Acaba de aparecer mi libro Salida de emergencia. Se trata de un solo y extenso poema. Aquí podrás
leer, si te apetece, la mitad del poema.
SALIDA
DE
EMERGE
NCIA
un poema es una sepultura,
y, cielo, tú debes caber dentro.
Violeta c. RANGEL
Y SÍ, cielo, tú debes caber
dentro.
Tienes que escarbar y escarbar
hasta que quepas dentro,
hasta que en el hueco que abres en
la tierra quepas todo,
hasta que la tierra te rodee como
a un árbol
y sientas contra ti el peso de esa
tierra, el nombre de esa tierra,
el sigilo y el celo de esa tierra,
su tibia y celeste muchedumbre.
Una sepultura, sí, y un río
navegable
y, allá al fondo, su salida de
emergencia.
Porque en el fondo fondo de ti
mismo,
donde ya comienzas a ser tierra,
la corriente espesa de la tierra se va abriendo
mientras tú te quieres navegable
como el río que nace en el cielo
estrellado de tu boca,
en la estrella helada de tus
dientes,
bajo la cúpula azul de tus
encías, tierra, tierra,
y querrías que un hato de lucios
o de tencas trepara hasta tu vientre
y en invierno querrías dar calor
a una comarca
y en verano arrancar el escalofrío
de un niño.
Y sí, te querrías sepultura
navegable, tierra, tierra,
y que los barcos, como ahora,
rielaran por tus huesos
y bailasen las muchachas al compás
de una orquesta,
que los viejos lanzasen sus cañas
en tu orilla
y al arenero no faltara su jornal,
su vaso de alma.
Y querrías que todo tú fuera
navegable y servir por un momento
de reflejo a todos esos pájaros
que cruzan volando hacia el estrecho,
nubes a quienes nada importa
quedarse en el camino
o deshacerse como uva en el lagar
del cielo.
Y te querrías a la vez sepultura
y navegable, fulgor entre el carrizo,
y estar pasando a veces, tierra,
tierra,
y cantar a tu modo canciones que
sepan a vino, a humo, a ascua, a greda.
Pero en fin, amigo mío, cielo
mío, uno debe caber dentro,
y desnudo tumbarse hasta que nada,
nada lo salve de sí mismo,
hasta que encuentres algo a que
agarrarse,
una copa, un cable, un cigarrillo,
un gato, el desván último de un cuerpo,
la Amazonia interior de ese yo o
usted o quién sabe,
y el ser que le persigue o te hace
ser o lo desagua, así, como en un mar de otoño
hasta ahogarle en una luz sin
huesos, en un cielo sin garras,
en una población de hombros y de
arterias,
luces que fueron o lo serán un
día;
pero ahora, aléjese, concéntrate
en un punto, confíese al paisaje
por el que avanza mientras sueñas
con un paisaje helado
de tierras ojivales y pájaros
azules;
asiente bien los muslos, céntrate
en ti mismo,
y la misma tierra en su tibieza,
en su drenaje,
le hará abrir de par en par las
venas,
hasta que le duelan por dentro
como duele una cicatriz
cuando barrunta la nieve
y suspenda, suspende tu contacto
con el mundo.
Mantenga, pues, alerta el corazón,
date su sitio,
y escuche, escúchate, porque hoy
le quiere hablar un pobre tipo,
sí, un pobre tipo atrapado como
usted en un muñón de tierra,
de aire o de fatiga, qué más da,
un hombre ciego entre los hombres,
el vecino de Remedios, el hijo de
Ana y de Fidel,
el chico aquel que jugaba al
fútbol,
que se armaba de paciencia o de
tristeza ante sí mismo,
que tocaba el mundo con el temblor
de un mirlo,
que caminaba por la luz y por el
óxido,
polizón de un barco que se hundía
mientras leía versos como quien
se traga espadas:
“porque tú -leyó en Salinas-
vives en tus actos
/ y con la punta de tus dedos
pulsas el mundo/,
le arrancas auroras, alegrías. /
La vida es eso que tú tocas”.
