Literatura y manta (1)
CRISIS WHAT CRISIS

Hace unos días amenazábamos con tirar la casa por la ventana. Lo prometido es deuda. En este blogo va a arder Troya y ahorita mismo empezamos el incendio (que dios proteja a Hector y a Priamo).

Publicamos en exclusiva para La isla de la sed y sin cortes publicitarios, el texto íntegro de: El banquero anarquista, novela de Fernando Pessoa.



EL BANQUERO ANARQUISTA

FERNANDO PESSOA


Trad. Manuel Moya

Habíamos acabado de cenar. Frente a mí, el amigo, el banquero, gran comerciante y estraperlista notable, fumaba como si nada. La conversación, que había ido muriendo, yacía muerta ante nosotros. Procuré reanimarla sirviéndome de una idea que se me pasó por el magín, mientras reflexionaba. Me volví hacia él sonriendo:
-Es verdad, como me dijeron hace días, que en su tiempo usted fue anarquista...
-No es que lo fuese, lo sigo siendo todavía. No he cambiado a ese respecto. Soy anarquista.
-¡Esa sí que es buena! ¡Usted anarquista! ¿En qué es usted anarquista? Sólo si le damos a la palabra algún sentido distinto...
-¿Del habitual? No, no se lo doy. Empleo la palabra en su sentido corriente.
-¿Quiere decir, entonces, que es anarquista del mismo modo en que son anarquistas esos tipos de las organizaciones obreras? ¿Entonces entre usted y esos tipos de las bombas y de los sindicatos no hay ninguna diferencia?
-Como diferencia, claro que las hay. Es evidente que hay diferencias. Pero no las que se imagina. ¿Usted duda tal vez de que mis teorías sociales sean iguales a las de ellos?
-Ah, vale, ya entiendo. Usted en la teoría se muestra anarquista, pero en la práctica...
-En la práctica soy tan anarquista como en la teoría. En la práctica soy más, mucho más anarquista que esos tipos a los que usted acaba de citar. Toda mi vida lo demuestra.
-¿Cómo?
-Toda mi vida lo demuestra, hijo. Usted jamás prestó a esas cosas la atención debida y por eso le parece que estoy diciendo pamplinas o que trato de tomarle el pelo.
-Pero, ¡bueno!, yo no entiendo nada. A no ser que... usted crea que su vida es destructora y antisocial y dé ese sentido al anarquismo...
-Ya le estoy diciendo que no. En fin, no doy a la palabra anarquismo un sentido diferente al vulgar.
-Está bien...pero sigo sin enterarme... Porque, vamos a ver, ¿usted me está dando a entender que no hay diferencia entre sus teorías verdaderamente anarquistas y la vida que lleva ahora? No me querrá hacer creer que usted lleva una vida exactamente igual a la de esos tipos que conocemos habitualmente por anarquistas?
-No, no es eso. Lo que quiero decirle es que entre mis teorías y la práctica de mi vida no hay ninguna diferencia, sino una afinidad absoluta. Bien es verdad que no llevo una vida como la de los tipos de los sindicatos y las bombas, pero es la vida de ellos la que está fuera del anarquismo y de sus ideales. La mía no. En mí, aún siendo banquero, gran comerciante, especulador si usted lo quiere, la teoría y la práctica van de la mano. Usted me compara con esos tontos de los sindicatos y las bombas para indicar que no soy como ellos. No lo soy, es cierto, pero la diferencia es ésta: ellos (ellos y no yo) son anarquistas sólo en la teoría mientras yo lo soy en la teoría y en la práctica. Ellos son anarquistas y estúpidos y yo anarquista e inteligente. Por tanto, querido amigo, soy yo el verdadero anarquista. Ellos, los de los sindicatos y las bombas (yo también he pasado por eso pero me salí precisamente por mi verdadero anarquismo)- son la verdadera basura del anarquismo, las furcias de la gran doctrina libertaria.
-¿Eso no lo dirá usted en serio? ¡Es espantoso! Pero, bueno, ¿cómo concilia su vida -quiero decir su vida bancaria y comercial- con las teorías anarquistas? ¿Cómo concilia eso que dice de que por teoría anarquista entiende exactamente lo que los anarquistas corrientes entienden? Y usted me dice, para más inri, que es diferente a ellos precisamente por ser más anarquista que ellos, ¡no puede ser verdad!
-Así es.
-No entiendo nada.
-Pero ¿de verdad quiere usted entender?
-Desde luego.
Se quitó el puro ya apagado de la boca; lo reencendió lentamente; apartó el fósforo que ya se extinguía y lo dejó levemente sobre el cenicero; después, irguiendo la cabeza gacha durante un momento, dijo:
-Oiga, yo nací del pueblo y en la clase obrera de la ciudad. De bueno no heredé, como podrá imaginarse, ni las condiciones ni las circunstancias. Sólo tuve la suerte de contar con una inteligencia naturalmente despierta y una voluntad tanto o más firme. Pero ésos eran dones naturales, que ni por mi modesta cuna me podían quitar.
"He sido obrero, he trabajado y vivido una vida apretada; he sido, para resumir, lo que la mayoría de la gente es en aquel medio. No diré que pasara hambre, pero no estuve muy lejos. Por otra parte, podría haberla pasado, pero eso no hubiera alterado en nada lo que siguió, y de lo que le voy a hablar, ni de lo que fue mi vida, ni de lo que es ahora.
"Fui un obrero corriente y moliente, en suma. Como todos, trabajaba porque había que trabajar y trabajaba lo menos posible. Era simplemente inteligente. Siempre que podía, leía cosas, las discutía, y como no era bobo, nació en mí una gran insatisfacción y una rebelión contra mi destino y contra las condiciones sociales que así lo disponían. Ya le dije que, en verdad, mi destino pudiera haber sido aún peor de lo que era, pero en aquel tiempo me parecía que yo era uno de tantos sobre los que la Suerte había concentrado todas las injusticias, habiéndose servido de los convencionalismos sociales para fastidiarme aun más. Esto ocurrió sobre mis veinte años -veintiuno como máximo-, que fue cuando me convertí en anarquista".
Se detuvo un momento. Se volvió un poco más hacia mí. Continuó inclinándose un poquito más.
-Siempre fui más o menos lúcido. Me sentía un rebelde y quise saber más acerca de mi rebelión. Me volví anarquista consciente y convicto, el anarquista consciente y convicto que sigo siendo ahora.
-Y la teoría que usted sostiene hoy ¿es la misma que sostenía entonces?
-La misma. La teoría anarquista, la verdadera teoría anarquista, sólo es una. Tengo la que siempre tuve, desde que me hice anarquista. Verá... como le iba diciendo, al ser despierto por naturaleza acabé convirtiéndome en un consciente anarquista. Ahora bien, ¿qué es ser anarquista? Es una rebeldía contra la injusticia de nacer desiguales socialmente. En el fondo es sólo esto, pero de ahí resulta, como pude ver, la rebelión contra los convencionalismos sociales que hacen posible esa desigualdad. Lo que trato de indicarle ahora es el camino sicológico, es decir, cómo es que la gente se vuelve anarquista. Pero vayamos a la parte teórica del asunto. Por ahora comprenda cuál sería la rebeldía de un tipo inteligente en mis circunstancias. ¿Lo que ve por el mundo? Unos nacen hijos de millonario, protegidos desde la cuna contra los grandes infortunios -que no son pocos- que el dinero puede evitar o atenuar; otros, en cambio, nacen miserables y son, incluso de niños, una boca más en una familia donde hay ya bocas de sobra para comer lo poco que hay. Uno nace conde o marqués y obtiene sin más la consideración de todo el mundo, haga lo que haga; otro nace como yo y tiene que andar derecho como una vela para al menos ser tratado como una persona. Unos nacen en tales condiciones que pueden estudiar, viajar, instruirse, volverse, por así decir, más inteligentes que otros que por naturaleza lo son mucho más. Y para qué seguir, así en todo.
"Las injusticias de la naturaleza no las podemos evitar. Ahora bien, las de la sociedad y las de los convencionalismos, ¿por qué no evitarlas? Acepto, qué remedio, que un hombre sea superior a mí porque la naturaleza le dio talento, fuerza o energía, pero no acepto que sea superior a mí sólo por cualidades postizas que no tenía en el vientre de la madre, sino que le llegaron por casualidad después de ver la luz -la riqueza, la posición social, la vida fácil... Fue por esta rebelión que le estoy mostrando a través de tales consideraciones, que nació mi anarquismo de entonces, un anarquismo que, como ya le dije, mantengo hoy sin la menor alteración".
