AMOUR FOU


El cielo está levemente anaranjado, pero el recalmor -el jodido recalmor- lo infesta todo. Sudo por tierra mar y aire. Llevo varios días sin dar un palo al agua. Así es esta vida de cazador. Yo, además, soy un indolente. Suenan las chicharras, los pájaros, la vida ahí afuera, donde habita el calor. De cuando en cuando un resto de brisa fresca se cuela por la ventana. Allá afuera hay un mundo estragado por no sé qué primas de Riesgo, de gente que sueña y que camina, que se refresca la cara en las fuentes, que cava su tierra o pone sus tejas. Las cosas que más nos afianzan en nosotros mismos, las que más nos satisfacen, las que lo son a pesar de nosotros, no cuestan nada. Vivir de verdad cuesta poco. Lo que termina costando una pasta es ser un fantoche. Y todos, tarde o temprano aspiramos a ser precisamente fantoches. Los hay que se aferran eso y acaban secándose, como se secan los rosales o los chopos cuando no llueve. Y a veces no llueve. Y, secos, se apuestan en los caminos y te miran como si acabaran de ver a un muerto, sin sospechar que son ellos los llevan siglos muertos. Dessde que alguien les cortara el maldito cordón umbilical.
Te dejo con un adelanto de los Sanfermines. El amor tiene eso: te llega de cualquier manera. A mí me pilló en una esquina y aquí sigo, haciendo eses.

AMOUR FOU
Al llegar a la curva de La Estafeta, nos lanzamos ciegamente hacia adelante, pero algo me decía que me volviera. No sé qué era ni por qué lo hice. Desde entonces todos se impusieron volverme a la carrera. Embestí a unos y a otros, y sentí a mi alrededor el acre olor del pánico. Había logrado remontar casi hasta la salida, cuando algo me dijo que estaba cerca, muy cerca de mí. Giré la cara, dios, y era, era ella. Me molestó que también esta vez llevase el maldito cencerro, pero, dios, qué podía hacer, qué podía hacer, más que girar sobre mis pezuñas y seguirla hasta el fin del mundo.

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