Y sí, la vida era exacta,
radicalmente aquello que tocabas y veías,
la tierra que volvía hacia la
tierra,
aquello que pugnaba por vencerme y
abrazarte,
sin red, sin anestésicos, sin río
navegable, sin salida de emergencia,
sin una maldita salida de
emergencia por si acaso,
porque la vida es exactamente esto
eso que tú tocas, que en ti busca su extremo,
nube que desborda el aire, gato
que al sol busca
su jornal de gato, Remedios, la
vecina, tanteando el polvo con su bastón de arena,
la chica que vivía ahí enfrente,
en calle Sola,
la terca geometría de las cosas
que son tú, tú para siempre.
Mi nombre... bueno, bastará con
que sepa que vengo navegando desde lejos,
de muy lejos, de una tierra de
robles y castaños,
de hombres que llevan el sueño en
sus macutos,
como usted lleva (y yo llevo) la
anestesia de Dios esculpida en los huesos,
con ese aire del que cada noche se
desviste
y entrega su ropa al respaldo de
la silla, y desnudo se confía a la noche
como al espejo-fuente, como al
dios del gato,
tierra,
tierra, tierra,
como a la nube que tan sólo se
nutre de presente,
porque al fin soy más mi calle,
mi esquina, mi casa, que yo mismo,
soy más ese jirón de nubes que
ahora pasa ante mis ojos, tierra, tierra,
que estos versos que hablan de un
jirón de nubes que pasa ante mis ojos,
pero quizás no sea esto lo que
hoy he venido a contarte,
sino el exacto tamaño de mi
sepultura, de la tierra que me cubre,
y del cielo y de ese gato, que es
ya todos los gatos.
No soy más (y usted lo sabe) que
un animal que se asoma
desde la tierra a las cosas no
siendo ya ninguna de esas cosas,
un animal que permanece en vilo,
huido de una cueva,
ajeno al discurrir del cielo, sin
la memoria arterial de las cosas cosas,
con su castillo devorado por la
yedra,
con los ojos turbios y el estómago
revuelto de tanta luz no masticada,
mientras tantas, tantísimas
cabezas aparecen sesgadas por el suelo,
oh museo expoliado, oh catedral
sin alma, oh piedra sin dios,
oh jardín regado con ácido
sulfhídrico, oh cielo borrado por un telón de níquel.
Mercromina. Barro. Savia. Cerco.
Podredumbre. Tú. Tú como entonces.
El dorado paisaje de tu nombre,
azul, descaradamente azul ya para siempre.
Pero me pierdo como un niño se
pierde ante la luz verdinegra de un veneno,
porque lo sé lo sabes no tengo
gran cosa que contarte,
mi vida es tan vulgar como la
tuya, mas lo importante... (¿lo importante?,
¿qué quieres decir con lo
importante?) es que las nubes pasan deshaciéndose
en mis ojos en los tuyos, no como
un simulacro de destino, no como metáfora,
no como un sumidero de tiempo,
tierra, tierra,
no como abstracción, nunca como
idea,
sino como algo verdadero,
asombroso y verdadero,
mucho más verdadero que esa
ilusión de certezas
que encubren mis palabras. Porque
la nube es,
está siendo ahora, mientras yo te
hablo y tú me escuchas
y mi ventana se llena (ay
palabras) de la claridad sencilla del naranjo de Remedios,
de la suficiencia del aire y de
las talanqueras
y del abeto talado y del pozo y de
la tela metálica
y de los rojos tejados donde a
veces, como una flor solar, duerme un gato
o tú te asomas, tú, tú, tú,
tierra, tierra, tierra.