Otra vez se detuvo un momento, como si pensara la manera de continuar. Fumó y echó el humo lentamente hacia mi lado opuesto. Se giró dispuesto a continuar, pero le interrumpí:
-Una pregunta, por pura curiosidad. ¿Por qué se hizo usted precisamente anarquista? Podría haberse hecho socialista, o cualquier otra cosa progresista sin tener que llegar tan lejos. Todo eso encajaba en su rebeldía... Deduzco que lo que usted entiende por anarquismo, aun creyendo que está bien como definición de anarquismo, es la rebelión contra todos los convencionalismos y fórmulas sociales y el deseo y esfuerzo para la abolición de todas ellas...
-¡En efecto!
-¿Entonces por qué escogió esa fórmula extrema y no se decidió por cualquiera de las otras... digamos intermedias?
-Yo le cuento. Medité mucho sobre el particular. Está claro que en los panfletos que entonces leía encontré todas esas teorías. Escogí la anarquista, la teoría extrema como usted dice con razón, por las razones que le expondré en cuatro palabras.
Durante un momento pareció estar mirando a ninguna parte. Después de volvió hacia mí.
-El mal verdadero, el único mal, es el de los convencionalismos y las ficciones sociales que acaban sobreponiéndose a las realidades naturales, desde la familia al dinero, desde la religión al Estado. La gente nace hombre o mujer, quiero decir que nace para ser ya de adulto hombre o mujer; no se nace en estricta justicia natural para ser marido ni para ser rico o pobre, como tampoco para ser católico o protestante, portugués o inglés. Todo esto es fruto de las ficciones sociales. ¿Por qué esas ficciones sociales son hoy día nocivas? Tan nocivo es el dinero como el Estado, la constitución familiar como la religión. Si hubiese otras que no fueran éstas, serían igualmente perniciosas, porque serían también ficciones, porque también se sobrepondrían y obstaculizarían a las realidades naturales. Ahora bien, cualquier sistema que no sea el puro anarquismo es también una ficción. Emplear todo nuestro deseo, todo nuestro esfuerzo, toda nuestra inteligencia para implantar o contribuir a implantar una ficción social en vez de otra, es absurdo, cuando no un crimen, porque es crear una perturbación social con el único fin de dejar todo tal como está. Si creemos injustas las ficciones sociales porque destruyen y oprimen lo que es natural en el hombre, ¿a qué emplear nuestro esfuerzo en sustituir otras ficciones, cuando podemos emplearlo en destruirlas todas?
"Esto me parece ya de por sí concluyente, pero supongamos que no lo sea. Supongamos que alguien nos objeta que esto puede que sea muy cierto, pero que el anarquismo no sería posible en la práctica. Vamos a examinar esa parte del problema.
"¿Por qué razón el anarquismo no sería posible? Todos los progresistas partimos del principio, no sólo de que el actual sistema es injusto, sino que sería ventajoso, por mor de la justicia, reemplazarlo por uno más justo. Si no pensáramos así no seríamos progresistas, sino burgueses. Ahora bien, ¿de dónde sale este criterio de justicia? De lo que es natural y verdadero, en oposición a las ficciones sociales y a las mentiras convencionales. Ahora bien, lo natural es lo totalmente natural, no la mitad, ni un cuarto, ni un octavo de lo natural. Muy bien, pero una de dos: o lo natural es posible naturalmente o no; en otras palabras, o la sociedad puede ser natural o la sociedad es enteramente ficción y no hay ninguna manera de que sea natural. Si la sociedad puede ser natural, entonces puede haber una sociedad anarquista o libertaria, y debe haberla, porque representa la sociedad enteramente natural. Si la sociedad no puede ser natural, si por cualquier otra razón sin importancia, tiene que ser ficción a la fuerza, entonces elijamos de lo malo, lo mejor. Construyámosla dentro de esa ficción inevitable, lo más natural posible. ¿Cuál es entonces la ficción más natural? Ninguna es natural en sí misma, puesto que es ficción, pero la más natural, en este caso, ¿será la que parezca más natural, la que uno sienta como más natural? Será a la que estemos más acostumbrados. Usted acepta que lo natural es lo instintivo, y lo que no siendo instintivo, se parece en todo al instinto, es el hábito. Fumar no es natural, ni tampoco una necesidad del instinto, pero si nos acostumbramos a fumar, fumar pasa a ser algo que sentimos como una necesidad instintiva. Ahora bien, ¿cuál es la ficción social que constituye un hábito nuestro? Es el actual sistema, el sistema burgués. Tenemos por tanto que elegir, en buena lógica, entre la sociedad natural, lo que nos convierte en defensores del anarquismo o, por el contrario, al no considerar esta posibilidad como posible, defender el sistema burgués. No hay hipótesis intermedia. ¿Me sigue?
-Sí señor, eso parce concluyente.
-Pero no es del todo concluyente... Aún hay otra objeción de este tipo que conviene liquidar... Podremos estar de acuerdo en que el proyecto anarquista es factible, pero puede dudarse de que sea factible de golpe, es decir, que pueda pasarse de la sociedad burguesa a la sociedad libertaria sin haber uno o más estadios o regímenes intermedios. Quien formula esa objeción acepta como buena y factible la sociedad anarquista, pero aún le dice el cuerpo que tiene que haber un estadio de transición entre la sociedad burguesa y la otra.
"Hasta aquí todo perfecto. Supongamos que sea así. ¿Pero cuál es ese estadio intermedio? Nuestro objetivo es sin duda la sociedad anarquista o libertaria; ese intermedio sólo puede ser, por tanto, una fase de preparación de la humanidad hacia la sociedad libertaria, pero esa preparación sólo puede ser material o mental, es decir, o viene determinada por una serie de concreciones materiales o sociales que van adaptando la humanidad a la sociedad libertaria, o por una simple propaganda gradualmente creciente e influyente que vaya preparando mentalmente el terreno para desearla o aceptarla.
"Vayamos al primer caso, el de la adaptación gradual y material de la humanidad hacia la sociedad libertaria. Claro que tal cosa no sólo es imposible, sino completamente absurda. No es posible la adaptación material más que hacia algo que ya esté en pie. Ninguno de nosotros se puede amoldar materialmente al ámbito social del siglo XXIII, aunque pueda saber cómo será; y uno no se puede amoldar materialmente porque el siglo XXIII y su ámbito social no existen materialmente hoy día. Es así como llegamos a la conclusión de que en el paso de la sociedad burguesa a la sociedad libertaria, lo único que puede haber de adaptación, de evolución o de tránsito mental, es la gradual adaptación de los espíritus a la idea de la sociedad libertaria... En cualquier caso, en el campo de la adaptación material, quedaría aún una hipótesis...".
-¡Joder con las hipótesis...!
-Señor mío, un hombre lúcido tiene que considerar todas las objeciones para poder refutarlas antes de poder sentirse seguro de su doctrina. Y además, le recuerdo que todo esto es la respuesta a una pregunta suya.
-Está bien.
-En el campo de la adaptación material, como le iba diciendo, existe por lo menos otra hipótesis. Es la de la dictadura revolucionaria.
-¿Y qué es eso de la dictadura revolucionaria?
-Como ya le expliqué, no puede haber adaptación natural a algo que aún no existe materialmente. Pero, si tras un movimiento brusco, se llevase a cabo la revolución social, quedaría ya implantada, no la sociedad libertaria (puesto que para ella no tiene la sociedad preparación alguna), sino una dictadura de quienes pretenden implantar la sociedad libertaria. Pero si ya existiera, aunque no fuese más que como esbozo o comienzo, existiría ya materialmente algo de sociedad libertaria. Así habría algo material a lo que la humanidad tuviera que ajustarse. Es éste el argumento con que los bestias que propugnan la dictadura del proletariado lo defenderían en caso de que fuesen capaces de pensar o de argumentar. El argumento, claro está, no es de ellos, sino mío. Lo expongo como una objeción a mí mismo, pero como le voy a demostrar, es falso.
"Un régimen revolucionario, en tanto existe, y sea cual sea el fin al que se dirige o la idea a que conduce, es materialmente sólo una cosa, un régimen revolucionario. Ahora bien, un régimen revolucionario quiere decir una máquina de guerra o, en verdad, un régimen militar despótico, puesto que el estado de guerra es impuesto a la sociedad por una parte de ella, la que ha asumido revolucionariamente el poder. ¿Y a dónde llegamos con esto? Llegamos a que quien se acomoda a tal régimen como única cosa material e inmediata, se acomoda a un régimen militar despótico. La idea que conduce a los revolucionarios, el fin que avistan, desaparece por completo de la realidad social, ocupada en exclusiva por el fenómeno guerrero. De modo que el resultado de esa dictadura revolucionaria derivará cuanto más dure tal dictadura, en una sociedad guerrera de tipo dictatorial o, lo que es lo mismo, en un despotismo militar. No podría ser de otra manera. De hecho, siempre ha sido así. Yo no sé mucho de historia, pero lo que sé encaja con esto, como no podía dejar de hacerlo. ¿Qué se derivó de las agitaciones políticas de Roma? El Imperio Romano y su despotismo militar. ¿Qué salió de la revolución Francesa? Napoleón y su despotismo militar. Y ya verá usted lo que surge de la Revolución Rusa... Algo que retardará una buena cantidad de décadas la consumación de la sociedad libertaria... ¿Pero es que podríamos esperar otra cosa de un pueblo de analfabetos y místicos?...
