No sé cómo comenzar esta historia que, por otra parte, se da en tres planos distintos. Quizás hacerlo por el principio esté bien.
Sobre el año 82 no llegué a conocer a Miguel Ángel Yáñez Polo. Tiempos para la literatura en nuestra lengua de un cierto acabamiento del boom y sus allegados, aunque todavía faltaban obras maestras por escribirse. De eso se hablaba entonces, del acabamiento del boom y de esos grandes autores argentinos, venezolanos, orientales o chilenos, que quedaron postergados por la apisonadora del boom y a los que se leía, no sé si con pasión, pero sí con un cierto sentido de culpa, cuando no de asombro o de erudición. Pero volvamos a Yáñez Polo, que era amigo por entonces de José Luis Ortiz de Lanzagorta y era médico y era fotógrafo y era un archivo vivo de la ciudad, de esa Sevilla que quería echar a andar hacia la modernidad y algo muy suyo se lo impedía. Con Yáñez no llegué a cruzar una palabra. Ignoro si era alto o bajo, rubio o moreno, cejijunto o narigón. Era sólo un personaje recurrente de las conversaciones y es así, en ausencia, como yo guardo memoria de él. Al principio todos me hablaban de él con tanto encomio como luego, cuando mudaron los vientos, quisieron hablarme de malquerencias. Pero el alma de los maldicentes no sólo era voluble, sino, eso lo supe y lo sufrí más tarde, calculadora y mangurrina. Yo entonces estaba en la mili almeriense y Sevilla quedaba lejos, pero el nombre de MA Yáñez rebotaba en conversaciones, cartas y teléfonos con simpatía. Un día era por su carácter invitador y rumboso, otro por sus habilidades médicas, por su archivo fotográfico, por sus postineras amistades y al fin por su fenomenal y pulquérrima biblioteca, donde acaso abrevasen ejemplares de volverse majarón perdido. El entonces popular Yáñez ganó un premio de novela y ahí acabó, nunca supe por qué, su ángel y su cosa entre su/s adulador/es. Al acabar yo la mili el poliédrico galeno ya había pasado ante quien hasta entonces era su amigo, del ditirambo al canchal del oprobio y del denuesto. Cosas que pasan y que seguirán pasando. Yo también me olvidé de él, entre otras cosas porque no lo conocía y en consecuencia nunca -ya lo dije- le había podido coger afecto. Fácil resulta olvidar a quien no se ha conocido. Su nombre, cuando mucho después fue pronunciado o escrito, se me pegó a esos deslavazados episodios de la memoria y sólo eso. Hoy creo que pocos lo recuerdan en su faceta literaria -y he sabido hoy que obtuvo algún encendido elogio de Sábato por sus escarceos con el surrealismo- y se lo estudia por fotógrafo o por coleccionista o estudioso de fotografías, que de entre todas acaso fuera una pasión menor. Sus haberes médicos o literarios pocos los recuerdan. Hoy quizás siga vivo, dado que nació en 1940. Así quedaría enjaretada la primera parte de esta historia.