Pero no, descuida, hoy vengo a
contarte esas cosas que me pasan por lo adentro,
oh río navegable, cuando estoy
solo y no sé qué me pasa,
cuando sé lo que me pasa pero no
puedo explicarlo,
o me asusto porque la razón no
alcanza
como no alcanza la luz a una
ventana tapada por escombros,
o me digo que ése, ése, tampoco
he de ser yo,
cuando creo estar perdido entre
dudas y certezas (¿certezas?, ¿qué certezas?),
este ser pequeño no ya frente al
mundo,
sino ante un mísero obstáculo,
este ser de nieve que se agranda
cuando el amor o el clamor suenan
en él, en mí,
lo toman me toman de su mano de la
mía, y en la cara entonces
se dibuja me dibuja el rostro de
Dios y soy/eres su espejo, carcomido y sucio,
pero espejo, yo, tú, tú, tú, y
tierra, tierra, tierra,
y siento sientes que la gravedad
me es algo ajena pero a la vez muy mía, suya,
porque de ella (de mí) nacen las
cosas que vienen a romper, como olas sin pernos,
sobre este mar de oscuridad, de
ojo sin retina, de caparazón sin boca, sepultura,
o, de repente, Dios, siento asco
por todo lo que toco
y cómo puedo evitar un escalofrío
ante tu boca,
ante ese e-mail tuyo salido tierra
tierra de tus huesos,
al escuchar tu voz que ha de
vencer la oscuridad para alcanzar mi oído,
o me callo como un árbol ante la
cosa más indigna de la Tierra.
Porque soy yo ese ser pequeño
como el ojo de un hacha,
como el mosquito del vino, o la
estela de un chorlo,
porque soy yo, siempre, incluso,
hecho jirones,
el que construye con sus huesos
su entero ser, su alcazaba, su
sepulcro, el que ladra y tiembla
cuando las nubes acuchillan a la
luna en el costado
o simplemente pasa, está pasando,
como pasa un mirlo, como pasa la voz por este aquí de tejas y gatos
y sol y una mañana...
Pero tienes que saber que tampoco
en este sitio hay una clara salida de emergencia,
porque una ventana donde uno pueda
lanzarse hacia el vacío
no es, no puede ser, una salida de
emergencia
(o sí, quizás, bueno, en fin, no
estoy seguro);
una salida de emergencia es otra
cosa, no sé qué, pero otra cosa:
las nubes, el naranjo, la luz de
amanecida, cuando todo es estreno,
el saber que no es tarde para
pertenecer a algo, tierra, tierra,
para ser una más de las cosas que
suceden,
como el ladrido de un perro o el
zumbido de una avispa,
y así mirar el aire como si
estuvieras mirándote,
y mirar las nubes, el naranjo, la
luz de amanecida, sin ya importarte nada,
sólo eso, la luz, las nubes, sólo
eso, pero no sé, repito, yo no sé,
quizás una salida de emergencia
sea otra cosa,
como cuando te agarras a algo para
que no te tumbe el viento,
o cuando estás solo y sientes la
tibieza, el soplo, un bienestar sin causa
y todo a tu redor parece en vilo,
envuelto en esa luz
que se esparce por la piel como si
un beso,
porque la vida, recuerda, era eso,
eso que tú tocas, la tierra,
el llanto de la tierra y su
tibieza, su amasijo helado, su vómito, su sol sobre los pinos.
Pero no sé. Llega el momento en
el que no sabes nada o lo que sabes
no es nada en lo que puedas
asentarte y decirte, ufff, aquí estamos,
he llegado a alguna conclusión,
creo que me he asentado en algo
desde donde puedo seguir ahondando
en esta tierra,
para alguna vez caber dentro y ser
adentro, adentro, adentro.
Media vida he perdido en
esperarte, en escarbar para esperarte.
Por eso ni siquiera esperar es ya
un consuelo. Es más, no espero nada
que no esté ya aquí, como esos
tejados o esas nubes, o el canto ronco de ese gallo,
o el pozo, o mis dedos tecleando
para ti, o las cartas que me llegan desde lejos
para calentarme el alma, para
decirle al alma que está viva, turbia pero viva.
