DYLAN THOMAS

Dylan Thomas (1914-1953), el poeta galés que incendió la poesía británica. Su voz (buscadla, buscadla) tenía algo de esa voz de los viejos bardos celtas. Nos suena a la vez muy antigua y muy moderna. En ella hay algo de las minas galesas y a la vez el canto de las gaviotas de Swansea, su cuna. Su escritura era luminosa y a la vez cuajada de brumas. Hubo de ser un hombre desdichado, pero de una ternura salvaje. Se dice de él que nunca llegó a superar la muerte de Rose Souther. Murió en el Hospital de Saint Vincent, en Greenwich Village, Nueva York a causa de una borrachera (algunos creen que se trató en realidad de un suicidio). Quizás tanta luz y tanto hollín lo mataran. Nunca lo sabremos. Bebió mucho, tal vez muchísimo y su poesía tenía y sigue teniendo algo de melopea hipnótica. Un poeta sin duda alguna distinto. Os dejo con un poema dedicado y otro suyo, escrito un año antes de su muerte. Buscad, eso sí, una grabación del gran Dylan Thomas, que haberlas hailas. Emociona escucharlo.

EL GRAN BOSQUE
HOMENAJE PÓSTUMO A DYLAN THOMAS



Ya está ahí esa furcia, gritaba.
Todos huimos de ella como antílopes desbocados,
pero sus dentelladas son tan ciertas que, más que correr,
debiéramos invitarla a una pinta.
Mientras nuestras rodillas se descarnan
y la herrumbre descalicha nuestros huesos,
nuevos huesos toman las palas y las sierras,
una nueva chica quedará preñada en la ladera de West Cross
y el más borracho entre los borrachos
volverá a lamentar no haberse dejado morir
cuando aún estaba caliente
el cuerpo de Rose Souther.

Ahí, dice agotando su noveno vaso de bourbon,
y señalando hacia la puerta, mirad a esa furcia.
Igual para quienes cosen redes en las playas del Índico
que para quienes en tan sólo unos días arrastrarán sus pies
sobre la nieve sucia de Greenwich Village.
Luego se acerca a los que juegan al billar
y les pregunta en voz alta que si puede pagar a una mujer
por qué esa mujer no llega.

Yo no digo nada. Le lleno el vaso y callo.
Bien sabe el buen Dios, que su cara hinchada
y sus ojos asustados hacen chirriar mis huesos.
Hace tiempo que perdí a mi madre,
y en los ojos asustados de aquel tipo
volví a ver sus ojos antes de entrar en el gran bosque.

Lo demás lo he sabido por los diarios,
que ese viejo cascarrabias murió al día siguiente
en un hospital cercano, que volvió a hablar de esa mujer,
Rose Souther, que no tenía nada, que a nada temía,
pero por más que lo busqué
nadie hablaba de sus enormes ojos asustados,
como si por fin se aprestara a entrar en el gran bosque.




DO NOT GO GENTLE INTO THAT GOOD NIGHT

by Dylan Thomas



Do not go gentle into that good night, Old age should burn and rave at close of day; Rage, rage against the dying of the light.

Though wise men at their end know dark is right, Because their words had forked no lightning they Do not go gentle into that good night.

Good men, the last wave by, crying how bright Their frail deeds might have danced in a green bay, Rage, rage against the dying of the light.

Wild men who caught and sang the sun in flight, And learn, too late, they grieved it on its way, Do not go gentle into that good night.

Grave men, near death, who see with blinding sight Blind eyes could blaze like meteors and be gay, Rage, rage against the dying of the light.

And you, my father, there on the sad height, Curse, bless, me now with your fierce tears, I pray. Do not go gentle into that good night. Rage, rage against the dying of the light.

*

NO ENTRES DÓCILMENTE EN ESA BUENA NOCHE


No entres tan dócilmente en esa buena noche,
pues la vejez al terminar el día debiera arder y delirar;
plántate, plántate ante la muerte de la luz.
Aunque los sabios crean que la oscuridad es lo correcto,
y que a su palabra ningún rayo ha dado vigor,
no acuden dócilmente a esa buena noche.
Los hombres buenos gimen al alcanzar la última ola
por el brillo con que sus frágiles obras pudieron bailar en una verde bahía,
y así se espantan, se espantan ante la muerte de la luz.
Y los locos, que alcanzaron al vuelo el sol con sus cantares,
advirtiendo, tarde ya, la ofensa que les hacían,
no acuden dócilmente a esa buena noche.
Y los hombres graves, que viendo ya la muerte con la vista apagada
advierten que esos ojos ciegos también pudieron brillar cual meteoros y ser alegres,
se enfurecen, se enfurecen ante la muerte de la luz.
Y tú, padre, allá en tu montaña triste,
Maldíceme o bendíceme con tus fieras lágrimas, te lo pido.
No acudas dócilmente a esa buena noche.
plántate, plántate, enfurécete ante la muerte de la luz.

1 comentarios:

Ignacio dijo...

After the first death, there is no other.