****
La segunda historia habla de Orlando Araujo, Antonio di Benedetto y de Daniel Moyano. No son muchos los lectores actuales que podrían recordarlos por separado. Formaron parte, para entendernos, de la nómina invisible del boom hispanoamericano, junto a Ribeyro, Calvert Casey, Reynaldo Arenas, Severo Sarduy o Ciro Alegría. Orlando era, porque falleció, venezolano y sólo le recuerdo un título, 7 cuentos, editado por la mítica Rotativa, aquella coleccioncita popular de Plaza&Janés, con títulos tan incontestables como Muerte en Venecia, Cuando era feliz e indocumentado, Antología poética de Pavese, Hijos de la ira o el ya mencionado 7 cuentos. Este librito que comienza por mentirnos en su propio título, pues contiene 13 cuentos y no 7, es un prodigio de lenguaje y de pulcritud literaria. Muchos de los que aparecen por sus páginas son puros microcuentos, con una esencia poética que jamás empalidece la tensión argumental. Araujo, de quien he leído cuentos distintos a estos, fue un autor y economista implicado en el devenir de su país y como muchos de estos autores lo pagó con la represión y otras reticencias. Si aún queda alguien que apueste por mi nariz crítica, intente conseguir esta colección de cuentos, pues de seguro no le defraudará. De Antonio di Benedetto ya ha hablado en este blog y su lectura es una apuesta segurísima. Como Araujo y Moyano sufrió persecución política, se exiló modesta y anónimamente en Madrid, ganó algún premio provincial, lo rescató del olvido Roberto Bolaños y hay que leerle las novelas El Silenciero (reeditada en España como el Hacedor de silencio) y Zama, al margen, claro, de todos sus libros de cuentos -siempre magistral-, entre ellos Caballo en el salitral o Absurdos. Acabo de leer su novela Zama y, bueno, me ha dejado con el regusto inconfundible de una obra incontestable. Búsquenla. El tercer autor del que hablo es Daniel Moyano, invitado también a marcharse de Argentina por bocón, subversivo e hijoeputa. Autor de cuentos y de novelas, yo recomendaría, por empezar con algo, El trino del diablo, la historia de un pobre violinista que las pasa de todos los colores en una Argentina masacrada por la estupidez y la crueldad de sus milicos. El humor, que falta a Araujo y Benedetto, lo tiene asegurado con esta deliciosa y sumamente recomendable novelita.
*****
La tercera historia comenzó y concluyó ayer. Antes de ayer para ser más precisos. Podría resumirse así, Tenía que pasar yo por la calle Feria de Sevilla a fin de presentar un libro mío. Como casi siempre llegué con un par de horas de antelación. Pasear por Sevilla y aún más por esos barrios entre La Alameda y San Luis, para mí no es pasear, sino leer. En esas calles busco presencias, ausencias. Es como si jamás me hubiera ido definitivamente de ellas o como si esas calles, esos rincones maravillosos, contaminados de nostalgia, más míos que algunos de mis órganos, me guardaran la memoria del pasado y del futuro. Esta de Fuenteheridos y esa, la de esas calles, resultan ser mi patria, eso que algunos definen como patria. Pues en eso estaba cuando entré en una casa anticuaria, donde un cartel avisaba de libros y de otras extravagancias. Entré. Me sobraba tiempo y entré. En una repisa, ajados, vi centenar y medio de libros. Por su aspecto supuse que eran baratos. Y me acerqué. Eran en su mayoría libros populares editados en los años 60, 70 y 80 del siglo anterior. Me separaba de ellos una especie de palanganero que servía casi como parapeto. Había títulos de Ayala y otros autores de algún interés, pero mis ojos enseguida focalizaron una edición de Zama, del 74, la de inopinada portada. Observé el libro y lo puse a buen recaudo a la espera de otros. No mucho después me encontré con mi recordado 7 cuentos, del mentado Araujo y, para acabar, ya exhausto, mis ojos se fijaron en un librito de exiguo lomo titulado El trino del diablo, de Moyano. Completé la compra con dos libros más. Pregunté al anticuario el precio de los libros y me dijo que cada libro valía un euro, pero que al comprar cinco aún me regalaría un sexto. No quise un sexto libro, porque ya era bastante expolio el que había hecho por una tan ridícula cantidad. En vez de eso elegí una postal en blanco y negro de la Sagrada Familia de Barcelona en cuyo dorso una cordobesa muy aburrida le hablaba del aburrimiento a una mujer también muy aburrida que se llamaba Merchy y que no sé de dónde era. El caso es que cuando uno encuentra gangas como las que yo había encontrado sin quererlo, algo lo apremia a abandonar lo antes posible el lugar del negocio. No es sólo que haya algo de lejanamente recriminable en ello, sino que uno tiene que alejarse unos metros y dar cuenta a solas del botín, acariciar esos libros, fundar en ellos su posesión, su emoción. Tal como hacen esos buitres que cobran un trozo de carne y se alejan unos metros para llenar su estómago en paz. El caso, y esta es ya la esperada, esperable y no menos desapacible conclusión del asunto, es que al abrir los libros por las páginas de guarda, lo que encontré en ellos, como factor común, fue el repetido ex-libris donde aparecía el nombre de Miguel Ángel Yáñez Polo, c/ Perú, 7, Sevilla y una firma. Y sentí que yo no había comprado esos libros, sino que había adquirido por un módico precio la angustia de haber visto con absoluta precisión en qué queda todo, a qué tantos afanes. Porque vi al trapero arrastrando los libros de Yáñez y los míos.
