EL CUAJARON DE JM REQUENA

Hay autores a quienes la suerte ha sido esquiva. De no haber sido así acaso estarían, como poco, en boca de muchos. Ese es tal vez el caso de José María Requena (Carmona, 1925-1998 Sevilla). Requena fue poeta antes que narrador pero en su narrativa hay, sin duda, un cierto calor lírico, entendido este como jondura y como capacidad y conocimiento e intuición lingüística.

Poco antes de su muerte almorcé con JMR, Ángel Manuel Castillo y Elías Hacha en Jabugo. Le pasé unos cuentos y al cabo me dijo que le parecían borgianos. No sé qué es lo que quería decir exactamente, porque nunca consideré mis cuentos demasiado borgianos que digamos, pero aquella vez hablamos de la novela. Nos contó la génesis y las peripecias de El cuajarón (1972), obra grande se la mire por donde se la mire, así como de Las naranjas de la capital son agrias (1990), acaso su última novela publicada hasta entonces. En aquel almuerzo se habló de literatura, de toros (él había sido crítico taurino entre otras cosas) y de todos esos agravios de que suelen hablar los novelistas andaluces del 50, siempre preteridos, siempre ninguneados, siempre, y, esto sigue siendo cierto, olvidados. Muñiz Romero, Grosso, Requena, Duque, Asenjo Sedano, Quiñones, Berenguer, Vaz de Soto, Barrios o Ferrand debieran ser rescatados, si no por las grandes editoriales -cosa bastante difícil-, sí por los lectores sin complejos, aquéllos que se enfrentan a los textos sin pedir el pasaporte a sus artífices.

Pero centrémonos en la primera novela de Requena, El cuajarón, a mi juicio una de las mejores novelas publicadas en España en los últimos cincuenta años, una novela que debía servirnos de ineludible referencia. Sólo por esa obra, el nombre de Requena debiera ser un referente sin posible discusión en la narrativa española de las últimas generaciones. Y sin embargo ahí tenemos a José María, pudriéndose en un olvido que habla mucho menos de su obra, que de sus posibles lectores y de la pésima historiografía literaria española. Ya lo he dicho, El cuajarón es una obra grande. Los críticos de la época tuvieron que agachar la cerviz ante su contundencia, ante sus hechuras y ante su incontestable valor literario, pero todos, absolutamente todos quisieron apuntar en ella, como un lunar, su "militante" andalucismo y, cuando eso no era posible, su militancia taurina. Dos cosas que no tienen fácil perdón en este país con tantísimos complejos y menos aún en una década (la de los años 70) que quería dejar atrás el atavismo y los tipismos que habían aquejado a la España de la posguerra. Pues bien, la novela ni es andalucista ni es taurina, o mejor, siendo lejanamente una cosa y la otra, porque de alguna parte hay que ser y de algo hay que hablar, El cuajarón es una enorme novela que habla del ser humano, de los sueños rotos, de las miserias, de la mala baba, de esa cosa que mi abuela llamaba "los centros" del hombre, que es de lo que siempre ha hablado y hablará la literatura, la buena literatura. Su andalucismo es tan patente como el irlandesismo de Ulyses o el mississsippismo de Mientras agonizo, por poner dos casos. Por cierto que podría aventurarse la huella de Faulkner tanto en la estructura, cuanto en el tempo de El cuajarón, pero esa es ya otra historia.

En esta novela no hay lances toreros ni escenas que no pudieran desarrollarse en Tarrasa, Cleveland o en Lekeito pongo por caso, porque el transfondo, el componente humano que Requena expone en esta obra es completamente universal. Desde una visión caleidoscópica, con un oído que sorprende y con una mesura digna de ser subrayada, que rehuye la sangre o la tragedia, El cuajarón, narra la historia de un muchacho de pueblo que desea triunfar en el toreo y que al final, al no conseguirlo, acaba de mala manera. En la novela se mezcla la realidad con los sueños, de manera que uno no sabe muy bien si la realidad usurpa al sueño o es el sueño quien gana la partida a la realidad, siendo así que con esta dosis de medida ambigüedad, el lector es empujado a los centros de ese terrible anfiteatro de los afectos, y los desafectos, del rencor, del cainismo y de la necesidad de escapar de todo eso y por encima de todo, de esa terrible dicotomía entre éxito y fracaso. Pero si la novela descansa en su argumento, si se va haciendo grande gracias a su impecable argumento, lo cierto es que lo que la novela es, antes de nada, es una lección de literatura. Decenas de voces se van entretejiendo de manera magistral, desde un finísimo oído, desde esa visión carvertiana de la "amenaza", para crear una historia que nunca pierde la cara ni el interés del lector porque el lector se siente zarandeado, rodeado de esa bilis que se va espesando en cada línea según la lógica de la tragedia griega. La capacidad de observación y la jondura que poco a poco va adquiriendo la novela atrapan al lector, que no puede salir de esa espiral de sueños y fatalidad que le propone Requena. Una seguiriya.

Y una buena noticia para los buscadores de gangas literarias: una primera edición de El cuajarón está disponible por poco más de tres euros en Iberlibro, sin ir más lejos. Una ganga y una pena, según se mire.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

https://elduendecritico.wordpress.com/2013/04/05/requena/