OS ALMENDRES

Os Almendres. Pasado Évora se encuentra Os Almendres, un cromlech con casi cien piedras, algunas de ellas con dibujos circulares.

Un bosque de piedras. Una enorme boca con todos sus dientes, un teatro de piedras, un murmullo de piedras, un ejército de piedras, un archipiélago de piedras. Dentro de esa elipse mágica que forman sus piedras, dentro de esa gran boca, un gran murmullo, un tirón de la tierra, un sentirse a la vez amenazado y protegido.

Dentro y fuera.

Uno no puede pasar indiferente ante esta catedral... Es como si el universo de pronto se echara a hablar y tú, extranjero al fin, desconocedor de la lengua que organiza el universo, pillaras una palabra aquí y una palabra allá y al juntar las palabras, al trazar las palabras en el espacio, sintieras exactamente sobre ti el peso de ese universo y algo en ti, algo en tu peso y en tu mirada, algo en los quebraderos de la sangre y de la orina, algo digo, se pusiera a recordar, a ser en su intuición, en su pequeño apalpón de vida... No sé, esa llamita que se enciende cuando uno nota bajo sus pies la sujeción a la tierra.

La gravedad de lo ingrávido.

La sujeción del sol, eso que los hombres pusieron al sol para que el sol no los olvidara, para que el sol supiera que por allí estaban ellos, con sus enfermedades, sus sequías, sus debilidades, sus angustias.


Pero también, también, esa sensación de pertenencia a un clan, de formar parte de una historia. Este es un trabajo colectivo, un plan, un programa metafísico, una forma de hacer comunidad, una fijación espiritual pero también física a la tierra.




Os almendres. Piedras, piedras, piedras y no son piedras.

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