IN MEMORIAM CARLOS MUÑIZ ROMERO


Vitolas de colección: 3 VITOLAS - SERIE LITERATOS Nº 152 BARTOLOME SOLER 183 VICENTE AILEXANDRE 184 CARLOS MUÑIZ ROMERO. Lote 40075340Carlos Muñiz Romero, narraluz de pro y acaso uno de nuestros mejores cuentistas acaba de fallecer. Ochenta y ocho años de vellón diseminados por Rosal de la Fra., donde nació, Galaroza, de donde era originario, Jabugo, donde había echado la infancia, Fuenteheridos donde jugó al fútbol, Sevilla donde tantísimas cosas vivió, Málaga, que lo acogió en la muerte, Granada, Almería, Las Palmas, Perú... El primer libro libro que compré en mi vida fue El llanto de los buitres, una novela excepcional que encontré de saldo en el Corte-Inglés del Duque, ustedes ya me entienden. La compré por la sencilla razón de que su autor era, según decía la capa, de Jabugo, y yo, que en esos días de 1975, experimentaba por primera vez el exilio, me agarré a aquella extraña novela como el náufrago a un trozo de madera. Por supuesto que no entendí nada y pasaba por sus páginas como un Tuareg por la Quinta Avenida. Tal combinación de escrituras, tal profusión de voces y de tempos amenazaba con volverme majara. Lo dejé tras uno de aquellos monólogos imposibles. Un poco más tarde, acometido ya de la enfermedad de Rayuela, que en mí produjo un duro acné literario, regresé al Llanto y descubrí en él un libro fascinante, caleidoscópico, de una lectura ágil e intensa. Por Ángel, el cura de mi pueblo, supe que Carlos Muñiz era un tipo real, que andaba por los jesuitas de Sevilla y que había sido medio capitán general de los Narraluces (él puso nombre al movimiento), aquel experimento literario de mediados de los setenta que duró unos cuatro o cinco años pero que dio luz a autores tan dispersos y lustrosos como José María Requena, Alfonso Grosso, Aquilino Duque, Vaz de Soto, Pérez Estrada, Manuel Ferrand, José Luis de Lanzagorta, Asenjo Sedano, Quiñones, Caballero Bonald... y a otros autores aún más meritorios y desconocidos que por extrañas circunstancias quedaron preteridos en el canon de la novela española del siglo XX, aún cuando entre sus títulos se encuentran obras como El cuajarón, La zanja, Los cónsules del más allá, La canción del Pirata, Ágata, ojo de gato, Con la noche a cuestas o Relatos vandaluces, por no ser exhaustivo. Carlos, a quien conocí en la Maestranza de Sevilla en los primeros ochenta, con Ángel y su hermana María José (cuya tesis doctoral versa precisamente sobre la literatura de Muñiz) en una representación de Carmen de Bizet, era un tipo cordial al que le gustaba contar anécdotas y charadas de curas y deanes, pero nada había en él que delatase su adscripción a la cosa jesuítica. Siempre pensé que con Carlos Muñiz de jesuita, el sagrado oficio de la barbería había perdido al mejor de sus acólitos. Cuánto lustre no hubiera dado un Carlos Muñiz Romero dado a un oficio que pierde alma y colorido un día tras otro. Leí entonces sus Relatos vandaluces con absoluta delectación y me gustó tanto el relato de La blanca doble, que el propio Carlos me tenía que recordar que tenía otros relatos comparables o superiores a ése, aunque sigo pensando que es uno de los mejores que he leído jamás, junto a El girasol rebelde, de la misma y hoy inencontrable colección de relatos. Luego publicó otros libros, como El sacamuelas en el dolmen, Abderramán aupado a un dromedario, o El contrabandista de Jabugo, que tuve el honor de publicar, todos adscritos a ese cierto realismo mágico andaluz que está tan a flor de piel y que él había escuchado según referencia propia, de su abuela, un poco parienta de José Nogales, que de casta le viene al galgo. Pocos autores he leído con el oído y la penetración psicológica en el imaginario andaluz de Carlos que a falta de mejor definición, definiremos como el Cunquiero onubense, porque entre puta y puta, san pedro es calvo, como diría Muñiz. Aparte de sus cuentos, es autor de dos novelas, Los caballeros del hacha, premio Ángel Ganivet, ambientada en Perú, y El llanto de los buitres, ambientada en Las Palmas, dos obras redondas, imbricadas -sobre todo la última -en las corrientes narrativas de los 70. Había una mítica tercera novela, El Gurumelo, comenzada también por los años 70, pero, muerto su artífice, quedará para esos laboriosos anales de novelas inacabadas que jamás vieron ni verán la luz. Su obra se completa con media docena de libros de relatos, género en el que debe ser considerado como uno de los grandes. De él escribí cierta vez: “Conocedor exhaustivo de Andalucía, ha conseguido transmitir en sus cuentos y en sus novelas el pálpito, la atmósfera vital de esta tierra. Cultivador de un estilo rico y de muy singular viveza, minucioso y siempre lleno de tensión narrativa, que combina con rara habilidad el humor con la tragedia, la obra de este singularísimo escritor de cuño y retranca cervantina, entronca, como le he escuchado alguna vez a él mismo, con el ingente caudal de la literatura oral, un caudal que él conoce y cultiva como nadie”. Se trata, pues, de un escritor pegado a la tierra, con un sentido del humor muy sutil que entronca, junto a cierto sentido de la dignidad, con los mundos cervantinos y chejovianos, por donde tan bien transita el alma humana. En fin, uno de mis maestros, uno de esos autores a los que siempre he leído con interés y al que regreso con frecuencia. Carlos entregó ayer la cuchara en Málaga, donde había pasado los últimos años. Allí descansará junto a sus gratos Rafael Pérez Estrada, Alfonso Canales y Ángel Caffarena. Que descanse en paz.

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