CEMENTERIO

Cementerio de FuenteheridosLadra un perro en medio del frío. Las fachadas, blancas, reblancas, casi cerúleas, de la calle Sola rebotan en mis ojos. Hace días que ya no está el cartel de SEVENDE. Sobre los tejados, el azul de los olivos, las ramas desnudas de los castaños. Ese es el mundo que hoy veo desde aquí. Un mundo sereno, envuelto en sí mismo, intemporal, indoloro, ajeno a los espasmos de la economía y a las heridas que la realidad impone. Ladra el perro, sigue ladrando al frío y a esta luz casi hospiciana, pero sus ladridos, mortecinos e inútiles rompen como olas muertas en el aire frío de la mañana.

Antes de ayer estuve paseando por el cementerio. Iba acompañado. Nunca había ido al cementerio de noche. Sentí una  extraordinaria paz. Ni siquiera hacía frío. La luz de la luna se reflejaba en las tapias enjalbegadas. Ramos de flores secas pendían aquí y allá, produciendo sombras tibias, familiares. Las cruces se sucedían en el suelo y junto a ellas la hierba fresca de la otoñada, resplandecía en la tibia luz de la luna. Los cipreses, llamas negras incendiando el aire, reforzaban la quietud. Una voz sonaba en mis oídos: la voz de un más allá conocido y hermoso. Me senté. Nos sentamos. Recorrí con la mirada el lugar que parecía acogernos en su silencio. Una extraordinaria luz lo bañaba todo. Otra luz anaranjada y triste, señalaba el pueblo, tras los tapiales blancos. Más allá, los castaños asediaban el recinto. Abajo sonaba una campana. Me sentía bien, sentía que sobre mí corría, tan serena, la sangre.
Me levante y rehice el camino hasta e entrada. Chirrió blandamente el cerrojo. Ahi afuera me esperaban los pinos, el camino de las mimosas y los castaños, la Verónica... el pueblo



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USTED




a Diego Vaya, a Lidia


Mi querido amigo, le alegrar

á saber que tenemos aquí ese libro de Cunqueiro que usted perdió en el camping de Hervás, así como los guantes de vicuña que extravió aquella noche de final de año, ¿se acuerda?, la primera que pasó con Lidia en Mojácar. Y el coche, el coche alquilado que le robaron del aparcamiento del restaurante de Sintra. Es nuestro el móvil que usted lanzó al mar cuando hacía el crucero de las islas griegas y decidió deshacerse de ella, de Lidia, quiero decir, quien, como supondrá, también obra en nuestro poder. También contamos con Bruce, que harto de sus indecisiones y sus mentiras, le dejó para comenzar de nuevo en Otawa (pero jamás llegó a Otawa) y del que, puede creerme, lo tenemos todo. Sólo faltaba usted, y no sabe cuánto nos alegra que por fin se haya decidido.

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