LEOPARDI Y SU INFINITO / NIÑO MIGUÉ BLUES

autógrafo de Leopardi




EL INFINITO
G. Leopardi

Siempre me fueron queridas estas colinas
y este abrojal, que desde aquí
hurta la mirada al último horizonte.
Pero sentado y contemplando el interminable
espacio que queda más allá,
así como los sobrehumanos silencios
y las simas hondísimas, me recluyo en el  silencio,
donde el corazón a punto está de estremecerse.
Y así, al oír susurrar el viento entre estas matas,
comparo tales voces con aquel infinito silencio:
y acude a mí lo eterno y las muertas estaciones,
así como la presente y viva, y su sonido.
Así, entre tanta infinidad mi pensar se anega
y naufragar me es dulce en este mar.






Imposible decir más con tan poco. Leopardi y su infinito. Estamos ante una cima. Guauuuuu! Miren ustedes alrededor.

Atardece. Los tejados diluyen la leve sensación sanguina de la tarde. Hoy me he pasado todo el día escuchando blues. Estoy como estremecido por el blues. Desde que lo escuchara en Los duendes, allá en Los Bérchules esa música me sigue como un disparo.

la-sombra-de-las-cuerdas2Y hablando de blues, ayer me dijo el buen amigo Manolo Garrido que ha muerto El Niño Migué, guitarrista de Huelva y del mundo. El guitarrista maldito por excelencia. El Niño Migué era un guitarrista genial -estas palabras no son mías sino de Manuel Garrido y Manuel Bohórquez-, de los que hacen época, pero su época fue dura con él, o él fue duro con su época, no sé. Destrozado, aniquilado por la mala vida, durante los últimos quince años se paseaba con su guitarra de dos cuerdas por la capital estuaria, mendigando unos euros o unas pesetas para pasar el día a cambio de unos acordes. Yo así lo recuerdo y recuerdo el sordo lamento que se abría a su paso, como una sima, como si todos supieran que aquel pobre hombre que mendigaba por las aceras era otra cosa, muy muy otra cosa: acaso el ser más excepcional que se paseaba por la ciudad, el lujo de esa ciudad, la luz rota de esa ciudad. Pero es violento ver a un genio mendigando, es violento ver cómo lentamente se va diluyendo en la nada. El Niño Migué fue a la guitarra lo que De Paula fuera para el toreo o Leopoldo María Panero lo es para la poesía, con la diferencia de que El Niño Migué llevaba más verdad y más infierno y más autodestrución dentro. Se entregó por entero a la creación de la vida y el fuego, Ícaro al fin, acabó por devorarlo. Admirado y respetado por los más grandes guitarristas de nuestro tiempo como De Lucía, el Niño Migué deambuló por la vida como lo hicieran Charlie Parker, Silvio Melgarejo, Nacho Vega o su paisano de fatigas y quebrantos Paco Toronjo. Hay dos vinilos suyos por ahí que causaron una honda sensación y que lo catapultaron a un primerísimo lugar en la guitarra flamenca, pero esa flor nunca, ay, llegó a gozarse del todo, y quedó ahí, quemada por la rociada de la droga y de unos tiempos que desconfían del artista verdadero, el que es capaz de quemarse por amor y por destino. Era un genio en todo, porque los genios, cuando lo son, no lo son en una sola cosa. La última vez que lo ví, no hace más  de un mes tocando la guitarra en la puerta de un bar de Huelva. Ida me lo ha recordado hoy. En los últimos tiempos algunos incondicionales grabaron cosas suyas por los bares de Huelva. Son grabaciones caseras, pero respetuosas. Algunas están volcadas en you tube. Yo acabo de llorar al escuchar una de estas grabaciones. Hay, yo no lo he visto, un inencontrable documental sobre él. . Descanse en paz, genio.

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