NUBES ALTAS

Pasan nubes hermosamente blancas sobre el cielo de un azul rumboso. La luz parece quedarse sobre los tejados, contemplando su hermosura. Los castaños del fondo están ya amarillos. Es una delicia pasear bajo sus ramas. Tenía prometido hablar de un viejo recuerdo de abril, pero estas nubes de esponja, este cielo, esta voz, la de Antonio vega, me desvían del recto camino y dejo el recuerdo para otro día. Ayer estuvimos por Huelva con ocasión del premio Onuba. Dani, Ignacio, tíos, mi enhorabuena. Buena cosecha la del Onuba en este año. Mientras se deshacía la tarde, subí al Conquero y paseé y hablé con mi particular fantasma, miré otra vez ese lomo plateado del Odiel, la casa abandonada que reposa junto al trío piñonero, las chumberas, todo allí parece hecho para la contemplación y el reposo. Estás en medio de la ciudad y da la impresión de que estés en un lugar alejado del mundo. Nadie se debe quejar si digo que Huelva es una ciudad bastante horrible. En realidad Huelva es una ciudad construida durante la segunda mitad del siglo XX sin el menor plan urbanístico y, lo peor de todo, sin el menor gusto. Pero la cosa, lejos de corregirse, continúa: vean si no dos de los últimos adefesios: el desangelado Colón de la Plaza de las Monjas y "el inenarrable monumento conmemorativo" a la Virgen del Rocío situado frente a la Casa Colón, cosas realmente pavorosas que hablan del polvoriento gusto de los ediles actuales, que apelan a todos los tópicos y se apuntan a un bombardeo antiestético. A veces me pregunto si es que Huelva ha decidido no pasar al siglo XXI o está a la espera de un nuevo descubrimiento, esta vez al contrario. Un desastre, vaya. Es una ciudad sin identidad porque fue literalmente tomada por la masa inmigratoria que propició el polo químico, una masa llegada de todas partes y que estaba allí de paso. Hoy, cuando los hijos y nietos de esa masa inmigratoria ya reconocen la ciudad como suya, acaso sea posible construir una nueva identidad, pero todavía persiste esa como dejadez de identidad: un como "yo en cuanto puedo escapo a Punta". El Conquero, acaso el pulmón de Huelva, el cerro que domina toda la ciudad es, sin embargo, un lugar especial. Uno tiene la impresión de que bajo sus pies se eleva la ciudad anfibia de Venecia. Recuerdo a este propósito un libro de Paco Pérez, El Capitán de las Dunas, que nos introduce no en la ciudad visible y olvidable de Huelva, sino en una no imposible ciudad enterrada y no visible, donde se alzan templos tartésicos y obeliscos egipcios transportados por cartagineses y romanos. Por ella merodean mercaderes griegos en busca de metales, chicos volando pandorgas y moros atravesados por la belleza de una reina llegada desde los mismos fiordos. Yo he visto algo de esa belleza y debo decir que ando deslumbrado. Uno, claro, prefiere mil veces esa ciudad invisible, digna de formar parte del catálogo de Italo Calvino, a esta ciudad provinciana y algo crepuscular.
 
 
 
Os dejo con con un poema de Violeta C Rangel traducido al euskara que he encontrado hoy "golifeando" por la red.



Hortz lingirdatsuez jan nion buztana
oilasko frijituaren zaporea zuen, izozturik dagoenarena
Onartu nizkion pattarra, ardaia eta sudurretik sartzekoa,
Dena onartu nion, laxa zekion lortzearren
ez nuen besterik

Baina ez, ez zidan bere ilunbetako
merkatari gotorra laxatu


SI ME DICE QUE SÍ

 

He leído en los papeles que anda metido en una buena. Un fiambre, un montón de guita que no aparece. Me he dicho, chacho, a este tronco quince años no se los quita naide. Yo me he tirado treinta y tantos ahí dentro, a jierro. Me sacaron cinco veces pero, chacho, una semana fuera y me mareo. La calle no es lo mío, tú. Libertad, libertad. En el trullo venga a hablar de libertad, pero en cuanto te sueltan y te dicen, ahí tienes, corre todo lo que puedas, chacho, que se te ponen de corbata. Sé lo que me digo. Necesito unos barrotes de verdad, un carcelero, el olor a tigre como el comer. No sé cómo os la apañáis con esta panda de cabrones aquí afuera. Yo no tengo más que este peluco de oro macizo, que le birlé a un junlay del peñón, pero aunque les digo que es auténtico y que vale una guita, me dicen que me vaya a mamarla porahi. Las otras veces me las arreglé de puta madre. La primera gasola, el primer banco y otra vez pal bujero, chacho. Del tirón. No fallaba. Pero hoy por hoy, con el tema de los seguratas, la cosa se ha puesto tela de chunga. Te calan a dos quilómetros y en cuanto asomas el morro, te hostian vivo. Les dices que andamos en la misma guerra, pero se las suda, te hostian lo mismo o más. He perdido la esperanza. No soy el de antes: ¿quién se dejaría dar un palo, con esta pinta de viejo podrido, con estas muletas y con estas manos temblorosas? ¿Qué cabrón de juez me mandaría pal talego, viéndome así? Se ríen de mí en mi puta jeta. En fin: que había pensado en usted, en comerme su marrón, vaya. No sé cómo podríamos arreglarnos, pero ésta me dice que soy su hombre. De momento, el peluco es suyo, si me jura por su vieja que se lo pensará por lo menos.

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