"En fin, esto ya se sale de la conversación..., pero ¿ha entendido usted mi argumento?"
-Lo entendí perfectamente.
-Comprende usted, por tanto, que llegase a tal conclusión: Fin: la sociedad anarquista, la sociedad libertaria; medio: el paso, sin transición, de la sociedad burguesa a la sociedad libertaria. Este paso habría de ser preparado y posibilitado gracias a una propaganda intensa, completa y absorbente, de modo que predispusiera a todos los espíritus y limara cualquier resistencia. Es obvio que por propaganda no entiendo sólo la palabra escrita y la hablada; no lo entiendo sólo como acción directa o indirecta, sino todo cuanto la sociedad libertaria pudiera predisponer para debilitar la resistencia a su venida. Así, no habiendo casi ninguna resistencia que vencer, la revolución social, cuando viniese, sería rápida, fácil y no tendría que establecer ninguna dictadura revolucionaria, por no tener ya contra quien aplicarse. Si esto no pudiera ser así, significaría que el anarquismo es inasequible. Y si el anarquismo fuera inasequible, sólo sería defendible y justa, la sociedad burguesa.
"Ahí tiene usted la razón por la que me volví anarquista y por la qué rechacé como falsas y antinaturales las otras doctrinas sociales de menor osadía.
"Pero, bueno, sigamos con mi historia."
Hizo restallar un fósforo y encendió lentamente el puro. Se concentró y de ahí a poco continuó.
"Había otros chicos con idénticas opiniones a las mías. La mayoría eran obreros, pero siempre había algún que otro que no lo fuera; todo éramos, eso sí, pobres, pero, que recuerde, no demasiado estúpidos. La gente tenía ciertas ganas de propaganda, de divulgar nuestras ideas. Queríamos, tanto para nosotros como para los demás -para toda la humanidad-, una nueva sociedad libertaria de todos esos prejuicios que hacen a los hombres desiguales artificialmente, imponiéndoles inferioridades, sufrimientos, estrecheces, que la naturaleza no les ha impuesto. En lo que a mí respecta, todo lo que leía me reafirmaba en estas opiniones. Los libros libertarios baratos -los que había entonces, que ya eran bastantes- los leí casi todos. Fui a actos de propaganda y mítines de los personajes de entonces. Cada libro y cada discurso me convencían más de la certeza y de la justicia de mis ideas. Lo que entonces pensaba -se lo repito, querido amigo- es lo que hoy pienso, con la única diferencia de que entonces sólo lo pensaba y ahora lo pienso y lo practico.
-Vale, hasta aquí, todo está muy bien. Queda claro por qué se hizo usted anarquista y acepto sin paliativos el que usted lo fuese. De eso no necesito más pruebas..., pero cómo es que apareció en alguien como usted el banquero, cómo es que salió de todo eso sin contradicciones... De eso, más o menos me hago cargo...
-No, no se hace cargo de nada. En realidad sé adónde quiere usted llegar. Basándose en los argumentos que acaba de oír, supone que al descubrir por mí mismo que el anarquismo es quimérico, como le referí, llegase a la conclusión de que es inatacable y justa la sociedad burguesa, ¿no es así?
-Sí, creo que es más o menos así.
-Pero, ¿cómo podría serlo, si desde el principio de la conversación le he dicho y repetido que soy anarquista, y que no sólo lo fui sino que aún continúo siéndolo? Si yo me hubiese vuelto banquero o comerciante por la razón que usted cree, no sería anarquista sino burgués.
-Tiene razón, pero entonces ¿cómo diablos...? En fin, iba diciendo...
-Como le decía, yo era y fui siempre más o menos lúcido pero también un hombre de acción. Ésas son cualidades naturales; cuando me pusieron en la cuna, si es que alguna vez la tuve, ya venían conmigo. Pues bien, siendo anarquista, creía insoportable seguir siendo anarquista pasivamente, sólo para escuchar discursos y platicar de ello con los amigos. No, era preciso hacer algo. Era preciso trabajar y luchar en favor de los oprimidos y de las víctimas de los convencionalismos sociales. Decidí meter el hombro en eso, en la medida de mis fuerzas, de manera que me puse a cavilar la forma de ser útil a la causa libertaria. Me puse a trazar mi propio plan de acción.
"¿Qué es lo que pretende el anarquista? La libertad. La libertad tanto para sí como para los otros, la libertad de la humanidad entera. ¿Quién está a salvo de las influencias y de la opresión de las ficciones sociales; quién es libre tal cual vino al mundo, que es justamente como se debiera ser; y quién desea esa libertad tanto para sí como para los demás? No todos pueden ser iguales frente a la Naturaleza, pues unos nacen altos y otros bajos; unos fuertes y otros débiles, unos más inteligentes y otros menos... Pero más allá de todo eso, todos pueden ser iguales y sólo las ficciones sociales logran evitarlo. Son esas ficciones sociales las que habría que destruir.
"Era preciso destruirlas, pero no se me pasó por alto una cuestión: era preciso acabar con ellas...pero en provecho de la libertad y teniendo a la vista continuamente la transformación hacia la sociedad libertaria. Porque eso de destruir las ficciones sociales tanto vale para crear libertad o preparar su camino, como para establecer otras ficciones diferentes, igualmente perniciosas al seguir siendo ficciones. En esto había que poner toda nuestra atención. Era necesario acertar con un proceso de acción, cualquiera que fuese su violencia o su no violencia, ya que contra las injusticias sociales todo es legítimo, de manera que se contribuyese a echar abajo las ficciones sociales sin que a la vez se obstaculizara la creación de la sociedad futura, creando ya mismo, caso de ser posible, las bases de la libertad futura.
"Está claro que tal libertad, que debemos tener cuidado en no obstaculizar, es la libertad futura y, en la actualidad, la libertad de los oprimidos ante las ficciones sociales. Queda claro que no hay que proteger la "libertad" de los poderosos, de los bien situados, de todos los que representen las ficciones sociales y se benefician de sus ventajas. La suya no es libertad, sino la libertad de tiranizar, lo que resulta contrario a la libertad. Esto era, en efecto lo que primero debíamos dificultar y combatir. Me parece que esto ha quedado suficientemente claro".
-Clarísimo, pero continúe, continúe...
-¿Para quién propugna el anarquismo la libertad? Para toda la humanidad. ¿Cuál es la manera de conseguir la libertad de la humanidad entera? ¿Destruyendo por completo todas las ficciones sociales? Ya le adelanté la explicación cuando, contestando a su pregunta, discutí los demás sistemas de progreso y le expuse por qué y cómo es que yo seguía siendo anarquista... ¿Se acuerda de mi conclusión?
-Me acuerdo.
-... Una revolución súbita y brusca, destructora, haciendo pasar a la sociedad, de un salto, del estado burgués a la sociedad libertaria. Una revolución social, preparada por un intenso y continuo trabajo de acción directa e indirecta, que predispusiera a todos los espíritus para la llegada de la sociedad libertaria y así debilitar hasta la extenuación todas las resistencias de la burguesía. Excuso volver a repetirle las razones que llevan inevitablemente a esta conclusión, dentro del anarquismo. Y así se las expuse a usted y usted las entendió.
-Sí.
-Esa revolución tendría, de ser posible, escala mundial, simultánea en todos los puntos o al menos en los puntos importantes del mundo. O, de no ser así, partiendo rápidamente de unos a otros, pero en todo caso, en cada punto, en cada nación, habría de ser fulminante y completa.
