Vuelvo tras varios días de ausencia. Ayer estuve en la exposición de María Alcantarilla. Como comentaba Carlos Serrato, es difícil decantarse por su poesía o por su pintura. Tienen ambas algo de esa frescura que le está haciendo falta al ambiente. Porque el panorama, desde luego, está como el día, nublado, grisáceo, cetrino hasta la exageración. María es sun soplo nuevo, una luz en esta galería. Pero no. No, no y no. Yo sentía sobre el cogote la cercanía de esa calle donde para mí suele nacer el día. Una calle azul donde siempre parecen rebrotar tacones lejanos. Al otro lado, reblandecidas por al lluvia, regadas por el oro del otoño, quedaban las murallas, los portales que dan a las murallas, ese ir y venir de calles donde siempre me he perdido y ahora me pierdo muchísimo más. Porque, dios, cuánto me gusta perderme en esa ciudad laberíntica y sensual, cuánto me gusta perder el sentido del espacio y de la razón. Cuánto me gusta que la ciudad me saque de mis casillas y se me esconda y se me muestre, y juegue conmigo y me lleve de un lugar a otro, jugando conmigo, tirándome de la mano, ocultándose en la lluvia, protegiéndome en la lluvia, besándome en cada esquina, tirando de mí hasta el río o la Alameda, que son como esos muelles donde van a descargar todos los galeones que tras ese delicioso mar se pierden. Ocnos, la gracia, el misterio, esa conjunción de cosas que suceden, que van sucediendo en la embriaguez, en la dulcísma estela de la embiaguez sin límites. Y, sí, cada vez que voy a Sevilla no puedo dejar de sentir sobre mi piel, el dulcísimo temblor de los azahares azules agitándose sobre los naranjos.
U HRANY
| María Alcantarilla Óleo. |
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