SANDOR MARAI

Hace unos días, Manuela, enfermera en el hospital de día de Río Tinto, me dijo que estaba leyendo a Sándor Márai, autor húngaro de vida complicada, que vivió el ostracismo del sistema comunista húngaro y se dio muerte en San Diego, apenas unos meses antes de que el Muro de Berlín cayese llevándose por delante casi treinta años de oscuridad y  de paso dando pábulo a un capitalismo inmisericorde y sin un oponente equilibrador. Márai es un novelista excepcional. Yo había leído cuentos y poemas suyos que no me habían llamado la atención, pero hoy, al leer de un tirón La herencia de Eszter, me he dado cuenta de que es uno de los grandes, a la altura de T. Mann, Green, Svevo, Pavese, Torga o Malraux. Un pedazo de novelista que domina no sólo la estrategia narrativa, sino que su precisión sicológica lo hace admirable, deudor de Tolstoi o Dostoyevski. La mencionada novela narra el regreso de un personaje, Lajos, quien de alguna forma ha destruido, con sus mentiras y sobre todo con su diabólica candidez, a Eszter, la narradora, un personaje atrapado en la tela de araña que Lajos, rompecorazones sin escrúpulos, le ha tendido. Una novela soberbia, sí señor. No sé por qué el personaje de Lajos me ha conducido a aquel impronunciable estadista alemán que llevó a Europa a una carnicería. Yo me pregunto, por qué la maldad puede llegar a ser tan seductora y fascinante. Por qué la araña teje la red e invariablemente hay un insecto -o millones de ellos- que cae en ella. Lajos es en verdad un personaje tan fascinante, dotado con una tal capacidad de persuasión que consigue lo que desea de los demás. Hasta el punto que uno, como lector, acaba por estar de su lado y entender sus remotas razones. Sándor Márai, un tipo recomendable.


Hoy os dejo con un poema que escribí este verano pasado, con la esperanza de que ganéis todas las batallas contra la oscuridad, contra vosotros mismos, contra la impunidad, contra los recelos, contra los virus, contra los intereses oscuros, contra el estado, cualquiera que sea el estado.


Verano. E. Hopper

Querría escribir este poema, pero no sé cómo empezarlo.

Porque, cómo lo diría, 
todo cuanto ha de haber en él debiera ser tan leve como tú,mientras mezclas harina y agua para hacer una pizza,

esa manera tuya de saber que estás, que eres,
desnuda desde dentro y desde fuera,

ese estar conforme contigo y con las cosas,

con la harina y con las gambas, por ejemplo,

con la miel que dejas derramar sobre la masa,

con ese mancharte de las cosas,

ese hacer que las cosas vivan y sean vivas en tus dedos,
y querría escribir este poema tan desnudo como tú,

mezclando harina y agua, alcaparras, miel,

y no pedirle nada más al mundo
sino ser consciente de mí mismo en este mundo

saber que el tiempo existe mientras escribo este poema,
que existes tú mientras mezclo todas estas cosas,

y tomar en mis manos miel y letras y alcaparras

y saber que la vida, toda vida, cabe en esto,

en una mujer desnuda escribiendo un poema,

en unos dedos que nunca se cansan de ser dedos,

en la harina de estas letras torpes

manchadas de dedos y de vida.


1 comentarios:

Anónimo dijo...

Enhorabuena por recordarnos a Sandor Márai, que siempre merece la pena, igual que tantos otros extraordinarios centroeuropeos, como Keyserling, y sobre todo Roth. Y felicidades también por el artículo del otro día sobre Hamsum, al que conviene leer despacio.