VIERNES

Viernes. Últimamente los viernes de este país son un calvario. Es el día donde se sacrifica alguna conquista social o se borra de un plumazo ministerial algún derecho de los ciudadanos. Qué tiempos aquellos en que eran los lunes los días más temidos. Hoy ese día ha pasado a ser el viernes. Uno no sabe si después del viernes va a volver a disponer de su puesto de trabajo el lunes. Que no suene el teléfono, por favor, que no cruja esa puerta, que no aparezca el jefe. Viernes. El terror de los viernes y el terror a no pisar tierra firme, a vivir en tenguerengue, a descubrir que el mundo que has ido dejando atrás es infinitamente mejor que el que te espera. Pero no. Descuida. Todo esto es un mal sueño. La oscuridad no podrá volver. No podrá triunfar. No podrá salirse con la suya. Uno no cree en los mecanismos viciados de las actuales democracias -o partitocracias-, es cierto, pero sigue confiando, acaso con ingenuidad, en el hombre y en su voluntad de no volver a los dictados del medievo. Uno confía en la voluntad de los hombres acosados, humillados, casi deglutidos por esta maquinaria del mercado. Ulises mató al monstruo de una pedrada en un ojo. David imitó la hazaña. Yo confío en el hombre. En la piedra. Seguirá...







BLACK DOG
(I)
a David Garrido, en su onda.
Estoy asustado, sí. El próximo puedo ser yo. Desde hace un mes, todas las noches cruza bajo mi balcón un hombre que arrastra una larguísima y gruesa cadena. Cada noche me asomo discretamente para verlo pasar. Es un hombre viejo, oscuro, de aspecto descuidado: probablemente un hombre sin hogar. Ni sé de dónde viene ni hacia dónde se dirige, sólo que cada noche pasa ante mi balcón y yo me asomo para verlo pasar. Lo he comentado con los vecinos, pero nadie más dice oírlo (y eso que hace un ruido enorme y mis vecinos se jactan de dormir con un ojo abierto). Ante mi denuncia, durante tres noches seguidas un municipal dijo haber hecho guardia en puntos donde necesariamente habría de pasar (y sé que el hombre ha doblado la esquina de mi casa durante esas noches), pero en sus informes asegura no haberlo visto. Desconfiando de todos, yo mismo lo he fotografiado y mandado las fotos por e-mail tanto a la Comisión de Sanidad y Derechos Ciudadanos como al Servicio de Protección y Recogida de Mendigos, pero nadie me contesta ni se da por enterado. Con decir que no les llegan los e-mails o que en ellos no se adjuntaban fotos, se quedan tan frescos. He llegado incluso a llevarles las fotos en persona, pero nada: me dan largas, no me creen. Son, dicen, burdos fotomontajes. Hace tres días, sin embargo, la historia dio una inesperada vuelta de tuerca: unos minutos después del mendigo, apareció un caballero cubierto por una armadura de plata, una adarga y una pica, montado sobre un imperioso corcel negro y escoltado por un perro de presa. Al verme en el balcón, el caballero se descubrió la visera, y con una voz de cobre batido, me preguntó si había visto pasar a un hombre con tales y tales atributos. Tras escucharme, se bajó la visera y se marchó picando espuelas, haciendo un ruido del mismo diablo. Incrédulo, lo vi desaparecer por la esquina. Como quiera que hace dos noches volvió a aparecer otro encadenado, lo volví a poner en conocimiento de las autoridades, quienes dijeron que actuarían de inmediato. Esta última noche encadenado y caballero coincidieron frente a mi casa. Fue cosa de un segundo, pues el caballero cayó sobre el mendigo, le ensartó con su lanza y, una vez caído, el perro dio cuenta de él. Su sangre fue visible hasta la alta madrugada, cuando los del servicio de limpieza llegaron para cargar con lo que quedaba de cadáver y baldear la calle. A media mañana ha sonado el teléfono. Mi mujer me ha entregado el auricular, diciendo que alguien del ayuntamiento preguntaba por mí. He tratado de permanecer sereno, pero ¿cómo estaría usted si reconociera la voz de cobre batido del caballero y escuchara de sus labios que ni se le ocurra mencionar el asunto del mendigo porque el próximo puede ser usted?
 

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