EL IMPERIO DE LA DESESPERACIÓN

Ayer, haciendo zapping por entre el aburrimiento encontré una escondida cadena televisiva donde cuatro o cinco tertulianos comentaban a sus anchas los sucesos de la semana. Gente de orden. Amiguetes de la paz social, pro-sistema, asiduos de las frases hechas y de las buenas intenciones. Coño, tertulianos. Por lo visto, el Congreso está siendo día y noche custodiado por la policía. Se teme un asalto popular o algo parecido. Algo así como una asamblea destituyente. Estos tertulianos estaban sinceramente acojonados. Ya imaginaban la Bastilla. Lo de menos es que los políticos de turno tomen a la ciudadanía por imbéciles, que un día sí otro también estos padres de la patria den una vuelta de tuerca más en la disnea y la desesperación colectiva. Su sesera no les daba frases hechas para el mal gobierno, para la perversión del gobierno. Ante la sensación de que la realidad se está yendo de las manos del Estado y que nos espera un otoño caliente, todos los buenos tertulianos se aferraban como náufragos a la grandeza intrínseca de la democracia, al mejor de los sistemas posibles, a las garantías sagradas de la ley, etc... en fin, a toda esa casquería decimonónica y meapilas que el asfixiado ciudadano ha de escuchar a diario, mientras los presuntos demócratas de toda la vida le tapan la boca con esparadrapo o con leyes restrictivas, le soplan derechos conquistados, contaminan la justicia o la información, se pasan los programas electorales por el forro. Democracia sin responsabilidad, sin compromisos, democracia a la carta para unos pocos y rancho para el resto. Porque para estos sesudos señores tertulianos, perfectamente amaestrados, la democracia sigue siendo el menos imperfecto de los sistemas, la violencia sigue invalidando la razón y todo se puede hacer pero bajo un orden, bajo el imperio de la ley. Orden e imperio. Fuerza y orden. En fin, todo ese rollo dialéctico inexpugnable. ¿Inexpugnable? Pero bueno, como hoy estoy rumboso voy a ofrecer a estos tertulianos una frase hecha. Sólo hay que calentarla un poco y servirla al gusto: las revoluciones deben menos a los ideales, que a la desesperación.
Ya me figuro que ellos saben que por estos y otros pagos comienza a cundir la desesperación. El imperio de la desesperación, quise decir.



INFORME MUNICIPAL
a Antonio Luis Ginés
Cuando hace un año la municipalidad renovó su flota de autobuses, una docena de descontentos denunciaron el hecho de que los nuevos autobuses no emitían sombras, circunstancia atribuida a una novedad más de la ingeniería checa, sabedora de que las sombras afean la ciudad, menoscaban las relaciones y oscurecen la razón, pese a lo cual, enojó a esa docena de usuarios, que al poco denunciaron la pérdida de las suyas, exhibiendo pancartas, demandas y artículos que exigían la pronta devolución de sus sombras, pues es sabido que la gente es adicta a las supersticiones y la sombra pasa por una arraigada superstición, pero los tribunales, a salvo de tales novelerías, todo lo desestimaron, arguyendo vacíos legales y aún epistemológicos, circunstancia que no amilanó a quienes, más tarde, adujeron que la frecuentación de los autobuses les privaba de la memoria, acreditación harto difícil y causa de que la justicia, impasible, procediera a su archivo, enrabietando con ello a los más insidiosos, que enseguida echaron en falta naderías como el complejo de culpa, la nostalgia, la dulcedumbre, la nicotina, la sutileza, la esperanza, el apetito sexual, la dignidad y, para concluir, la confianza en los munícipes..., siendo así, que la nueva flota, menos sofisticada, conserva las sombras, esa vieja superstición que tan feliz parece hacer a los contribuyentes, aunque, por lo demás, todo sigue en orden, lo que aprovecho para decirle que la cifra de quince muertos que maneja la prensa es del todo excesiva, al tiempo que puedo garantizarle que de reproducirse los altercados y manifestaciones contra usted, se actuará con idéntica firmeza.



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