las albercas

LAS ALBERCAS


Creedme, todo lo diera
por volver una tarde a las albercas.
Si hoy fuese feliz no lo sabría.
Lo fui una vez y no lo supe.
¿Pero la felicidad qué importa
a quien tiene franco el gesto
y en su vientre ve crecer el trigo
en su sazón primera?
Mientras las casas ya eran brechas
de herrumbre y mercromina,
los cuerpos, más que azules,
fueran transparentes,
enrabietados de luz, ya inaccesibles.
Más tarde viste un toro muerto,
un hombre con la cara helada,
una luna de adobe, un cristal
que no te respondía. Bajaba a las albercas
la lechosa inmensidad de lo que arde
y el sol -de pronto era una fiebre-
espelechaba
desprendiendo rosas negras de suero y de pedrisco.
No sé qué fuimos,
pues eso no importaba.
Mas era dulce sentir celado el corazón
o izar sobre la sangre un estandarte.
Importa aquello que nos duele:
una pequeña herida, un gesto incomprensible,
la sombra ligada a una estatura o a unos labios...
Incapaces fuimos de temblar
frente al dolor, heridos ya de muerte.
Todo estorba cuando la calor aprieta,
cuando el agua parece estar dormida, andar de paso,
metiendo púas en los ojos y brasas en las uñas.
Pero allí los árboles estaban,
la guadaña colgando de un troncón,
septiembre con sus moscas y sus parras.
¿Y ahora qué, me preguntas, qué tenemos,
qué fue lo que perdimos?¿Qué resta de nosotros
allá, sobre esas aguas?
Las avispas giran,
se arrastran los lagartos,
pasan incógnitas las nubes:
todo tiene su sitio en la luz y en la tormenta.
Sauces embotados, hundíamos en el nervio
del limo nuestros puños como el que va de romería
y se despierta bruscamente debajo de un caballo.

1 comentarios:

megat dijo...

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