccionar a nuestros mamporreros en la violencia, debiéramos enseñarles a dominar su estrés y su frustración y  su falta de criterio social y todo eso. Si tan profesionales son, nadie debiera justificar a un policía en virtud del supuesto estrés. Estresado puede estar un camionero que regrese de Copenhaguen y no por eso arremete contra los coches de una autopista. Estresado puede estar un profesor con 40 niños y no por eso el gobierno prevé que cuelgue a unos cuantos alumnos. Estresado un cirujano y no le clava el bisturí a un anciano.


Pero regresemos a Julio. Julio perdió el pasaporte y de buenas a primeras fue un paria de la tierra, alguien que no existía, un Ulises perdido en el piélago de la burocracia. Recibió un trato despectivo por los gendarmes marroquíes y sólo fue eso porque el chico era español y ellos saben dónde quedan los límites de la arbitrariedad. Despreciar a los demás es sólo el primer paso para tratar de abolirlos.


VOCES
 
Hoy ha vuelto la voz que desde muy adentro me advierte que esto es una locura, que me olvide cuanto antes, que aquí puede pasar cualquier cosa, así que niña, date la vuelta, tira esas cuerdas, haz punto, vuelve a casa, olvídate de todo. Pero a la vez que esta voz me advierte, otra voz surgida del interior me dice: bah, no le eches cuenta a esa meapilas, lo que ella quisiera es estar en nuestro lugar. Colócate los arneses y prepárate para volar. Pues, tú misma, sigue advirtiendo la voz, pero luego no te me quejes y apecha con lo que venga. Crees que tienes veinticinco y así te va en la vida. Te pongas como te pongas, nada me va a detener, ¿me oyes? Venga, continúa la voz, no digas tonterías: basta con que te quites todo eso de encima y te vuelvas a casa con tu marido y todo lo demás. Antes vivías sin esto, ¿no? ¿Es que entonces lo tuyo no era vida? Claro que era vida, pero no era yo, y ahora soy yo, le contesto ajustándome las correas. ¿Es que nadie te ha dicho que eres una maldita aguafiestas? Aguafiestas o no, yo sólo te digo que pienses bien lo que haces antes de que sea tarde, como siempre. Descuida, le digo, acabaré por arrepentirme, haga lo que haga. Pero, chica, acaso tienes una ligera idea de lo que estás a punto de hacer. Yo, de momento, sólo quiero sentir mi corazón, saber que estoy viva y que no hay nada que me rinda. ¿Y no hay otras maneras de saberlo? ¿Como cuáles? No lo sé, pero ¿no te das cuenta de que tienes casi ochenta años y que a esa edad... una no se deja camelar por un maldito monitor de deportes extremos y menos aun le da por saltar con él de un rascacielos?

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