Y luego presenté el libro que iba a presentar, pero ya eso carecía de importancia.
Os dejo con una wikibiografía de MA Yáñez Polo
Miguel Ángel Yáñez Polo nace en Sevilla en 1940. Doctor en Medicina. En 1975 funda el Grupo f\8 firmando el “Manifiesto de Cádiz”, donde se reclama para la fotografía española un lugar en la Universidad al tiempo que actúa como revulsivo del panorama artístico de esa época, proponiendo la ruptura de todos los moldes y límites impuestos a la creación fotográfica. Hoy resulta imprescindible conocer la trayectoria de este grupo y de su fundador para entender la evolución de la fotografía andaluza en las dos últimas décadas.
Es presidente fundador de la Sociedad de Historia de la Fotografía Española y autor de más de 100 trabajos teóricos sobre fotografía. Ha sido ponente en congresos internacionales y director en 1985 del I Congreso de Historia de la Fotografía Española, celebrado en Sevilla, así como del Seminario de Fotografía Latinoamericana Vanguardia 2000 de la Universidad de La Rábida, en 1992.
Ha escrito varios libros de fotografía entre los que destacan Historia de la fotografía en Sevilla; Biografía de V. M. Casajús, introductor del daguerrotipo en la capital andaluza; Química fotográfica creativa práctica; Historia de los fotógrafos de la calle Sierpes; Historia de la fotografía en Andalucía,…
También es autor del único diccionario de estilos fotográficos publicado hasta la fecha en nuestro país, obra que ya se considera capital para la formación intelectual de todo aquel que se interese seriamente por este arte. Es director de la revista “Actas de Cultura” y “Ensayos fotográficos” y también de la revista órgano de expresión de la Sociedad de Historia de la Fotografía Española.
Como autor, ha expuesto en las principales galerías de arte y museos del mundo: La Habana, Bruselas, Sao Paulo, Nueva Cork, Ciudad de México, Denver, Montpellier, Atenas, Madrid, Barcelona, Sevilla, Córdoba, Zaragoza, Palma de Mallorca,… Sus fotografías han sido publicadas en las revistas “Nueva lente”, “Poptografía”, “Arte fotográfico”, “Photovisión”, “La Fotografía” y en grandes catálogos como “Fotoplin” (Málaga, 1985), “Fotografía Española Actual” (Madrid, 1985), “Bienal Internacional de Córdoba” , “Fotografía actual, 250 imágenes” (Círculo de Bellas Artes de Madrid, 1983).
Su obra, adscrita al neosurrealismo, comenzó a conocerse en 1975. Sus fotomontajes han dado la vuelta al mundo y está considerado en esta sentido como uno de los tres mejores fotógrafos de Europa. El contenido de sus imágenes es directo y muy personal, gracias a técnicas creadas por él mismo, quedando patente su constante preocupación metafísica expresada en ambientes de misterio, ensoñación, sobrenaturalidad y magia.
