INTRUSO

Pasan los días con dificultad, con desgana. Hoy me he puesto a corregir un capítulo de El color del cielo, que abandoné a falta de un final hace como dos meses y ahora me parece ya algo lejano, la obra de alguien que casi no soy yo. No es cuestión de la obra, sino de mí, que no me la siento. Estoy como alelado, subsumido, nadando en un piélago de limos y de algas. Parece como si ése que ahora veo avanzar por la calle, sí, ése que mira al portal, ése que se detiene, ése que golpea con los nudillos la puerta, fuera yo, pero ése no puedo ser yo, porque yo estoy aquí, escribiendo penosamente, como si subiera una cuesta, como si cada palabra estuviera hecha con barro, como si alguien me hubiera atado los pies, como si llamara a una puerta con el corazón en vilo y tú no abrieras.





INTRUSA
a María y David, a Rosi y a Juan Antonio
Es raro que llamen a la puerta a las cinco de la mañana. Más raro aún que pronuncien mi nombre y profieran amenazas. Pero, hablando de rarezas, más raro es que le contestes tú, que no estás, que no has existido... que eres fruto de mi invención, que sólo existes en el papel y, coño, que sin consultar con nadie, le digas que vuelva más tarde, que el autor está escribiendo.

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