EL CAPITAN DE LAS DUNAS

PACO PEREZ, IN MEMORIAM





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Apenas me levanto, me entero de la muerte de un grande insólito y oculto: Paco Pérez, Capitán de las Dunas. Autor de una mínima obra -un Rulfo de la vida-, su presencia y su nombre no han dejado de habitar en la memoria y en la admiración de una decena escasa de lectores. Yo, modesta y afortunadamente, me encuentro en esa nómina de privilegio. Lo conocí poco, es cierto, pero lo poco que lo conocí lo pude disfrutar a tope. La penúltima vez que nos vimos fue en el 97 y él residía por entonces en Riotinto, en el barrio inglés, porque a él le gustaba lo extemporáneo, lo insólito y el barrio inglés de Bellavista goza de ambos calificativos. Entonces, allí, me dedicó Huelva, guía para visionarios, un libro sublime editado -estoy convencido- por un enemigo suyo, pues una obra así, delicada y extraordinaria no puede haberse editado de peor manera, con ilustraciones que parecen fotocopias. Parece ser que ha habido una segunda edición pero tampoco se ha mejorado mucho la cosa. Ese libro de ficción es simplemente uno de esos milagros de la literatura. Olviden que en el título aparece la palabra Huelva y céntrense en en el subtítulo, guía para visionarios, y tengan la absoluta certeza de que no los va a defraudar. No importa repetirlo: un libro sublime. Hace sólo unos meses recomendaba a los amigos de El libro feroz, una editorial realmente heroica, que hace unos libros preciosos, la reedición de este libro que no conocían. Ellos fueron los que me dieron noticia de que el libro había sido reeditado.
Paco Pérez era nieto de Pedro Gómez, el gran paisajista de Huelva y de él aprendió la sutileza del dibujo y del color. José María Franco, otro gran paisajista y discípulo de Gómez, afirmaba que Paco Pérez era tan o mejor dibujante que escritor y que le había visto unos cuadernos realmente admirables. En una ocasión tuve acceso a uno de sus cuadernos y guardo de sus dibujos e improntas el mismo calificativo. Mientras los ojeaba, Paco me contó una historia que hoy ya podemos airear, porque fue una historia sonada por los pagos donde vivo. Corrían los primeros años de la democracia, tal vez el 78 o cuando más el 80 del pasado siglo. Según me contaba Paco, unos amigos y él decidieron pasar unos días en la Sierra. Querían experimentar con el LSD y necesitaban un lugar tranquilo. Castaño del Robledo, un pueblo a trasmano de todo, con unos doscientos habitantes y la sensación de que el tiempo se había congelado, era, al parecer, el lugar idóneo. No contaron con el Monumento, un edificio fascinante en mitad de la Sierra. El Monumento era entonces una iglesia neoclásica inacabada, sin techos, de unas proporciones asustadoras y de unas trazas admirables. Nadie sabe qué pasó con el Monumento, quién y a propósito de qué se levantó, por qué se dejó inacabado, y por qué seguía allí, anclado en mitad del pueblo, como un rutilante rubí en mitad de un lujurioso paisaje. El caso es que Paco y sus secuaces, vestidos para la ocasión de ropas también extemporáneas, se dieron al LSD y acabaron en el Monumento, en cuyo interior se hallaban no pocos nichos pertenecientes a los deudos del Castaño, quienes al levantarse al día siguiente vieron cómo los nichos habían sido profanados. Preguntar cómo aquellos seres extravagantes llegaron a profanar las modestas tumbas es algo que no tiene más explicación que la de los alucinógenos. El caso es que, como cabía esperar, en Castaño se armó la de Dios es Cristo y Paco y sus amigos hubieron de abandonar el pueblo como buenamente pudieron. El vandálico hecho fue reflejado en la prensa con tan buena acogida, que el Monumento, antes desconocido, comenzó a convertirse en lugar de peregrinación y al poco comenzaron las obras de restauración que mayormente consistieron en habilitar el techo y cuidar los alrededores, convirtiéndose desde entonces en un lugar único y visitable.
Por entonces, en el diario La noticia, comenzó a publicarse un suplemento literario llamado el Fantasma de la glorieta, dirigido por Félix Morales y donde uno veló sus primeras armas. Guardo todos sus números. Pues bien, en ese prodigioso suplemento, Paco Pérez, El Capitán de las Dunas, fue publicando una especie de diario de bitácora titulado Desde El Castaño a Kenitra o algo muy cercano, que yo seguía fascinado semana tras semana, número a número. Ahí tuve noticia primera de aquel aventurero fascinante -a la verdad no le importa repetir el epíteto- y de las aventuras de un intrépido capitán que hoy, justamente hoy, ha entregado el timón. Seguirá viajando, no me cabe la menor duda, en nuestra memoria y haríamos bien en recuperar su obra escrita y gráfica, pues viajeros como Paco Pérez no abundan.

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