Sobre el año 82 no llegué a conocer a Miguel Ángel Yáñez Polo. Tiempos para la literatura en nuestra lengua de un cierto acabamiento del boom y sus allegados, aunque todavía faltaban obras maestras por escribirse. De eso se hablaba entonces, del acabamiento del boom y de esos grandes autores argentinos, venezolanos, orientales o chilenos, que quedaron postergados por la apisonadora del boom y a los que se leía, no sé si con pasión, pero sí con un cierto sentido de culpa, cuando no de asombro o de erudición. Pero volvamos a Yáñez Polo, que era amigo por entonces de José Luis Ortiz de Lanzagorta y era médico y era fotógrafo y era un archivo vivo de la ciudad, de esa Sevilla que quería echar a andar hacia la modernidad y algo muy suyo se lo impedía. Con Yáñez no llegué a cruzar una palabra. Ignoro si era alto o bajo, rubio o moreno, cejijunto o narigón. Era sólo un personaje recurrente de las conversaciones y es así, en ausencia, como yo guardo memoria de él. Al principio todos me hablaban de él con tanto encomio como luego, cuando mudaron los vientos, quisieron hablarme de malquerencias. Pero el alma de los maldicentes no sólo era voluble, sino, eso lo supe y lo sufrí más tarde, calculadora y mangurrina. Yo entonces estaba en la mili almeriense y Sevilla quedaba lejos, pero el nombre de MA Yáñez rebotaba en conversaciones, cartas y teléfonos con simpatía. Un día era por su carácter invitador y rumboso, otro por sus habilidades médicas, por su archivo fotográfico, por sus postineras amistades y al fin por su fenomenal y pulquérrima biblioteca, donde acaso abrevasen ejemplares de volverse majarón perdido. El entonces popular Yáñez ganó un premio de novela y ahí acabó, nunca supe por qué, su ángel y su cosa entre su/s adulador/es. Al acabar yo la mili el poliédrico galeno ya había pasado ante quien hasta entonces era su amigo, del ditirambo al canchal del oprobio y del denuesto. Cosas que pasan y que seguirán pasando. Yo también me olvidé de él, entre otras cosas porque no lo conocía y en consecuencia nunca -ya lo dije- le había podido coger afecto. Fácil resulta olvidar a quien no se ha conocido. Su nombre, cuando mucho después fue pronunciado o escrito, se me pegó a esos deslavazados episodios de la memoria y sólo eso. Hoy creo que pocos lo recuerdan en su faceta literaria -y he sabido hoy que obtuvo algún encendido elogio de Sábato por sus escarceos con el surrealismo- y se lo estudia por fotógrafo o por coleccionista o estudioso de fotografías, que de entre todas acaso fuera una pasión menor. Sus haberes médicos o literarios pocos los recuerdan. Hoy quizás siga vivo, dado que nació en 1940. Así quedaría enjaretada la primera parte de esta historia.
****
Fotografía /montaje de MA. Yáñez Polo |
*****
La tercera historia comenzó y concluyó ayer. Antes de ayer para ser más precisos. Podría resumirse así, Tenía que pasar yo por la calle Feria de Sevilla a fin de presentar un libro mío. Como casi siempre llegué con un par de horas de antelación. Pasear por Sevilla y aún más por esos barrios entre La Alameda y San Luis, para mí no es pasear, sino leer. En esas calles busco presencias, ausencias. Es como si jamás me hubiera ido definitivamente de ellas o como si esas calles, esos rincones maravillosos, contaminados de nostalgia, más míos que algunos de mis órganos, me guardaran la memoria del pasado y del futuro. Esta de Fuenteheridos y esa, la de esas calles, resultan ser mi patria, eso que algunos definen como patria. Pues en eso estaba cuando entré en una casa anticuaria, donde un cartel avisaba de libros y de otras extravagancias. Entré. Me sobraba tiempo y entré. En una repisa, ajados, vi centenar y medio de libros. Por su aspecto supuse que eran baratos. Y me acerqué. Eran en su mayoría libros populares editados en los años 60, 