"Muy bien. ¿Y qué es lo que yo podría hacer para tal fin? Sólo por mí mismo no podría llevar a cabo la revolución mundial, ni tan siquiera la revolución total en la zona tocante a mi país. Podría, sí, trabajar en la medida de mis fuerzas en los preparativos de esa revolución. Ya le expliqué cómo: combatiendo por todos los medios accesibles a las ficciones sociales; no obstaculizando jamás ese combate ni la propaganda de esa sociedad libertaria, no poniendo obstáculos a la libertad futura ni a la libertad presente de los oprimidos; creando ya, en la medida de lo posible, las bases de la futura libertad"
Aspiró el humo, hizo una leve pausa y prosiguió:
-Entonces fue cuando puse mi lucidez en acción. Trabajar para el futuro está bien, pensé; trabajar para que los demás obtengan la libertad, está bien. ¿Pero, y yo? ¿Yo no soy nadie? Si yo fuera cristiano trabajaría alegremente para los demás, pues ya obtendría mi recompensa en el cielo; pero, claro, de ser cristiano, nunca sería anarquista, puesto que pensaría que las desigualdades sociales no tendrían importancia en nuestra corta vida, sino que serían sólo condiciones de nuestra lucha terrenal y como tal veríanse compensadas en la vida eterna. Pero ni era entonces cristiano, ni lo soy ahora, y me preguntaba: ¿por quién habría yo de sacrificarlo todo? Incluso más aún: ¿por qué me había de sacrificar yo?
"Llegaron momentos de desaliento y usted debe comprender cuán justificado estaba todo ello... Soy materialista, pensaba, no tengo más vida que ésta, así que para qué voy a andar perdiendo el tiempo con propagandas, desigualdades sociales y otras zarandajas, cuando puedo disfrutar mucho más y entretenerme sin tener que pensar en nada de eso? Quien no tiene más que esta vida, quien no cree en la vida eterna, quien no admite otra ley que la de la naturaleza, quien se opone al Estado por no entenderlo como algo natural, al casamiento por no creerlo tampoco natural, al dinero por idéntico motivo, ¿por qué carajo habría de defender el altruismo o el sacrificio por los demás o por la humanidad, si el altruismo o el sacrificio no son tampoco naturales? Sí, la misma lógica que me dice que un hombre no nace para estar casado ni para ser portugués, ni para ser rico o pobre, me dice igualmente que tampoco se nace para ser solidario, que nadie nace más que para ser él mismo, y, en razón de eso, ajeno al altruismo y a la solidaridad, es decir, exclusivamente egoísta.
"Discutí la cuestión conmigo mismo. Ten en cuenta, me decía, que nacemos como integrantes de la raza humana y que es nuestro deber ser solidarios con el resto de los hombres. Pero la idea de "deber" ¿era natural? Si esta idea del deber me obligaba a sacrificar mi bienestar, mi comodidad, mi instinto de conservación y otros instintos naturales, ¿en qué se distinguía la acción de la mera idea de la acción en cualquier otro malentendido social, si nos producía exactamente el mismo efecto?
"La propia idea del deber, de la solidaridad humana, sólo podría considerarse natural de traer consigo una compensación egoísta, porque entonces, aunque en un principio contrariase el egoísmo natural, se estaría dando una compensación a ese egoísmo, siempre que no lo contrariase. Sacrificar un placer, sacrificarlo sin más, no es natural; sacrificar un placer por otro, eso sí que está dentro de la Naturaleza: es, de entre dos cosas naturales imposibles de poseer a la vez, elegir una de ellas, la que está bien. Claro que ¿qué clase de compensación egoísta o natural podía resultarme de la sociedad libertaria y de la felicidad humana? Sólo la conciencia del deber cumplido, del esfuerzo para un buen fin y ninguna de las dos es una compensación egoísta, ninguna es un placer en sí mismo, sino un placer, a fin de cuentas, nacido de una ilusión social, como el de ser inmensamente rico o el de haber nacido en una buena posición social.
"Le confieso, amigo mío, que me vinieron momentos de desmoralización... Me sentí desleal a mi propia doctrina, traidor a ella... Pero en breve superé todo eso. La idea de justicia estaba acá, dentro de mí, pensé. La sentía como natural. Sentía que había un deber superior a la inquietud por mi destino personal. Y me dispuse a afrontar tal empresa.
-No me parece que una decisión como aquella revelase una gran lucidez por su parte... Usted no resolvió la dificultad, sino que se puso en camino con un estímulo absolutamente sentimental...
-Sin duda. Pero lo que yo le cuento ahora es la historia de cómo me hice anarquista y de cómo lo continué y lo continúo siendo. Le estoy exponiendo lealmente cuáles fueron mis dudas y dificultades y cómo las fui venciendo. Estoy de acuerdo en que en aquel momento superé la lógica dificultad con el sentimiento, y no con el raciocinio, pero usted debe saber que más tarde, cuando llegué a la plena comprensión de la doctrina anarquista, esta dificultad, hasta entonces sin respuesta, lógicamente, tuvo su resolución completa y absoluta.
-Es curioso...
-Lo es... pero ahora déjeme continuar mi historia. Tuve esa dificultad y la resolví, bien que mal, como le dije. Más tarde, continuando con la línea de mis pensamientos, me surgió otra dificultad que también me llenó de confusión.
"Era bueno que estuviese dispuesto a sacrificarme sin recompensa personal alguna, es decir, sin recompensa verdaderamente natural, pero supongamos que la sociedad futura no llegase a ser jamás tal cual yo la esperaba o que nunca hubiese una sociedad libertaria. Entonces ¿para qué diablos me estaba sacrificando? Sacrificarme a una idea sin recompensa personal, sin ganar nada con mi esfuerzo, podía pasar, pero sacrificarme sin ni siquiera tener la certeza de que aquello por lo que me estaba sacrificando sería realidad algún día, sin que la propia idea estuviese garantizada con mi esfuerzo, eso era un poco más duro... Desde ahora le digo que resolví esa dificultad por el mismo proceso sentimental con el que resolví la otra, pero también he de advertirle que, de igual modo que la otra, la resolví por la lógica, automáticamente, cuando concluí en el estado plenamente consciente de mi anarquismo... Usted verá. A la altura en que le cuento salí del apuro con una o dos frases huecas. Si yo cumplía mi deber ante el futuro, que el futuro cumpliese su deber para conmigo... Esto o algo parecido.
"Expuse esta conclusión o conclusiones a mis camaradas, y ellos estuvieron de acuerdo en que era preciso echarse hacia adelante y hacerlo todo por la sociedad libertaria. Y la verdad es que más de uno, entre los más inteligentes, quedaron un poco impresionados por mi decisión, no porque estuviesen de acuerdo, sino porque jamás habían visto las cosas tan claras, con todo lo que estas cosas acarrean... Pero, en fin, todos estuvieron conformes. Nos pondríamos a trabajar por la gran revolución social, por la sociedad libertaria, lo justificase el destino o no. Formamos un grupo entre los más puros y comenzamos una propaganda tan grande como nos podíamos permitir. Durante bastante tiempo, en medio de las dificultades, complicaciones y a veces persecuciones, fuimos trabajando por el ideal anarquista".
El banquero, llegado a este punto, hizo una pausa un poco más larga. No encendió el puro, que estaba de nuevo apagado. De repente dibujó una leve sonrisa y con el aire de quien llega a un punto decisivo, me contempló con más insistencia y prosiguió, clarificando más la voz y acentuando aún más las palabras.
-A estas alturas -dijo-, sucedió algo nuevo. "A estas alturas" es una forma de hablar. Quiero decir que, después de algunos meses con esta propaganda, comencé a fijarme en una nueva complicación, que era la más seria de todas, y ésta sí que era preocupante de verdad.
"Usted se acuerda, ¿no es verdad?, de aquello que yo, por un riguroso raciocinio, le esbocé como el proceso de acción de los anarquistas... Un proceso o procesos, cualquiera que fuese, por el cual se contribuye a destruir las ficciones sociales sin, al propio tiempo, obstaculizar la creación de la libertad futura, y sin, por tanto, entorpecer de ninguna manera la poca libertad de los actuales oprimidos por las ficciones sociales en un proceso que, revelándose como posible, fuese creando algo de la libertad futura...
"Pues bien, una vez establecido este criterio, ya nunca dejé de tenerlo presente... Ahora bien, a la altura de la propaganda de la que le hablo, descubrí algo. En el grupo de propaganda -no éramos muchos, unos cuarenta, salvo error- se daba el caso de estar engendrando una nueva tiranía.
-¿Engendrar una nueva tiranía? ¿Cómo es que ocurría eso?
