poema LAS ALBERCAS

nota preliminar:
escribí este poema hacia el año 2000. Pertenece al libro LOS SITIOS DEL AGUA, que se publicó en 2001 en una colaboración con el pintor José María Franco. Cada uno de los poemas trataba de reflejar el agua en sus distintas "máscaras". Éste, en concreto, hablaba de la memoria de la libertad. Las albercas, refiere mis recuerdos de pre-adolescente, cuando los chavales del pueblo íbamos a bañarnos en las albercas de los alrededores. Recuerdo esa época como una época claramente refractaria a todo lo establecido. Una época clandestina. Una época de felicidad no contrastada. Las albercas eran unos de estos lugares prohibidos, donde íbamos a pasar las siestas. Es la pubertad y los primeros conatos de la sexualidad: el conocimento y reconocimiento "social" del cuerpo. Si antes fuimos niños, ahora éramos cuerpos. Pronto setríamos adultos, con todo lo que eso conllevaba. Cuerpos en transformación. Conflictos. El poema, con su imaginería naturalista, telúrica, de fuerte impacto visual, trata de seguir ese imaginario de fulgor, de primavera, al que contrapone el (mercromina, guadañas) y el conflicto que le seguirán. Las albercas pertenece a esa tradición de "perdida del paraíso". Digamos que es uno de esos poemas míos que siento como más míos.



LAS ALBERCAS

Creedme, todo lo diera
por volver una tarde a las albercas.
Si hoy fuese feliz no lo sabría.
Lo fui una vez y no lo supe.
¿Pero la felicidad qué importa
a quien tiene franco el gesto
y en su vientre ve crecer el trigo
en su sazón primera?
Mientras las casas ya eran brechas
de herrumbre y mercromina,
los cuerpos, más que azules,
fueran transparentes,
enrabietados de luz, ya inaccesibles.
Más tarde viste un toro muerto,
un hombre con la cara helada,
una luna de adobe, un cristal
que no te respondía. Bajaba a las albercas
la lechosa inmensidad de lo que arde
y el sol -de pronto era una fiebre-
espelechaba
desprendiendo rosas negras de suero y de pedrisco.
No sé qué fuimos,
pues eso no importaba.
Mas era dulce sentir celado el corazón
o izar sobre la sangre un estandarte.
Importa aquello que nos duele:
una pequeña herida, un gesto incomprensible,
la sombra ligada a una estatura o a unos labios...
Incapaces fuimos de temblar
frente al dolor, heridos ya de muerte.
Todo estorba cuando la calor aprieta,
cuando el agua parece estar dormida, andar de paso,
metiendo púas en los ojos y brasas en las uñas.
Pero allí los árboles estaban,
la guadaña colgando de un troncón,
septiembre con sus moscas y sus parras.
¿Y ahora qué, me preguntas, qué tenemos,
qué fue lo que perdimos?¿Qué resta de nosotros
allá, sobre esas aguas?
Las avispas giran,
se arrastran los lagartos,
pasan incógnitas las nubes:
todo tiene su sitio en la luz y en la tormenta.
Sauces embotados, hundíamos en el nervio
del limo nuestros puños como el que va de romería
y se despierta bruscamente debajo de un caballo.

3 comentarios:

María dijo...

¡Qué grande eres don manué!
Ya tenés un hueco en mi espacio...

MANUEL MOYA dijo...

María,
ya somos dos oh oh oh oh

mm

bien, amigo, troceando tu vida. un abrazo.