HACIENDA

HACIENDA

Acabo de llegar de la oficina de Hacienda. Todo allí tiene un aire patibulario y frío, distante. Como de culpa. El pobre ciudadano se sienta en esa sala mucho más grande que grandiosa y se siente pequeño, como un tipo de la edad media bajo las ójivas de una catedral. Dios ha muerto, pero su sito lo ha retomado Mr Dolar y su maraña de apóstoles y santos. El que hoy acojona es Mr Dólar y sus secuaces. Todos los tipos que como yo estaban en la ofiicina esperando su turno parecían compungidos, presuntos de algo desconocido. Ir a un ginecólogo debe tener componentes de culpa parecidos. Ir a un dentista. Pero hombre de dios, cómo es usted no se cuida. Antes, los funcionarios estaban separados de la sala por un mostrador y te atendían a través de ese mostrador. Hoy se ha eliminado la barrera del mostrador y uno va directamete a la mesa donde, como un vil culpable, te confiesas ante el funcionario. Soy reo de tal o cual cosa, no declaré tal otra... Uno siempre acaba siendo culpable y mereciendo un castigo. Cambian los crucifijos, pero nunca la manera de matar al Cristo, cualquier cristo.

Hoy el relato viene al pelo... de la Eurocopa de ayer, que tiene al personal revolucionado. Lo escribí hace un par de años con motivo del mundial. En fin. Pertenece a Caza Mayor



LOS NEGROS CABRONES
Y yo voy y les pregunto porque, la verdad, no entiendo muy bien qué es lo que hacen, cuando hay un sol tan bueno y se pasa tan bien en el campo o montando en bicicleta, y entonces me acerco y les digo que una vez fui un prisionero y que no me gustó ni la prisión, ni los tipos que llevaban la prisión, que el pan de la prisión era un asco, y que de aquella prisión lo que recuerdo es precisamente ese trapito que ellos agitan y un tipo que tocaba muy malamente a la trompeta esa canción de mierda que tanta gracia les hace, pero se ve que hoy es un gran día y todos han salido a la calle a agitar sus trapitos y no sé por qué me avergüenzo de que haya chicos ya crecidos que agiten trapitos por las calles, lloren al escuchar la canción aquella que el trompetista tocaba tan mal y se lleven la mano al pecho, como si estuviesen despidiendo a un amigo, y no sé, lo juro, no sé qué preferiría que hiciesen con todos esos trapitos, la verdad, y con todas esas canciones viejas y mierdosas, pero sólo por soltarles eso me han puesto morado el ojo y me han llamado no sé qué, a mí, que me llevaron prisionero mientras sus mamás les cantaban nanas y les hacían beber colacaos como cafres, así que ahí los tienen, que en vez de tomar tranquilamente el sol, ahora que son grandes y no tienen que ir prisioneros como yo, los muy capullos se ponen a agitar sus trapitos y a ponerse muy contentos cuando a no sé quién le han soltado una copita esos negros cabrones, eso dicen, esos negros cabrones, pero bien que se alegran cuando hacen sonar la canción y se agarran a su copa y llego a casa con el ojo morado y al mirarme en el espejo me digo que debo ser muy mala persona y que debían haberme puesto morado el otro ojo o, qué sé yo, hacerme prisionero una vez más, porque al parecer aquello no me sirvió de nada y a ti, a mí, lo que te está haciendo falta son cuatro hostias bien dadas, pues coño, lo que yo estaba diciendo, así que por eso estoy aquí, por si hay que echar una mano en algo o quemar vivo a cualquier negro cabrón.

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