-De la siguiente manera. Unos mandaban sobre los otros, llevándolos hacia donde querían. Unos, a través de artimañas y enredos, arrastraban a los demás hacia donde quiera que les conviniese. No digo que esto sucediera en cosas graves, puesto que no había cosas graves donde pudieran hacerlo. El caso era, sin embargo, que esto ocurría siempre y todos los días y se daba no sólo con asuntos relacionados con la propaganda, sino también fuera de ellos, en los asuntos corrientes de la vida. Unos se postulaban insensiblemente para jefes y otros se postulaban insensiblemente para subordinados. Unos eran jefes por imposición y otros por triquiñuelas. Esto se observaba en la acción más simple. Por ejemplo, dos de los muchachos iban calle adelante hasta el final y uno debía desviarse hacia la derecha y otro hacia la izquierda; cada cual tenía un interés para ir para su lado, pero el que iba a la izquierda le decía al otro "venga conmigo por aquí" y el otro respondía de verdad: "pero hombre, no puedo, tengo que ir por allí" por tal o cual razón. Al final, sin embargo, contra su voluntad o contra su conveniencia, se pasaba con el otro hacia la izquierda. Esto ocurría unas veces a través de la persuasión, otras por simple insistencia y una tercera vez por cualquier otro motivo... Es decir, nunca por una cuestión lógica. Siempre había en tal imposición y en tal subordinación algo espontáneo y como instintivo. Y como en este caso simple, en todos los demás casos, desde los menos a los más importantes... ¿Se hace una idea de lo que quiero decirle?
-Me la hago, pero ¿qué diablos hay de extraño en ello? Eso es lo más natural del mundo.
-Lo es. Ahora iremos a eso. Lo que le pido es que note que eso es exactamente lo contrario de la doctrina anarquista. Fíjese bien que esto pasaba en un grupo pequeño, en un grupo sin influencia ni importancia, en un grupo al que no estaba confiada la solución de ningún asunto grave o decisión sobre un asunto de bulto. Y fíjese que esto ocurría en un grupo de gente que se había unido para hacer en lo posible un mundo anarquista, es decir, para combatir, a costa de lo que fuese, las ficciones sociales e intentar crear la libertad futura. ¿Se ha fijado usted en estos puntos?
-Sí.
-Mire ahora lo que esto representa. Un grupo pequeño de gente sincera -y le garantizo que era así- establecido y unido expresamente para trabajar por la causa de la libertad, había conseguido en unos pocos meses una sola cosa positiva y concreta: la creación de una tiranía en su propio seno. Y dése cuenta qué tiranía. No una tiranía derivada de la acción establecida por las ficciones sociales que, aunque lamentable, podría ser disculpable hasta cierto punto, si bien menos en nosotros que combatíamos esas ficciones, que en otras personas. Al fin y al cabo, vivíamos en una sociedad basada en esas ficciones y no era enteramente nuestra la culpa de no poder huir de su influencia. Pero no era eso. Los que mandaban en los demás, los que los conducían a su voluntad no lo hacían por la fuerza del dinero o de la posición social o desde cualquier otra autoridad de naturaleza ficticia que pudieran arrogarse. Lo hacían por una acción externa a las ficciones sociales, desde una nueva tiranía. Una tiranía ejercida sobre la gente esencialmente oprimida ya por las ficciones sociales. Era, además de eso, una tiranía ejercida entre sí por gente cuya intuición sincera no era sino destruir la tiranía y establecer la libertad.
"Ahora suponga el caso de un grupo mucho mayor, mucho más influyente, y que ya se tratasen cuestiones importantes y decisiones de carácter fundamental. Suponga que ese grupo encamine sus esfuerzos, como el nuestro, hacia la formación de una sociedad libertaria. Y ahora, dígame si sobre esa carga de tiranías entrecruzadas, usted entrevé alguna sociedad futura que se parezca a una sociedad libertaria o a una humanidad digna de sí misma"
-Sí, eso es muy curioso.
-Es curioso ¿verdad? Y tenga en cuenta que existen también puntos secundarios muy curiosos. Por ejemplo: la tiranía del auxilio.
-¿La qué?
-La tiranía del auxilio. Había entre nosotros quien, en vez de mandar en los demás, en vez de imponerse a los otros, los auxiliaba cuanto podían. Parece lo contrario ¿no es así? Pues yo le digo que es lo mismo. Es la tiranía nueva. Y es la misma manera de ir en contra de los principios anarquistas.
-No me diga. ¿Por qué?
-Auxiliar a alguien, amigo mío, es tomarlo por inepto; si ese alguien no lo fuera, sería tomarlo por tal y esto es, en primer lugar una tiranía y en segundo un desprecio. En un caso se cercenaría su libertad, en el otro se partiría, inconscientemente al menos, del principio de que es despreciable e indigno o incapaz de ser libre.
"Volvamos a nuestro caso. Usted ha podido comprobar que este punto era gravísimo. Vale que trabajemos por la sociedad futura sin esperar que ella nos lo agradeciese, arriesgándonos incluso a que nunca se hiciese realidad. Todo eso, vale. Pero lo que ya no podía ser admisible es que estábamos trabajando para un futuro de libertad y de positivo no hacíamos más que instituir una tiranía y no sólo una tiranía sino una nueva tiranía, una tiranía ejercida por nosotros, los oprimidos, los unos sobre los otros. Y esto ya sí que no podía ser.
"Me puse a pensar, pues. Aquí tiene que haber un error, un equívoco cualquiera. Nuestras intuiciones son buenas. Nuestras doctrinas parecen ciertas. ¿Estaríamos confundiendo los procesos? Debía ser así, casi con toda certeza. Pero, ¿dónde diablos se encontraba el error? Me puse a pensar en ello y estuve a punto de volverme loco, pero un día, de repente, como siempre sucede con estas cosas, dí con la solución. Fue el gran día de mis teorías anarquistas, el día en que descubrí, por así decir, la técnica del anarquismo".
Me miró un momento sin echarme cuenta y luego continuó en el mismo tono.
-Esto es lo que pensé. Tenemos aquí una tiranía nueva, una tiranía que no es una derivación de las ficciones sociales. Entonces ¿de dónde deriva? ¿De las cualidades naturales? Si fuera así, adiós sociedad libertaria. Si en una sociedad donde están operativas sólo las cualidades naturales de los hombres -aquéllas con las que nacen, que sólo deben a la Naturaleza, y sobre las cuales no tenemos ningún poder-, si una sociedad donde están operativas sólo tales cualidades, se conduce como un compendio de tiranías, ¿quién es el guapo que va a poner su ahínco para contribuir a que esa sociedad pueda imponerse? Tiranía por tiranía, quede la que está, que por lo menos es a la que estamos habituados y por ello la sufriríamos menos que a una tiranía nueva, que además tiene el carácter terrible de todas las cosas tiránicas que derivan fielmente de la Naturaleza, pues no habría posible rebelión contra ella, como no hay revolución contra el hecho de tener que morir o contra el de nacer bajito cuando se hubiera preferido haber nacido alto. Incluso, ya lo he razonado, que si por cualquier causa no es posible la sociedad anarquista, entonces debe existir, por ser más natural que cualquier otra excepto aquélla, la sociedad burguesa.
"Pero ¿estaría condicionada esta tiranía, nacida entre nosotros, por las cualidades naturales? Porque, ¿qué son las cualidades naturales? Son el grado de inteligencia, de imaginación, de voluntad... con que cada cual nace -esto en el campo mental, es obvio, porque las cualidades naturales físicas no vienen al caso. Ahora bien, un tipo que por una razón no derivada de las ficciones sociales, manda sobre otro, debe hacerlo por ser superior en una u otra de las cualidades naturales. Lo domina por el uso de sus cualidades naturales. Pero habría que tener en cuenta algo más: ¿ese uso de las cosas naturales es legítimo, es decir, es natural?
"¿Cuál es el verdadero uso natural de nuestras cualidades naturales? El servir a los fines naturales de nuestra personalidad. Entonces, ¿dominar a alguien será un fin natural de nuestra personalidad? Podría serlo; hay al menos un caso en que podría serlo: cuando esa persona ocupa para nosotros el lugar del enemigo. Para un anarquista es obvio quién es su enemigo: cualquier representante de las ficciones sociales y de su tiranía; nadie más, porque todos los demás hombres son hombres como él y camaradas naturales. Ahora bien, vea usted que la tiranía que estábamos instaurando era ejercida sobre hombres como nosotros, camaradas naturales, y más aún, sobre hombres que eran doblemente nuestros camaradas, puesto que también lo eran por la comunión de nuestros ideales. Conclusión: no siendo nuestra tiranía derivada de las ficciones sociales, no lo era tampoco de las ficciones naturales, sino de una aplicación equivocada, de una perversión de las cualidades naturales. Pero esa perversión, ¿de dónde procedía?