Y estoy aquí, escarbando,
rompiéndome las uñas en la tierra,
como si no tuviera nada que decir,
como si hablarte o no ya no importara,
como si el oro del mundo estuviera
expuesto en las vitrinas, hecho alhajas,
y uno hubiera llegado tarde a
todo, a ti, amor, a todo, cuando al acabar la feria
los obreros, subidos en sus grúas,
desenroscan las bombillas,
o apilan sobre el polvo farolillos
y banderas.
He llegado tarde, sí, o quizás
ni siquiera haya llegado, pues también yo he perdido la diligencia
y me encuentro ahora en un viejo
apeadero
donde aguardo la siguiente
diligencia hacia el abismo
y aquí estoy, disfrutando de la
brisa que me da todo esto
y del alma que me dieron para
poder disfrutarlo
y ni interrogo ni busco, ni me
decido a marcharme o a quedarme,
a subir o a bajar, a pedir un café
o a preguntar cuándo pasa la siguiente diligencia, oh, Bernardo.
Mejor será que empecemos a
entendernos,
porque yo había venido a hablar
contigo, a decirles algo.
Algo importante y simple, se
supone.
Algo que me pasa y que te pasa y
que nos une
como acaso no nos una una bandera
o un escudo,
una tarde loquísima de amor, un
desaire, un lejano parentesco,
pero no sé, ahora entiendo aquel
poema de Rosales que decía:
“Como el náufrago metódico que
contase las olas que faltan
para morir, y las contase, y las
volviese a contar,
para evitar errores, hasta la
última, hasta aquella
que tiene la estatura de un niño
y le besa y le cubre la frente,
así he vivido yo con una vaga
prudencia de caballo
de cartón en el baño, sabiendo
que jamás me he equivocado
en nada sino en las cosas que yo
más quería”.
Pero, descuida, la vida es eso que
tú tocas, en lo que yo más quería, la diligencia,
sí, la tierra tierra, eso que tú
tocas,
aunque no sepa decirte de qué
lado está hoy la luna y de qué lado su reflejo,
aunque no logre arrancarte ni un
triste escalofrío,
y no me empape ni el más leve
jugo de tu sombra
(sino en lo que más quería, sino
en lo que yo más quería,
en lo que uno, y tú, y yo más y
más y más quería, queríamos, ya no sé).
Porque a cada cual le llega esa
hora en que la vida lo pone boca arriba
y ha de decidir si sigue su viaje
por las sombras o se planta,
si acepta su condición de esclavo
o marcha por el mundo
con un hombro mordido, con la boca
rota,
pero si ya ha dicho “sí”, un
sí definitivo, puede que el mundo pase por delante
sin herirlo y vaya seguro por sus
trochas
y todo sea pescar en un gran río
de calma y certidumbre,
pero si dice “no”, ah, si dice
no, seguirá ahí, en sus trece,
aun cuando sepa que anda
equivocado
y tenga por seguro que ese “no”
es una carga que siempre ha de llevar.
Y bien, hablemos claro, yo sé que
no eres ni serás ningún idiota,
me basta cruzar contigo conmigo
una mirada para saber que estás,
que estoy perdido,
y aunque acaso sepas lo que
quieres (yo no sé),
aunque todo lo tengas bien
dispuesto,
aunque en tu casa o en mi casa no
entre el frío
en el invierno, ni el calor te
abrase en el verano,
y la hipoteca venza y estés en
paz con todo el mundo,
estás estoy así, perdido,
tierra, tierra, aunque sepas con precisión, exactamente, lo que
quieres,
aunque cuando todo esto acabe,
sepas sepa dónde ir, con quién cruzar el río,
hasta cuándo escarbar en este río
de tierra,
a qué puerta llamar, en qué cama
tumbarte,
con qué tono dar las buenas
noches, a quién exigirle mi salario tu salario
y a qué número llamar en caso de
zozobra,
yo sé que estás que estoy
perdido, tan perdido como yo en este día de otoño,
con esas nubes rojas y bulbosas en
el cielo, con el gato en el tejado,
con la tela metálica de exágonos
vacíos,
con Remedios, la vecina, punteando
con su bastón, el tuyo, el mío, las horas.
