TARDE DE DOMINGO

Hoy, sin más, os dejo con un viejo poema. Es domingo. Hace mucho calor. Cae la tarde por su propio peso. Hay más luz.







Marc Chagall, El judío errante


EL EXTRANJERO


 

Labraba ciertos modos de maldito,

calculado desaliño en el vestir,

barba confusa. Lo fogoso de su verbo

y esa forma de airear las bonanzas del poder,

la plusvalía, le valieron el prestigio

de los simples y los puros;

el franco horror que produjera al fariseo

y al escriba amodorrado en su buró

completan este cuadro de acento libertario.

Lo seguía una corte de albañiles, traperos y lisiados,

una madre sempiternamente triste,

y una novia que sacó de algún burdel de baja estofa.

Dicen de él que hablaba por cien griegos

(mal negocio para un hijo del serrín y la garlopa),

que apestó las celosías de la usura y del imperio

con discursos y proclamas, causando con su labia

problemas de orden público. Pero un día, en el desierto,

meditando la salida a un importuno

asunto judicial que bien pudiera arrastrarlo hasta el Calvario,

aceptó las sensatas palabras de Simón,

que aconsejaban marcharse cuanto antes,

probar de iluminado en la corte de Tiberio.

Subió, pues, al primer barco

rumbo a Ostia con franco regocijo de sátrapas y hampones.

Parece ser que en Roma su discurso

no ganó el fervor de esclavos y libertos

que lo juzgaron uno más de aquellos impostores

que siempre pretendieran vivir a sus expensas

con cuatro frases turbias birladas a algún loco.

En su tierra, mientras tanto, los suyos divulgaban

la espúrea nueva de su muerte,

y un tal Lucas, amigo de parrandas y poeta provincial,

se impuso la tarea de ofrecer a su memoria

una larga relación de hechos y milagros

que otros imitaron sin pudor y acaso sin fortuna.

Se ha sabido que allá en Roma acabó de carpintero;

que nunca estuvo al tanto de los himnos

que en su loor compusieran poetas libertarios

con el fin de adoctrinar a putas, reos y sofistas.

Tuvo hijos, pero éstos, prevenidos del pasado de su padre,

enseguida lo pusieron en la calle como a un perro.

Murió, según parece, viejo y loco, sin tener noticia alguna de su gloria,

él, que fuera joven, y apuesto y ambicioso.
He leído que un antiguo legionario, caído por ensalmo de un corcel,

pretendió ocultar para la historia la imagen desdichada del anciano

y así lo degolló como a un carnero,

lo que acaso fuera un acto de piedad, a fin de cuentas.


Marc Chagall, Crucifixión.

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