"Debía proceder de una de dos cosas: o del hombre, que era naturalmente malo y por tanto sus cualidades naturales resultaban naturalmente pervertidas; o de la perversión resultante de la larga permanencia de la humanidad en una atmósfera de ficciones sociales, todas ellas creadoras de tiranías, y tendente a volver instintivamente tiránico el uso más natural de las cualidades naturales. De ambas hipótesis, ¿cuál era la más verdadera? De una manera satisfactoria, es decir, desde un punto de vista lógico o científico, era imposible determinarlo. El raciocinio no puede resolver ese problema, porque no es de orden histórico o científico, sino que depende del conocimiento de los hechos. Por su parte, tampoco la ciencia nos ayuda, porque por mucho que retrocedamos en la historia, siempre encontraremos al hombre viviendo bajo uno u otro sistema de tiranía social y por tanto en un estado que no nos permite averiguar cómo es el hombre cuando vive en circunstancias pura y enteramente naturales. No habiendo manera de determinarlo con certeza, tenemos que inclinarnos hacia el lado más probable, y lo más probable está en la segunda hipótesis. Es más fácil suponer que la larguísima permanencia de la humanidad bajo ficciones sociales artífices de la tiranía, consigue que cada hombre nazca con sus cualidades naturales pervertidas en el sentido de tiranizar, de suponer que las cualidades naturales pueden ser naturalmente pervertidas lo que, en cierto modo, representa una contradicción. Por eso el pensador se decide, como yo me decidí, con una casi absoluta seguridad, por la segunda hipótesis.
"Tenemos, por tanto, algo claro, y es que en el actual estado de la sociedad, no es posible que un grupo de hombres, por muy bien intencionados que sean, por preocupados que todos estén en combatir las ficciones sociales y en trabajar por la libertad, trabajen juntos sin engendrar en sí, espontáneamente, la tiranía, sin establecer entre sí una tiranía nueva, suplementaria a la de las ficciones sociales, sin destruir en la práctica todo cuanto desean en la teoría, sin involuntariamente poner obstáculos al propio mundo que quieren promover. ¿Qué es lo hay que hacer, entonces? Es muy simple... Trabajar todos para un mismo fin, pero separados.
-¿Separados?
-Sí. ¿Es que no ha seguido usted mi argumentación?
-La seguí.
-¿Y no halla lógica y fatal esta conclusión?
-Bueno, sí, por supuesto... -contesté.
-Trabajemos todos para un mismo fin, pero cada cual por su lado. Trabajemos todos para un fin anarquista y cada cual contribuya con su esfuerzo a la destrucción de las ficciones sociales, que es hacia donde va dirigido ese esfuerzo, así como hacia la creación de esa sociedad libertaria del futuro; trabajando separados no podemos en modo alguno instaurar una opresión nueva, porque nadie tiene poder sobre los demás y no puede, por tanto, ni dominándolos, disminuir su libertad, ni auxiliándolos, apagarla.
"Trabajando así de aislados y todos para un mismo fin anarquista, sumamos las dos voluntades: la del esfuerzo y la de la no creación de una nueva opresión. Continuaremos unidos porque lo estamos moralmente y trabajamos del mismo modo para el mismo fin; seguiremos siendo anarquistas porque cada cual trabaja para la sociedad libertaria, pero dejaremos de ser traidores, voluntarios o involuntarios a nuestra causa; dejaremos de ser traidores porque nos colocamos a través del trabajo anarquista aislado, fuera de la influencia dilatoria de las ficciones sociales, en su reflejo hereditario sobre las cualidades que la naturaleza nos dio.
"Es evidente que esta táctica se aplica a lo que llamé periodo de preparación para la revolución social. Derribadas las defensas burguesas, reducida la sociedad entera al estado de aceptación de las doctrinas anarquistas, y quedando sólo por hacer la revolución social, el golpe final, ya no se podrá continuar la acción de forma aislada. Pero a esa altura, la sociedad libertaria estará virtualmente declarada y las cosas serán de otra manera. La táctica a que me refiero sólo pide respeto para la acción anarquista en medio de la sociedad burguesa, como ahora, como en el grupo al que yo pertenecía.
"Ese era, en fin, el verdadero proceso anarquista. Juntos nada valíamos que pudiera importar y aún así, nos tiranizábamos y nos estorbábamos los unos a los otros y a nuestras teorías. Separados tampoco conseguíamos nada, pero al menos no obstaculizábamos la libertad, no originábamos una opresión nueva; lo que consiguiéramos, por poco que fuera, quedaba realmente conseguido, sin inconvenientes ni pérdidas. Y, además, trabajando por separado, aprenderíamos a confiar más en nosotros mismos, a no apoyarnos los unos en los ostros, a volvernos más libres, tanto en lo personal como en lo colectivo a través de nuestro ejemplo, hacia el futuro.
"Quedé deslumbrado ante tal descubrimiento. Fui a exponerlo ante mis camaradas. Fue una de esas veces en la vida en la que uno se comporta como un estúpido. Imagine: estaba tan convencido de mi descubrimiento que esperaba que ellos estuviesen de acuerdo.
-Y no lo estuvieron, claro...
-Lo rechazaron, querido amigo, lo rechazaron todos. Unos más que otros, pero todos protestaron. ¡No es eso! Eso no podía ser. Pero nadie daba con lo que era o lo que debía ser. Argumenté y argumenté y como respuesta a mis argumentos, no obtuve más que frases. Basura como la que los ministros usan en los parlamentos cuando no tienen la menor respuesta. Entonces vi con claridad con qué clase de bestias y gallinas andaba metido. Se desenmascararon. Aquellas chusmas habían nacido para esclavos. Pretendían ser anarquistas por cuenta ajena. Querían la libertad, siempre y cuando otros la consiguieran para ellos, luego de que alguien se la otorgase de igual modo que un rey otorga un titulo. Casi todos ellos son así, ¡ah, grandes lacayos!
-Y usted, obviamente, se indignó.
-¿Que si me indigné...? ¡Me enfurecí! Me llevaban los diablos. Un poco más y... Casi me pego con dos o tres de ellos, así que acabé por largarme de allí. Me aislé. Sentía tal irritación por todo aquello, que no se puede usted imaginar. Casi llegué a renegar del anarquismo. Casi que decidí no tener nada que ver con todo aquello. Pero pasados unos días volví en mí. Pensé que el ideal anarquista estaba por encima de estas fruslerías. ¿Que ellos sólo querían jugar a libertarios? Desde luego, no estaba yo para jueguecitos de ésos. Que ellos no tenían fuerzas para combatir sino apoyados unos contra otros, produciendo entre sí un simulacro nuevo de la tiranía que decían combatir. Que lo hiciesen, los muy imbéciles, si no servían para nada más. Yo sí que no volvería a convertirme un burgués por tan poco.
"Estaba establecido que en el verdadero anarquismo cada cual tiene que, contando con sus propias fuerzas, producir libertad y combatir las ficciones sociales. Pues bien, por mis propias fuerzas iba a engendrar esa libertad y combatir las ficciones sociales. ¿Nadie quería seguirme en el verdadero camino del anarquismo? Muy bien. Seguiría yo por él. Iría yo sólo, con mis recursos, con mi fe, alejado hasta del apoyo mental de quienes habían sido mis camaradas, contra las ficciones sociales enteras. No digo que fuese un gesto grandioso, ni siquiera un gesto heroico. Fue simplemente un gesto natural. Si el camino había de ser seguido por cada cual separadamente, yo no necesitaba de nadie para proseguir. Me bastaba el ideal. Fue basándome en estos principios y en estas circunstancias como decidí, por mí mismo, combatir las ficciones sociales".
Suspendió un poco el discurso que se tornaba ya caluroso y fluido. Lo retomó de allí a poco, con una voz ya más sosegada.
-Se trata de un estado de guerra, pensé, entre las ficciones sociales y yo. Muy bien. Pero ¿qué es lo que puedo hacer yo contra las ficciones sociales? Trabajar en solitario para no dar pie, de ningún modo, a una nueva forma de opresión. ¿Cómo podría contribuir yo solo en el proyecto de la revolución social y en el proyecto de la humanidad hacia la sociedad libertaria? Tenía que escoger un método, de los dos existentes, caso de que no pudiera servirme de ambos. Los dos métodos posibles son la acción indirecta o propaganda, y la acción directa, cualquiera que fuese.
"Pensé primero en la acción indirecta, en la propaganda. Pero ¿qué propaganda podía llevar a cabo un solo individuo? Además, esta propaganda siempre se va haciendo en conversaciones, con éste o aquél, bien al azar o bien sirviéndonos de otras posibilidades. Lo que yo quería saber era si la acción indirecta consistía en un recorrido por donde pudiese ir encaminando mi actividad de anarquista enérgicamente, de modo que fuese capaz de producir resultados sensibles, pero pronto me dí cuanta que no podía ser. No era orador ni escritor. Quiero decir que soy capaz de hablar en público, si fuese preciso, y soy capaz de escribir un artículo periodístico, pero lo que yo quería averiguar era si mi carácter natural indicaba que, al especializarme en la acción indirecta en cualquiera de sus modos (o en ambos), podría obtener resultados más positivos para la idea anarquista que limitando mis esfuerzos en cualquier otro sentido. La acción, sin embargo, es siempre más provechosa que la propaganda, excepto para los individuos cuyo carácter los induce esencialmente al propagandismo -esos grandes oradores capaces de electrizar multitudes y arrastrarlas tras de sí, o los grandes escritores, capaces de seducir y convencer con sus libros. No me parece que yo sea muy vanidoso pero, si lo soy, no lo seré tanto como para alardear de cualidades que no tengo. Y, como le dije, nunca me creí orador o escritor. Por esa razón abandoné la idea de la ación indirecta como camino hacia mi actividad anarquista. Por exclusión estratégica, estaba obligado a escoger la acción directa, es decir, el esfuerzo aplicado a la práctica de la vida real. Lo mío no era la inteligencia, sino la acción. Muy bien. Así lo haría.
