DICTADURAS

Bueno. La cosa se va arreglando. Hoy hace sol aunque el frío sigue siendo intenso. Ladra un perro y mis dedos aporrean el teclado como si aporrearan cristal. El amigo Santiago Trancón me manda un enlace a su blog donde acaba de editar un artículo llamado Dictadura perfecta. Y sí, estamos justamente bajo la dictadura perfecta. Recuerdo que este año en el Cervantes de Lisboa mandé un mensaje que no sé si se supo recoger. Algunos diarios sí que lo tomaron en cuenta y lo dieron a veces en sus reseñas a Las cenizas de abril. Decía entonces lo que Santiago viene a decir ahora, mucho mejor que yo.  Yo venía a decir que nos encontrábamos en el 24 de abril. Los portugueses lucharon contra una dictadura visible, material, obvia, y por esa razón pudieron derrocarla, derrotarla, destruirla de la noche a la mañana, con la ayuda del pueblo. Hoy estamos bajo una dictadura mucho más perversa -y perfecta, como señala Santiago-, que es la dictadura del mercado, una dictadura ubicua, que no parece tener cabeza visible pero sí unos tentáculos mucho más poderosos que las dictadurillas de Salazar-Caetano y Franco, dictaduras al fin y al cabo provincianas y crueles, pero con sus días contados. Hoy la dictadura es otra. Mucho más eficiente y global. Mucho más sibilina. Una dictadura que llaman del mercado. El caso es que bajo esta poderosa dictadura (la dictadura perfecta que dice Trancón) las conquistas sociales y laborales ganadas a base de sangre, hambre y lágrimas durante el último siglo y medio se están disolviendo como un azucarillo. Sí, estamos ante la vispera de la revolución. Estoy convencido de ello, sigo estando convencido. Mientras más aprieten, antes y con más presión brotará el mundo nuevo.



EL DILUVIO, QUÉ DILUVIO



De pronto, del cielo comenzaron a caer avestruces, gansos, garrapatas, jirafas, chuchos, hienas y otros cientos de animales de los que no había noticia. Al caer, unos se fracturaban las patas, otros se desnucaban por aquellas peñas o reventaban, flop, y todo lo que alcanzaba la vista lo dejaron perdido de vísceras y sangre. El tipo de las barbas mosaicas tuvo más suerte y cayó sobre unas retamas, pero la caída debió trastornarlo porque se jactaba de haber salido indemne de no sé qué diluvio y luego relataba la historia de una paloma que llevaba en el pico nada menos que una rama de olivo. Figúrese. ¿Un diluvio? ¿Qué diluvio, ni qué diluvio, si Dios había hecho que no cayera una gota durante los últimos siete años? No tenía más que ver cuánta desolación. Yo lo llamé loco e impío, pero indiferente a mis improperios, se sacudió la túnica y se alejó tan campante, silbando. Sepa que mañana, le grité alzando el puño, no quedará ni un solo bicho vivo. No tiene ni idea de cómo se la gastan por aquí los buitres. Pero, bah, no me escuchaba.
 

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