SAN LORENZO

El Puerto. Vista panorámaica.
Hace unos días, regresando de una espléndida exposición de Laureano Gómez, Antonio Café y Alberto Germán Franco en Linares de la Sierra, nos detuvimos en El Puerto, lugar desde donde es leyenda que en los días claros se domina toda la provincia y hasta el mar. No parece que sea así, pero, bueno, vale. Si de día la vista es realmente espléndida, por la noche, con esos manojos de luces punteando la oscuridad, es sencillamente deliciosa. El caso es que una veintena de curiosos habían subido al Puerto para contemplar a sus anchas el espectáculo de las estrellas fugaces en la noche de San Lorenzo, que fue, dicho sea de paso, un santo que murió aparrilado -vuelta y vuelta- como se nos recuerda en Tiempo de silencio. Nos sumamos sin duda a la feligresía. Era hermoso, sin duda, estar en un lugar como ése contemplando no ya el espectáculo de las fugaces, pues éstas se producían de tarde en tarde, sino el del cielo estrellado, ese cielo constelado de estrellas quietas, que aaño tras año nos esperan en su imperturbable éxtasis. El espectáculo, como siempre, no era tanto lo fugaz cuanto lo permanente. Pero uno es fugaz y de alguna manera se agarra a los fenómenos de lo fugaz con mayor complicidad y alivio que a los que implican permanencia. Pero no, bastaba abrir los ojos y observar ese milagro que es el cielo catredalicio.
Cielo estrellado, de Vincent Van Gogh
Y ya que estábamos allí, me era inevitable recordar cuando de jóvenes subíamos al Puerto y nos entregábamos a las risas -estimuladísismas ellas- y a la fastuosa contemplación. En particular recuerdo una noche que mantiene viva en mí la esencia del hinojo -planta que se prodiga mucho por el lugar- y que tal vez fuera el principio de todo. No revelemos aquí el secreto de ese todo que aquella noche se abrió como un ramo de jacintos, en metáfora lorquiana. El sabor del hinojo me persigue desde entonces, como caso a Don Marcel le persiguiera la textura de una magdalena.

Ahora, mientras acabo este apunte, las campanas del pueblo suenan a rebato. Son las fiestas patronales e imagino que en pocos minutos sacarán en procesión a la patrona. En el aparato suena Whole lotta love, de los Zep y en mi corazón -cualquier cosa que sea mi corazón- hoy descansa el pajarillo: esta nocche, sobre las doce de la noche, lo dejaré volar hacia los cirros violetas del océano.


POBRES
Según me contó Don Nepomuceno, el señor aquel de San Gabriel, luego que se fueron de casa se habían hecho pirujas porque según él, eran muy pobres y retobadas. Desde chamaquitas ya eran rezongonas, me dijo. Y tan luego que les repuntaron los pechitos se ve que les dio por andar con esos bueyes y que bien que se enseñaron en lo peor, de forma que entendían tantito así cuando las chiflaban por la noche, me refirió. Después ya no hubo manera y a cada rato estaban metiendo la cabeza por esos pajonales y a veces se las encontraba uno detrás de las bardas, encueradas vivas y con un zopilote de esos bien resubido en sus meras madres, dijo, y yo pues se comprende que vine a conocerlas y a ver si hay tantico de malo en eso.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Manuel,gracias por darme el olor a hinojo en la noche de San Lorenzo y hoy en el día de mi cumpleaños, y a orégano y a tomillo y a salvia...

Anónimo dijo...

ARME,y a ti gracias por la alhucema...