CUÁNDO SE JODIÓ MARIO VARGAS LLOSA

MARIO VARGAS LLOSA, ENEMIGO DE SI MISMO


Beso 

 

Llevo varias semanas siguiendo la actualidad política del Perú, tras las elecciones que ganó Pedro Castillo por un margen estrecho y limpio de votos y que Keyko Fujimori se niega empecinada e infantilmente a aceptar, acaso porque de no ganar las elecciones lo que le espera sean las rejas, de donde, por otra parte, acaso no debiera haber salido. Rumores de sables y de golpes de estado contra lo salido democrática y limpiamente en las urnas se escuchan estos días en Lima, todo ello edulcorado con el supuesto de un fraude electoral que no reconoce ni la OEA, ni Estados Unidos, ni Canadá, ni Europa ni ningún otro país o organismo internacional del mundo. Lo que ocurre en Lima -que no en el resto de Perú-, es que la oligarquía -esa que tanto atacó Llosa en sus prometedores principios- no está dispuesta a que la provincia, los cholitos, les quiten sus prebendas, sus coimas, sus cositas. Y en medio de todo esto, ¡Mario Vargas Llosa!, dando pábulo a estos sables que pueden llenar al país de sangre y de negruras, una vez más. La deriva personal y política de Vargas Llosa es algo que asusta. Desde posiciones iniciales de izquierda, refrendadas en sus primeras obras, a la ensaladilla mental que ahora tiene en su cabeza, apoyando al golpismo militar, dando pábulo y refrendo moral a una maniobra antidemocrática y por ende antipopular, que entre otras cosas quiere seguir poniendo de lado al mundo indígena, al mundo rural y campesino de su país, abocados a la pobreza y a la exclusión en las decisiones políticas del país. Llosa, el Llosa de Conversación en la catedral, el de La ciudad y los perros, el de La casa verde o incluso el de La fiesta del chivo y El sueño del celta, toma ahora el papel de conspirador contra la decisión democrática de su propio pueblo, alistándose con la oligarquía, con los contrapoderes que él mismo en estas obras denunció.


Soy -he sido, quiero decir- un asiduo lector de Mario Vargas Llosa desde que, muy joven, cayó en mis manos Los cachorros, una novela excepcional, que habla de una sociedad victimaria, machista y ficcional que puede llegar a destruir -y de hecho destruye- a los más débiles o a los más inadaptados. Y todo desde un lenguaje, desde una fórmula que se convierte en adictiva, de manera que apenas das inicio a la novelita, ya no puedes soltarla, cosa que me ha sucedido casi siempre en la primera época del autor. Seguí con su primera novela, La ciudad y los perros, que con una narración deslumbrante, seguía hablando del machismo y de una sociedad injusta y despreciable en una institución, la militar, que parece encarnar en sí mismo la garantía de orden y los valores de una sociedad, pero que está corrompida hasta la médula. Seguí con La casa verde, acaso su mejor novela, que habla de los mundos indígenas del Amazonas peruano, de esos otros, los inexistentes, abocados a una existencia residual y que tan poco espacio habían tenido en la literatura peruana hasta entonces. Una novela caudal y plural, como el propio río. Conversación en la catedral, su siguiente obra, es una novela mayúscula, prodigiosa, que indaga sobre los elementos sociales que llevan a una sociedad a su abyección. Según la crítica, Conversación es el punto de mayor altura creativa de MVLL y ciertamente se trata de una de las mejores novelas de nuestro tiempo. Vinieron luego Tía Julia, una sátira autobiográfica que interpreté como un descanso creativo, una boutade bien escrita y poco más, para de inmediato seguir con Pantaleón y las visitadoras, donde su indiscutido virtuosismo no logra sacar adelante una novela intrascendente apta para las siestas estivales: trabajos de esgrima y poco más. Su siguiente entrega, La guerra del fin del mundo (1981) es un fresco latinoamericano -la novela se escenifica en Cañudos, Brasil-, que leí en una noche en una pensión sevillana y que es un derroche de tensión dramática y literatura imperecedera, donde el autor regresa a sus temas favoritos, la opresión del estado sobre el individuo, frente a su necesidad de liberación. Y es que son, más allá de la magnífica e innata habilidad literaria del escritor y su profundo conocimiento de los procedimientos narrativos, la libertad y la opresión los protagonistas absolutos de las primeras y mejores novelas de un deslumbrante MVLL. Aquí, en La guerra del fin del mundo, que en nada tiene que envidiar a Guerra y paz, de Tolstoi, acaba su primera y esplendorosa época. Luego vino su aventura y derrota política contra el fujimorismo y su conversión al primero al liberalismo y luego al reaccionarismo a ultranza que rompe con su visión social del mundo. Reaparece diez años más tarde, tras varias obras fallidas, con La fiesta del chivo, una novela sobre el dictador dominicano Trujillo, que pese a estar a años luz de las grandes novelas de su primera y gloriosa etapa, conserva su interés y retoma los elementos de crítica política que habían caracterizado a sus primeras y exitosas obras. Pero éste de hace exactamente cuarenta años era ya, sin saberlo, su canto de cisne, su despedida de la excelencia, su deflagración como escritor. Desde entonces no ha escrito sino obras olvidables y decepcionantes que no han conseguido entre sus lectores -entre los que me encuentro- más que cansancio, acaso con la excepción de Travesuras de la niña mala, obra menor entre las suyas, pero que al menos consigue echar a andar un personaje de cierta entidad literaria. El paraíso en la otra esquina está escrito sin entusiasmo -el entusiasmo: una marca de sus primeras novelas- y no consigue elevar el vuelo, no consigue hacernos atractivos a los personajes ni la realidad que cuenta, así como El sueño del Celta, obra fallida en la que vuelve a sus primeros temas pero ya carente de ángel, de tensión dramática, tal vez fruto de la impostura que supone no creer en la historia que el escribidor anda contando. Como dije, desde hace 40 años  MVLL sólo ha escrito dos obras más o menos reseñables, Travesuras y La fiesta del chivo, ambas muy por debajo de su talento, todo sea dicho.

10 libros imprescindibles de Mario Vargas Llosa 


En estos días Vargas Llosa está llegando a su deflagración más absoluta. Me pregunto qué es lo que le hace derivar contra sus principios éticos y políticos, los mismos que le ayudaron a alcanzar una literatura y un estatus de escritor universal del que hoy goza y que dilapida por momentos. Su apoyo en la actuales circunstancias a Keyko Fujimori, hija del político que, tras derrotarlo en las urnas, acabó convirtiendo el Perú en una dictadura que terminó como el rosario de la aurora, con Fujimori y su compinche Montesinos encarcelados por apropiaciones indebidas, corrupciones, al margen de delitos de lesa humanidad, parece impropio de un hombre de su entidad y de su pasado. ¿Mario Vargas reaccionario, pro-golpista? Ni en las peores pesadillas lo hubiera creído posible, aunque su cercanía a vox, sus aires de duque de Inglaterra, y sus peligrosas amistades, ya me hacían presagiar esta deriva que califico como autofagocitadora. Me pregunto si esta reconversión tan disparatada y tan contraria a sí mismo, no será una venganza del actual Vargas Llosa contra el Vargas Llosa que le dio lustre y que ha desaparecido; me pregunto si esto no es más que una forma de auto-venganza, de auto-aniquilación, una manera de fagocitar a ese escritor al que se lo debe todo y, esto es importante, al que viéndose incapaz de superar, mata? Que alguien le diga algo, por favor, ante de autodestruirse por completo.

0 comentarios: