NOCHE







 

Es de noche. Completamente de noche. Desde la ventana no se ve nada. Apenas un farol al final de la calle. Nada más. Cuando eso ocurre, yo no tengo mucho que decir. Vivo desde esta ventana, miro al mundo desde aquí y hoy el mundo es oscuro como boca de lobo. Yo sólo estoy aquí, aporreando unas teclas que parecen querer abrirse al mundo, pero no. Llevo varias semanas divagando en estas páginas. Lo sé. La mente tiene estas cosas. Ando distraído, qué le vamos a hacer. En la creación esto es así: de cuando en cuando hay que abrir espitas para soltar lo que se ha ido acumulando dentro pero otras hay que tratar de captar lo que viene de afuera. Es lo que hago ahora. Movimientos de traslación y de rotación. Las mareas.

(Nota: Concha, sé que me lees de cuando en cuando. Bueno, me ha ocurrido que el otro día me escribiste una carta que borré sin darme cuanta. Cuando fui a contestarte ya no encontré la carta: podrías mandármela de nuevo o al menos tu e-mail. En fin, perdona).










ONCE AÑOS

 

No lo hice a posta. Salí de aquel pueblo una mañana de abril con todos los catálogos. No había hecho más que doblar dos o tres curvas cuando se desató la tormenta. Creo que me confundí de carretera y como no había carteles, acabé en el quinto infierno. Pasé por tremendas tempestades, por pruebas difíciles y tentaciones sin cuento y de todas escapé. Al llegar a una especie de aldea desierta vi a una anciana y le pregunté el camino a casa, pero ella se encogió de hombros y al cabo apareció con un ciego. El ciego, que se llamaba Tiresias, me escuchó en silencio y me dibujó en un croquis el camino que debía tomar. Al llegar a casa el perro me reconoció, pero vi que la fachada estaba cuarteada y sucia. Llamé al timbre. Una mujer que llevaba en la mano unas madejas de lana, se quedó de piedra al verme con la maleta en el suelo y la carpeta de los catálogos bajo el brazo. Era mi mujer. Te creía muerto, musitó con miedo y dio un paso hacia atrás. Me disponía a entrar en casa, cuando escuché el llanto de un bebé. La miré desconcertado. Han pasado once años, se excusó temblando. Volví sobre mis pasos, me metí en el coche, encendí un cigarro, giré la llave, el motor gruñó. Creo que eso fue todo.

2 comentarios:

Víctor dijo...

Muy buena la imagen del bebé llorando y la mujer diciendo "han pasado once años". Un buen cachetazo. Un saludo, Manuel.

MANUEL MOYA dijo...

Gracias, Víctor por tu comentario. Es cierto, once años son demasiados, incluso paa la paciente Casandra. Quien va a Troya perdió su chorba, dijo Ulises.