TERAPIA DE CHOQUE

De cuando en cuando salvo a navegar en busca de pececillos de colores. Hoy he llegado al blog de Mariano Catoni y he encontrado este relato magnífico. Espero lo disfruten. Terapia de choque

Mariano Catoni (Argentina, 1981) es escritor y músico. Ha publicado el libro de relatos El acróbata de plastilina (2005). En el 2004 recibió el 2° premio nacional Eugenio Zagarzazu por su cuento El infante imaginario. Fue finalista del Concurso de Cuento Corto Álvaro Cepeda Samudio (Colombia) con el texto Felipe y el graffiti y obtuvo el 3° premio internacional de la academia de tango de Montevideo por su texto Felipe y los besos. Ha participado en diversas antologías junto a otros autores de Argentina. Ha escrito ensayos sociales y guiones para cortometrajes animados, para teatro y cine. Actualmente intenta dar curso a su primera novela.


 

 

Terapia de choque

Después de una mujer con cara de sufrir todas las depresiones y fobias (fobia social, fobia a las arañas, fobia a las palmeras, al color rojo y a los miércoles soleados durante la primera quincena del mes) entré yo. Me habían hablado bien de aquel psicólogo, el quinto que probaba en lo que iba del año.
Un método novedoso, decían.
Cuando le estreché la mano me apretó fuerte, excesivamente (supuse que eso era parte del método novedoso). Me senté, con la mano dolorida y un simposio de hormigas agónicas en todos los dedos.
Empezó así, sin presentaciones: Hable, tiene cuarenta minutos, no pienso interrumpir, si me pregunta algo no le voy a contestar, ¿alguna duda?
Negué con la cabeza.
La propuesta me incomodó, pero confiaba en las recomendaciones que me habían dado y accedí a las indicaciones.
Fueron cuarenta minutos de caos verbal y de preguntas a mí mismo, de imágenes enfáticas, digresiones, fastidios y transliteraciones.
Finalizada la sesión el terapeuta me puso la mano sobre el hombro y dijo: No se enoje con lo que le voy a decir, al contrario, agradézcamelo; pero lo que a usted le pasa no me interesa, y a los demás tampoco, nos da exactamente lo mismo, tome, un hoja, para que haga un dibujito en su casa y después lo tire por la ventana, me da igual, a todos nos da igual, estoy harto de la gente como usted, vienen con sus problemas, con sus traumas y esperan encontrar soluciones, en esta vida no hay nada que se resuelva, es el precio que hay que pagar por contar con la suerte de que, a veces, las soluciones para problemas que no teníamos se anticipen y aparezcan solas; son las leyes de la compensación, por una buena, una mala, ¿qué es lo que no entiende de eso?, carcajada más melancolía es igual a cero, ¿le quedó claro?, carcajada por ocho es mentira y melancolía al cubo no existe, hay, en medio de la gigante ecuación del sentir humano, mecanismos de ajuste, usted no puede correr veinte kilómetros sin sentir al cabo de un rato un hambre terrible, y si usted no entiende que para inflarse hay que desinflarse, entonces es un necio, eso es lo que es, un necio; no le pida al tiempo ningún bienestar permanente, yo entiendo que mucha gente quiera bajar las estrellas con un palo para iluminarse la casa definitivamente, para arrancar un pedacito y ponerse esa pasta gris, azulada, refulgente y vigorosa —cuando no vertiginosa— de sombrero, pero las estrellas son para otros, ¡déjelas en paz!, ¿cómo puede ser tan osado como para querer abolir el ritmo natural, inherente de todas las cosas simples?, estoy harto, harto de usted y de tanta pretensión equivocada. A los delfines los pescan, ¿sabe eso?, a los delfines los pescan, de repente están así y alguien ejecuta un asesinato deliberado. A nosotros no nos pesca ni nos va a pescar nadie. ¿De qué se queja entonces, sinvergüenza? Abra la boca que le voy a clavar un anzuelo, usted necesita saber lo que sienten los delfines que son pescados, solamente de esa manera se va a dar cuenta de que carcajada más melancolía es igual a cero, y si no, bueno, afine las cuentas, ¿me escuchó bien?, afine las cuentas, abra la boca, venga para acá, no se vaya, cobarde.
Me fui de ahí corriendo.

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