Conocí muy fugazmente a Rafael de Cózar. Lo recuerdo por los pasillos de la Enramadilla cuando uno estudiaba -es un decir- filología y lo veía pasar por aquellos corredores como un semidiós, agarrado a su cartera de cuero. Luego coincidimos varias veces en "estas cositas nuestras" y nos teníamos afecto. Era un tipo cordial, que siempre llevaba consigo su viento de levante. Debo confesar que no me entusiasmaron sus escritos, pero sí su sentido de la vida. De alguien como él, que llevaba el viento de levante en la sangre, uno esperaba más escritura, a qué negarlo. Ahora, su imagen final me impresiona. Morir defendiendo la biblioteca, defendiendo sus libros, defendiendo todo eso que fue su vida, en lo que creyó, en lo que fue. Morir en una metáfora. Dar su vida, entregarla en un acto final a sus libros. Con desesperación, con esa verdad suya, intransferible e insumisa -levante, levante, levante- que todos le suponíamos. Sin -permitáseme-, una posible salida de emergencia. Rafael, que vivió lo suyo, ha muerto defendiendo el castillo, la fragilidad y las dudas de quienes pasaron por su vida y por su memoria. De él guardaré esa imagen heroica, él, que tanto descreyó de los héroes.
RAFAEL DE CÓZAR, PURO LEVANTE
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1 comentarios:
Hermoso, Manuel, el recuerdo, el reconocimiento y la forma.
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