PESO MUERTO

Hoy hace un día espléndido. Lo hacía, porque el sol comienza a ocultarse. Los castaños están dorados y los chopos parecen doblones de oro al sol. Y pasan los días, el cartel de Se vende preside el balcón. El sol se oculta tras los castaños.





Últimamente trato de vivir aferrado a la realidad, a una realidad que se pierde, una realidad que parece ser la mejor de las realidades, o al menos si la comparamos con la realidad de mañana. Hay quienes quieren ver signos de recuperación económica. No los hay. Mienten. No puede haberlos. Y si los hay lo son sólo para los de siempre. La recuperación económica es una falacia, una mentira, una inmoralidad. Nadie, sin embargo, habla de signos de recuperación moral. Y es precisamente esto lo que hace falta, para que nadie tenga la tentación de traspasar las líneas del esclavismo. Y es hacia este horizonte terrible hacia el que nos dirigimos. Hoy somos los españoles quienes atisbamos este atroz horizonte, pero mañana serán otros, los que hoy creen vivir tan ricamente quienes caerán por la tolva de la carne podrida. Vivimos inmersos en la demolición de los derechos civiles, laborales y morales que tanto les costó obtener a las generaciones qu enos precedieron. La alienación nos ha podrido como colectivo y como sociedad. La alienación decide sobre nosostros pero también sobre los representantes políticos. Ha muerto el pensamiento donde más falta hacía. El consumo y esta economía narcotizante nos ha laminado. Hemos permitido que la sociedad nuestra ande como pollo sin cabeza. Es un hecho. Sin las conquistas de nuestros predecesores no somos nada. La involución nos cerca. Nos somete, nos encripta, nos anula. Y cuenta con el miedo para ello. Cuando nos demos cuenta, estaremos mordiendo el polvo. Hoy los obreros están desunidos, bajo la égira del miedo, atados por cien mil hipotecas imaginarias o reales, vencidos. Después de cien años, los obreros, desunidos y desprotegidos por los Estados, maltratados por los Estados y asustados por los Estados, están en plena fase de involución laboral y social. ¡Sálvese quien pueda! La sociedad culpa a los sindicatos de su enorme fracaso y sí, los sindicatos son un pálido reflejo de lo que fueron, y durante estos años de "bonanza" han flirteado mucho más de la cuenta con el posibilismo y el poder, hasta haberse desvirtuado y corrompido, pero hoy por hoy siguen ofreciendo la única garantía posible para los trabajadores. Habrá que descabezarlos, es cierto, habrá que reinventarlos si es preciso, pero para los trabajadores no existe otra posibilidad que la de unirse frente al monstruo de la explotación más canalla, para los trabajadores no queda otra que sindicarse, que colectivizarse, que convertirse en un colectivo para así luchar con alguna garantía contra la historia. De no defender aquí y ahora los derechos colectivos, pronto, a velocidad de vértigo, volveremos a los mundos dickensianos. No queda más que la lucha, me temo. No queda otra que perder el miedo, porque con el peso muerto del miedo lo perderemos todo, absolutamente todo. Hoy he leído en un diario que dos trabajadores marroquíes trabajaban en Baleares una media de 60 horas semanales por 70 euros. No serán los únicos. El monstruo ya está aquí. Nosotros acaso podamos resistir, pero qué carajo de mundo entregaremos a nuestros hijos.

Y sin embargo, perdonadme, creo que hoy hace un día espléndido.





ESBIRROS



El hombre que cada noche duerme en el portal, hoy lo he sabido, no es más que un contratado del ayuntamiento. Rodeado de cartones, de un escobón, de un carrito construido a base de despojos y apestando como una bodega, ese tipo no es más que un maldito contratado gracias a las oscuras ordenanzas municipales. ¿Merezco algo así? ¿Por qué nos trata como a imbéciles el ayuntamiento? ¿Creían que no me iba a acabar enterando? Todo, todo encaja. A mí no me la dan. Puedo parecer estúpido, pero a mí no me la dan. El ayuntamiento contrata a esos tipos para que sepamos qué es lo que nos ocurriría de no levantarnos cuando es todavía de noche, de no coger el metro cada mañana y de no volver ya oscurecido al lugar donde nos está esperando el hombre que apesta como una bodega, fiel esbirro, ya digo, del ayuntamiento. Entonces, sorteamos como podemos al tipejo, esperamos el ascensor, llegamos derrumbados a casa, besamos a la niña que está haciendo los deberes en su cuarto, ponemos el despertador a las seis y media y comenzamos a soñar en el adosado ese de la zona residencial, donde no dejan entrar a nadie, y mucho menos a los esbirros del ayuntamiento.


1 comentarios:

Sofía Serra dijo...

Me ha emocionado tu arenga, Manolo. Hace tiempo que deseaba oírla en un intelectual de peso.
Un beso.