70 y 80 del siglo anterior. Me separaba de ellos una especie de palanganero que servía casi como parapeto. Había títulos de Ayala y otros autores de algún interés, pero mis ojos enseguida focalizaron una edición de Zama, del 74, la de inopinada portada. Observé el libro y lo puse a buen recaudo a la espera de otros. No mucho después me encontré con mi recordado 7 cuentos, del mentado Araujo y, para acabar, ya exhausto, mis ojos se fijaron en un librito de exiguo lomo titulado El trino del diablo, de Moyano. Completé la compra con dos libros más. Pregunté al anticuario el precio de los libros y me dijo que cada libro valía un euro, pero que al comprar cinco aún me regalaría un sexto. No quise un sexto libro, porque ya era bastante expolio el que había hecho por una tan ridícula cantidad. En vez de eso elegí una postal en blanco y negro de la Sagrada Familia de Barcelona en cuyo dorso una cordobesa muy aburrida le hablaba del aburrimiento a una mujer también muy aburrida que se llamaba Merchy y que no sé de dónde era. El caso es que cuando uno encuentra gangas como las que yo había encontrado sin quererlo, algo lo apremia a abandonar lo antes posible el lugar del negocio. No es sólo que haya algo de lejanamente recriminable en ello, sino que uno tiene que alejarse unos metros y dar cuenta a solas del botín, acariciar esos libros, fundar en ellos su posesión, su emoción. Tal como hacen esos buitres que cobran un trozo de carne y se alejan unos metros para llenar su estómago en paz. El caso, y esta es ya la esperada, esperable y no menos desapacible conclusión del asunto, es que al abrir los libros por las páginas de guarda, lo que encontré en ellos, como factor común, fue el repetido ex-libris donde aparecía el nombre de Miguel Ángel Yáñez Polo, c/ Perú, 7, Sevilla y una firma. Y sentí que yo no había comprado esos libros, sino que había adquirido por un módico precio la angustia de haber visto con absoluta precisión en qué queda todo, a qué tantos afanes. Porque vi al trapero arrastrando los libros de Yáñez y los míos.
Y luego presenté el libro que iba a presentar, pero ya eso carecía de importancia.
Os dejo con una wikibiografía de MA Yáñez Polo
Miguel Ángel Yáñez Polo nace en Sevilla en 1940. Doctor en Medicina. En 1975 funda el Grupo f\8 firmando el “Manifiesto de Cádiz”, donde se reclama para la fotografía española un lugar en la Universidad al tiempo que actúa como revulsivo del panorama artístico de esa época, proponiendo la ruptura de todos los moldes y límites impuestos a la creación fotográfica. Hoy resulta imprescindible conocer la trayectoria de este grupo y de su fundador para entender la evolución de la fotografía andaluza en las dos últimas décadas.
Es presidente fundador de la Sociedad de Historia de la Fotografía Española y autor de más de 100 trabajos teóricos sobre fotografía. Ha sido ponente en congresos internacionales y director en 1985 del I Congreso de Historia de la Fotografía Española, celebrado en Sevilla, así como del Seminario de Fotografía Latinoamericana Vanguardia 2000 de la Universidad de La Rábida, en 1992.
Ha escrito varios libros de fotografía entre los que destacan Historia de la fotografía en Sevilla; Biografía de V. M. Casajús, introductor del daguerrotipo en la capital andaluza; Química fotográfica creativa práctica; Historia de los fotógrafos de la calle Sierpes; Historia de la fotografía en Andalucía,…
También es autor del único diccionario de estilos fotográficos publicado hasta la fecha en nuestro país, obra que ya se considera capital para la formación intelectual de todo aquel que se interese seriamente por este arte. Es director de la revista “Actas de Cultura” y “Ensayos fotográficos” y también de la revista órgano de expresión de la Sociedad de Historia de la Fotografía Española.