Lástima, me digo, que tampoco
para ti
haya salidas de emergencia, que
estés tan atrapado como yo
bajo este techo, en esta
sepultura, tan lejos de tu casa,
de las cosas que te esperan en tu
casa,
de tu sillón, de tus vecinos, de
tus gatos,
de ese corredor de tierra donde
pasa el tiempo lamiéndote con su sucio espejo.
Venía, digo, a contarte algo
importante, urgente, inaplazable,
pero no sé, no sé, de pronto el
cielo se ha nublado, y tiembla el árbol y el maullido,
de pronto se alza el viento, yo no
sé, cae una hoja,
el gato abandona lentamente su
tejado y los pájaros vuelan en redondo,
ante esa vieja telaraña que es tu
vida y es mi vida.
Quizás nada irreparable, algo que
uno escucha, que alguien dice,
ya lo sabes, cosas que soy o que
suceden,
esas cosas que también a ti se te
posan en los hombros o en los labios,
como un temblor o un escalofrío o
la ventisca,
pequeñas, muy pequeñas cosas,
pequeñas como alondras,
pero nada tienen que ver en esto
las alondras, en mí, en lo que vine a decirte,
pues las alondras están bien
donde están,
en mi aldea, en sus nidos, en sus
vuelos rasantes,
en un verso de luna y, sobre todo,
en sus cuerpos ateridos de alondra.
Pero, a ver, ¿qué quiero contar,
qué me atrevo a contarte?
No quiero lanzarme así, como una
hiena, a un striptease sin cuerpo,
a una auto-inmolación sin
consecuencias (ya está dicho,
uno ha de caber exactamente en su
sepultura). De aquí, me juraron,
has de salir como viniste, como el
que asiste a un entierro
o desfila de esclavo en carnaval.
Antes de salir de casa me dije,
chico, tú tranquilo, no eres nuevo en esto,
siempre te puedes buscar algún
resquicio, algún edema,
puedes mentir, cambiar de voz,
decir exactamente lo que quieres escuchar,
dejar que pase el tiempo, tierra,
tierra,
dejar que todo fluya, centrar toda
tu atención en no inspirar piedad.
He aquí algo a qué agarrarse
cuando ya nada queda a qué agarrarse.
Quien anda en el camino, quien
araña en su sepulcro,
a veces encuentra raíces, alas,
humus, asideros, cosas, simples cosas.
(Agárrate a las cosas, defiéndete
en las cosas, haz tuyas las cosas,
pero ah, ah, despréndete de todas
esas cosas.)
Porque a algo hay que agarrarse,
a algo hay que entregarle nuestra
fe, cualquier fe,
y la piedad, compañero del alma,
la piedad, es una de esas cosas.
Remedios, mi vecina, el gato, la
diligencia, todas esas cosas que soy también
sin yo quererlo, sin haberlas
buscado, sin posible escapatoria,
yo mismo y tú y tú y tú.
Porque yo también he venido a
buscarte entre las cosas,
porque hoy quiero saber si todo
este vivir de espaldas
tiene algún sentido, si este
fracasar en todo lleva a alguna parte,
si este tropezar en cada esquina
sirve a algún propósito,
si abre alguna puerta o cierra
algún postigo
si este estar aquí, siendo el que
no ha nacido para esto,
el que tenía condiciones,
mientras cantaba la canción al
infinito en un gallinero,
me lleva a alguna parte, tierra,
tierra,
oh Bernardo, grande como el que
escucha caer
un grano de arroz al fondo de un
pozo,
como quien, sin alharacas, ha
cantado la canción del infinito en un gallinero...
necesito, necesito (mientras sigo
excavando) salidas de emergencia,
porque el pan no me basta, porque
no me basta el sueño ni la luz, porque no me basta Dios ni el
horizonte, porque el pasado no me es suficiente, ni tú, pobre de mí,
ni ese saber del segundo oscuro, limpio, tierra, irremediable.
