Rogelio Martínez. A nadie le suena este nombre. En su tierra natal, Redondela, quizás nadie o casi nadie haya lamentado su muerte a los muchísimos años, tal vez 90. Rogelio Martinez falleció ayer en Montevideo, pero es inútil, su nombre no les suena de nada. Y es una lástima, créanlo, puesto que muy seguramente les hubiera gustado conocerlo. Yo lo conocí como de casualidad, providencialmente, mientras estudiaba la figura del desconocido poeta Luis Pérez Infante, que se exiló de España con veintitantos años y contrajo por el camino una tuberculosis que ya no le abandonó hasta su muerte en Montevideo, antes de haber visto morir al general ferrolano que era la noticia que más había ansiado del mundo. Quien me llevó al joven poeta onubense en el exilio fue Rogelio, unos pocos años más joven que él, y con quien había trabajado en periódicos y publicaciones del exilio republicano. A su vez fue Ricardo Bada el que me puso en la estela de este gallego incombustible y memorioso, que representó hasta ayer mismo la memoria del exilio republicano no sólo en la pequeña República Oriental del Uruguay sino en la América toda. Pues eso es, eso fue y significó Rogelio: la memoria, la dignidad de los transterrados, de la España peregrina que dijera Bergamín, a quien trató en la Casa de España, bastión del exilio español en Montevideo. El empeño de Rogelio consistió en imbuir de dignidad y de memoria -palabras que en él van indubitablemente unidas- a ese exilio forzoso de quienes hubieron de abandonar físicamente España para establecer su vida en ese territorio cartilaginoso de la melancolía y la memoria. Y del transtierro. El incombustible Rogelio, como hoy me recuerda Alicia Cagnaso, que lo conoció y que le prestó su ayuda en ese trabajo ímprobo suyo de hacer despertar la memoria y plasmarla en los libros que, ya cerca de su muerte, fue publicando a sus costas. Rogelio tuvo una librería en Montevideo y desde allí fue haciendo su apostolado. Recuerdo a Rogelio y a su mujer en Sevilla entregándonos a Rafael Vargas y a mí viejos recortes de periódicos y documentos relativos a Luis Pérez Infante, su viejo compañero de armas literarias y de saudades sin cuento. Luego, tras jubilarse, Rogelio publicó libros sobre el exilio como aquellos tres tomos de Crónica del exilio español en el Uruguay, donde está todo cuanto de digno y de grande se hizo en aquel pequeño país, del que fue, hasta ayer mismo, nuestro cónsul, el gran cónsul de la memoria del exilio. Descanse su melancolía y continúe en nosotros su ejemplo de dignidad y de fortaleza ante el oprobio y las dificultades. Ha muerto Rogelio Martinez, nadie recuerda su nombre. No importa: hombres como él hicieron más grande al hombre.
No es mi costumbre, pero permítanme improvisar una estela en nombre de Rogelio Martinez:
No es mi costumbre, pero permítanme improvisar una estela en nombre de Rogelio Martinez:
Ha muerto Rogelio Martinez,
Redondela, Montevideo,
no importan las fechas,
importa la distancia
entre lo que dicta el alma
y lo que la dignidad exige.
1 comentarios:
Rogelio llegó en 1941 a Montevideo desde su Cesantes (Pontevedra) natal perseguido por Falange y aquí en Uruguay militó desde ese momento hasta el día de su muerte, el sábado 27 de diciembre de 2014 por la memoria y la dignidad del hombre. Antes de morir, a los 91 años, tuvo la alegría de ver impreso por Losada, de Buenos Aires, Rafael Alberti, María Teresa León y Aitana Alberti en Uruguay, con prólogo de Aitana, en el que tuve el orgullo de acompañarlo. 74 años de su vida dedicados a la reconstrucción y preservación del republicanismo en Uruguay. A gente así, Bertolt Brecht los llama los "imprescindibles". Gracias por tu nota, Manuel. Alicia Cagnasso
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