"Tenía., pues, que llevar a la práctica la fórmula esencial de acción anarquista que ya tenía clara: combatir las ficciones sociales sin dar pie a nuevas formas de opresión, concibiendo si fuese posible, algo de la libertad futura. Pero ¿cómo carajo se hace eso en la práctica?
"Pero, ¿qué es combatir en la práctica? Combatir en la práctica es la guerra, una guerra por lo menos. ¿Cómo hacer entonces la guerra a las ficciones sociales? Antes de nada ¿cómo se hace la guerra? ¿Cómo se vence al enemigo en cualquier guerra? De una de estas dos maneras: o matando, es decir, destruyéndolo o aprisionándolo, es decir, subyugándolo, reduciéndolo a la inactividad. Destruir las ficciones sociales no estaba a mi alcance, puesto que eso sólo lo podría llevar acabo la revolución social. Para entonces las revoluciones sociales debían estar desmanteladas, pendientes de un hilo, pero su aniquilamiento sólo podría hacerse tras la llegada de la sociedad libertaria y la caída positiva de la sociedad burguesa. Lo más que podría lograr yo en ese sentido sería destruir -en el sentido físico de matar- a uno u otro miembro de las clases representativas de las clases burguesas. Estudié el caso y determiné que era una estupidez. Suponga que hubiese matado a uno o dos o incluso una docena de los representantes de la ficción social. ¿Resultado? ¿Quedarían con ello las ficciones sociales arrambladas? Desde luego que no. Las situaciones sociales no son como las ficciones políticas, que pueden depender de un pequeño número de hombres, de un solo hombre incluso. Lo que hay de malo en las ficciones sociales son ellas en su conjunto, y no los individuos que las representan, pues sólo son representantes de ellas. Por otra parte, un atentado social produce siempre una reacción y, no sólo todo queda igual que antes, sino que muchas veces empeora. Y todavía más: suponga que después de un atentado me cogieran, me cogieran y fuese liquidado de una u otra manera. Suponga que antes hubiera dado buena cuenta de una docena de capitalistas. ¿En resumen, en qué vendría a quedar todo esto? Con mi liquidación, aún cuando no me mataran, sino por simple cárcel o exilio, la causa anarquista perdía un combatiente y los doce elementos capitalistas a quienes habría liquidado, no serían elementos que la clase burguesa hubiera perdido, porque los componentes de la sociedad burguesa no son elementos de combate, sino seres pasivos, de manera que el combate no está dirigido contra los miembros de la sociedad burguesa, sino contra el conjunto de las ficciones sociales sobre los que esa sociedad se asienta. Las ficciones sociales no son personas a quienes uno pueda pegar tiros, ¿me comprende? No es como el soldado que mata a doce soldados del ejército contrario, sino como el soldado que mata a doce civiles de la nación del otro ejército. Eso es luchar estúpidamente, ya que no se consigue eliminar a ningún otro combatiente. Y yo, por tanto, no podía pensar en destruir, ni en todo ni en parte, las ficciones sociales. Tendría, en todo caso, que subyugarlas, que vencerlas subyugándolas, reduciéndolas a la inactividad".
Apuntó hacia mí el dedo índice de la mano derecha.
-Eso es lo que hice.
Retiró luego el gesto y continuó.
-Traté de ver cuál era la primera y más importante de las ficciones sociales. Sería a ésa a la que me dedicaría, más que a ninguna otra, intentando doblegarla y reducirla a la inactividad. Y la más importante, de nuestra época al menos, es el dinero. ¿Cómo subyugar al dinero o, con palabras más precisas, a la fuerza o a la tiranía del dinero? Consiguiendo liberarme de su influencia, de su fuerza, que es superior a la influencia, reduciéndolo a la inactividad al menos por cuanto a mí respecta. Por lo que me decía a mí mismo, ¿comprende?, puesto que era yo el que combatía; si pudiese reducirlo a la inactividad de toda la gente no lo subyugaría, sino que habría de destruirlo, puesto que sería como acabar del todo con la ficción del dinero. Ahora bien, como ya le manifesté, una ficción social sólo podrá ser destruida por la revolución social, al ser arrastrada con las demás en la caída de la sociedad burguesa.
"¿Pero cómo podría conseguir ser superior a la fuerza del dinero? El proceso más simple hubiera sido apartarme de su área de influencia, es decir, de la civilización. Marcharme al campo a comer raíces y beber agua de los manantiales, andar desnudo y vivir como un animal. Pero esto mismo, para lo que no hubiera encontrado dificultad alguna, no hubiera sido combatir un espejismo social, sino huir de ese mismo espejismo. Desde la perspectiva de los hechos, quien esquiva el combate no puede ser derrotado, pero moralmente sí que es derrotado, pues no ha combatido. El proceso debía ser otro: un proceso de choque y no de fuga. ¿Cómo subyugar el dinero combatiéndolo? ¿Cómo sustraerse a su influencia y tiranía no evitando su encuentro? El proceso, pues, sólo dejaba una salida: adquirirlo, adquirirlo en cantidades bastantes como para no sentir ya su influencia, y en cuanto más ganase, tanto más libre quedaría de su preponderancia. Fue contemplando esto con claridad, con toda la fuerza de mi convicción anarquista, y toda mi lógica de hombre lúcido, que entré en la fase actual, la comercial y bancaria, mi buen amigo, del anarquismo.
Descansó un momento de la violencia nuevamente creciente y entusiasta de la exposición. Luego continuó su narración, con un cierto calor.
-Recordará aquellas dificultades lógicas que me habían surgido en mi carrera de anarquista consciente. Ya le dije, ¿recuerda? que entonces las resolví artificialmente por el sentimiento y no por la lógica. Esto mismo, como usted mismo apreció, yo no lo había resuelto por la lógica.
-Me acuerdo, claro que sí.
-¿Y se acordará que le decía que más tarde, cuando acerté por fin con el verdadero método hacia el anarquismo, resolví tales dificultades de una vez, desde la pura lógica?
-Sí.
-Ahora vea como quedaron resueltas... Las dificultades eran estas: no es natural trabajar por cualquier cosa, sea la que sea, sin una compensación natural, es decir, egoísta; y no es natural ofrecer nuestro esfuerzo a ningún fin sin tener la compensación de saber que ese fin se logra. Las dos dificultades eran éstas. Ahora fíjese cómo quedaron definitivamente resueltas gracias al proceso de trabajo anarquista que mi raciocino me llevó a considerar como el único verdadero. El método da como resultado el que yo me enriquezca, lo cual es una compensación egoísta. El método está orientado hacia la consecución de la libertad, de manera que yo, haciéndome superior por la fuerza del dinero, es decir, liberándome de él, consigo la libertad. Consigo la libertad sólo para mí, es verdad, pues sólo puedo conseguir lo que es dado conseguir, pues, como ya le dije, la libertad para todos sólo puede llegar con la destrucción de las ficciones sociales, a través de la revolución social. El punto concreto es este: busco libertad, consigo libertad: consigo la libertad que puedo. Y observe la parte del razonamiento que determina este proceso anarquista como el único verdadero, pues resuelve automáticamente las dificultades lógicas que pueden oponerse a cualquier proceso anarquista, probando así que es el verdadero.