Por eso antes de entrar he hablado
con el responsable de esto, que me ha dicho que nadie corre peligro,
descuide, llevamos mucho tiempo en el negocio y ni una sola muerte,
ni un solo herido, no, descuide, aquí sólo admitimos a tipos sanos,
con arrojo, gente que acude a su trabajo, que con su dinero paga la
ropa que lo viste, la mansión que habita... usted ya sabe. Entonces
yo, le pregunté..., ¿Pero dónde está, por dónde cae la salida de
emergencia? Verá, me respondió, usted, estoy seguro, será
discreto, sabrá cómo entender la situación, así que déjese
llevar, olvide que está aquí, que mañana no estará, sepa que esa
gente, usted, yo, aquella chica, están tan atrapadas como usted, no
sé si me sigue, en fin, yo he confiado en su persona y ahora le toca
a usted no defraudarme. La gente que ha venido son, repito, tipos
sanos, con coraje, decía, le iba diciendo, que pagan sus impuestos,
que vienen a escucharlo y no harán preguntas cuya contestación ya
saben, gente cordial, gente tranquila, con sus dudas, sus vacíos,
sus hipotecas, sus nichos preparados y sus cosas.
Pero no sé, en realidad no sé si
esa es la respuesta
que puede esperar un hombre como
usted o como yo,
aunque a veces, sólo a veces, nos
tranquilicen ciertas cosas:
un bote de aspirinas, un dinero
mensual, que funcione el servicio de basuras,
que persigan el delito, que
entierren a los muertos...
En fin, lo que uno pide es otra
cosa: una maldita salida de emergencia.
Porque también yo soy un
ciudadano
que paga sus impuestos y exige que
todo esté en su sitio:
carreteras, quioscos, dioses,
leyes, asesinos, alcaldes, poetas, obuses, sodomitas,
cebras, pasos de cebra, escuelas,
farolas, estadios, peluqueros...
Elegí el oficio de ser (sentir,
pensar, dudar, sudar, sumar, multiplicarme)
por ser una actividad no peligrosa
(me equivoqué, lo admito, pero
ahora no encuentro
manera de volver a ser quien era),
aun cuando al empezar en esto
sentir, pensar, dudar, sudar,
sumar, multiplicarse
podía servir de algo a un tipo
que corría por delante de sus dedos,
y sí, estoy aquí por eso,
huyendo de las voces, refugiándome en las voces,
fornicando con las voces en cuyas
fauces habita la locura o el aliento.
Porque
has de saber que quienes atraparon al sol en su carrera
no
se resignan ya a la quietud de la noche
aun
sabiendo que el pesar es parte del camino.
Y no es fácil de explicar, porque
nada es fácil de explicar cuando uno huye
de enemigos que el tiempo no
doblega y nada sirve a nada,
ni correr ni detenerse, ni
buscarse mayores enemigos, ni sentarse en esta tierra
que es para la vida como un
cuenco, como la obligada servidumbre,
como la luna que baja cada noche
hasta el naranjo y ahí dormita,
absorta y negligente, como una
yegua enferma.
¿Te has visto alguna vez ante un
fusil, sabes cómo se carga una pistola,
has oído el sonido que hace un
hombre al caer, un corazón al pararse,
un río desbocado,
has
oído alguna vez la tierra?
