ANTISISTEMAS

El dominio de las palabras. Lo primero de todo fue el verbo, es decir, la palabra. Quien tenga la palabra tiene el poder y sus resortes. La derecha orgánica y la derechona de toda la vida, así como la izquierda más tibia y condescendiente, no hacen sino acojonarnos con ese lobo hirsuto del antisistema. Ese diablejo. Una idea, un programa, un individuo queda inmediatametne descalificado por antisistema. Por sí misma la palabra es utilizada como anatema. Otras palabras que últimamente escucho hasta la saciedad son demagogia y populismo. Antisistemas, populistas y demagogos van de la mano y para estos sistémicos -llamémosle así- acaso sean lo peor de lo peor. Los tipos que paran los desahucios son antisistemas y sus ideas demagógicas, cuando no abiertamente populistas. Los tipos que salen a la calle a pedir mejor sanidad y educación son antisistemas y sus propuestas utópicas -otra que tal baila- demagógicas e irreales -otra palabreja pal canasto-. Toda alternativa, toda posibilidad de alternativa es antisistémica y por ende demagógica. El populismo es un cáncer. El italiano Grillo es un maldito populista antisistema, un tipo que ha arrastrado mediante la demagogia el voto del 25% de una población anestesiada e indolente, que se echa en brazos del primer antisitema que pase por su puerta. Pero uno, que no quiere ser demagógico y que mientras no le demuestren lo contrario, no tiene nada de antisistema, entiende que realmente los antisistemas hoy por hoy son los partidos políticos, que no sólo no se oponen a las fechorías del sistema, sino que son sus cómplices necesarios. Los delincuentes de guante blanco que esquilman el sistema sí que son antisistema, así como los poderes económicos que se aprovechan de las fisuras y las dávidas que ellos mismos han abierto en el sistema. Mucho del poder mediático, verdadero altavoz de esos intereses que se aprovechan del sistema, es, sin lugar a dudas, antisistema. Un banquero que hunde un banco es, según mi criterio, un auténtico antisistema, porque alguien que vicia el sistema desde dentro o que hace tambalear el sistema no puede ser sino un antisistema. Un político que atendiendo los intereses de un banco, expulsa del sistema a sus clientes, es según mi terco entender un antisistema y un medio que no denuncia esto va contra el sistema. Un antisistema es todo aquel(lo) que atenta contra la estabilidad del sistema, no el que pide más sistema, como o es el caso de los manifestantes que exigen más garantías sociales. El sistema loforman los individuos que sostienen el sistema, las personas que con su esfuerzo, sus impuestos o con sus ahorros o sus ideas mantienen el sistema. El sistema no es patrimonio de los partidos políticos que casi acaban con el sistema, ni de los medios de comunicación perfectamente adiestrados para medrar en el sistema y protegerlo de sus detractores y mucho menos de esta peña que pone en jaque el sistema. La gente es el único sistema posible y todo cuanto signifique atentar contra la gente es atentar contra el cacareado sistema. Los antisistemas son precisamente quienes les sobran las gentes en el sistema. Pero ya lo sé, ya lo sé: esto es sólo demagogia. Populismo barato. Porque, hermanos, sépanlo desde ya: también hemos perdido la batalla del lenguaje. Sin lenguaje no hay victoria.



 
Hoy un micro que escuché en un bar de Castellina Marittima (Pisa) de labios de un fresador. Así describía él el fascismo informativo.
 

   PARÁBOLA


Imagine que es domingo y se alza tarde. Que levanta la persiana y la luz barre su habitación, que abre las hojas de la ventana y percibe con toda claridad la bocanada de aire limpio que le llega desde la calle y que le anima a coger la bici y darse su paseo por las avenidas soleadas. Imagine que se prepara su vaso de leche con cacao, su naranja y se dirige a la sala de estar. Que enciende el televisor. Que en ese momento ponen unas noticias estremecedoras que hablan precisamente de su ciudad. Que a lo que parece, está siendo azotada por un terrible temporal que arranca los árboles y ha hecho desplomarse cientos de cornisas, por todo lo cual las autoridades aconsejan que, salvo por razones de extrema necesidad, se evite salir a la calle. Usted, asombrado, ve las imágenes y, es cierto, parece su ciudad. Es, de hecho, su ciudad, pero aun cuando las imágenes de la televisión no pueden ser más apocalípticas, usted abre las ventanas del salón y al sacar la cabeza hacia la calle, todo parece apacible y radiante. Un abuelo pasea con su nieto, un perro olisquea en un almez y un par de adolescentes se acomodan en un banco. Desde luego no da la impresión de que ningún temporal asole la ciudad, y nada ni nadie le privará de su paseo. Cuando al volver al cuarto para colarse el maillot, lo que ve por la ventana es un cielo soleado y, abajo, la mansedumbre de los árboles, apenas mecidos por una apacible, casi imperceptible brisa, no tiene dudas. Imagine ahora que apaga el televisor que no deja de emitir im
ágenes del temporal, que usted toma su bici y, como hace en los buenos días, se dispone a dar una vuelta por las calles soleadas. Que atraviesa el pasillo, que quita los distintos cerrojos de su puerta y, que por prevención más que nada, toma el saquito con el impermeable de la percha y se lo ajusta a la cintura a modo de cinturón. Que baja confiado las escaleras y sin dudar acciona el interruptor que abre la puerta. Que ya sólo le queda girar el pomo y tirar de la puerta hacia usted.

¿Lo hará?


 

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