" Fue este el camino que seguí. Metí el hombro en la tarea de someter a la ficción dinero, enriqueciéndome. Lo conseguí. Me llevó un cierto tiempo, pues la lucha fue grande, pero al final acabé por conseguirlo. Excuso contarle lo que fue y lo que ha sido mi vida comercial y bancaria. Podría ser interesante, en cierto punto, pero esto se escapa del asunto. Trabajé, luché, gané dinero; trabajé más, luché más, conseguí más dinero. Gané mucho dinero por fin. He de confesarle que no tuve reparos en los procedimientos, amigo mío, ningún reparo. Empleé todo cuanto tenía a mano: la especulación, ese sofisma financiero, la propia competencia desleal. ¿ El qué? Yo combatía las ficciones sociales, inmorales y antinaturales por excelencia, y ¿aún así había de observar las formas? Trabajaba por la libertad y ¿había de reparar en las armas con que combatía a la opresión? El anarquista estúpido que arroja bombas y pega tiros, sabe muy bien que mata, y sabe también muy bien que sus doctrinas no incluyen la pena de muerte. Ataca una inmoralidad con un crimen, porque piensa que esa inmoralidad necesita de un crimen para ser destruida. Él es estúpido en cuanto al método, puesto que, como ya le demostré, es equivocado y contraproducente en cuanto a tal método anarquista; si atendemos a su moralidad, es inteligente, sin embargo. Mi método era el acertado y yo me servía de forma legítima, como anarquista, de los medios para enriquecerme. Hoy ya he realizado mi limitado sueño de anarquista práctico y lúcido. Soy libre. Hago lo que quiero, dentro, es obvio, de lo que es posible hacer. Mi lema anarquista era la libertad, pues bien, tengo la libertad que es posible tener en una sociedad imperfecta como la nuestra. Quise combatir las fuerzas sociales y las combatí y lo que es mejor todavía: las he vencido.
-Un momento. Un momento -repuse-. Eso estará muy bien, pero hay algo en lo que usted no se fijó. Las condiciones de su método, como usted dijo, no eran sólo concebir libertad, sino también no instaurar tiranías. Ahora, sin embargo, ha originado una tiranía como especulador, como banquero, como financiero sin escrúpulos. Usted disculpe, pero es lo que dijo. Dio origen a una tiranía, dio origen a tanta tiranía como cualquier otro representante de las ficciones sociales, a quienes dice combatir.
-No, querido amigo. Usted se engaña. Yo no he dado pie a tiranía alguna. La tiranía que pueda desprenderse del resultado de mi acción de combate contra las ficciones sociales, es una tiranía que no parte de mí y, por tanto, no la he creado yo. Está en las ficciones sociales y no le he añadido nada; esa tiranía es la propia de las tiranías sociales y yo no podía ni tampoco me lo propuse, destruir esas ficciones sociales. Por enésima vez se lo repito: sólo la revolución social pude destruirlas, pero antes de eso, una acción anarquista perfecta como la mía sólo puede subyugarlas, subyugarlas en relación sólo al anarquista que pone ese proceso en marcha, puesto que ese proceso no permite, una más larga sujeción a esas ficciones. No se trata de no crear tiranías, sino de no instaurar nuevas tiranías, es decir, poner tiranías donde antes no existían. Los anarquistas, trabajando en conjunto, influenciándose los unos a los otros como ya le conté, crearon entre sí, fuera y aparte de las ficciones sociales, una tiranía; y esa sí que es una tiranía nueva. Ésa no fue puesta en pie por mí. No la podría poner en pie, es obvio, por las propias condiciones de mi procedimiento. No, amigo mío, yo sólo creé libertad. Liberé a uno. Me liberé a mí mismo. Pero mi método que es, como ya le he demostrado, el único y verdadero método anarquista, no me permitió liberar a nadie más. Lo que pude liberar, lo liberé.
-Vale, está bien, pero, fíjese que desde esa argumentación, la gente podría creer que ningún representante de las ficciones sociales ejerce la tiranía...
-Y no la ejerce. La tiranía es responsabilidad de las ficciones sociales y no de los hombres que las encarnan; ellos son, por así decir, los medios de que las ficciones sociales se sirven para tiranizar, como la navaja es el medio del que se puede servir un asesino. Y no creerá en serio que aboliendo las navajas se acaba con los asesinos... Mire... Destruya a todos los capitalistas del mundo sin haber destruido el capital... Al día siguiente el capital, aunque en manos de otros, continuará su tiranía. Destruya, pues, no a los capitalistas, sino al capital; ¿cuántos capitalistas quedan? ¿Lo ve?
-Sí, tiene razón.
-Hijo mío, lo máximo, lo máximo, lo máximo de lo que usted puede acusarme es de aumentar un poco -muy muy poco- la tiranía de las ficciones sociales. El argumento es absurdo, puesto que, como ya le dije, la tiranía que yo no debía crear y no he creado, es otra. Pero tiene más de un punto flaco: es que, siguiendo el razonamiento, usted podría acusar a un general que combate por su país, el inferirle un prejuicio en el número de soldados que ha tenido que sacrificar por conseguir la victoria. Quien va a la guerra da y recibe. Consígase lo principal, el resto...
-Eso está muy bien, pero observe esta otra cosa: el verdadero anarquista quiere la libertad no sólo para sí mismo, sino para los demás... Me parece que lo que pretende es la libertad para toda la humanidad...
-Sin duda, pero ya le manifesté que por el método que descubría como el único anarquista, cada cual ha de liberarse a sí mismo. Yo me liberé; hice mi deber no sólo conmigo mismo sino también con respecto a la libertad. ¿Por qué los otros, mis camaradas, no hicieron lo mismo? Yo no se lo impedí. Eso sí que hubiera sido un crimen. Pero yo ni siquiera se lo impedí ocultándoles el verdadero proceso anarquista; cuando descubrí el método, a todos se lo confié con claridad. El propio método me impedía hacer más. ¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Azuzarlos a seguir mi camino? Aunque lo pudiera hacer, no lo haría, puesto que eso sería como hurtarles la libertad y eso sí que iría en contra de mis principios anarquistas. ¿Auxiliarlos? Tampoco podía, y por la misma razón. Nunca ayudé ni ayudo a nadie porque eso sería tanto como disminuir la libertad ajena, lo que también va en contra de mis principios. Usted censura el que yo no pueda ser más que una sola persona. ¿Por qué censura el cumplimiento de mi deber de libertad, hasta donde yo pueda cumplirlo? ¿Por qué no los critica a ellos por no haber cumplido con sus deberes?
-Pues sí, pero esos hombres no hicieron lo que usted hizo, naturalmente, porque eran menos inteligentes que usted, o no contaban con su fuerza de voluntad. O...
-Ah, amigo, ésas son ya desigualdades naturales y no sociales. Contra ésas el anarquismo no tiene nada que hacer. El grado de inteligencia o de voluntad de un individuo sólo tiene que ver con él y con la Naturaleza; las mismas ficciones sociales no pueden hacer nada de nada. Hay cualidades naturales, como ya le dije, que podemos presumir como perversas por la larga permanencia de la humanidad entre las ficciones sociales; pero la perversión no está en el grado de calidad, que nos es dado por la naturaleza, sino en la aplicación de esas cualidades. Por eso le digo que ésas son ya cualidades naturales y sobre ellas, no existe el menor poder, ni hay alternativa social capaz de cambiarlas, como no me puede hacerme más alto a mí o a usted más bajo...
"A no ser... A no ser, amigo mío, que en esos tipos, la perversión hereditaria de las cualidades naturales venga de tan lejos que llegue al propio fondo del temperamento... Es decir, que un individuo nazca ya esclavo, nazca tan naturalmente esclavo que sea incapaz de cualquier esfuerzo para liberarse... Pero en ese caso... en ese caso... ¿qué tienen que ver ellos con la sociedad libertaria o con la libertad? Si un hombre nace para esclavo, la libertad, siendo contraria a su índole, será para él una tiranía".
Hizo una pequeña pausa, al final de la cual, me eché a reír.
-Realmente -dije yo- usted es anarquista. En todo caso me dan ganas de reír, incluso después de haberlo oído, al comparar lo que es usted y lo que son los anarquistas de por ahí...
-Pero amigo mío. Ya se lo dije, ya se lo he probado y ahora se lo vuelvo a repetir... La diferencia es sólo ésta: ellos son sólo anarquistas teóricos y yo lo soy teórico y práctico; ellos son sólo anarquistas místicos, yo lo soy científico; ellos son anarquistas que se agachan, y yo un anarquista que combate y libera... En una palabra: ellos son seudoanarquistas y yo un anarquista de verdad.
Y ambos nos alzamos de la mesa.

Lisboa, enero de 1922

1 comentarios:

ARME dijo...

Es genial! la lógica aplastante de la reducción al absurdo de la que hace gala Pessoa en este texto me recuerda el lema de uno de los grabadops de Goya, ese que reza: "El sueño de la razón produce monstruos". Leí este libro durante los recreos en mi particular Birkenau, lo leía en mi saxo, con mi café y mi cigarrito (dos). También leí "Las cenizas de abril", muy poco a poco porque me daba pena que se me acabara el libro. Me hizo pensar muchas cosas, pero esta noche recuerdo a Sophia en la casa de la venta, fumándonos unos canutos de alucema y tocando el tamtan. Lo que nos reimos!!!! Ahora no sé nada de ella, quiero que vuelva!
Gracias, Manuel!