Cuando nací todo estaba muy
reciente, había huesos aún por las cunetas,
nadie se había tomado la decencia
de tapar los agujeros ni las cruces de las tapias,
y en ese caso, bueno, bien mirado,
cómo no,
no había ningún lugar donde
encargar uno el futuro,
donde empezar el futuro o andar al
aguardo de un futuro
de calles limpias y frescas, con
farolas, donde saliera la luna
sin pedir permiso y el sol se
fuese sin pedir excusas,
o Remedios, mi vecina, apareciera
cada día en su terraza para regar sus begonias
sin sentir asco, con un dedo que
le dijera cállese, métase en su casa,
y el gato siguiera buscando el sol
en los tejados, simple, gratuitamente,
como se hace en las casas donde
cada día entra el sol con nobleza
y cada día hay begonias y sol
gratis en los tejados
y la gente se sienta cada día a
comer y hay alegría
y hablan de esas cosas pequeñas
como alondras, nubes que pasan,
muchachas que esperan púdicas al
pie de una maleta
mientras alguien sueña o muere y
es otoño y los gatos buscan el sol que dan en los tejados.
Pero me basta con que sepas que
aquí, bajo este techo,
no hay más que lo que ves,
paredes que se cierran, vigas que te ahogan,
ventanas que no dan sino a sí
mismas, lámparas que dan dulzor al frío,
navajas que escandalizan la rueca
de la noche y tú,
amigo, tú, tendrás que tomar una
decisión, una buena o una mala decisión:
en caso de peligro has de elegir
si salir por la izquierda, si escapar por la derecha,
si encaramarte al techo o
arrastrarte por los sumideros,
¿y no me digas que al entrar no
has reparado por dónde queda la salida de emergencia?
Si no es así, di, ¿en qué país
vives, de dónde sales?
¿Entras en un sitio y no piensas
en si hay o si no hay salida de emergencia,
aceptas un trabajo y no te
preguntas dónde está la salida de emergencia,
vives junto a alguien y no
preguntas, chico,
chica, en qué lugar ponemos la
salida de emergencia,
contratas al arquitecto y no le
dices,
no repare en gastos, póngame la
mejor salida de emergencia?
En fin, en ti mismo. En un
trabajo, en una peli, en una hipoteca,
en un bar de copas, en un poema,
qué sé yo,
hay que decirse: bien, vale,
derecha, izquierda,
el techo, la ventana, el sumidero,
el dormitorio,
el ángulo, el acento, la cámara,
enfatizar ahora, frenar más tarde, el baño, el baño, el baño,
pero aquí, usted me pone AQUÍ la
salida de emergencia...
Cuando hablo de decisión me
refiero justo a eso.
Porque la obra, esta obra, aquella
obra, carece de argumento,
y no me explico por qué tú estás
aquí, por qué estoy yo,
por qué he venido de tan lejos
para estar contigo y tú ahí, escuchando,
diciéndote tal vez, pero este
tío, Dios, de qué me habla,
qué tengo yo que ver con él, a
qué meterme a mí en sus dudas,
en su ir y venir hacia la nada,
y es por eso, justo por eso, que
te agradezco de verdad que estés aquí,
que no te hayas marchado, que no
te hayas rendido, etcétera.
Sí. Puede que mi poema, ya digo,
hable de esas cosas, yo no sé,
que sólo interesan a los enfermos
de algo
y a los jóvenes de algo, a los
enfermos de juventud
y a los hinchados estandartes de
las cosas posibles,
pero yo no soy, algo me conoces,
un tipo con paperas ni complejo de culpa
que pretende acabar con el sistema
saboteándolo, es decir, cobrando una nómina del sistema para,
digámoslo de manera que puedas comprenderlo, debilitar sus defensas,
algo así como una salida de
emergencia moral,
porque yo a quien temo es a la
oscuridad sin norte,
al cielo sin azul, a las torres
más altas,
y odio tanto la contradicción
como al tipo que me suspendió el bachillerato.
Yo entonces me alzaba al escuchar
el sonido de unos pasos sobre el pasto,
o el lejano ladrido de un perro.
Cualquier cosa me encendía,
cualquier cosa me cegaba.
