BERLUSCONISMO

Hoy publicaré otro relato de Caza mayor, aunque la pieza que os dejo no es propiamente mía, sino que la escuché en el ristorante Papacqua, de Dario y Elisabetta, en la pisana Castellina Marittima. Se la escuché hace como tres años a un operario y me pareció una definición absolutamente precisa del fenómeno del berlusconismo, corriente política insuficientemente estudiada que consiste en la negación sistemática e interesada de la realidad para aceptar como realidad no la realidad misma sino lo que los medios afines dicten sobre ella. Lo estremecedor es que una parte de la sociedad tiende a considerar la verdad de los medios mucho más fiable que la que le dictan sus propios sentidos, incluyendo su sentido común. Evidentemente el berlusconismo necesita de unos medios a la altura de las circunstancias, comprometidos con la visión del berlusconi de turno. En España, país que siempre llega con retraso a las modas europeas, sufrimos ahora de un berlusconismo agudo, como bien ha sabido ver Millás en su celebrada columna de El País, medio que, por otra parte, flirtea  peligrosamente con el citado berlusconismo.




PARÁBOLA

(De IDEOLOGÍA, V)

    a un anónimo italiano, a Eligio

Imagine que es domingo y se alza tarde. Que levanta la persiana y la luz barre su habitación, que abre las hojas de la ventana y percibe con toda claridad la bocanada de aire limpio que le llega desde la calle y que le anima a coger la bici y darse su paseo por las avenidas soleadas. Imagine que se prepara su vaso de leche con cacao, su naranja y se dirige a la sala de estar. Que enciende el televisor. Que en ese momento ponen unas noticias estremecedoras que hablan precisamente de su ciudad. Que a lo que parece, está siendo azotada por un terrible temporal que arranca los árboles y ha hecho desplomarse cientos de cornisas, por todo lo cual las autoridades aconsejan que, salvo por razones de extrema necesidad, se evite salir a la calle. Usted, asombrado, ve las imágenes y, es cierto, parece su ciudad. Es, de hecho, su ciudad, pero aun cuando las imágenes de la televisión no pueden ser más apocalípticas, usted abre las ventanas del salón y al sacar la cabeza hacia la calle, todo parece apacible y radiante. Un abuelo pasea con su nieto, un perro olisquea en un almez y un par de adolescentes se acomodan en un banco. Desde luego no da la impresión de que ningún temporal asole la ciudad, y nada ni nadie le privará de su paseo. Cuando al volver al cuarto para colarse el maillot, lo que ve por la ventana es un cielo soleado y, abajo, la mansedumbre de los árboles, apenas mecidos por una apacible, casi imperceptible brisa, no tiene dudas.
    Imagine ahora que apaga el televisor que no deja de emitir imágenes del temporal, que usted toma su bici y, como hace en los buenos días, se dispone a dar una vuelta por las calles soleadas. Que atraviesa el pasillo, que quita los distintos cerrojos de su puerta y, que por prevención más que nada, toma el saquito con el impermeable de la percha y se lo ajusta a la cintura a modo de cinturón. Que baja confiado las escaleras y sin dudar acciona el interruptor que abre la puerta. Que ya sólo le queda girar el pomo y tirar de la puerta hacia usted.
    ¿Lo hará?

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