Como autor, ha expuesto en las principales galerías de arte y museos del mundo: La Habana, Bruselas, Sao Paulo, Nueva Cork, Ciudad de México, Denver, Montpellier, Atenas, Madrid, Barcelona, Sevilla, Córdoba, Zaragoza, Palma de Mallorca,… Sus fotografías han sido publicadas en las revistas “Nueva lente”, “Poptografía”, “Arte fotográfico”, “Photovisión”, “La Fotografía” y en grandes catálogos como “Fotoplin” (Málaga, 1985), “Fotografía Española Actual” (Madrid, 1985), “Bienal Internacional de Córdoba” , “Fotografía actual, 250 imágenes” (Círculo de Bellas Artes de Madrid, 1983).
Su obra, adscrita al neosurrealismo, comenzó a conocerse en 1975. Sus fotomontajes han dado la vuelta al mundo y está considerado en esta sentido como uno de los tres mejores fotógrafos de Europa. El contenido de sus imágenes es directo y muy personal, gracias a técnicas creadas por él mismo, quedando patente su constante preocupación metafísica expresada en ambientes de misterio, ensoñación, sobrenaturalidad y magia.
4 comentarios:
Lo que no me explico es lo que hacían esos libros allí, esos con el ex-libris de Yáñez si aún no ha muerto...
Estoy acostumbrada a encontrar/comprar libros a un euro, herederos que se deshacen de modestísimas bibliotecas, normalmente títulos muchas veces repetidos, pero en alguna ocasión aparecen ciertos tesorillos (al menos para una). Muchos vienen con ex-libris completamente comunes y modestos, como el mismo mío que ya ni lo uso, mi propia escritura, pero entonces, aunque solo sea a través de esa firma o nombre descubres que algún lector o lectora consideraba ese libro como "suyo", lo que sí me habla mucho de sus antiguos propietarios. Pero es que lo habitual es que se trata de personas ya fallecidas.
Te digo que no entiendo nada, de esto.
Lo otro, lo otro sí lo entiendo todo.
Pues sí, Sofia. Yo mismo al ver los ex-libris di por fallecido a Miguel Ángel Yáñez. De hecho, hasta llegué a buscar su fecha de fallecimiento, pero no la encontré. Es cierto, participo de tu misma extrañeza. Tendré que investigar. Yo imagino que tú, por tu conocimiento del mundo dela foto, habrías oído hablar de él. Una incógnita.
Soy hija de Miguel Ángel Yañez, para su información , miles de los libros de mi padre se encuentran en manos de quienes lo queremos, sus familiares. Me parece una vergüenza que no se respete la memoria de mi padre. Comentan que no sabe porque motivo dejó de saber de él, el motivo es que fue víctima de una larga enfermedad , la cual la llevó admirables. Sólo decir, que ustedes habrán conocido los méritos profesionales de mi padre, pero los personales fueron inmensos. Una gran persona, un gran médico, ayudó a quien lo necesitó, un gran marido...y sobre todo, un gran padre al que le debo todo.
Sra. Carmen, ignoro por qué utiliza ese tono conmigo. Creo haber dejado claro mi respeto por su padre, o mejor por Miguel Ángel Yáñez Polo, a quien no conocí, pero respeté en vida y respeto ahora que sé ha fallecido. Lo que digo en mi blog son dos cosas: que no lo conocí por la maledicencia de sus anteriores amigos (dela que él, obviamente, no es culpable) y que al ver libros con sus ex-libris en una tienda los compré, rescatańdolos. Comentado esto con unos amigos comunes, me dijeron que les extrañaba mucho, pero recabarían información y así hicieron y me comentaron que tal vez esos libros fueran robados. Ahí acaba mi sorpresa. En su tono advierto una cierta disconformidad con lo escrito, pero yo le digo que todo cuanto he escrito sobre su padre ha sido desde el absoluto respeto e incluso desde el afecto. Aprovecho para darme mi más sentido -y no son palabras comunes- pésame. Sé que fue un gran hombre. Me hubiera gustado conocerlo.
Publicar un comentario