Ahora espero que al despertar me
sorprenda el silencio del humo
o la palidez de la escarcha al pie
de esos tejados.
No me conmueven ya ni los ríos
tumultuosos tierra, tierra, tierra, mil veces tierra,
ni los remotos países donde las
mujeres bailan hasta el alba, sino la sencillez de un cielo rielado
de nubes,
el vuelo de la alondra de regreso
a su nido, o la franca alegría de un hombre cuando ligero camina a
sus asuntos.
Para vosotros el placer de las
estrellas fugaces. Dejadme aquí, varado frente al cielo encendido.
A qué darle más vueltas. Todo es
cuestión de ombligo,
pero mientras pueda olvidarme de
mi ombligo
todo estará en orden y las
paredes serán paredes y árboles los árboles,
mi madre tierra tierra me llamará
por mi nombre
y el mar seguirá haciendo su
particular ruidito al despertarme
(pero yo vivo lejos del mar),
porque mi ombligo es como un pozo
sin fondo y, si me apuran, mi ombligo es el fondo
de un pozo sin fondo, de modo que
cuando dice aquí estoy yo
y comienza a chupar de mí, a
tirar de mí hacia ese fondo sin fondo suyo,
entonces estoy perdido, porque no
hay un fondo fondo,
no sé cómo decirlo, y, por más
que baje, siempre puedo bajar más
y más y más, y no siempre es
posible aguantarme a un árbol
o agarrarme a una madre o a unas
paredes, porque el ombligo me tira de todos lados,
desde los calcañares y desde la
memoria,
desde la rabia, desde mis hijos o
desde la más pura indolencia...
y entonces descubro con pavor que
estoy otra vez a merced del fondo fondo
de mi ombligo
y que importunarlo es como
importunar a todos los diablos
y que alentarlo es como alentar a
todos los diablos,
y que lo mejor es dejarlo en el
fondo sin fondo de sí mismo
y no andar echándole trocitos de
carne, ni veneno,
ni sobras de la cena, ni versos,
ni nada de nada y dormir
y llegarme cada día al instituto
o a la madre olvidado del ombligo,
y cruzar mucho los dedos, por si
acaso...
Porque yo iba para químico, y
ahora que ya me he perdido definitivamente,
quizás debiera contarte por qué
quise ser químico,
cómo es que aquel imbécil me
pisoteó las entrañas,
pero no, no, no, a qué insultar a
nadie en un poema,
yo soy, tú lo sabes, un jodido
poeta sin ideas,
un poeta provincial que contempla
cómo se deshacen
las nubes en el frontón del
cielo, sólo eso.
Un poeta como yo, que describe las
nubes y su paso silencioso ante mi casa,
que atribuye un cierto simbolismo
a las tormentas,
o que escribe versos tristes a la
lluvia,
jamás habla de entrañas. Para
alguien como yo
sólo existen unas vísceras
posibles: las del Dios de las borrascas,
las del Dios que se deshace en el
descielo,
las del Dios que mueve las hojas
del naranjo del vecino,
las del Dios que mantiene la tapia
frente al viento,
y hasta un poeta como yo sabe que
el Dios que veo salir cada día de mi celda
no tiene entrañas ni atributos,
sino hojas o paredes, y gatos
que se tumban como dioses en los
charcos que el sol dibuja en los tejados,
y al moverse las hojas, es el
propio Dios el que se mueve,
y al quedarse en pie la tapia, es
Dios el que se queda en pie,
porque todo es igual y tú lo
sabes, porque Dios es igual, nube y tejado,
el cielo que veo y el ojo que
mira, la luz y las entrañas,
o no, pero entonces admitamos que
sus entrañas son el mundo, el universo,
en fin, estoy hecho un lío,
porque Dios, ya lo he dicho,
se mece en las hojas del naranjo y
es un Dios formidable y eterno,
hecho de luz y hecho de lluvia y
hecho a veces de un malestar antiguo,
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