Mañana presento en Huelva la última novela de Guillermo Lacomba. Un escritor atípico, secreto casi y sin duda alguna deslumbrante. Un día de estos colgaré un fragmento de su obra. Hoy basten las palabras de presentación de mañana en Huelva.
Por cierto que serán, salvo excepcionalísima excepción, la última vez que presente un libro. Vale esto también para los prólogos. Ya no más prólogos, ya no más presentaciones salvo:
que el autor haya fallecido
que el autor sea novel
que se trate de una edición completa o una edición de homenaje
que recaigan sobre el autor motivos de lesa gravedad
que yo sea el autor (en cuyo caso, prescindiré de presentadores)
Dicho queda. Y firmado.
LUZ
DE LUNA, LA RUSA, DOÑA MÍRAME Y MISS BOOM BOOM
Guillermo
López Lacomba.
Ed
Renacimiento,Sevilla,
2015

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Pepe Varos, Guillermo (Willy) Lacomba y Esperanza Falcón |
Ya te he hablado de Quevedo,
pero podría citarte también al Guzmán de Alfarache para dar
alcance a este novelista granadino que no se conforma con la sal fina
e insípida de la escritura. Con motivo de su anterior libro, La
cruzada de los niños, dejé escrito algo que sin duda te servirá
perfectamente para enfrentarte a esta novela y que acaso repita
algunas de las cosas que ya te he insinuado aquí. Decía, venía a
decir, que por aquellas páginas discurrían “criaturitas
que se esconden tras los balcones, escrutando un mundo agrio, hecho
de orines turbios, gallinaza y miedo; niñas perversas que se alzan
la falda y gritan como cortesanas deslenguadas ante niños timoratos
y rijosos; viejas que en su día se enfundaron el vestido y los
zapatitos de princesas y ahora, pasados el rubicón de los sueños,
resisten al albur de la polilla y los juanetes; enanos vacilones y
turbios que persiguen su minuto de gloria en la inopia de un
taburete; tíos hechos y derechos que se escurren por el inframundo y
la suciedad; señoronas que contonean su decrepitud y sus fantasmas
por baretos de mala muerte, niños que temen las patadas de las
mulas; niñas gordas y piojosas, espabilados y truhanes de toda laya
que van a la que pillan. He aquí la minuciosa y a ratos perversa
corte de los milagros que nos propone Guillermo Lacomba, un autor a
caballo entre los desmanes de un Céline parlanchín y de un Beckett
que se mueve en los derribos de la razón, y los entuertos de la gran
picaresca española, pasando acaso por los entreveros de esa gran
patafísica nuestra que es el esperpento. Todo en esta singular
novela, venía a insinuar, es exagerado, minuciosamente exagerado,
diríamos, desde sus larguísimos parlamentos hasta la pasta roñosa
y cerril con que aparecen dibujados sus personajes; exagerado en sus
enumeraciones que a veces rayan el delirio, exagerado en su asco por
todo, exagerado en su furor exclamativo, exagerado en ese fluir del
pensamiento, en ese parloteo que a veces se nos convierte en ruido y
otras parece que nos va a estallar en la cara. Retablo barroco, corte
de los milagros y fauna sin par la que ya desde las primeras páginas
nos sacude por las solapas y nos coloca frente a ese palco de sombras
donde todo tiene el exacto valor de un vahído. Nos hallamos, pues,
ante una novela de negruras, en la que todos los personajes que por
ella menudean, acaban por aceptar una visión nihilista y residual
del mundo. Una novela valiente en tiempos donde la valentía, como
tantas otras cosas, ha quedado hipotecada, devaluada, colgada en los
museos, sometida a la dictadura del folletín burgués. Guillermo
Lacomba, terminaba, ha escrito en estas páginas su particular
Divina Comedia, donde queda retratada la oscuridad y la zafiedad de
este circo tragicómicao en el que hemos decidido sobrevivir, y
aunque se vislumbran entre sus páginas, noticias de un mundo caduco
y acaso clausurado, es sobre este mundo, el actual, el obsoleto mundo
nuestro, sobre el que asienta sus raíces”.

Todo cuanto te he dicho hasta ahora pareciera una advertencia a incautos, pero este libro, como todos los de Guillermo López Lacomba, es simplemente una delicia. Una delicia de ambientación y una delicia en cuanto a la construcción de personajes e incluso por un fraseo impecable, con circunloquios, advertencias, conclusiones y dudas que vivifican y refrescan continuamente la narración de manera que a veces pareciera que estés no frente a una novela sino frente a un desconocido que te cuenta su picaresca vida en un banco del parque. Las mujeres que se pasean ante ti por estas páginas son sin duda devastadoramente deliciosas, enajenadamente divinas, descaradamente infernales, devoradoras y algo veletas, sí, pero de una deslumbrante y sin par belleza. Quisieras enamorarte de todas, pero sabes que ninguna de ellas te conviene porque una vez que entras en sus territorios y traspasas el vuelo de sus enaguas, eres hombre perdido. Parecieran, desde luego, sacadas de un catálogo de mataharis provincianas, chicas estupendas capaces de volverte literalmente tarumba con un simple movimiento de pelvis, pero no, tú sabes que son algo más, mucho más.
En fin, qué quieres que te
diga, a mí la novela me ha sabido a poco, porque me ha devuelto -si
es que alguna vez la perdí- la confianza en este género con el que
he ido haciéndome mayor y acaso más humano. Sólo puedo esperar que
a ti te pase otro tanto.
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